Todo lo que hagas, hazlo por amor a Dios y a los demás. Hazlo todo ofreciéndolo a Dios con amor. Puedes decir a cada instante: Señor, es por tu amor. Nunca hagas algo que sea malo, de acuerdo a tu criterio personal, pues estarías rechazando directamente la voluntad de Dios. Ser santo es cumplir siempre la voluntad de Dios. Es vivir el Padrenuestro de verdad, cuando decimos: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. ¿De verdad quieres hacer la voluntad de Dios? ¿De verdad quieres ser santo(a)? Entonces, recuerda que ser santo(a) es amar a Dios hasta el punto de hacer siempre lo que le agrada. Jesús nos dice: "El que me envió está conmigo y yo hago siempre lo que es de su agrado" (Jn 8:29). "…Y llegó al extremo de hacerse semejante a los hombres y en la condición de hombre, se humilló hecho obediente hasta la muerte y muerte". (Filipenses 2:8)
Y decía: "Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6:38). Por eso, en el momento más difícil, cuando estaba en el huerto de Getsemaní sudando sangre oraba diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22:41-42).
Ven, Dios mío transfórmame, cámbiame, ilumíname, ayúdame, hazme una persona nueva y llena mi corazón de tu amor para amar a todos sin distinción y perdonar sin que me lo pidan, a ayudar y dar a los necesitados del mundo. Padre no permitas que se materialice mi voluntad aunque en ello deba sufrir porque se que tu voluntad es lo mejor para mi vida aunque ahora no lo entienda.
No se trata de hacer nada extraordinario en tu vida sino de vivir cada momento pendientes de la voluntad de Dios para poder cumplirla.
Ahora bien, ¿cómo conocemos la voluntad de Dios? Viviendo cada momento con paz y aceptando las cosas que nos suceden como venidas de la mano de Él, lo mismo las agradables que las desagradables. Y haciendo lo que debemos hacer por amor, como una ofrenda amorosa a nuestro Padre Celestial, es decir, haciendo todo bien hecho.
Hacer la voluntad de Dios es vivir el momento presente, pendientes de agradar a Dios, pensando siempre en cómo hacerlo feliz. He ahí el punto clave: QUERER HACER FELIZ A DIOS. Y Él no se dejará ganar en generosidad y nos dará una inmensa alegría interior, que nos hará compartirla con los que nos rodean.
Cumplir la voluntad de Dios significa dejarse llevar por Dios como un niño en brazos de su madre. Es olvidarse de uno mismo para pensar siempre en Él y en los demás. Es eliminar de nosotros todo temor por la muerte, enfermedades, desiliciones amorosas o peligros, confiando en Él.
Podemos atravesar tempestades de tentaciones o de enfermedades, de desalientos o de sequedades de espíritu; pero si, seguimos confiando en Dios, en el fondo del alma, tendremos paz.
Nada debe temer el alma que confía y desea cumplir la voluntad de Dios. Si cae o comete errores, sabe que está en las manos de un Dios amoroso y, al igual que un niño pequeño, sabe que su Padre arreglará las cosas y todo lo permite por su bien. Y, por eso, puede decir con el Salmo 23:4 y que para mí es el preferido: "Aunque pase por un valle de tinieblas, no temeré mal alguno, porque Tú estas conmigo".
Por eso, confiemos en Él, confiemos en su poder para hacer milagros en nuestras vidas. Dejémosle obrar y digamos con el salmista: "En Dios confío y nada temo, ¿qué podrá hacer un hombre contra mí?" (Salmo 56:12). "El Señor ha hecho milagros en mi favor" (Salmo 4:4). Todo lo que nos sucede lleva en sí el sello de la voluntad de Dios… no lo olvides pero, no todo lo que hacemos o decimos es la voluntad de Dios.
La máxima sublime de la espiritualidad es el abandono puro y entero a la voluntad de Dios para ocuparse enteramente en amarle y obedecerle, apartando temores e inquietudes, producidas por el cuidado de la perfección.
