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Misterium y otros relatos increíbles (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4

A las once de la mañana del día veinte de Agosto de 2011, las dos delegaciones entraron en la sala y fueron tomando asiento una frente a la otra, quedando frente a frente los dos Jefes del Estado Mayor de sus respectivos países. Ante cada uno de los miembros de las dos delegaciones había sendos portafolios con varios bolígrafos y una pluma estilográfica además de tres botellas que contenían agua mineral, zumo de naranja y zumo de limón, así como varias copas para cada miembro.

Entre los doce miembros de cada delegación había nueve hombres y tres mujeres por el lado español y ocho hombres y cuatro mujeres por el lado francés, todos ellos militares.

Todos se saludaron entre sí y el Jefe de la delegación española comenzó a hablar en un perfecto francés. Algunos militares españoles se pusieron los cascos para escuchar la traducción simultánea.

– Señor, dijo como saludo castrense al dirigirse al Capitán General francés. A estas alturas los dos países somos conscientes del peligro que nos amenaza, no sólo a nosotros sino al Mundo entero. Esto no ha hecho más que comenzar y muchos habitantes de varias localidades de nuestro país han desaparecido sin dejar huella. Creo no equivocarme si presumo conocer que a vuestro país le está sucediendo lo mismo.

– Oui, contestó el general francés, varias ciudades costeras de nuestro país también han sufrido esa plaga y han quedado desiertas, sin que sepamos hasta el momento la causa.

– Efectivamente, nosotros tampoco lo sabemos y ese es el principal motivo de esta reunión, colaborar estrechamente para dar con el enigma y acabar con ello cuanto antes; la población está comenzando a alarmarse a pesar de que en nuestro país son todavía casos aislados.

– "Pardon monsieur, à notre pays se sont donné beaucoup de plus cas, inclusive en des villes de l'intérieur."

– Perdón señor, en nuestro país se han dado muchos más casos, inclusive en las ciudades del interior, tradujo el intérprete a través de los auriculares en un correcto castellano.

– ¿Qué saben ustedes de los distintos casos, mi general? _ Preguntó respetuosamente el coronel Aguilar.

– "Nous, le même que vous, savons très peu de; nous croyons que ce qui veuille qu'il soit, il laisse une trace de pollution là-bas par où il passe, en annulant tout vestige de vie, et en faisant disparaítre le même à des personnes, que à des animaux ou même plantes. Mais le plus bizarre est qu'il ne laisse pas ni trace d'elles."

– Nosotros, lo mismo que ustedes, sabemos muy poco; creemos que lo que quiera que sea, deja un rastro de contaminación allá por donde pasa, anulando todo vestigio de vida, y haciendo desaparecer lo mismo a personas, que a animales o incluso plantas. Pero lo más extraño es que no deja ni rastro de ellas. – Volvió a traducir el intérprete.

– Hemos analizado las marcas, así como las huellas y no son iguales en los distintos sitios, pero lo que sí tienen en común es que son elementos contaminantes: restos de alquitrán, olor a monóxido de carbono, diversas sustancias químicas como las que vierten algunas fábricas, restos de petróleo, etc. Es como si una gran máquina hubiera ido arrojando esas sustancias por el suelo. – Pero como digo son distintas según el lugar donde se ha producido el fenómeno. – Comentó el General de Brigada Álvaro Gutiérrez.

– "Et le nuage? ¿À vous il se leur est aussi apparus ce bizarre nuage? Un nuage qui apparaít lorsque il ne dût pas apparaítre, en étant le ciel totalement ras, autant par le matin, par le soir ou par la nuit. il n'a pas heure fixe."

– ¿Y la nube? – ¿A ustedes también se les ha aparecido esa extraña nube? Una nube que aparece cuando no debiera aparecer, estando el cielo totalmente raso, tanto por la mañana, por la tarde o por la noche. No tiene hora fija, – Tradujo el intérprete nuevamente.

– Oui, contestaron todos los españoles al unísono. Es, como usted dice, dijo el Capitán General, una nube que no debiera aparecer en los lugares donde aparece, o al menos en esos momentos. Cambia de color, inclusive algunas personas que la han logrado ver afirman haber visto actividad eléctrica en su interior.

– "¿Qu'est-ce que ont fait vous jusqu'au moment, Générales Cases? Je demande depuis le point de vue militaire. ¿Ils ont obtenu quelque résultat positif?"

La voz del traductor sonó de nuevo a través de los auriculares: ¿Qué han hecho ustedes hasta el momento, General Cabañas? – Pregunto desde el punto de vista militar. – ¿Han obtenido algún resultado positivo?

