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El Gran Hotel Viena en la literatura de ficción


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    edu.red

    A pesar de tener todo para ser el protagonista o escenario principal de una novela, la literatura de ficción ha olvidado —hasta la fecha— al Gran Hotel Viena.[1]

    Ya sea por desconocimiento o temor a la ofendida opinión pública del pueblo que acoge sus ruinas[2]nadie ha relacionado explícitamente al Gran Hotel con alguna trama literaria, ya sea de terror, amor o espionaje.

    El mundo de las letras ha venido olvidando de manera sistemática al edificio y su historia, contrariamente a lo sucedido con otro legendario hotel cordobés, en Eden Hotel de La Falda, que sí parece poseer el status necesario para ser parte importante de la geografía imaginaria que Luis Gusmán desarrolla en una excelente novela publicada a fines de la década de 1990. Si bien este escritor menciona al Gran Viena en los capítulos iniciales —describiendo su decadente estado arquitectónico y la trágica inundación que tapó a más del 60 % del pueblo de Miramar— es el hotel del Valle de Punilla el que se lleva todos los laureles y termina dándole el título a la obra.[3]

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    El Gran Hotel Viena es en las páginas de Gusmán un mero satélite del Eden Hotel, utilizado para resaltar el señorío aristocrático y capacidad de resistencia del emprendiendo faldense.[4] El de Miramar no es más que un paisaje. Una nota curiosa, romántica y a la vez trágica dentro de una novela que —entre otras cosas— pretende exaltar las contradicciones y recuerdos de un hombre enamorado y su mutable pasión a lo largo de toda una vida.

    Así todo, sin ser identificado ni nombrado de modo directo, el Gran Hotel Viena juega un rol algo más importante en otra obra de ficción en la que se mezclan claramente realidad y fantasía. Estoy haciendo referencia a la "novela histórica" de Leandro Barredo, Oro. Plomo y Pasiones[5] una entretenida sucesión de aventuras que explota la persistente mitología referida al oro nazi, los desembarcos de jerarcas del Eje en las costas argentinas y el deambular de decenas de submarinos alemanes en el mar territorial de nuestro país, tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Una tradición infundada y delirante en más de un sentido, desarrollada y vendida por periodistas abocados a la "caza de criminales de guerra" y los suculentos dividendos que estos temas siguen dando a quienes fantasean con ellos.[6]

    Los nazis siguen vendiendo bien. Encarnan el Mal por antonomasia y todo buen héroe de novela queda bien parado cuando se enfrenta a ellos (aún siendo derrotado). Barredo juega con esta variable y con los toponímicos que utiliza para contextuar su aventura. A lo largo de las 238 páginas de la novela, no se arriesga a identificar con sus nombres reales los escenarios de la intriga que desarrolla y evita asociar a los pueblos involucrados en la historia con un pasado nazi-fascista (ya sea porque no hay pruebas contundentes al respecto o no desea ofender la susceptibilidad de sus pobladores actuales). Pero, de todos modos, el texto no es para nada críptico. Cualquiera que conozca la costa sur de la provincia de Buenos Aires puede identificar sin problema las actuales localidades, playas, instituciones y locales que aparecen "disfrazados" en el libro.

    Barredo altera apellidos, se mueve con metáforas y rodeos verbales cuando se refiere a personajes históricos. Juan Perón nunca es Juan Perón, sino "el coronel de los coroneles"[7]; y Eva Duarte nunca es Evita, sino "la joven aspirante a gran actriz".[8] El propio Adolf Hitler aparee escondido tras el abstracto pseudónimo de "Número Tres" [9]y el pueblo bonaerense de General Madariaga (cercano a la costa Atlántica y Villa Gesell) sufre una transformación ortográfica convirtiéndose en la localidad de "Maragriada".[10] Por otra parte, las referencias a una villa de origen alemán, mandada a levantar por un oficial de las SS antes del estallido de la guerra para servir como centro de reabastecimiento y auxilio a barcos y marinos del III Reich, coincide por su descripción y ubicación con la Gesell turística de nuestros días.[11] Las referencias a pinos plantados en la arena (tras ciclópeos sacrificios), a las dunas costeras y al aislamiento (como también a la esforzada tarea de los pioneros del lugar) no hacen más que apuntar a la villa antes nombrada. No hay dudas al respecto.

    Del mismo modo la alusión al Hotel de los Franceses, caracterizado por cubrirse periódicamente por las dunas de arena, hace referencia al centenario Viejo Hotel Ostende, fundado en el año 1913 por iniciativa de inmigrante belgas (no galos).[12] De ese modo, Villa Gesell, General Madariaga y Ostende triangulan el escenario de la acción del libro y se convierte (como suele repetirse hasta el hartazgo) en una de los tantos "nidos nazis" que habrían existido en el territorio argentino.

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