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El fin de la filosofía

Partes: 1, 2

    1. Nota preliminar – Excusas
    2. Del "Fin de la Filosofía" a la "Experiencia Interior"
    3. Bataille y Foucault: un entrecruce
    4. Movimiento y Reposo
    5. Por Tus Tierras Adentro.
    6. Derivas y Fugas
    7. Estratos Antropomórficos
    8. Arrinconando el Deseo
    9. El orden de los placeres
    10. Final: equilibrios intermedios, conclusiones

    Nota preliminar – Excusas

    Luego de la ronda de lecturas y fallos que emitimos durante los encuentros por los cuales transcurrió el seminario, se fue conformando en mí una serie de inquietudes en torno a las implicancias de la emancipación. Dicha inquietud, debo reconocer, es parte de una incapacidad por establecer lo radical, y está ligada a una crisis muy de principios de este siglo, donde lo emancipado y lo asimilado ya no responden a uno u otro polo del espectro político unidimensional con el que abordábamos la realidad. Había izquierda, derecha, arriba, abajo, fracturas por doquier.

    Finalmente, el encuentro con las lecturas produjo un malestar en cuanto a la radicalidad. ¿Hasta dónde puede uno definir su radicalidad? ¿Cuán soportable es? ¿Cuál es el límite de la exigencia impuesta hacia uno mismo y hacia los otros?

    Es por ello que fue conformándose la idea de abordar la experiencia, que se volvió excusa y vía de acceso a la inquietud por la emancipación. La experiencia es una línea trazada, una hoja de ruta sin mapas, un viaje sin turismo, un eje o una lanza con los cuales atravesamos y comunicamos distintos parajes. En consecuencia, nunca se definirá algo tal como "la experiencia", sino que la cuestión pasa por comunicar ciertos aspectos de lo que ella engloba.

    Fin de la zona de excusas.

    Al tratar sobre el fin de la filosofía, no estamos intentando una teleología disciplinaria, sino delimitar una frontera en la historia de la misma, cuyos mojones fueran plantados por Nietzsche a finales del siglo XIX. Sin embargo, esta "realización epocal" sólo es posible tras más de veinticinco siglos de historia del pensamiento, lo que hace de Nietzsche un auténtico consumador de una tradición de pensamiento. Pero, ¿De qué se trata este límite? Provisoriamente, podríamos considerarlo como la formulación de una denuncia.

    La búsqueda de la verdad, tal vez sea la mejor manera de definir la historia de la filosofía; sin embargo, Nietzsche la define también como "la historia de un error"1. En las primeras líneas de "Más allá del bien y el mal" cuestiona la voluntad de saber: ¿Por qué elegimos la sabiduría? ¿Por qué perseguimos la verdad por sobre el no-saber o la mera ignorancia? La metafísica ha reservado las cúspides más sublimes para situar allí los principios del saber. La realidad debe buscarse lejos de los engaños del mundo sensible, de los deseos y las apariencias, del cambio y el devenir. La búsqueda del ser, de la "cosa en sí", de una realidad imperecedera y necesariamente despegada del mundo de la vida, es el principio y, a su vez, el prejuicio común de toda la metafísica, aquel que se agita detrás del telón de las fundamentaciones de los filósofos. Es a partir de dicho prejuicio que buscan el saber y lo convierten en verdad, al recubrir el saber de la realidad del ser, una realidad imperecedera y libre de los engaños de la contingencia. Finalmente, Nietzsche nos dice que tras este prejuicio se esconde siempre una antinomia de valores. Como filólogo, ha remontado la historia de la filosofía hasta los orígenes griegos y mas allá, y atisba algo instintivo en el pensamiento filosófico, a despecho de su reclamo como expresión máxima de la razón humana. Al hablar sobre el trasfondo del pensamiento consciente Nietzsche afirma:

    "Detrás de toda lógica y de la aparente soberanía de sus movimientos, hay evaluaciones de valores o, para decirlo con mayor claridad, exigencias fisiológicas impuestas por la necesidad de mantener un determinado género de vida"2.

    Encaramada en las más altas cumbres, la filosofía sigue, sin embargo, anclada a las raíces materiales de la vida, a través de un constructo lógico sublime, cuya finalidad es enmascaradora. Esto hace de los filósofos "abogados de prejuicios": detrás de sus muy fundamentadas y refinadas razones, acecha siempre la arbitrariedad –intuiciones, deseos o preferencias caprichosas-, defendida por la más sólida y avasallante entelequia de la que el filósofo es capaz.

    Partes: 1, 2
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