– Hemos desplegado nuestros aviones por todo nuestro espacio aéreo, sin grandes resultados pero por desgracia perdimos un F18, sin motivo aparente. Desapareció de la pantalla de nuestro radar sin dejar rastro y como sé que me va a preguntar por la última comunicación del piloto, le diré que sólo alcanzamos a escuchar estas palabras: – "Ahí está","Ahí está", después un ruido bronco que me costaría describir como cuando algo hierve, pero tampoco exactamente eso. Era un sonido muy curioso. Ninguno nadie lo ha sabido describir con exactitud.

– "¿Et ils ont cherché les restes de l'avion et du pilote? ¿je ne sais pas des restes du fuselaje, la caisse noire ou quelque chose qui leur puisse il indiquer où il est tombé?"

– ¿Y han buscado los restos del avión y del piloto? – ¿No sé restos del fuselaje, la caja negra o algo que les pueda indicar donde cayó? – Se oyó por los auriculares.

– No, contestó en este caso el capitán Ramírez. – Yo mandaba aquella misión compuesta por tres aviones de reconocimiento que se repartieron el espacio español, pero el teniente Carlos Mínguez no regresó.

– Su conversación con la base está totalmente grabada y en toda su trayectoria, a la pregunta de si divisaba algo, fue en todo momento: "negativo", excepto en esa frase final que le ha comentado mi general: "¡Ahí está!". Frase que pronunció con gran vehemencia.

El general francés se echó medio vaso de agua mineral en su copa y bebió un sorbo antes de proseguir.

– "J'ai aujourd'hui parlé avec le Ministre de l'Intérieur Anglais et avec son homologue Alemán. Ils ont la même situation que nous; apparemment cette plaie s'est en tendant par tout le Monde avec majeur ou moindre intensité, mais il se tend et à grande vitesse."

– Hoy he hablado con el Ministro del Interior Inglés y con su homólogo Alemán. Tienen la misma situación que nosotros; al parecer esta plaga se está extendiendo por todo el Mundo con mayor o menor intensidad, pero se extiende y a gran velocidad. – comentó.

– ¿Qué propone usted General Pretel? ¿Qué podemos hacer bilateralmente, y cómo podemos colaborar con los demás estados?

– "Je crois que nous devons proposer à nos gouvernements une réunion au maximal niveau, ONU, OTAN et mettre dessus de la table toutes les propositions. j'aussi propose qu'ils s'intensifient les recherches scientifiques pour déterminer la nature de ce phénomène et comme nous pouvons le combattre. La population commence à être déjà aterrorizada."

– Creo que debemos proponer a nuestros gobiernos una reunión al máximo nivel, ONU, OTAN y poner encima de la mesa todas las propuestas. También propongo que se intensifiquen las investigaciones científicas para determinar la naturaleza de este fenómeno y como podemos combatirlo. La población comienza a estar ya aterrorizada. – Aseveró el militar francés.

Después de la reunión de la mañana, ambas delegaciones se retiraron para comer quedando emplazadas para la reunión de la tarde.

A continuación subieron por dos ascensores interiores que comunicaban la sala de reunión con las habitaciones respectivas donde les sería servida la comida con el fin de no dejarse ver por las dependencias comunes del hotel Alfonso XIII.

– Hemos sacado poco o nada en limpio mi general, comentó el teniente coronel y asistente del Capitán General, Cabañas.

– Prácticamente nada, pero al menos sabemos que tenemos todos el mismo problema y eso hará que por una vez, todos los gobiernos colaboren, ya que todos están igualmente aterrorizados. No sabemos ninguno lo que se nos viene encima. – respondió el Capitán General.

– Parece ser que todos intuimos que es algo que tiene que ver con la contaminación y que esa nube parece ser una nube tóxica.

– Sí, pero no lo sabemos de cierto, coronel. No sabemos nada de nada. Sólo tenemos nuestras propias conjeturas.

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Informativo de las 14,30

Buenas tardes Señoras y Señores. – Dijo la locutora saludando a los televidentes del informativo de las 14,30.

Lo que se ha dado en llamar "La Nube" es un fenómeno todavía inexplicable que tiene en jaque a todo el Mundo. Hoy se reúnen Los jefes de Estado y de Gobierno de los países más ricos de la Tierra para tratar el problema en profundidad e intercambiar los descubrimientos científicos hallados después de estos dos meses de investigación.

– La reunión se celebra en la ciudad de Londres, en un lugar sin determinar y con carácter de urgencia ante el cariz que están tomando los acontecimientos. Al parecer son ya más de cincuenta las ciudades que han sido arrasadas por esa nube en todo el Mundo.

– Al principio eran ciudades costeras, ciudades pequeñas, núcleos turísticos en diversos países de los cinco continentes, pero este fenómeno se está propagando ya a localidades del interior y de mayor tamaño.

– Lo curioso del caso, es que los observadores no han podido presenciar directamente cómo actúa "la nube", sólo se ha podido observar cerca del lugar de los hechos, pero tal como aparece, desaparece.

