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Misterium y otros relatos increíbles


Partes: 1, 2, 3, 4

    1. La nube
    2. El bosque

    Capítulo I

    La fila era interminable, daba la vuelta a la gran manzana para obtener alguna localidad en el estreno de la película MISTERIUM. No en balde había sido anunciada insistentemente por todos los medios de comunicación a lo largo del mes de septiembre.

    Se trataba de la última película de terror del famoso productor y director Roland Camús, basada en un libro del no menos famoso escritor de este género, William Bronson.

    Había sido calificada como una de las mejores películas de terror de este año. Se decía que era tan fuerte, que se recomendaba no verla a las personas que tuviesen alguna dolencia cardiaca o fueran extremadamente impresionables.

    Los amantes de este tipo de películas, que eran muchos, habían hecho cola toda la noche para adquirir una entrada, incluso se habían producido más de una pelea por lograr un sitio en la fila.

    El Lincoln Plaza Cinema de New York, situado en la confluencia de 1886 Broadway con la calle 62, tenía un aforo de 600 personas y disponía de varias salas de proyección, A pesar de ello muchos se quedarían sin ver el estreno de la película.

    A las siete treinta horas, como estaba previsto, las primeras personas comenzaron a pasar. Tras enseñar sus entradas, fueron dirigidas hacia sus correspondientes asientos por las acomodadoras.

    En poco tiempo se agotaron las entradas a la venta y sólo quedaron fuera aquellos que con una profunda decepción, no habían podido comprar su entrada para el estreno, por lo que deberían esperar a otro día para adquirirlas.

    Los dos porteros que se encontraban a la entrada, recogiendo las localidades, cerraron las puertas de acceso para que ya no pasara nadie más.

    Nancy y John localizaron sus butacas y tras quitarse las ropas de abrigo que llevaban debido a la temperatura que reinaba en la sala, muy superior a la que ese día hacía en la calle, se acomodaron en ellas.

    Un fuerte murmullo se escuchaba, como siempre, antes de que se apagasen las luces del cine, posiblemente, comentando la película que se iba a proyectar, o sobre los actores que formaban el reparto, y que como era habitual en el director Roland Camús, no eran nada conocidos.

    Se decía que este director tuvo unos orígenes muy humildes, y que tuvo que luchar mucho para llegar hasta donde había llegado; por esa razón le gustaba utilizar en sus películas a nuevas promesas, a quienes daba siempre una primera oportunidad. Tampoco solía contratar en sus filmes, a los actores que habían trabajado para él en películas anteriores.

    – Vaya expectación papá, y todavía no ha empezado; -me escondo tras de ti, ¿eh? – Comentó con una amplia sonrisa, Nancy. – No, nada de eso; has dicho que querías que te trajera a verla, me has estado machacando toda la semana y ahora ¿te va a aterrorizar? – ¡Enfréntate a tus propios miedos y yo a los míos! – Además no es más que una película de miedo, pero es sólo eso, una película, y tú has visto ya muchas como ésta. – Apostilló John elevando la voz más de lo normal.

    – Es una broma, papá. A mí, las películas de miedo me apasionan y si viene alguna escena de mucho miedo, me tapo los ojos y la veo por una rendija. – Se sonrió la muchacha. ¿A ver si el miedoso vas a ser tú? – Soltaron ambos una sonora carcajada.

    John era un hombre de unos cuarenta y cinco años, de complexión atlética y bien parecido. Hacía cinco años que se había separado y se había hecho cargo de la educación de su hija Nancy, a la que dedicaba todo su tiempo y todos sus mimos.

    Nancy era una muchacha de diecisiete años, bastante atractiva, morena y con ojos verdes. También era muy inteligente. La muchacha adoraba a su padre, que había dado todo por ella después del trauma que supuso para Nancy la separación de sus padres.

    Había quien decía que John la mimaba demasiado, pero él decía que las atenciones que le dedicaba a su hija nunca serían suficientes. Una de las aficiones de Nancy era el cine y sobre todo el cine de terror o de ciencia-ficción; y a él acudían siempre que les era posible.

    Comenzaron a sonar los timbres que anunciaban el comienzo de la película; sonaron tres veces, con un intervalo de un minuto aproximadamente, unos de otros. Al sonar el tercero, se apagaron las luces de la sala. No todas de golpe, sino poco a poco, por sectores.

    Por fin, la sala se quedó totalmente a oscuras. A continuación se iluminó la pantalla, pero no fue la película lo que se proyectó inicialmente, sino uno cuantos anuncios publicitarios sobre otras tantas películas que se estrenarían en ese cine en un futuro próximo. Al cabo de unos diez minutos la pantalla se volvió a apagar y la sala se quedó absolutamente a oscuras y en silencio.

    De pronto un cartel que se proyectaba de abajo hacia arriba de la pantalla, advertía del peligro que podían correr las personas con dolencias cardiacas o muy impresionables, aconsejándoles que debían abandonar la sala en ese momento. Nadie se movió.

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