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Sobre la negación sistemática de la vida en la carrera de filosofía

Partes: 1, 2

    1. El borramiento de la historia. La pretensión de olvido de las condiciones de producción de la filosofía
    2. La filosofía académica, o bien: cómo garantizar la conservación y reproducción del estado de cosas

    "La mayor parte del pensar consciente de un filósofo

    está guiada de modo secreto por sus instintos

    y es forzada por estos a discurrir por determinados carriles.

    También detrás de toda lógica

    y de su aparente soberanía de movimientos

    se encuentran valoraciones o, hablando con mayor claridad,

    exigencias fisiológicas orientadas a conservar

    una determinada especie de vida"

    Friedrich Nietzsche, Más allá del Bien y del Mal.

    Postular que todo filósofo es un hombre, que tiene una vida y que por lo tanto come, trabaja, estudia y/o enseña, se ríe, y se vincula de mil formas diferentes con su realidad y la sociedad en la que está inmerso parece, en principio, una estupidez, una afirmación con tan poca sofisticación que empezar un texto con ella obliga a todas estas torpes aclaraciones. Y sin embargo, es esta mismísima obviedad la que sistemáticamente es negada, omitida, expulsada y conjurada de mil y una formas distintas en nuestra carrera. Es esto lo que no parece comprenderse, o lo que sencillamente no quiere pensarse. Y es que pensar esto implica no sólo una manera distinta de estudiar y hacer filosofía -una que está muy lejos de todas nuestras prácticas académicas actuales- sino que obliga a cuestionar todas las implicancias sociales del quehacer filosófico que pretenden perpetuarse en un lugar de no-reflexión, de reproducción silenciosa e incontestable.

    El borramiento de la historia. La pretensión de olvido de las condiciones de producción de la filosofía.

    Encontré la primera negación de la vida en la carrera en mis primeras cursadas (Filosofía Antigua, Lógica) y se ahora que es algo que se produce en cualquier materia, en casi todas las aulas. Es el borramiento constante de la historia. Aceptar la humanidad de todo filósofo implica -como primer movimiento– pensarlo como parte de una determinada época, de una determinada sociedad, llevando un determinado modo de vida, con determinados intereses sociales, necesidades, contradicciones. Es, concretamente, aceptar sus determinaciones como hombre. Y es, al mismo tiempo, afirmar la historicidad de cualquier producción filosófica, su vinculación con la vida y con la sociedad que le dio origen.

    Evidentemente, esto es bastante más que situar una determinada concepción en tal siglo y en tal país. Es aceptar lo irreductible de la experiencia histórica, relacionar las concepciones metafísicas y las distintas formas de pensar el mundo con los problemas concretos –puntuales, materiales, mundanos y algunas veces casi pueriles- que atravesaron a cada época, a cada filósofo y a sus relaciones sociales.

    Feuerbach sostiene que el hombre es lo que come. En la "Introducción a la filosofía de la praxis" Gramsci extiende la afirmación y dice que el hombre es su vestido, es su vivienda, es su familia. El hombre es su modo particular de reproducirse. Y así, en toda producción o pensamiento humano, detrás de las pretensiones de soberanía de cualquier filosofía, existen –en palabras de Nietzsche- valoraciones, exigencias sociales (e incluso fisiológicas) orientadas a conservar o combatir una determinada forma de vida. Desvincular a la filosofía de las condiciones en las que es producida es negar entonces que es producida por hombres – históricos, materiales, impuros y determinados-.

     

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