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Apostillas a la historia del Gran Hotel Viena


Partes: 1, 2

     

    1. El pasado que condena
    2. Máximo Palhke
    3. Martin Krüegger o Carl Martin Krüegger
    4. Ante Elez
    5. Koloman Kolomi Geraldini
    6. Palabras finales

    El secreto, la historia y los pactos de silencio

    En los últimos años «el secreto» se convertido en objeto de estudio para los historiadores y no es de extrañar que, siguiendo sus cauces, la Historia como disciplina (u oficio) haya incursionado en temáticas poco frecuentes para aquellos que siguen asociándola con lo puramente político. Es así que hoy podemos toparnos con trabajos que van más allá de las fechas y héroes tradicionales de las efemérides para encontrar investigaciones que ahondan en el significado de la masturbación, del miedo, de las prácticas sexuales y otros temas de los cuales la gente no habla abiertamente (menos que menos cuando nos sumergimos en el pasado de siglos impregnados de moral burguesa y católica).

    Es sorprendente la cantidad de cosas de las que las que no hablamos.

    Ya sea por temor, vergüenza o conveniencia, existen ciertos tópicos sobre los cuales se tienden mantos de silencio y olvido premeditado. Los países mismos suelen editar su pasado de acuerdo a ciertas conveniencias ideológicas y políticas. Hasta no hace más de treinta años, en el nuestro, los estudiantes de secundaría desconocían que hubiera existido un Arturo Illia o —incluso— un Juan Domingo Perón. Todos los programas se detenían en los inicios del siglo XX y lo único que perduraba dando vueltas en aquellas juveniles «conciencias» era un cúmulo (muy ordenado por cierto) de fechas, batallas y nombres, tratados y artículos de tratados, que —a la postre— terminaban siendo olvidados veinticuatro horas después de un examen.

    Las dictaduras que coparon sucesivamente la Casa Rosada se encargaban de «purificar y objetivizar» el pasado de los argentinos. Sólo importaban los «hechos», y cuanto más guerreros y heroicos, mejor. Los uniformados eran eso: héroes de bronce. Impolutos, desinteresados, patriotas al extremo, en una país donde los problemas sociales no existían.

    Guardaban secretos. Secretos que humanizaban a esos protagonistas hasta convertirlos en políticos muchas veces corruptos, en detractores declarados de la Constitución, protectores de determinados intereses de clase o torturadores convencidos de actuar por la gracia de Dios y los altos valores de la civilización occidental y cristiana.

    No decían todo. Se guardaban lo más importante.

    Censuraban el pasado como censuraban a la gente. Eran bien concientes de que, como decía George Orwell en su novela 1984, «Quien controla el pasado, controla el presente». Y fueron consecuentes con esos valores que defendían. Así surgieron historias de titanes y no de hombres. Historias oficiales.

    A nivel regional pasó lo mismo. En esos casos, cada pueblo o localidad del interior alimentó la figura de los «pioneros», quienes, como «demiurgos desinteresados», proyectaron sus acciones siempre en pos del progreso y la prosperidad, el orden y bien común (con la venia siempre de Dios, claro). Estos «fundadores» se convirtieron en modelo de hombres. Arquetipos, en un mundo que exaltaba al individuo que se hacía a sí mismo. Luchadores, emprendedores, afectos al trabajo y por completo probos. En pocas palabras, «personajes míticos» que prestigian los orígenes, convirtiéndolo en una verdadera «Edad de Oro».

    Es casi un esquema mítico y, como todo mito, sagrado[1]¡Que nadie ose desacreditar a los dioses!, a menos que quiera ser caratulado de hereje y perseguido como tal. Porque eso es lo que sucede cuando la «oficialidad pueblerina» (narrada, contada y expresada en clave positivista) es puesta en duda o mostrada desde una perspectiva más amplia. La «historia oficial» —tan propia de la alta burguesía pionera— siempre nos brinda una mirada unidimensional de los procesos históricos, de ahí la resistencia que muchas veces encontramos al buscar de nuevo en el pasado de la comunidad. Obstinación que se exacerba especialmente cuando esa comunidad es pequeña. Hasta podría decirse que se establece una especie de regla matemática: «cuanto más chico es el pueblo, más secretos se evitan de expresar a viva voz».

    "¿De qué proviene que en la vida la rebelión tenga

    algo de falso, mientras que la resignación da siempre

    la impresión de lo verdadero?."

    Cioran, Adiós a la Filosofía,

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