– Lo que si se puede ya constatar son las consecuencias de sus apariciones; parte de la ciudad o la ciudad entera como en el caso de el centro turístico Cayo Largo del Sur donde desapareció toda la población autóctona y turística o en Kamakura, tranquila y pequeña localidad japonesa cercana a Tokio, donde las casas y comercios aparecieron deshabitados al amanecer del día veintiocho de Agosto sin que aparecieran rastros de personas o de animales. Ambos centros turísticos se convirtieron en sendas ciudades fantasma.

– Por otro lado y según las primeras hipótesis todo apunta a que la nube debe poseer un alto grado de actividad radioactiva en su interior lo que podría explicar la desaparición de seres vivos por radioactividad; algo parecido a lo que sucedió en Hiroshima con el lanzamiento de la primera bomba atómica.

– Según todos los indicios, la nube podría estar formada por una alta concentración de agentes contaminantes condensados en ella, ¿pero cómo se ha formado? Esa es la gran pregunta que se hacen todos y la razón por la que se reúnen en Londres los altos dignatarios de veintidós países.

– Una fuerza aérea conjunta, formada por tropas de la ONU y de la OTAN, vigila constantemente el Espacio Aéreo Mundial, con el fin de poder detectar algún signo de actividad de lo que se ha dado en llamar "La nube".

– Supuestamente, la nube no aparece nunca allá donde hay vigilancia aérea, por lo que algunas manifestaciones políticas apuntan a la posibilidad de que se pudiera tratarse de una nueva arma no convencional de algún país beligerante que pudiese estar relacionada con el terrorismo internacional.

Parece como si la nube pudiese estar teledirigida y ser un arma inteligente capaz de ocultarse en los momentos más oportunos, evitando así su localización y volviendo a resurgir y a atacar en el momento preciso, desprendiendo alguna sustancia desintegradora que acaba con la vida de la población.

– Perdón. – Interrumpió la locutora. Nos acaba de llegar un teletipo de la agencia de noticias Europa Press, en la que se nos comunica una catástrofe sin precedentes. Al parecer la nube no sólo produce devastación y miseria en las ciudades costeras, sino que también arrasa ciudades del interior de los países, como acaba de suceder en el estado de Iowa, Estados Unidos. Cinco de sus 99 condados han sido arrasados sin que haya aparecido ningún vestigio de vida. – La lista de los condados afectados es la siguiente: Benton, Henry, Plymouth, Ringgold y Shelby, todos ellos de mayoría Blanca y formado principalmente por colonos e industriales de origen europeo, principalmente alemanes.

– Cuando sepamos más noticias sobre esta tragedia, se la iremos contando a ustedes, mientras tanto continuamos con nuestro informativo de las 14,30.

– Los Ministros de Asuntos Exteriores con sus asesores y expertos están tratando en comisión de urgencia una serie de medidas estratégicas para detectar la nube y cómo destruirla. Se espera que de aquí al sábado los ministros pongan en manos de todos los estados las resoluciones y medidas conjuntas a tomar.

– Mientras tanto los Jefes de Estado Mayor de los principales países de la Tierra mantienen a sus ejércitos en estado de máxima alerta. Las tropas de Tierra, Mar y Aire patrullan constantemente todos los territorios nacionales en busca de algún vestigio que les permita localizar y destruir a la nube causante de todas estas desgracias.

– Numerosos testimonios en muchos lugares del planeta afirman haberla visto en el momento de su desaparición en el horizonte aunque sus descripciones son totalmente distintas unas de otras.

– También denuncian muchas personas la desaparición de sus familiares y amigos sin dejar rastro, como si se hubiesen volatizado.

– Conectamos con nuestro corresponsal en Iowa, Benito Rodríguez. – Buenas noches aquí en el condado de Shelby en el Estado de Iowa. Como pueden ver a mis espaldas, tropas del ejército estadounidense patrullan las calles de este condado, así como de los otros cuatro que ya están confirmados: Benton, Henry, Plymouth y Ringgold.

– Y digo patrullan las calles, cuando más bien debiéramos decir, las solitarias calles, porque este condado se ha quedado totalmente desierto. Lo que ayer mismo eran calles bulliciosas y llenas de actividad, hoy se han convertido como podéis ver, – El cámara mostró brevemente las calles de su entorno, – en un conjunto de calles solitarias y casas deshabitadas. Nadie, absolutamente nadie habita ya este condado de Shelby. Únicamente las patrullas y los medios de comunicación que nos hemos dado cita hoy aquí, somos sus únicos habitantes.

– Os diré también que el olor es nauseabundo, como si estuviésemos delante de una fosa común, tal es el olor a putrefacción que hay por todos los alrededores.

