No eran plantas caras, eran clavelinas y violetas africanas y pensamientos. Hasta que todos los peldaños de la escalera tuvieron una planta. Dieciocho plantas y Juanjo hizo su viaje de egresados a Córdoba y ellos, felices, lo fueron a despedir a la terminal de micros de Retiro y cada día recibían un llamado y era Juanjo que les contaba adonde habían ido a pasear él y sus compañeros y finalmente aquel llamado, el último. Ya que cuando sonó el teléfono a la mañana, eso fue a las seis, alguien les contó con voz fría e impersonal, que el micro había sido atropellado por un camión, cuyo chofer estaba borracho, y todos los alumnos y el conductor murieron.
El y su esposa viajaron a Córdoba en un micro que partió desde la terminal de Retiro y volvieron en avión, con los restos de su hijo en un féretro cerrado y lo enterraron en el cementerio de la Chacarita. Su esposa quitó todas las plantas de la escalera, guardó toda la ropa de Juanjo en un baúl y la donó a una parroquia y quitó todas las fotos del hijo, como si Juanjo nunca hubiera existido.
Y ahora, cuando él regresaba por las tardes, cansado después de doce horas de manejar el taxi, casi no hablaban y ella casi no dormía por las noches y se quedaba llorando hasta el amanecer. Y al poco tiempo ella comenzó a hablar en forma extraña, como dando a entender que su hijo no había muerto. Y compró ropa, jeans y remeras, y colocó aquellas fotos de Juanjo por toda la casa, y decía que su hijo estaría divirtiéndose en Córdoba, y él no decía nada, ya que suponía que lo mejor era ir a un médico, y ella, su esposa, cuando él insistía en el tema, se quedaba callada y ponía una cara extraña, como si él no entendiese. Hasta aquella tarde.
El lo recordaba bien, pues por algún motivo no había salido a trabajar con el taxi y ellos dos tomaban mate en el patio cubierto por el toldo y sonó el timbre y atendió ella, su esposa. Era alguien que decía traer un mensaje, la Palabra o algo así. Y su esposa fue a abrir la puerta de calle y volvió acompañada por una muchacha de largo vestido oscuro y cabello negro recogido, que traía un pequeño maletín: contenía una gran Biblia y folletos y otro libro. Y su esposa le sirvió un té a la muchacha y ésta les explicaba que para el Señor no hay imposibles, que todo está previsto en el plan de Jehová.
Y así la muchacha comenzó a venir todos los miércoles, y él sabía que había venido porque, cuando regresaba, después de manejar doce horas, sobre la mesa había siempre un nuevo folleto. Y su esposa comenzó a hablar de esa manera extraña, mezclando a Dios, los Ángeles y la Predestinación.
Hasta aquel día, aquel último miércoles, cuando la muchacha les dijo que no iba a venir más, porque se mudaba lejos, a una provincia. Fue después de eso cuando su esposa comenzó a tener problemas renales. Y él le dijo que tendrían que ir al médico, y ella le decía que si, que ya iban a ir. Y continuaba hablando de que Juanjo iba a volver, que él ya lo vería. Finalmente fueron al hospital y los médicos determinaron que ella tendría que quedarse internada y fijaron una fecha para la realización de los estudios.
Y ella se internó y le hicieron controles, que él pensó que serían de rutina, y luego vino la intervención quirúrgica de urgencia y cuando el creyó que todo había ido bien, un médico lo llamó, y en un consultorio blanco, lo invitó a sentarse, le dijo que si fumaba que lo hiciera y después de todo eso le asestó la puñalada que él no esperaba: su esposa estaba en la etapa última de una enfermedad terminal. Que lo mejor sería llevarla a su casa.
Y al mes o un poco más, después de espantosos dolores, y analgésicos, y ella mirándolo siempre con sus ojos marrones, con la mirada perdida, y él tomándole la mano, ella se durmió para siempre, con sus manos entre las de él.
Y ahora, cuando él mira con ojos lejanos y remotos, como la lluvia incesante moja el capot de su automóvil, ante el café que se ha quedado frío, se cumple otro año de la muerte de su esposa. El abandona el bar, paga, y sale a la calle y se mete en el taxi y conduce entre las calles mojadas y gente que corre bajo la lluvia. Conduce pensativo hasta llegar a su casa.
Mientras toma mate debajo del toldo de aluminio mira la escalera y piensa que mañana, cuando la lluvia haya parado, pondrá en la escalera la primera planta y así, irá colocándolas, año tras año, siempre una nueva, hasta la llegada de Juanjo.
Autor:
José Carlos Celaya
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