El último proyecto de Barthes, que no pudo completar porque cometió la imprudencia de dejarse atropellar por una camioneta de lavandería, se llamaba Vita Nova (1979) y en el Diario de duelo (texto establecido y anotado por Nathalie Léger) pareciera que ese proyecto se inscribe en la "futuromanía" ("construcción enloquecida del porvenir") que sufrimos "en cuanto alguien está muerto".
Es importante retener esta tensión, porque Barthes no se imaginaba a sí mismo como un eter- no doliente, aunque sabía que la muerte de su madre (intolerable como fue para él) debía ser asumida día a día y hasta sus últimas consecuencias. Las fichas en las que registra su dolor ("al tomar estas notas, me confío a la banalidad que está en mí") son, para Barthes, una experiencia de discurso: sí, él sufre, pero sobre todo: él escribe que sufre (como el enamorado de Fragmentos) y la escritura le garantiza un doble acceso al dolor: como vivencia y como material analítico.
En el dolor (ese satori) no hay que leer necesariamente la identidad entre sujeto y objeto ("a partir de ahora y para siempre soy mi propia madre"), sino una experiencia radical del afuera, la suspensión entre sujeto cognoscente y objeto de conocimiento, y por eso los ro- les pueden invertirse como manera de pensar un futuro (una ética y una política) para el dolor: "Hablar de mamá: ¿y qué, Argentina, el fascismo argentino, los encarcelamientos, las torturas políticas, etc.? Eso la habría herido. Y la imagino con horror entre las mujeres y madres de los desaparecidos que se manifiestan por aquí y por allá. Cómo habría sufrido si me hubiese perdido".
No sabemos qué habría hecho Roland Barthes con estas fichas y anotaciones pero sin duda tienen la fuerza (porque dicen "la naturaleza abstracta de la ausencia") de "lo novelesco sin la novela", ese empecinado proyecto de destitución en el que a Roland Barthes se le fue la vida, y de la praemeditatio malorum, ese ejercicio de los estoicos en el que el sujeto de la escritura se obliga a vivir la propia muerte. Eso es la muerte de la madre, para Barthes (y, también, la literatura): un ejercicio ascético de premeditación mortuoria y, como tal, el soporte de una ética preocupada por la comunidad de los ausentes, nuestros muertos, de quienes sólo nos separa el tiempo.
Se presentan a continuación algunas de las intervenciones de los seminaristas, cuya calidad reclamaba algo más que el mero registro de un cumplimiento burocrático.
En "Sólo se logra escribir sobre lo que se ama. El escritor y lo imaginario en Roland Barthes", Elena Donato rastrea la figura del enamorado (que se llama, sucesivamente, Stendhal, Gide, Michelet, Sade…) desde el primero hasta el último texto de Roland Barthes para hacerla coincidir con el lugar del escritor, definido por un deslumbramiento que liga al sujeto con una imagen. Se trata de Orfeo, ese mitema que nos recuerda que no se puede salvar lo que ama sino renunciando a ello (eso y no otra cosa será el "escritor comprometido" para Barthes, en una violenta inversión de los postulados sartreanos). Es por eso que, desde el primer texto hasta el último, la Literatura constituye para Barhtes el horizonte total de la existencia y el "yo" no es más que el efecto de una lógica de la atracción.
Ricardo Abel Terriles recupera, en "Marcel Proust y En busca del tiempo perdido en el discurso crítico de Roland Barthes", el carácter de mandala que la Recherche tiene en la obra de Barthes y se detiene en los cinco artículos que, a lo largo del tiempo, Barthes le dedica, para dar cuenta de las inflexiones y la fuerza de una lectura que, cada vez, encuentra en Proust las razones para seguir adelante (se trate del análisis estructural, de la fotografía, del "retorno amistoso del autor" o de "lo novelesco sin la novela").
"El pathos barthesiano. Una lectura de Fragmentos" de Mara Campanella demuestra cómo el pathos barthesiano aleja de las acciones represivas y arrogantes propias del querer-asir (la fantasía de dominio). Un análisis literario patético o una pathoogía atraviesa el lenguaje para encontrar el Amor y la Muerte sin predicación posible, como pura afirmación. El afecto es su instancia de verdad y principio de fatiga del lenguaje.
En "Roland Barthes: aventura y epifanía teórica", Violeta Percia parte de la intolerancia ante esa mescolanza de mala fe y buena conciencia que caracteriza a la moralidad general (y a la crítica que en ella descansa) para examinar la Lección inaugural y la articulación que allí se propone entre imaginario y Texto (como campo operacional) para llegar, por esa vía, a la postulación de una contrarretórica (así postulada porque su enigma no pasa por la persuasión sino por la nominación). Esta "nueva retórica (del no-método)" será el centro de las investigaciones del último Barthes (La cámara lúcida, los Seminarios).
Finalmente, en "Pier Paolo Pasolini, Roland Barthes y las formas-de-sobrevida", Miguel Roset- ti postula una equivalencia entre la "mutación antropológica" pasoliniana y "la generalización del estereotipo" barthesiana, dos nombres para el mismo malestar (por otra parte, imposible de ser nombrado). Pasolini y Barthes adoptan la abjuración como única forma de negación posible. Se trata, en los dos casos, de la postulación de una ética de las distancias que supere la falsa tolerancia y el falso hedonismo de la fase del capitalismo que les tocó vivir. En los dos casos (en las dos obras, en la articulación entre las dos obras) se trata de ir hacia la soledad, la desinvestidura de las formas congraciadas, hacer huelga cada uno en su papel.
Autor:
Daniel Link
Es catedrático y escritor. Dicta cursos de Literatura del Siglo XX en la Universidad de Buenos Aires. Es director de la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos de la Universidad de Tres de Febrero. Dirige la colección "Cuadernos de Plata" para la editorial El cuenco de plata. Su obra ha sido parcialmente traducida al portugués, al inglés, al alemán, al italiano. ?
Enviado por:
César Agustín Flores
Revista del Departamento de Letras
www.letras.filo.uba.ar/exlibris
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