– Nadie nos puede explicar lo que aquí ha sucedido en la madrugada pasada y los soldados tienen órdenes estrictas de no filtrar ningún comentario a la prensa.

– Poco o nada más os podemos comentar porque además de la ausencia de vida hay también una absoluta ausencia de noticias. – Hoy ha visitado el estado de Iowa el Gobernador del Estado, el señor Richard Conte, el cual ha valorado los daños sobre el terreno y ha sido informado debidamente de los hechos, pero no ha querido hacer ninguna declaración a instancias de los medios de comunicación.

– Ha llegado esta mañana a este condado a bordo de un helicóptero de la Marina de los Estados Unidos, y ha estado aquí por espacio de una hora aproximadamente, continuado viaje posteriormente a los demás condados afectados. Como digo nada se ha podido filtrar de esta visita.

– Mañana se espera una declaración Institucional del Presidente de los Estados Unidos, Andrew Calaham de la que les mantendremos al corriente.

– Desde Shilby, para el telediario de las 14,30, Benito Rodríguez.

– Muchas gracias. – contestó la locutora del informativo. – Como hemos visto y oído lo sucedido en Iowa es una verdadera tragedia inexplicable. Todo lo acontecido hasta ahora desde que se detectaron los primeros casos, allá por el mes de agosto, lo son pero ésta es distinta; no sigue las pautas de los anteriores casos y además sus proporciones son mucho mayores.

– Multitud de voces apocalípticas y desproporcionadas, hablan ya del fin del Mundo y en muchas congregaciones religiosas de distintas confesiones se celebran ritos religiosos de distinta índole, donde se elevan plegarias a Dios por la salvación de la Humanidad.

– Su Santidad el Papa Pablo VII ha pedido calma a la cristiandad en un intento de desdramatizar el asunto, aunque el pánico y los últimos acontecimientos redundan cada día más en esa creencia.

– Pasamos a otras noticias de este telediario.

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El fin

La niebla era total en la ciudad de Berlín, los retazos y jirones se extendían por todos lados, las calles estaban totalmente vacías y las pocas gentes que quedaban en la ciudad y que no habían podido escapar de la bruma, aguardaban el final de todo agazapados en sus casas sin poder hacer nada para evitarlo.

En todas partes del Mundo estaba sucediendo lo mismo. Ciudades enteras en todo el Globo terráqueo habían quedado deshabitadas y la nube, aquella nube que inesperadamente aparecía y desaparecía, había adquirido ya proporciones desorbitadas, ocupándolo todo.

El humo tóxico penetraba a su antojo por todos los recovecos: puertas, ventanas, chimeneas, desagües, alcantarillas, sumideros, buhardillas.

Adelbert y su familia estaban agazapados en el sótano de la casa; habían cerrado puertas y ventanas a cal y canto procurando tapar las rendijas con papel aislante. Sin embargo era consciente que por algún lado tenía que dejar entrar el aire si no querían morir asfixiados.

Dos horas y media llevaban allí escondidos su familia y él desde que se enteraron por las últimas noticias que pudieron escuchar por la radio, que la nube se dirigía ya hacia Berlín después de haber arrasado ya muchas otras ciudades de Alemania. Se había dado la orden de abandonar la ciudad, pero Adelbert, sabía que no podría hacerlo con su mujer embarazada, una niñita de dos años y su madre en silla de ruedas, por lo que decidió quedarse a esperar con toda su familia el final de los acontecimientos. De todas formas el huir no era ya garantía de salvación. Más tarde o más temprano, la nube alcanzaría a todos los lugares de la Tierra.

Adelbert pensaba en los muchísimos años de advertencia: en la cantidad de reuniones, convenciones, cumbres, etc. que había tenido la humanidad para solucionar el problema de la contaminación. No habían hecho caso, los países se enriquecían a costa del petróleo, del uso abusivo de los carburantes, la masificación de la industria, de los vertidos indiscriminados, etc, provocando graves catástrofes como la del agujero de ozono, el derrumbe de los casquetes polares, la contaminación del Mar, la desaparición de multitud de especies por no hablar de la desertización, la contaminación del agua o el cambio climático. Se había hecho oídos sordos a todo durante siglos.

La Naturaleza ya había advertido con creces a la Humanidad a lo largo de casi dos siglos y él como científico que era, lo mismo que tantos otros habían alzado sus expertas voces contra el mal uso de todo lo que provocaba la contaminación, sin que fueran escuchados.

