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La identidad de género y los niños

Enviado por Armando Iván OJEDA


    Creo que este concepto tan en boga y reivindicado como un derecho, constituye una problemática que afecta a la especie humana. Hay que tener en cuenta que los seres humanos tienen la particularidad, a diferencia de otras especies, de destruirse más frecuentemente a sí mismos, y tal vez por ello sea importante cuidarnos.

    Probablemente este fenómeno se deba al desarrollo del mundo cultural en tanto dimensión metafísica con implicancias no sólo sobre la actividad humana, sino también sobre el Conocimiento, sus productos, la visión y relación del Hombre con la Naturaleza.

    Antiguamente, éste estaba sujeto a la Naturaleza, pero progresivamente comenzó a conocerla y transformarla. Sucedió posiblemente a partir de repensar su propia experiencia, la Tecnología y el Conocimiento, al punto que también las ideas sobre sí mismo, la sociedad, sus productos y la Naturaleza sufrieron profundas modificaciones.

    Con esto último expresamos que la acción metafísica del hombre, esto es, la acción que surge de las ideas, de la cultura, de su pensamiento –algo cualitativo- incide, modifica y transforma la materia y sus productos –lo cuantitativo.

    El problema que vemos con la identidad de género, es la disolución del género. De todos los géneros. Del género masculino y femenino. Del género humano.

    Si hablamos de los géneros femenino y masculino como género humano, nos estamos elevando desde un concepto biológico hacia un concepto abstracto, cultural, que engloba a ambos. Tiene que ver con un supuesto conocimiento de la Naturaleza y un re-conocimiento de los derechos que creemos que le competen en relación a sí misma: esto es, aparecer sobre la tierra, desarrollarse, perfeccionarse, reproducirse y continuar la existencia. Y no existe nada ni nadie –excepto lo fortuito- que tenga por qué impedirlo. Es decir: nadie puede impedir que el Otro aparezca, viva, sea, se desarrolle, sea feliz, etc.

    Este concepto está sintetizado en la abstracción de género humano. No existe el género humano; existe en tanto existe concretamente el género biológico femenino y masculino. Aquél es un concepto metafísico en tanto se refiera a una realidad concreta.

    El concepto de género femenino y masculino está vinculado por un lado por lo biológico y por el otro a lo cultural. Se entrecruzan en la persona como dos naturalezas: una biológica y otra metafísica. Del mismo modo que lo metafísico hace referencia a una realidad no física, cultural, ello no implicaría que no haya referencias metafísicas más profundas sobre la problemática antropológica a nivel ontológico, en cuanto a investigación filosófica se refiere.

    Lo ontológico, hay que tenerlo en cuenta porque es un problema que también se le plantea al hombre atravesando ambas naturalezas, con claras diferencias entre ellas.

    En lo biológico, porque es el resultado de una evolución de millones de años a través de procesos donde los cambios son casi imperceptiblemente infinitesimales, y los cambios cualitativos no son más que el resultado de infinitos cambios cuantitativos. O sea que las ciencias, para comprenderlos, tiene que realizar cortes arbitrarios. (El salto de los antropoides a los homínidos, y dentro de éstos al género Australopitecus -Afarensis, boisei, africanus, robustus- y su probable línea filogenética: el género homo –hábilis, erectus, sapiens, etc.)

    En lo cultural, en cambio, los cambios cualitativos y cuantitativos son cada vez más rápidos, y varias veces en una misma generación y entre una generación y otra.

    La cultura, a través del Conocimiento y dentro de éste la Ciencia, incide y llega a modificar lo biológico. Pero así como hay un quantum biológico, también hay un quantum cultural. Y si uno incide sobre el otro, lo hace con sus propios tiempos, que son abismales entre sí, casi inconmensurables, dados los tiempos de la naturaleza y de la cultura.

    Por otra parte, los cánones o frecuencias percibidas como comportamientos más o menos estables de uno y otro respecto a la vigencia o hegemonía de un patrón, orden o sentido, etc., son también diferentes.

