La condición humana y la educación
¿Qué es la condición humana? ¿Cómo aprendemos de la condición humana? ¿Cómo enseñaremos la condición humana?
Estas preguntas parafrasean nuestras clásicas ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Son preguntas que no podemos responder si no es desde nuestra propia condición humana.
Si lo humano (hominis) es parte del universo, ¿podemos separarlo de él? Se da la paradoja que a medida que mas conocemos sobre aspectos específicos del ser humano, más ignorantes nos volvemos sobre la totalidad del ser humano. En vez de integrar conocimientos, abordando la totalidad del ser humano, cada vez más lo vemos desintegrado en visiones y parcialidades específicas. La ciencia económica que estudia los recursos y medios de producción al servicio del bienestar de la humanidad lo termina reduciendo meramente a un hominis consumista.
Desde la educación, ¿qué propuesta puede levantarse para el futuro? Plantear soluciones y abordar los temas requieren necesariamente desarrollar una ideología. El hacer necesita un saber y un creer previos. Antes de abordar propuestas deberíamos abordar el problema de la desintegración de nuestro hominis. Si nos tomamos en serio como seres humanos, y buscamos un enfoque totalizador-integrador, deberíamos considerar el cómo ligar los nuevos conocimientos obtenidos de la investigación de las ciencias naturales, con los conocimientos de las ciencias humanas, y además de las artes (humanidades). Pero este enfoque totalizador-integrador-ligador no podrá ser solamente una foto, en su sentido de lo instantáneo, sino una película, en su sentido del transcurso del tiempo. Entonces, más allá de enseñar un enfoque más, debemos enfrentar él como "enseñar a enseñar" el enfoque, sin perder lo totalizador e integrador de la propuesta. Por cierto esto requiere claridad, preparación y valor para enfrentar los poderes de facto que no desean un "ser humano hominis erectus sapiens no alienado", sino un "hominis hiper especializado" y disociado de su propia condición humana.
Al observarnos y observar nuestro entorno cercano y no tan cercano, vemos que nuestro ser pertenece al cosmos y nuestra acción se manifiesta en las ciencias naturales, uno de las factores que da forma a nuestro ser; pero también forman nuestro ser las ciencias humanas, y nos moldean las humanidades.
Sin embargo, y a pesar de estar también inmersos en el cosmos, estamos y no estamos en él. A veces estamos dentro de la naturaleza; otras veces la trascendemos.
¡Qué maravilla representa el ser humano! En el orden (o desorden, según nuestras creencias) de un cosmos en expansión, en sus confines ha aparecido este ser, que es la culminación de un desarrollo casi incomprensible, que surge en un remoto planeta de un pequeño sistema solar. Somos parte del cosmos, pero no somos lo central; sólo somos marginales. Esto nos ubica en nuestro lugar: somos cósmicos y también terrestres. Constituimos la grandeza del universo y también la frágil dependencia de nuestro planeta. Debemos hacernos cargo entonces, de todas las consecuencias de nuestra doble condición: cósmica y vital dependiente de este hábitat. Estamos en este planeta y nos otorga una identidad planetaria. Somos polvo en el universo, pero tremendamente influyentes, positiva y negativamente, en nuestro medio. Medio que no sólo lo conforma lo que físicamente nos rodea (la naturaleza), sino el resto de los hominis, y las relaciones de comunicación que establecemos con ellos. Ese es nuestro hábitat, éste origen define nuestra naturaleza y por consiguiente nos obliga, incluso sin desearlo, a tomar una posición ética. No somos neutrales porque no podemos ser neutrales. ¿Qué ética, entonces, es la que desde una propuesta educativa integradora, debiera enseñarse?
Si queremos educar la condición humana es fundamental, prioritario, ineludible tener conciencia de lo humano en el doble principio: biofísico y psico-socio-cultural. Estos aspectos no es posible separarlos, lo biofísico nos lleva a lo psico-socio-cultural y viceversa. Sin embargo nuestra hiper especialización tiende a disociarnos de nuestro origen biofísico, de nuestro desarrollo cultural por el gran conocimiento que estamos obteniendo de nuestro mundo. Llevamos en nuestro interior, por nuestro origen, la vida y lo humano dentro de lo cósmico. Vislumbramos grandes misterios y por tanto grandes desafíos de conocimiento de nuestra naturaleza y del cosmos, sin embargo nos compartimentamos y buscamos tanto más allá de nuestra periferia planetaria como en nuestro interior mediante la psicología, la sociología, y otras ciencias.
Fromm afirma que el hombre actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe ser invertido provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor eterno y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito. El valor humano (su condición de hominis, tan diferente de las otras especies) se ha limitado meramente a lo material, descuidando lo espiritual. La autoestima en el hombre depende de factores externos y de sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás. De ahí que vive pendiente de los otros, y que su seguridad reside en la conformidad; en no apartarse del rebaño. El hombre debe estar de acuerdo con la sociedad, ir por el mismo camino y no apartarse de la opinión o de lo establecido por ésta.