La contaminación de cualquier tipo se había ido concentrando de tal forma que lo mismo que el agua de lluvia se evapora y sube a la atmósfera formando las nubes; así mismo todas las partículas contaminantes en suspensión habían ascendido a la atmósfera y sus moléculas por una especie de afinidad inexplicable científicamente, se habían congregado en tal cantidad y condensación que habían llegado a formar una nube. Primero pequeña y ligera, pero según iba aumentando su grado de condensación su tamaño había ido aumentando en progresión geométrica, hasta tal punto que parte de esas partículas volvían a caer a la tierra como también hace el agua cuando llueve. Naturalmente las partículas que vuelven a la tierra encierran un grado de contaminación tan grande que desintegra las células vivas. Tal era su concentración, que por eso se formaba una especie de niebla o bruma que avanzaba y avanzaba adentrándose cada vez más en el interior de los continentes.

La nube va descargando así de parte de sus desechos como si la tierra fuese su inodoro. Por otro lado como cada vez le queda menos materia animal viva por absorber es atraída por los lugares donde hay más habitantes y como cada vez tiene más necesidad, dada su magnitud, pues necesita una y otra vez, acudir a ciudades más grandes donde hay una mayor cantidad de habitantes, personas y animales. De tal forma que el fenómeno se convierte en un círculo vicioso, una especie de ciclo parecido al ciclo del agua. Evaporación, condensación, transporte y precipitación.

Adelbert meditaba sobre todas estas cosas que el había vivido y había pronosticado, cuando le empezó a llegar aquel olor nauseabundo, cada vez más nauseabundo que daban ganas de vomitar. En ese momento supo que les había llegado su hora.

Cogió a su familia y después de besarles los abrazó fuertemente. Él ya había hablado con ellos, cuando decidieron quedarse.

Aunque es triste y no nos sirve de mucho consuelo, he de deciros y según la experiencia de otros casos, que nuestra muerte es totalmente indolora. La contaminación no va a herir a ninguno de nuestros órganos, simplemente desintegrará poco a poco nuestras células y nosotros no nos enteraremos. Así que debéis estar tranquilos. Nos echaremos en sendos colchones en el sótano por si tuviésemos la suerte de que la bruma no descendiera tanto, pero si lo hace no sentiremos nada, sólo un olor muy fuerte, como a algo putrefacto. Ese olor lo produce la alta concentración de partículas de desechos de todo tipo en suspensión. Es como si nos acercásemos a un estercolero donde se arroja toda la inmundicia.

– Esto que vamos a vivir, queridos míos será el resultado de la torpeza y la cerrazón del hombre. – Espero que si la Humanidad logra sobrevivir a esto, no vuelva a cometer los mismos errores que lleva cometiendo durante siglos.

– Adelbert sabía que aquellas palabras no consolarían a su familia, pero al menos serían un soplo de tranquilidad. El olor se hacía cada vez más intenso, casi irrespirable.

– De repente Adelbert, vio como por debajo de la puerta se colaban los primeros hilachos de aquella bruma. Primero muy finos, después de mayor grosor, amenazantes, pesados, a ras del suelo.

Un grito de terror se escapó de la garganta de todos, excepto de Adelbert que la esperaba con total serenidad; ese era el carísimo precio que la Humanidad debía pagar; lo malo es que allí pagarían todos los culpables: políticos, comerciantes irresponsables que se habían querido enriquecer a cualquier precio rápidamente, pero también por desgracia, los inocentes como él y su familia que no habían tenido nada que ver con aquella ceguera Mundial.

Primero fueron las piernas y después poco a poco el resto del cuerpo. Lo último que Adelbert consiguió ver en este mundo fue la cara llorosa de su hijita.

FIN

 

El bosque

Los hermanos

Desde la terraza del chalet se contemplaba un bonito paisaje: al fondo se podía ver la Sierra de Guadarrama, nevada en los meses de invierno, las numerosas urbanizaciones de preciosos chalets que salpicaban el paisaje como si fuesen sacadas de una postal navideña. También se veía la carretera que comunicaba todos los pueblos de la Sierra.

– Nuestra urbanización se llama precisamente Urbanización Guadarrama y está situada en un bello pueblecito llamado Collado Mediano. – Hace un año aproximadamente que nos trasladamos aquí; mis padres lo compraron de segunda mano a unos señores mayores que ya no podían vivir solo tan alejados de la capital y de sus hijos. – Dice mi padre que fue una "ganga", una ocasión estupenda que no podíamos desaprovechar. Siempre habían tenido ilusión por poseer un chalet en la Sierra y al final su sueño se había visto cumplido.

– El chalet es muy bonito, con tres plantas: en la de abajo está la cocina, el salón y un cuarto de baño y en la de arriba estaban las cuatro habitaciones y otros dos cuartos de baño más. También tiene una buhardilla y un sótano al que mi padre llama la bodega.

– Delante y detrás del chalet tenemos dos pequeños jardines y en un lateral hay un garaje con capacidad para dos automóviles; la verdad es que es muy bonito y mi madre lo amuebló y decoró de forma rústica pero muy confortable.