Cuando estemos enfermos en cama, digamos a Jehová Dios: "Hágase tu voluntad" y repitámoslo cien y mil veces, pues con ello daremos más gloria a Dios que en otras actitudes.
La voluntad de Dios es que estés sano(a), algunas veces, otras que estés enfermo(a). Si la voluntad de Dios es dulce para ti cuando estás sano(a), y amarga cuando estás enfermo(a), no eres de corazón perfecto. ¿Por qué? Porque no quieres encauzar tu voluntad a la voluntad de Dios, sino que pretendes torcer la de Dios a la tuya.
No tiene importancia que los actos que hacemos sean grandes o pequeños con tal de que se cumpla la voluntad de Dios.
Mi grandeza (dice una santa… no me acuerdo… Faustina?) consiste en hacer totalmente y con perfección la voluntad de Dios.
Dadme muerte, dadme vida,
dad salud o enfermedad,
honra o deshonra me dad,
dadme guerra o paz cumplida,
flaqueza o fuerza a mi vida,
que a todo diré que sí.
¿Qué queréis hacer de mí?
Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues de todo me rendí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Si queréis, dadme oración
si no, dadme sequedad,
si abundancia o devoción
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí.
¿Qué mandáis hacer de mí?
Confianza total:
(La biblia dice que somos llamados a la santidad)
La confianza total en Dios, cumpliendo su santa voluntad, es condición indispensable para ser santo(a) y crecer en el amor de Dios. Confiar en Él sin condiciones es la mayor alegría que le podemos dar a nuestro Padre Dios. Jesús nos podría decir: Si me amas, confía en Mí. Si quieres amarme más, confía más en Mí. Si quieres amarme inmensamente, confía inmensamente en Mí.
Cuando uno ama a Dios y cree en su amor, entonces puede decir con toda confianza: Señor, haz de mí lo que quieras, cuando quieras y como quieras. Y podríamos decir como Job: "Aunque Él me matara, seguiría confiando en Él" (Job 13:15).
Cuidad de no dejaros vencer por la ansiedad y la inquietud, porque no hay cosa que más impida el caminar por la senda de la perfección que las inquietudes y la ansiedad. Colocad vuestro corazón en las llagas benditas de Jesús. Tened confianza en su misericordia y bondad que Él no os abandonará jamás.
¿Eres capaz de entregarte con confianza a Dios y de darle tu vida entera? Si es así entonces puedes decir:
Padre, me entrego totalmente a Ti y para siempre.
Me pongo en tus manos sin medida.
Porque Tú eres mi Dios y
Yo confío en Ti.
Señor, dame lo que quieras,
toma de mí lo que quieras,
todo lo acepto como venido de tus manos divinas.
Yo confío en Ti.
Quítame el miedo al sufrimiento y a la muerte.
Hazme un hombre nuevo y dame una paz inmensa
para que nunca dude de tu amor y nunca desconfíe de Ti.
Te amo, Dios mío y quiero amarte con todo mi corazón.
Amén.
Abandono en Dios
Abandonarnos confiadamente en las manos de Dios es dejarse llevar, sabiendo que Él cuida de nosotros y quiere lo mejor para nosotros. Abandonarse es fiarse de Dios, es entregarle la responsabilidad de nuestra vida entera.
¿Eres capaz de fiarte de Dios? ¿Eres capaz de entregarle todo lo que eres y todo lo que tienes sin condiciones? ¿Crees realmente que Él te ama y quiere lo mejor para ti? Madre mía, que dificil pero, ahí está la clave.
Abandonarse en Dios significa creer firmemente en su amor infinito, es dejarse perder en Él como la gotita de agua que cae al océano. Abandonarse es darse de verdad con total sinceridad y para siempre. El abandono es la autopista regia para llegar a Dios y el camino más rápido para llegar a Él, pues el abandono supone amor, confianza y entrega total. Abandono y confianza van de la mano del amor. Todo es por amor. Es vivir totalmente para Dios en vida y eternidad.