Esta sociedad de consumo que hemos desarrollado necesita una clase de hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos que quieren consumir más y más, cuyos gustos estén estandarizados y que puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Este tipo de sociedad necesita hombres carentes de conciencia de condición humana, que hagan lo previsto, y engranen sin roce en la máquina social. ¡Autómatas!
El humano, debe trabajar para satisfacer sus deseos, los cuales son constantemente estimulados y dirigidos por la maquinaria económica. El sujeto automatizado se enfrenta a una situación peligrosa, ya que su razón se deteriora y decrece su inteligencia, adquiriendo la fuerza material cada vez más poderosa pero sin la sabiduría para emplearla. ¿Acaso no vemos este comportamiento en los mega proyectos, en que el interés de unos pocos, atropella el interés colectivo, si no planetario?
Ahora bien, ¿cuál es el significado de la vida? ¿Para qué vivimos y luchamos? Si nos educamos simplemente para conseguir honores, alcanzar una buena posición o ser más eficientes, tener un mayor dominio sobre los demás, nuestras vidas estarán vacías y carecerán de profundidad. Si nos educamos para ser meros científicos, eruditos inmersos en los libros, o especialistas adictos a los conocimientos, ¿no estaremos contribuyendo a la destrucción y a la desdicha del mundo?
Aunque la condición humana tiene un sentido alto y noble, ¿qué valor tiene la educación si jamás lo descubrimos? Podemos ser muy instruidos o capacitados, pero si no tenemos una profunda integración entre pensamiento (razón), sentimiento (afecto) y cultura, entre ser y hacer, nuestras vidas resultan incompletas y contradictorias.
En nuestra civilización hemos compartimentado la vida, incluso haciendo que la educación pierda su sentido iluminador más profundo, y en vez de ser agente de cambio y transformación individual y social, nos hemos limitado a enseñar y aprender profesiones o técnicas determinadas. En vez de despertar la inteligencia integral del individuo, nuestra educación lo estimula para que se adapte a un patrón, y, por lo tanto, le impide la comprensión de sí mismo como el desarrollo de un proceso total y verdaderamente humano, en que respetando las autonomías individuales, participe en comunidad y con un real sentido de pertenencia a la especie humana.
El individuo se compone de diferentes entidades, pero acentuar algunas diferencias y estimular el desarrollo de un tipo definido, conduce a muchas complejidades y contradicciones. La educación debe efectuar la integración de estas entidades separadas, porque sin integración la vida se convierte en una serie de conflictos y sufrimientos. El individuo único pero diverso se unifica en la especie: comprender la condición humana es comprender su unidad en la diversidad.
Todos nosotros hemos sido entrenados a través de la educación y el entorno a perseguir el logro personal y la seguridad, y a luchar por nosotros mismos. Aunque lo disimulemos con eufemismos, hemos sido educados para las diversas ocupaciones o profesiones dentro de un sistema basado en la explotación y el miedo codicioso. Tal entrenamiento tiene inevitablemente que traer confusión y miseria a nosotros y al mundo, porque crea en cada individuo barreras psicológicas que le separan y le mantienen aislado de los demás.
La educación no consiste solamente en instruir la mente. La instrucción contribuye a la eficiencia, pero no genera integración. Una mente educada de esta manera es continuación del pasado; una mente así nunca podrá descubrir lo nuevo. En esta sociedad de consumo el significado de la condición humana no es de primordial importancia, y nuestra educación subraya los valores secundarios, periféricos, no totalizadores, como el saber y la eficiencia. Aunque el saber y la eficiencia son necesarios, el sobrevalorarlos sólo nos lleva al conflicto y a la confusión.
La educación actual pareciera estar sólo al servicio de la industrialización y de la guerra, siendo su meta principal desarrollar la eficacia; y el ser humano está atrapado en esta máquina de competición despiadada y de mutua destrucción. Si la educación nos ha de llevar a la guerra, si nos enseña a destruir o a ser destruidos, ¿no puede considerarse un fracaso de la sociedad? Es paradojal que la sociedad, olvidando a la especie, tenga éxito en los aspectos no humanos como el desarrollo en biotecnología, economía, producción y tantas otras áreas donde la condición humana hasta ahora no ha sido lo central.
Para una genuina educación, se debe comprender el significado de la condición humana en su totalidad. Vivir la vida es comprendernos, amarnos, respetarnos y aceptarnos a nosotros mismos y a nuestra especie, y esto es a la vez, el principio y el fin de la verdadera educación.
Autor:
Guillermo A Rojas Contreras
Licenciado en Ciencias de la Ingeniería
Magister en Didáctica para la Educación Superior
E-mail: gmo.rojas[arroba]gmail.com
(Basado en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro: E Morin)