– Sin embargo, a mí lo que más me gustaba era el bosque, un bosque que se veía desde la terraza principal y que distaba un kilómetro aproximadamente de nuestra urbanización aunque a nuestros padres no les gustaba que fuéramos solos mi hermano y yo a ese bosque.

– Bueno a todo esto no me he presentado, mi nombre es Raquel y tengo dieciséis años y mi hermano se llama Roberto y tiene once. Nos llevamos bien en general, aunque algunas veces discutimos por tonterías como dice mi madre.

– Mi padre es profesor de Matemáticas en un instituto de Madrid y mi madre trabaja en un banco. La verdad es que formamos una familia feliz, al menos hasta que comenzó aquello.

– Aquí, me paso las horas muertas contemplando aquel bosque desde la terraza; su vegetación es muy variopinta, formada por distintas clases de árboles, pero sobre todo por pinos, enebros y robles, pero también por arbustos como: piornos, helechos y matorral de montaña.

– También posee gran variedad de animales: corzos, gamos, zorros y ardillas e incluso preciosas aves rapaces como milanos, águilas reales, buitres, azores y gavilanes que se ven volar en círculos, abarcando una gran extensión de terreno, sobrevolando la Sierra de Guadarrama y bajando hasta el valle, sobre nuestras propias cabezas.

– El amanecer es un verdadero espectáculo, y lo sé porque hemos hecho muchas excursiones de madrugada con mi padre que es un gran amante de la Naturaleza. Con él hemos ido también a ese bosque, donde él nos ha mostrado todo tipo de plantas, explicándonos a mi hermano y a mí, como se llaman, a que especie pertenecen, enfin todo sobre ellas Mi padre entiende mucho, tanto de flora como de fauna. Un día pudimos ver un gamo; era un gamo pequeño, aproximadamente de un año. Nos quedamos acurrucados tras unos matorrales sin hacer ruido y lo pudimos observar con todo detenimiento en su hábitat natural. Se parecía a Bambi. ¡Qué hermosura!

– Mi hermano y yo nos quedamos con ganas de volver pero tendríamos que esperar a que nuestro padre tuviese tiempo para programar una nueva excursión.

– Cuanto más observo ese bosque más me siento atraída por él y me bulle en la cabeza el poder hacer una escapada con mi hermano sin que nadie se entere, pero mi conciencia no me lo permite; yo siempre había sido una niña obediente y respetuosa con las decisiones de mis padres y no querría romper ahora esa regla. Así que me he resignado por algún tiempo a conformarme con las excursiones que mi padre nos planifica junto a él.

– Sin embargo yo pensaba que mi padre no se había dado cuenta de que yo ya tenía dieciséis años y que siempre había sido muy responsable. Además no iría sola, me acompañaría mi hermano.

– Aquella tarde, de sábado comenzó a bullir en mi cabeza, la idea de ir por primera vez a ese bosque nosotros solos y la idea fue tan fuerte que al final claudiqué y comencé a prepararlo todo para la semana siguiente.

– Tendría que buscar una excusa para salir de casa con mi hermano. – ¿Qué podría decirles? – En el pueblo tenía amigas y también en la urbanización; muchas eran conocidas del instituto de Collado, pero más tarde o más temprano mi madre se enteraría; era capaz de llamar a casa de cualquier niña para confirmarlo.

– No, debería ser algo entre mi hermano y yo. Muchas ideas me venían a la mente pero según me venían las rechazaba por considerarlas poco creíbles; a mi madre no se la podíamos dar con queso.

– Una carta que trajeron al lunes siguiente nos dio la idea y la justificación. El instituto organizaba para el siguiente fin de semana una jornadas de puertas abiertas para el sábado y el domingo siguiente, organizadas por el Ayuntamiento, donde se impartirían diversos talleres de aire libre en el que participaría toda la Comunidad. Naturalmente eran voluntarias y se podía acudir a la hora que se quisiera; podía ser de media jornada o se podía participar en ellas durante los dos días en que estaban organizadas.

Yo pensé acudir la mañana del sábado y el domingo; la tarde del sábado nos serviría de pretexto para irnos al bosque; por fin realizaríamos nuestra ansiada excursión en solitario.

– Con la excusa del instituto, nos preparamos en una bolsa de deportes cosas que no íbamos a utilizar, pero que servirían para dar más realismo y credibilidad a nuestra historia, como cuadernos, bolígrafos, un balón, ropa deportiva y la merienda, de la cual daríamos buena cuenta al llegar al bosque.

– Nuestros padres no nos pusieron ninguna pega dado el carácter educativo de aquellas actividades organizadas por el Ayuntamiento de Collado Madiano y por nuestro propio instituto; aquello sonaba a un acto oficial. Ya lo teníamos "chupao".