    La persistencia biológica en relación a un patrón en el tiempo, es más estable que en lo cultural y, sobre ese tiempo, sobre la conjetura, sobre el conocimiento que se sostenga históricamente, o sobre lo que ontológicamente se suponga en las investigaciones, se asienta el concepto de verdad, en cuanto lo que se supone de lo que algo es independientemente de lo que se dice que es. Esto significaría que ontológicamente observamos más verdad en lo biológico que en lo cultural, dado que por experiencia histórica, el temor, la ignorancia, el deseo de poder, las ideologías, la lucha por liberarse de las dominaciones, han deformado la visión de la Naturaleza tal como se nos presenta, es decir, en un sentido ontológico al menos, por lo cual lo cultural, por su propia característica, es menos fiable –porque está atravesado de ideología– que lo biológico.

    Sin embargo, es lo cultural lo que también ha permitido la desmitificación ideológica de lo biológico y la consecuente libertad. El prejuicio y el miedo al Otro -en el fondo con el fin de dominarlo- han sido deslegitimizados, develando que tanto el hombre como la mujer tienen los mismos derechos y obligaciones.

    Sin embargo, como sostuvimos anteriormente, es más frágil lo que se considera verdadero y legítimo en la cultura que lo que se considera verdadero en lo biológico, siempre desde una visión de cada hombre, de cada sociedad, de cada cosmovisión sobre estas naturalezas, pero la mayor parte de las veces –ocurre también en la ciencia– se trata de un mundo visto desde el exterior, del afuera, y no desde las cosas mismas, o sea desde lo ontológico.

    El hombre puede considerar que los animales -por ejemplo- no tienen por qué existir, pero ésa es la visión del hombre; los animales ontológicamente tienen derecho a existir por el solo hecho de estar, de ser, de haber aparecido; independientemente de lo que el hombre considere al respecto. En otras palabras: la naturaleza tiene un derecho independiente del hombre, y muy posiblemente en un futuro los productos del hombre, si a naturaleza artificial nos estamos refiriendo.

    El argumento precedente entonces, nos muestra claramente el lugar de nuestros derechos y hasta dónde puede llegar nuestra acción. Las consecuencias en contrario también se pueden observar en lo que se denomina el derecho positivo, en la ética y en la política (no todas las leyes son justas, ni siquiera se considera que una ley tiene que serlo, mucho menos sostenida en la moral o en la ética en cuanto acción que involucra al otro separada de la moral en cuanto involucra a mis acciones personales, o separada absurdamente de la política en cuanto "ocuparse de las cosas de la ciudad", para dar algunos ejemplos.

    Estos parecen conceptos superados, pero en realidad constituyeron los basamentos sobre los cuales el hombre comenzó a construir una vida social cada vez más compleja, más organizada y de mejor calidad, y toda vez que aquellos conceptos interpelaron las crisis, produjeron transformaciones.

    Hoy se habla de identidad de género. Yo me pregunto: ¿A qué nos estamos refiriendo? Porque hay que ver lo que dice la Ley, lo que dicen las costumbres, lo que dicen la culturas, lo que se sostiene en cuanto conocimiento biológico, cultural, o en cuanto ideología.

    Dado que desde la Biología, la Moral, la Ética y la Ley, hoy es casi universalmente aceptado que el género humano tiene los mismos derechos y obligaciones, y también sostenido en principio por el Conocimiento y lo ontológico, ello parecería claro y en ese sentido habría identidad de género reconociendo al ser humano como tal y también, no obstante superados –al menos teóricamente o en intencionalidad o en plena lucha de reivindicación o conquista– la dicotomía sobre el reconocimiento de igual "ser" y "estar" para ambos sexos.

    No obstante, han resurgido desde los obscuros orígenes del género, problemas ocultos por la cultura y posiblemente existentes desde lejanos tiempos en la evolución biológica y cultural, tales como son los problemas acerca del cuerpo y su relación con él.