Ahora bien, eso no quiere decir que recibamos continuamente gozos y alegrías de nuestro Padre. Nos puede dejar en el silencio, como abandonados; sin sentir nada, sin ver nada ni oír nada. Pareciera que Dios se ha alejado de nosotros y no respondiera a nuestra oración o a nuestro dolor. La sequedad invade nuestra alma y nos sentimos solos. Sí, es duro a veces, el silencio de Dios. Hay cristianos que se han pasado la noche oración y nada. Se puede ir al jardín a ver las flores, los pájaros pero Dios calla. Y algunos días hasta parece que todo es absurdo y que la fe es una farsa y que no hay nada después de la muerte. Esta es la tentación, es el Getsemaní, es la noche oscura.
Y, entonces, uno se puede preguntar: ¿Por qué, por qué, por qué Dios me ha abandonado? Uno puede pensar que se debe a nuestros pecados, a la poca fidelidad o simplemente a la falta de verdadera oración. No se puede orar, uno se aburre, se cansa. Todo parece oscuro y triste… Pero, de pronto, en algún momento, sale el sol en el alma, se siente como un destello divino, todo se aclara, todo es luz y belleza, todo es alegría… Y, después, otra vez la oscuridad y el silencio… Es dura la noche oscura del espíritu, pero es necesaria para romper con todas las ataduras de las criaturas y sólo quedarse con Dios. Sólo Dios… Sólo Él… nada más que Él…
El abandono es lanzarse al vacío sin saber qué hay después. Sin luces que guíen el camino. Es seguir confiando, aun cuando veamos a los malos triunfar y burlarse de Dios; aunque lluevan todos los infortunios sobre nosotros y todo a nuestro alrededor sea ruina y fracaso. No importa, Dios es más grande que todo y puede sacar triunfos hasta de las derrotas humanas. Tener fe es decir en medio la oscuridad: Dios mío creo en Ti y confío en Ti.
Por eso, cuando todo sea oscuro en torno a ti, cuando tiren por el suelo tu prestigio, cuando te enteres que te queda un mes de vida, cuando tus planes te sean arrebatados, cuando te traicionen tus mejores amigos(as), tu esposo(a) novio(a), cuando estés en medio del miedo y de la angustia, confía en Él. No pierdas la esperanza. Dios es más grande que tus problemas y dificultades. Puedes confiar en Él, pues nada sucede por casualidad y "Dios todo lo permite por tu bien" (Rom 8:28).
El alma que se abandona a Dios y le deja el timón de su barca, boga con tranquilidad en el océano de esta vida en medio de las tempestades del cielo y de la tierra, mientras que los que quieran gobernarse ellos mismos están en continua agitación y, no teniendo por piloto más que su voluntad inconstante y ciega, acaban en un funesto naufragio después de haber sido juguete de los vientos y de la tempestad. |
Abandonémonos completamente en Dios, dejémosle todo el poder de disponer de nosotros; comportémonos como sus verdaderos hijos, sigámosle con verdadero amor; confiémonos a Él en todas nuestras necesidades. Dejémosle obrar y Él nos proveerá de todo en el tiempo, en el lugar y del modo más conveniente: Él nos conducirá por caminos admirables al reposo del espíritu y a la dicha a que estamos llamados a gozar, incluso en esta vida, como un anticipo de la eterna felicidad que nos ha prometido.
El abandono es el fruto delicioso del amor. Por consiguiente, cuando tengas miedo, cierra los ojos y di con fe: La palabra de Dios te dice: "El que confía en Dios, es fuerte como un león" (Prov 28:1). Y Él mismo te asegura: "Yo nunca te dejaré ni te abandonaré" (Jos 1:5; Heb 13:5).
Vale la pena fiarse de Dios y amarlo hasta la entrega total. Él no nos va a defraudar. Él tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza. Y Él es fiel. Jesús mismo nos dice que debemos entregarnos sin temor: "No tengas miedo, solamente confía en Mí" (Marcos 5:36).
