La primera novela de Albert Camus, El Extranjero, publicada en 1937 posee, entre varias particularidades, la de ser, además la más ampliamente difundida de las obras del escritor argelino. Expresa una cierta peculiaridad hipnótica que, aunada al ritmo y la brevedad de la narración, logra convertirla en uno de esos escasos libros que se hacen leer de un tirón. Desde el primer párrafo Camus nos sumerge en el terreno de lo absurdo que, sin embargo, nos resulta siniestramente familiar pues tal absurdo es un fiel reflejo de la existencia del hombre moderno, en la que lo cotidiano y lo extraordinario, lo predecible y lo inexplicable se alternan de manera aleatoriamente aleatoria, simplemente suceden y el aparente carácter caótico que determina y moldea toda esa absurda sucesión de fenómenos absurdos conocida como la vida es presentado en la novela con la vertiginosa trepidancia propia de la misma.
Partiendo del absurdo como condición existencial primaria y destino ineludible del sujeto, el autor desarrolla una crítica elegantemente mordaz e implacable de los valores de la sociedad burguesa, sumando absurdo tras absurdo expresados mediante la sacralización de la muerte, la piedad artificial de los ritos funerarios y del propio luto, así, como las conductas individuales y colectivas que los legitiman conformando un ineludible círculo vicioso de prejuicios, hipocresía e ignorancia malintencionada del cuál, una vez dentro, es absolutamente imposible escapar,[1],pues de principio a fin, de la cuna a la tumba cada existencia individual corresponde a la concretización subjetiva de lo absurdo como rasgo definitorio y definitivo del hombre y del cosmos.
Tema recurrente en toda su obra, el Sistema Judicial es la representación última de la más absurda pretensión del hombre: creerse capaz de distinguir valor alguno en las acciones de sus semejantes y llegar a la pretensión de poder ejercer la justicia. Así dentro de la teatralidad totalizante que es la existencia individual se representa un segundo drama: una trágica pantomima con niveles aún más patéticamente perversos de histrionismo. En este teatro de la crueldad el actor por antonomasia, el histrión último es el juez, impostor de Dios, representación de la incurable necedad del hombre que, ciego a la verdad, se cree capaz de ejercer la justicia.
1.1 El argumento del L"etranger es muy sencillo: Mr. Mersault, un joven pied noir recibe un telegrama anunciando la muerte de su madre,a quien había decidido enviar a un asilo de ancianos puesto que,como admitirá ulteriormente, ya no tenían más nada que decirse. El joven Mersault toma un par de días de descanso de su trabajo, la naturaleza del cual no es especificada por el autor, y asiste al funeral de su madre durante el cual no siente ni manifiesta congoja alguna y sólo le incomoda el calor implacable del verano argelino y el no poder fumar delante del féretro.[2].De vuelta en la ciudad se encuentra con una antigua compañera de trabajo con quien inicia una relación y a la que manifiesta estar dispuesto a casarse con ella a pesar de estar convencido de no amarla. En esos días traba amistad con Raimundo, un sujeto que aparenta ser un proxeneta y que se halla en problemas con un grupo de naturales argelinos (árabes).En un paseo a la playa el nuevo amigo de Mersault es amenazado por un grupo de árabes, pasado el incidente Mersault regresa a confrontar a sus adversarios, revolver en mano y deslumbrado por el sol dispara varias veces sobre uno de ellos hasta matarlo.
Mersault es procesado en una atmósfera kafkiana[3] y en el Tribunal se establece que no ha llorado por la muerte de su madre, que tiene relaciones sexuales extramaritales con una mujer apenas dos días tras el fallecimiento de su progenitora y, según su propio testimonio, que ha disparado contra el árabe porque le dolía la cabeza y la luz del sol le había deslumbrado. Es hallado culpable y condenado a muerte. Frente al capellán de la prisión, la víspera de su ejecución manifiesta su ateísmo, su falta de temor ante la muerte y la conciencia de la indiferencia absoluta entre morir un día u otro, en aquel momento o cincuenta años más tarde. Su único deseo, al final, es acudir al patíbulo rodeado por los gritos de odio de la multitud enfebrecida.
1.2. Mersault, un juego de palabras ligado a la relación que tenía con el clima de su Argelia natal, constituido por las palabras mar y sal.: es el héroe absurdo prototípico, antes de que Camus descubriese que tal clase de héroe podía existir: más que un solitario, un náufrago desolado a la merced de las olas de un absurdo mayor que el propio: la sociedad. Carece de la hipocresía básica necesaria para sobrevivir en la sociedad burguesa, pero no apela con esto a anhelo alguno de virtud, su honestidad, extrema hasta la ingenuidad es producto de la relación absurda entre dos entes absurdos: el hombre y el mundo y nace de la respuesta natural del sujeto humano ante tal estado de cosas, la indiferencia. Mersault no es un intelectual amargado como Roquentin o Mathieu[4], alter egos de su autor, por el contario es un joven lleno de vitalidad, con el hedonismo egocéntrico propio de los veinte y tantos años, abraza la vida en cuanto se le ofrece con la espontaneidad gratuita de la naturaleza. Así acepta el amor de Maria, la amistad de Raymundo,el regalo ardiente del sol en medio de la frescura del mediterráneo. Esta espontaneidad cargada de sensualismo marca todos sus actos, incluyendo los más "trascendentales", en un mundo cuya contingencia nunca se molesta en subrayar dada lo obvio de su naturaleza, como son el homicidio y la propia muerte. Mersault prefigura el Sísifo sonriente que años más tarde concebirá Camus en su optimista apologética del absurdo Le myth de Sysiphe.
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