    Hoy, la Psicología nos habla de otro elemento constituyente del ser humano asentado sobre bases biológicas: el deseo. Concebido como una energía pulsional en estado puro, es absolutamente libre por naturaleza y paradójicamente, en el hombre, es la misma libertad la que lo reprime, regula o libera a ese deseo, entendiendo por libertad aquélla respecto del instinto y de la determinación, el horizonte que nos vuelve infinitamente creativos pero absolutamente desprotegidos, dependiendo de nuestra propia elección y responsabilidad. Pero elección y responsabilidad íntimamente vinculadas a la supervivencia de la especie, sino ¿de qué otro modo sería posible la convivencia, organización social y cultura?

    Si hay identidad del género humano, ¿no es necesario también tener en claro la identidad del cuerpo, de lo femenino y de lo masculino? Y si no hay claridad sobre esta identidad biológica, ¿es posible construir o elegir otra identidad?

    En la educación de nuestros niños y jóvenes, en nuestro país hoy se parte de la base de la identidad del género humano como base también del respeto a la identidad, en el sentido de la libertad de elección del género femenino o masculino en tanto términos culturales, psicológicos, o de transformaciones biológicas; pero no se parte de la necesidad básica previa del conocimiento de qué es lo femenino y qué lo masculino a nivel biológico necesario en primer lugar en el desarrollo biopsicosocial del ser humano en sus primeros años de vida y juventud, donde la configuración del sujeto a partir de la interpelación con el sujeto social que tiende a formar su conciencia y carácter, tiene una preeminencia fundamental en su desarrollo. Porque tal como sabemos que conviene a la educación en libertad de los mismos como derecho ontológico fundamental, y conociendo el papel del sujeto social que construye la cultura sobre la persona, no corresponde a una correcta educación la propuesta de la elección de género a nivel cultural cuando el niño recién está aprendiendo la libre elección, sin perjuicio de hacerle conocer de la construcción de género o géneros que ha hecho la cultura.

    Ello no sería ético, sería ideologizarlo, entendiendo por esto la imposición de una visión hegemónica de los adultos sobre ellos mismos, sus próximos y el mundo, resultando un enmascaramiento de la realidad. El niño y el joven deben conocer claramente qué es un hombre y qué una mujer a nivel biológico, y no sumirlos en una identidad para nada clara, sino absolutamente confusa y difuminada de qué significa ser varón o mujer. Esto es muy decisivo, dado que conociendo ambos géneros biológicos, se adentrará en el conocimiento de lo cultural, y en su relación consigo mismo y los otros, podrá tal vez encontrarse con su ser ontológico, y elegirlo con plena capacidad sobre su persona.

    La cultura contemporánea ha sumido al joven en un proceso cultural llamado adolescencia donde la búsqueda de la identidad como persona es parte de un proceso psicológico complejo del cual el Sujeto Social construido por la Cultura es en gran parte responsable.

    La identidad no se consigue fácilmente, y muchos no logran alcanzarla nunca, sumiéndose en problemas existenciales tan profundos que atentan contra la vida misma.

    Ahora, nos encontramos que grupos culturales instituyentes al respecto, buscan conducir a los niños también en el mismo sentido, pero hay que repensar muy bien esas acciones en nombre de la libertad y dignidad, porque la adolescencia –como muchos comportamientos sociales- no es un fenómeno que simplemente aparece en la mayor parte de las sociedades contemporáneas, sino que es la consecuencia de causas propias bien definidas del desarrollo sociotecnológico, y similar tendencia tienen algunas ideas que tienden a profundizar una conciencia difuminada en nuestros jóvenes y llegar también hasta los niños, con el peligro de dejarlos desprotegidos en la sociedad buscando solos su identidad y, –lo que es más grave- abandonados a la incomunicación y a una antinatural soledad.

     

     

    Autor:

    Armando Iván Ojeda