Digamos: Señor, quiero todo lo que Tú quieras de mí; lo quiero, porque Tú lo quieres; lo quiero como Tú lo quieres y hasta cuando Tú lo quieras. Es lo mismo que decía Pablo: "Si vivimos, vivimos para el Señor. Si morimos, morimos para el Señor y tanto en la vida como en la muerte somos del Señor" (Rom 14:8). Nuestra vida le pertenece; así que, al entregársela y abandonarnos en sus brazos divinos, no hacemos nada de extraordinario, sino simplemente reconocer que todo lo nuestro es suyo.
Si tuviéramos la perspectiva de eternidad que tiene Dios de las cosas, veríamos todos los acontecimientos de nuestra vida, incluso los más adversos, como caricias y regalos de nuestro Padre Dios. Podríamos decirle con sinceridad: Padre mío, yo no sé nada. Tú lo sabes todo. En tus manos me pongo. Haz de mí lo que Tú quieras. Estoy de acuerdo con todo lo que has permitido y vayas a permitir para mí. Hágase en todo tu santa voluntad… Así desaparecerían los temores y vendría la paz. Un ejemplo práctico nos lo presenta el gran místico alemán del siglo XIV Juan Tauler.
Un día, al salir de la iglesia, (Juan) vio a un mendigo que pedía limosna. Sus pies estaban heridos, llenos de barro y desnudos. Sus vestidos viejos y rotos. Daba pena verlo, pues tenía el cuerpo lleno de llagas. Juan le dio una moneda y le dijo:
Que Dios te bendiga y te haga feliz
Soy muy feliz. Sé que Dios me ama y acepto con alegría todo lo que me sucede como venido de sus manos. Cuando tengo hambre, alabo a Dios; cuando siento frío, alabo a Dios; cuando recibo desprecio, alabo a Dios. Cualquier cosa que reciba de Dios o que Él permita que yo reciba de otros, prosperidad o adversidad, dulzura o amargura, alegría o tristeza, la recibo como un regalo. Desde pequeñito sé que Dios me ama. Él es sabio, justo y bueno. Siempre he sido pobre y desde pequeño padezco una grave enfermedad, que me hace sufrir mucho. Pero me he dicho a mí mismo: Nada ocurre sin la voluntad o permiso de Dios.
Dios sabe mejor que yo lo que me conviene, pues me ama como un padre a su hijo. Así que estoy seguro de que mis sufrimientos son para mi bien. Y me he acostumbrado a no querer, sino lo que Dios quiere. Siempre estoy contento, porque acepto lo que Dios quiere y no deseo sino que se haga su voluntad. Así que nunca he tenido un día malo en mi vida y tengo todo cuanto pueda desear. Y estoy bien, porque estoy como Dios quiere que esté.
¿Y si Dios lo arrojara a lo más profundo del infierno?
Entonces, me abrazaría a Él y tendría que venir conmigo al infierno. Y preferiría estar en el infierno con Él que en el cielo sin Él.
¿Ud. pertenece a alguna gran familia?
Yo soy rey.
¿Rey? ¿Y dónde esta su reino?
Mi reino está en mi alma, donde vivo con mi Padre Dios.
Entonces por qué no decir: "Yo me dejo, Dios mío, a tu disposición, haz de mí lo que quieras, lo acepto todo, tú eres mi Padre y me amas; haz de mí en el tiempo y en la eternidad lo que sea de tu agrado".
El Plan de Dios
Dios tiene un plan maravilloso para ti, que quizás no has descubierto todavía, pero que te puede ir manifestando poco a poco en el momento menos pensado. Desde ahora, debes tener una actitud positiva y una disponibilidad total para cumplirlo. Y, cuando vengan los momentos difíciles y no comprendas nada y preguntes el por qué, di a ti mismo(a): Mi Padre Dios conoce lo que me pasa. Él vela sobre mí. Mi Padre es bueno y yo puedo confiar en Él y estar tranquilo(a). Pondré de mi parte todo lo que crea más conveniente para solucionar las cosas, pero no me desesperaré, sabiendo que mi Padre está tomando las medidas necesarias para ayudarme y solucionar mi(s) problema(s).
En esos momentos en que Dios parece ocultarse, es importante acudir a la oración continua y repetir insistentemente: Jesús, yo te amo, yo confío en Ti. Lo cual es como decirle: A pesar de todo y, aunque no entiendo nada ni sé qué hacer, confío en Ti, y te amo.