Sin embargo nada nos hacía pensar lo que nos vendría después; cuáles serían las consecuencias de nuestra "diablura"

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La Primera Excursión

– Ya estamos llegando Roberto, – le dijo Raquel a su hermano al alcanzar los primeros árboles del bosque. Soplaba una ligera brisa que movía ligeramente las hojas de los árboles. Una senda con dos surcos provocados seguramente por algún vehículo pequeño perteneciente a los guardabosques que se encargaban de la vigilancia y limpieza del mismo, marcaban el camino que se adentraba en la espesura. Un silencio total reinaba en el bosque, roto de vez en cuando por el movimiento de las hojas empujadas por el viento y por el graznido de algún animal o el revoloteo de algún pájaro. La verdad es que tanta paz sobrecogía y a Raquel se le pasó más de una vez por la imaginación, coger a su hermano y regresar, pero su pundonor la obligó a seguir adelante.

– De momento todo aquel paraje le era conocido, allí estaba el frondoso matorral tras el que se habían escondido con su padre cuando vieron a aquella criatura tan preciosa, cuando vieron al gamo al que Raquel había apodado Bambi en recuerdo de la famosa película de Disney.

También descubrieron muy pronto el manantial de agua potable en el que su padre les había autorizado a beber y a llenar sus cantimploras, cosa que volvieron a hacer. Al otro lado del manantial se extendía una pronunciada cuesta que ascendía por la intrincada falda de la montaña estrechando cada vez más la senda hasta hacerla casi desaparecer.

Raquel dudó un instante antes de proseguir; por ese camino no habían subido con su padre, era nuevo para ellos pero decidió seguir. A Raquel y a su hermano les encantaban las aventuras, así que comenzaron a ascender. Al cabo de un rato tuvieron que realizar una parada porque estaban agotados y sudando copiosamente.

Prosiguieron la ascensión cada vez con más dificultad pues el sendero había desaparecido; por allí no habían subido nunca con ningún vehículo, el desnivel era demasiado pronunciado.

Los árboles eran muy altos y frondosos, apenas dejaban pasar la luz del sol y el ambiente era muy húmedo. El viento a esa altura era ya más que una ligera brisa; soplaba con bastante fuerza y producía un eco que parecían enteramente voces humanas. De vez en cuando se oía algún grito producido seguramente por algún mamífero que había sido sorprendido por un depredador.

Cuando Raquel miró hacia abajo se dio cuenta de la dificultad que encerraría el descenso; se había perdido el rastro y sería muy difícil volverlo a encontrar. Raquel comenzó a tener cierto miedo, aunque trató de no trasmitírselo a su hermano.

Por fin llegaron a una altiplanicie poblada igualmente por numerosos árboles que mezclaban sus ramajes entre si como una tela de araña.

Roberto manifestó su cansancio por lo que Raquel decidió descansar allí mismo y comer algo para reponer fuerzas. – Descansaremos aquí. – Dijo Raquel a su hermano. Se sentaron en una roca que sobresalía entre la vegetación y abrieron las tarteras que contenían sus respectivas meriendas.

La socorrida tortilla que les había preparado su madre para comer en el instituto entre taller y taller, era el plato más apetitoso de cualquier excursión y lo devoraron con gran presteza. A continuación un bocadillo de chorizo y dos naranjas completaban la minuta.

– Después de comer, echaron sus chubasqueros sobre el suelo y se dejaron caer para descansar un poco antes de decidir si proseguían o volvían por donde habían venido. Raquel miró su reloj, eran tan solo las tres y media. Era todavía muy pronto, los actos organizados por el instituto no acabarían hasta las seis. Tenemos tiempo para avanzar más, comentó Raquel en voz alta sin que su hermano se opusiera lo más mínimo.

Un olor intenso a resina y a plantas silvestres lo inundaba todo; fragancias de todo tipo que invadían los sentidos, pero no solo eso, sino aquel silencio, un silencio que se podía oír; murmullos de todo tipo, siseos y ruidos insignificantes que parecían hablarte en la lejanía, semejantes a voces del más allá.

Raquel no era miedosa pero aquel silencio y aquella soledad la empezaban a inquietar; de repente Roberto le espetó:

– Raquel vámonos ya, se nos va a hacer de noche y me da miedo. ¿Miedo? – Le preguntó su hermana. ¿Miedo de qué? – Estás conmigo y solamente son las cuatro, falta mucho para que anochezca, todavía faltan dos horas para que cierren el instituto.

– Pero tengo miedo, esto está muy solitario. – Desde aquí no se ve nuestra casa y papá no lo sabe.

Raquel comenzó a ser consciente de que la situación se le podía escapar de las manos. Está visto que con niñitos no se puede ir a ningún sitio. – Pensó.

– Está bien vamos un poquito más allá, hasta las cuatro y media. ¿Vale? Después te prometo que nos vamos para casa. – Sólo tenemos que bajar la cuesta que siempre será más fácil que la subida.

