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Ficha histórica sobre consagración del templo de tercera orden de Toluca un 8 de noviembre de 1727


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    Los últimos siglos de la Edad Media, según el sentir de los historiadores, están caracterizados por impetuosas corrientes que arrebataron, en opuesto sentido, a las sociedades de Europa. Una de las corrientes fue de actividad, esfuerzo y combate; la otra, de retiro, ascetismo y desprendimientos de la vida. La primera fomentaba las actividades políticas, los proyectos de conquistas, las expediciones guerreras, los hechos heroicos y las grandes empresas comerciales ; la segunda inspirada el grande deseo de vivir en el aislamiento, de sepultarse en el claustro, de seguir la vida de los anacoretas, de subyugar todas las concupiscencias y de alcanzar, en la existencia, la más alta perfección cristiana.

    Había, en las sociedades de entonces, fuerzas poderosas que favorecían, impulsaban y excitaban a los hombres en alguno de esos dos sentidos.

    Esta corporación, primeramente llamada orden de los Hermanos de la Penitencia, admite en su seno a clérigos y laicos, cesibles y cónyuges, varones y hembras; varones y hembras; ninguna excepción: caben de ellas cuantos profesen la fe católica y se reconozcan hijos de la iglesia. Cuatro condiciones se imponen para el ingreso, restituir los bienes malganados; reconciliarse leal y plenamente con los enemigos; observar el Decálogo, los mandamientos de la Iglesia y la regla; y para las mujeres casadas, consentimiento expreso o tácito del marido. No obstante, la infracción de la Regla no constituye pecado mortal; así el terciario disfruta de libertad continua; su aquiescencia es del todo espontánea. Para formar parte de la Orden, el postulante era examinado de la fe; al solicitar la admisión, los ministros inquirían diligentes oficios, estado y calidad e insistían con ahínco en las condiciones, sobre todo en la restitución de lo ajeno. Al ser recibido, era exhortado también con empeño a que pagase sus atrasos y deudas. No era obligatorio un traje dado, pero sí la humildad y la sencillez en el vestir; la ropa de las mujeres había de ser ancha, de colores apagados, de forma por extremo honesta, ceñidas las mangas y altas de cuello las túnicas, las pieles, pobres, de cordero, las bolsas de cuero sin ribetes en cinta de seda.

    Estaba vedado a hermanos y hermanas asistir a convites, autos o regocijos bulliciosos y dar cosa alguna a histriones y juglares; se les prescribían ciertas prácticas de ayunos, confesiones, comuniones, y rezo de horas.

    No se les consentía tener consigo armas ofensivas, si no era para defensa de la iglesia romana, la fe de Cristo o la patria. En el plazo de tres meses, desde su admisión en la orden, debían hacer testamento.

    No eran lícitas, entre hermanos terceros, rencillas ni discordias; y si algunas surgieren, al punto las dirimían los superiores o el obispo. Prohibido el juramento solemne, salvo cuando lo requiriesen la paz, la fidelidad, el despejo de alguna calumnia y los contratos de donación, compra y venta. Cada tercero tenía embargo de ejercer en el seno de su familia una especie de pedagogía ética, corrigiéndola y reformando sus costumbres".

    Esta hermandad en que se sujetaban a la misma regla todas las clases sociales, esta institución verdaderamente democrática, donde lo mismo cabía una testa coronada que un destripaterrones, desde de hacer satisfecho ampliamente las aspiraciones de su época: así se explica su aceptación universal, su progreso rápido, su desenvolvimiento prodigioso.

    En Italia satisfacía además una aspiración patriota. El pueblo italiano amaba su terruño, su religión, sus libertades municipales; era enemigo de yugo que deseaban imponerle los emperadores de Alemania; veis en el Papado el representante de la religión y de la patria, y por eso se aprestó a engrosar el partido güelfo, enemigo del gibelino, ardiente defensor de la dominación alemana. En el triunfo definitivo de los güelfos, tuvo parte importante y activa la orden tercera de san franciaco, asi lo aseguro, en documento oficial y publico, Pedro de las Viñas, canciller de Federico II.

    Hay que admirar la satisfacción, el orgullo con que una multitud innumerable de grandes personajes ostentabas la librea terciana. La visitaron reyes y reinas, papas y cardenales, nobles y excelsos artistas, sabios escritores y poetas. En fin el triunfo de Francisco fue tan grande, tanto en la orden de los Menores, como en las claridosas y los terciarios, que con razón pudo decir Dante, en el libro onceno del Paraíso. "Aumentase de pobre rebaño de aquel pastor, cuya admirable vida se cantaría mejor en la iglesia celestial; y al Eterno espíritu corono segunda vez, por medio del papa Honorio, el santo propósito de este archifondador"

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