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La educación por venir

Partes: 1, 2

    1. La fuga del presente
    2. La autoridad del proyecto
    3. El tiempo del proyecto
    4. La sustitución de lo sagrado
    5. La educación que viene

    La fuga del presente

    Preguntarnos por el futuro de la educación, por la educación "en el siglo XXI" es una de esas ocupaciones que, confesémoslo, casi nunca retribuye la inversión. Podría escribirse —quizá alguien en este mismo momento esté haciéndolo— una historia o un compendio de las brillantes predicciones que han terminado engrosando el ya inmenso archivo integrado por las tonterías y los disparates disfrazados de profecía científica.

    Tendremos que partir de una constatación preliminar, así parezca amarga: el futuro no existe sólo existe en la imaginación de esos primates que si algo distingue del resto de la naturaleza es precisamente que no se resignan a no tenerlo. Pero, junto a esta evidencia, hay que hacernos cargo de otra cosa, más amarga si cabe: en el fondo, toda cultura es una negación del presente en nombre de eso que —todavía, dirá el soñador junto con el "hombre de acción"— no existe.

    Suprimir, comprimir o reprimir lo inmediato, guardarlo para después, ponerlo a trabajar para que siga habiendo tiempo: eso es la cultura, eso es el espíritu. Perder lo ganado, ganar lo perdido.

    Ahora bien: si preguntamos por el futuro es también porque el presente nos resulta inhabitable, porque no sabemos qué hacer con él, porque el presente es excesivo, porque no podemos pensarlo, porque, en rigor, ya lo veremos, ni siquiera "es".

    Sin duda, es más fácil (y, al cabo, menos comprometedor) decir cómo serán las cosas que decir cómo son y cómo podrían ser ahora mismo y de qué manera están dejando de ser lo que son.

    No sabemos, ni podemos, pensar el presente. Pero debe agregarse enseguida que se han ensayado diversas estrategias para no quedarnos sin hacer algo útil al respecto. Una de ellas parte de la idea de que el presente sólo se explica por el pasado. Todo lo que es tiene una razón, es decir: una causa. Los problemas se heredan, las cosas son siempre el resultado y el efecto de cosas o estados de cosas antecedentes. Pensar el presente equivale a saber cómo ha llegado a ser lo que (ahora) es. El presente no es más que lo que resta del pasado.

    A la inversa, hay otra estrategia que parte del futuro: el presente se explica por el punto al que tiende, por lo que (necesariamente) será, por el horizonte al que apunta. Los fines ordenan, desde su inexistencia, lo que (ahora) hay. El presente existe en virtud del Proyecto, las cosas deben ser sometidas al Plan, con independencia de que éste sea divino o sea humano.

    Es decir: o bien somos lo que la historia ha hecho de (con) nosotros, o bien somos lo que nosotros nos proponemos llegar a ser: así se presenta, en sus términos más generales, la alternativa. Pero, en uno y otro caso, eso que (ahora) somos sigue sin ser —propiamente— pensado. Del futuro hay imágenes (escenarios, dicen los entendidos) y del pasado hay restos, ruinas, huellas, inercias. El pasado pesa, como dicen. Pero si pesa es porque las fuerzas que lo llevaron al presente ya no operan ahora, o no operan del mismo modo y con la misma inten-sidad. Esa fuerza ha pasado. El presente es lo único que (efectivamente) hay, pero ¿podemos saberlo, podemos (efectivamente) hacer algo con él? ¿Podemos discernir las fuerzas que lo constituyen y a la vez lo disuelven?

    El presente, el instante, es (lo) impensable. O, para decirlo en un tono menos dramático, lo único que puede hacerse es pensar la fuga del presente, la pérdida del tiempo.

    Pensar es esa pérdida. 

    La autoridad del proyecto

    Nos reunimos en este presente, comparecemos en este espacio para atender y considerar, básicamente, una pregunta: ¿Cómo podrá ser la educación? ¿Cómo serán las instituciones educativas del futuro? ¿Cómo podrán tener futuro los dispositivos educacionales? El poder ser, en este caso, se confunde irremediablemente con el deber ser: el presente se juega y se deja discernir por lo que no es, se mide con la vara de lo que tendría que llegar a ser o evitar por todos los medios ser.

    Por supuesto, esta pregunta es interesante, pero acaso lo verdaderamente inquietante es preguntar, previo a toda profecía y a todo pronóstico, antes aun de mezclar el deber con el poder ser, de qué manera nos imaginamos el poder saberlo. ¿Cómo sabríamos, ahora, lo que será dentro de cinco, diez, cincuenta, cien años? ¿Cómo podemos creernos capaces de saberlo? ¿Es posible ver lo que no es? ¿Sabemos lo que existe ahora? ¿Cómo se enlazan nuestras expectativas de futuro con lo que imaginamos que ahora es un "hecho"?

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