Diálogo: Sobre la dignidad humana
Enviado por Simón Royo Hernández
El viernes pasado fui a la librería de la Universidad y me encontré a mi buen amigo Verganza, pensativo, mirando los estantes como si estuviese paralizado. Le pregunté qué le pasaba y me contestó que había tenido el día anterior una interesante conversación con Escipión, un colega de nuestra misma clase, muy estudioso, pero cuyo carácter retraído y distante me había impedido hablar nunca con él. Deseando saber de qué habían hablado y todo lo que se habían dicho le pedí a Verganza que escribiese el evento sin omitir detalle antes de olvidarlo y luego me prestase el escrito. Accediendo a mis deseos, mi amigo reprodujo el debate que había tenido como si de una obra teatral se tratase y cuando me envió el escrito me ha parecido oportuno ofrecerlo a la luz pública. ¡Tanto me ha gustado el escrito!
Supongo que a muchos les parecerá un texto flojo y vulgar, un superficial remedo platónico o una historia de hijos secos, antojadizos y avellanados, de esas nunca contadas por otro alguno, bien como las de los que se forjan en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y todo triste ruido hace su habitación. Pero lo semejante tiende a lo semejante y así, que podría valorar este mal cultivado ingenio mío, sino lo que me ha trasmitido Verganza, que es mi amigo cordial.
Sea entonces lanzado al ciberespacio el escrito que me hizo llegar al que se lo hubiese llevado el viento si no le pido que lo ponga en letra impresa.
Verganza: Estaba en la cafetería de la Universidad, como de costumbre, tomando un café y meditando sobre la última clase recibida cuando llegó mi amigo Escipión, a la hora de siempre, puntualísimo, con sus libros debajo del brazo. Le animé a unirse a mi meditativo desayuno y tras dejar los libros en la mesa fue a acercarse a la barra, para más tarde volver con un café y un enorme bizcocho chocolateado. Mientras tanto me picó la curiosidad en una oreja e hizo que me fijase, de soslayo, en los lomos de los libros que había sobre la mesa; de forma que pude leer sus títulos y enterarme de las lecturas de mi amigo y colega de estudios. De arriba abajo podían verse tres títulos y de sus hojas surtían innumerables marca páginas, éstos eran: Sobre la Dignidad del Hombre, de Picco de la Mirandola, Normas para el parque humano de Peter Sloterdijk y La República de Platón. Al sentarse a mi lado le pregunté cordialmente cuáles eran sus últimas lecturas y en qué estaba pensando en estos días. Su respuesta fue la que consignaré a continuación, así como el agitado y vehemente coloquio que mantuvimos en esa ocasión. Le pido disculpas desde aquí por hacerlo público porque seguramente ninguno de los dos nos hubiésemos expresado como aquí registro de no haber sido una conversación privada celebrada ante unas tazas de café. Omitiré los prolegómenos del encuentro y las interrupciones para degustar la bebida, empezando fielmente por lo que me respondió el buen Escipión a mi pregunta sobre sus lecturas y pensamientos.
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