Por eso, nunca reniegues de tu suerte o de los planes de Dios sobre ti. Tú eres muy importante para Dios. Vive tu vida de verdad, con seriedad y sinceridad, con responsabilidad, estando siempre abierto a los planes de Dios. Él puede romper tus proyectos en cualquier momento y abrirte nuevos caminos, inesperados, pero que te llevarán a nuevas aventuras del espíritu, si sabes ver en ellos la mano de Dios. Besa su mano, aunque te lleve por caminos de espinas. Él es un Padre amoroso, que busca tu bien. No te desanimes, no lo rechaces. No te lamentes inútilmente de tus caminos oscuros o de tu mala suerte, porque Dios te ama y te necesita así como eres.
Dios tiene un plan maravilloso que quizás todavía no has descubierto; pero, para cumplirlo, necesita que estés dispuesto(a) a ofrecerte a Él sin condiciones. Él sabe el camino. Él sabe lo que te conviene. Déjate llevar y no temas, porque estás en las manos de un Dios grande y maravilloso, que quiere tu felicidad. Confía en Él.
Y tú ¿estás dispuesto a lanzarte sin miedo al océano infinito del amor de Dios? El te está esperando con los brazos abiertos y te ama infinitamente. Confía en Él y dile sí a todo lo que te pida.
¿Confías tú en Dios? ¿Crees que Él es bueno y te ama? Vale la pena darle todo y dejarlo todo por seguirlo a Él. Confía en Él y serás feliz.
Por eso, dile ahora mismo:
Dios mío te acepto como mi Señor y el dueño de mi vida. Me rindo a tus pies y me consagro a Ti en cuerpo y alma. Haz de mí lo que Tú quieras, sea lo que sea, te doy las gracias, porque te amo y confío en Ti, porque Tú eres mi Rey y mi Dios.
Y Dios podría decirte:
Conozco tu miseria y tus pecados, pero te quiero tal como eres. Y, por eso, vengo a pedirte que correspondas a mi amor. Quiero que tú me ames tal como eres en este instante. No necesitas cambiar para amarme. Si para amarme quieres esperar a ser perfecto(a), no me amarás jamás. ¿No podría yo hacer de cada grano de arena un serafín radiante de pureza y de amor? ¿No podría yo con una señal de mi voluntad hacer surgir de la nada miríadas de santos mil veces más perfectos que tú?
Hijo(a) mío(a), quiero tu corazón. Estoy a la puerta de tu corazón y espero. Yo, el Rey de los Reyes, espero tu respuesta. Apresúrate a abrirme la puerta. No lastimes mi corazón con tu indiferencia o tu falta de confianza. Yo quiero hacerte un serafín de pureza y amor. Yo quiero que seas santo(a). Pero recuerda que debes amarme ahora tal como eres. Sígueme tal como eres. Yo te espero; pero, si me rechazas, respetaré tu decisión y me iré en busca de otras almas que me amen y confíen en Mí. Hijo(a) mío(a), no te preocupes del cuidado de tus cosas. No te angusties por el día de mañana. No tengas miedo por el qué dirán. Confía en Mí. Abandónate en mis brazos. Deja en mis manos tu futuro. Y dime frecuentemente: "Padre, yo confío en Ti". Lo que más me hace sufrir es que dudes de Mí. Si crees que las cosas empeoran, a pesar de haber confiado en Mí, no temas, sigue confiando. A veces, yo me oculto o te cierro los ojos para que no me veas, pero yo estoy siempre a tu lado y cuido de ti. No te preocupes de nada, echa en Mí todas las angustias y preocupaciones, y duerme tranquilo(a). Dime siempre: "Padre, yo confío en Ti", y verás grandes milagros. Te lo prometo por mi amor.
Dios no ha prometido
cielos siempre azules
y senderos llenos de flores
a lo largo de toda nuestra vida.
Dios no ha prometido
sol sin lluvia,
alegría sin pena,
paz sin penuria.