– Bueno. Dijo el chico a regañadientes.

Siguieron caminando a través de la pequeña llanura y entraron en otra zona frondosa del bosque. Raquel se detuvo al observar que por allí no había camino alguno, todo era salvaje e inhóspito.

De pronto un sonido estridente les hizo detenerse en seco.

– ¿Qué ha sido eso? – Preguntó Roberto.

– No lo sé. – Contestó Raquel quedándose parada.

Esta vez se asustó también la chica. El viento comenzó a ulular mientras las copas de los árboles comenzaban a moverse con más fuerza.

– ¡Vámonos Raquel! – Gimoteó Roberto.

– No tengas miedo. – Intentó serenarle su hermana. – Aquí no te puede suceder nada. – Sólo hay árboles y los árboles no atacan a las personas. – ¡Tranquilízate!

En lo alto de la arboleda sobresalía un Olmo de grandes dimensiones que a Raquel le pareció de repente como si fuera el jefe de un gran ejército en posición de batalla.

Se quedó mirándole como hipnotizada y poco a poco se sintió atraída por él, así que siguió caminando hacia el árbol pese a la oposición de Roberto que llorando le rogaba que regresaran.

Raquel, haciendo caso omiso a su hermano se fue acercando al gigantesco árbol mirando hacia su copa como si fuese la cabeza del mismo. Es más, juraría que con sus hojas y con sus ramas, el árbol formaba un rostro perfectamente definido que al moverse por la acción del viento, la estuviese hablando.

– ¡Vámonos ya, por favor! – ¿Qué hacemos ya aquí? – Volvió a insistir Roberto.

De pronto, en medio del bosque sonó una voz cavernosa que parecía decir: ¡Raquel, Raquel! – Raquel apoyó su mano en el grueso tronco y notó vida dentro de aquel gigante. Fluía una especie de líquido produciendo un murmullo en su interior. Que Raquel notó perfectamente y cuanto más lo notaba más atraída se sentía por él.

Otra vez volvió a escuchar: – Raquel, Raquel. – Cada vez más cerca.

– ¿Dónde estáis? – Raquel, Roberto. Hijos, -¿Dónde estáis?

– Aquí papá, estamos aquí. – Respondió Roberto. – Sintiéndose salvado por fin.

Raquel, salió de su hipnosis, se quedó mirando fijamente a aquel árbol y contestó débilmente: ¡Aquí, papá! Estamos aquí.

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Todavía resonaban en sus oídos aquellos murmullos, aquella voz que parecía gritar: "Raquel" y que ella estaba segura que había salido de aquel árbol. Su sentido común luchaba por hacerla ver que habían sido los gritos de su padre, pero no; ella estaba segura que el primer nombre lo había pronunciado aquel gigante. Ella no estaba loca.

Cuatro días llevaba castigada en su habitación sin saber cuando sus padres la levantarían el castigo y sin embargo no se sentía dolida a pesar de que sabía que su hermano había sido el causante por dejar aquella nota sobre el aparador advirtiendo de su excursión al bosque.

Ella se había llevado la peor parte. Lo que más le había dolido era que sus padres le habían recriminado su irresponsabilidad, diciéndole que no volverían a confiar más en ella. Eso le había llegado al alma, cuando siempre había sido responsable y obediente. No obstante después de meditar sobre ello comprendía que sus padres tenían gran parte de razón; sólo intentaban protegerla.

A pesar de ello, a Raquel no se le iba de la cabeza su experiencia y constantemente observaba aquel misterioso bosque desde su ventana.

Desde allí no conseguía naturalmente ver el árbol ni el lugar donde habían estado pero algo la atraía desde allí. A pesar de estar muy lejos, ella juraría que seguía oyendo los mismos sonidos, murmullos, ruidos que cuando estaban allí.

No sabía si era su subconsciente el que la llamaba, o era aquel frondoso árbol que dominaba el bosque y todo lo que le rodeaba.

– ¡Raquel! ¡Raquel! – Le parecía oír en la lejanía, pero no sentía ningún miedo. Era como si supiese que allí estaría segura, que nadie le haría ningún daño, que aquel gigantesco árbol estaba allí para protegerla.

Cuando caía la noche y se dormía, le parecía estar escuchando el golpeteo de las ramas de los árboles sobre su ventana, pero nada la inquietaba.

– Pronto comenzó a pensar en su vuelta al bosque. Tendría que volver. – Pensó. Era necesario descubrir el secreto que encerraba aquel bosque y concretamente aquel misterioso árbol.

No sabía como lo haría. – Sería difícil encontrar una nueva ocasión, pero la encontraría aunque esta vez iría sola; no se le ocurriría volver a llevar al "miedica" de su hermano o mejor dicho al "chivato" de su hermano. ