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Sacramentum caritatis. Benedicto XVI


Partes: 1, 2

    1. Eucaristía, misterio que se ha de creer
    2. Eucaristía, misterio que se ha de vivir

    En este admirable Sacramento se manifiesta el amor « más grande », aquel que impulsa a « dar la vida por los propios amigos »[1]. En efecto, Jesús « los amó hasta el extremo »[2].

    Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo»

    En este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Jesucristo es la Verdad en Persona, que atrae el mundo hacia sí.

    En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amorCristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios.

    En cada etapa de la historia de la Iglesia, la celebración eucarística, como fuente y culmen de su vida y misión, resplandece en el rito litúrgico con toda su riqueza multiforme.

    En concreto, se trata de leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas.

    El Año Jubilar se ha caracterizado indudablemente por un fuerte sentido eucarístico. No se puede olvidar que el Sínodo de los Obispos ha estado precedido, y en cierto sentido también preparado, por el Año de la Eucaristía, establecido con gran amplitud de miras por Juan Pablo II para toda la Iglesia.

    las diócesis y las diversas entidades eclesiales han emprendido numerosas iniciativas para despertar y acrecentar en los creyentes la fe eucarística, para mejorar la dignidad de las celebraciones y promover la adoración eucarística, así como para animar una solidaridad efectiva que, partiendo de la Eucaristía, llegara a los pobres.

    Se propone retomar la riqueza multiforme de reflexiones y propuestas surgidas en la reciente Asamblea General del Sínodo de los Obispos, con la intención de explicitar algunas líneas fundamentales de acción orientadas a suscitar en la Iglesia nuevo impulso y fervor por la Eucaristía.

    « El Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el ágape se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el ágape de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros ».

    Eucaristía, misterio que se ha de creer

    la Eucaristía es « misterio de la fe » por excelencia: « es el compendio y la suma de nuestra fe ». La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. La fe y los sacramentos son dos aspectos complementarios de la vida eclesial. La fe que suscita el anuncio de la Palabra de Dios se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos. Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial.

    En la Eucaristía, Jesús no da « algo », sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino.

    Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. « Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo »[3]. Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres.

    Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios[4]Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo que se nos da sin medida[5]donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina.

    La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El « misterio de la fe » es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar.

    San Agustín: « Ves la Trinidad si ves el amor ».

    Desde lo alto de la cruz, donde atrae todo hacia sí (cf. Jn 12,32), antes de « entregar el espíritu » dice: « Todo está cumplido » (Jn 19,30). En el misterio de su obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz (cf. Flp 2,8), se ha cumplido la nueva y eterna alianza. La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada, en su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo; nueva y eterna alianza.

    Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, contexto de una cena ritual con la que se conmemoraba el acontecimiento fundamental del pueblo de Israel: la liberación de la esclavitud de Egipto.

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