Pero Dios ha prometido
fortaleza para el día,
luz en el camino,
la gracia en las pruebas
y su amor imperecedero.
Confía en Él y no temas.
No tengas miedo:
Y Jesús le dice a cada pecador:
No tengas miedo, alma pecadora, de tu Salvador. Yo soy el primero en acercarme a ti, porque sé que por ti misma no eres capaz de ascender hacia Mí. No huyas, hijo(a), de tu Padre. Ven personalmente a hablar a solas con tu Dios de la misericordia, que quiere decirte palabras de perdón y colmarte de sus gracias. ¡Oh, cuánto te amo! Te he asentado en mis brazos… Yo te daré fuerzas para luchar. ¿Por qué tienes miedo, hijo(a) mío(a), del Dios de la misericordia? Mi santidad no me impide ser misericordioso contigo.
Mi misericordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero. Por ti bajé del cielo a la tierra, por ti dejé clavarme en una cruz, por ti permití que mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza y abrí la fuente de la misericordia para ti. Ven y toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré a un corazón arrepentido.
Ven a menudo a esta fuente de la misericordia y con el recipiente de la confianza recoge cualquier cosa que necesites.
¡Que hermoso es repetir constantemente para fortalecer nuestra fe: Jesús, yo confío en Ti! Si Jesús está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Ni aunque viniera todo el infierno unido, no podría hacernos nada, porque Jesús está con nosotros y nos defenderá de todo mal.
Si confiamos en Jesús, también debemos ser obedientes, cumplir fielmente nuestras obligaciones y hacer felices a los hermanos que nos rodean. A este respecto, dice una santa monja:
Una vez, vine a mi celda tan cansada que, antes de comenzar a desvestirme, tuve que descansar un momento y, cuando estaba desvestida, una de las hermanas me pidió que le trajera un vaso de agua caliente. A pesar del cansancio, me vestí rápidamente y le traje el agua que deseaba, aunque de la cocina a la celda había un buen trecho de camino y el barro llegaba a los tobillos. Al entrar en mi celda oí esta voz: "Con el mismo amor con que te acercas a Mí, acércate a cada una de las hermanas y todo lo que haces a ellas me lo haces a Mí".
Hija mía, yo, Jesús estoy contigo. No tengas miedo de nada, estás en mi Corazón. No tengas miedo, no te dejaré sola. No tengas miedo, yo siempre estoy contigo. Por eso, en el Evangelio, nos dice, como a Jairo: "No tengas miedo, solamente confía" (Mc 5:36).
Toma mi corazón
Toma mi corazón, Jesús del alma mía,
tan pobre como es, es todo para Ti
.
Con él te quiero dar, por manos de María,
todo lo que ahora soy y todo lo que fui.
En tu misericordia arrojo mi pasado,
dejo a tu providencia mi porvenir, Señor.
El momento presente sólo me he reservado
para emplearlo siempre en probarte mi amor.
Toma mi corazón, es tuyo, todo tuyo.
Me abandono en tus manos para siempre.
Amén.
* * * * * *
En las horas más tristes de mi vida,
cuando todos me dejen, Jesús mío,
y el alma esté por penas combatida,
que pueda repetir hasta la muerte:
¡Sagrado Corazón, en Vos confío,
porque creo en tu amor para conmigo!
Dios mío, me pongo en tus manos
con lo poco que soy,
contento de ser como soy.
Si alguna vez sentí tristeza
y vergüenza de ser así,
te pido perdón por haberme
avergonzado de la obra de tus manos.
Te doy gracias por haberme
hecho como soy.
Y acepto con gratitud mi cuerpo con
todos sus detalles,
este temperamento, esta inteligencia
y todo lo que soy como persona.
Gracias, Señor, por haberme
hecho así. Amen
* * * * * *
Padre mío, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que Tú quieras,
sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal de que tu voluntad
se cumpla en mí
y en todas tus criaturas;
no deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma, te la doy
con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme.
Me pongo en tus manos sin medida,
con una inmensa confianza,
porque Tú eres mi Padre.
Amen
Autor:
Jorge Edgardo Oportus Romero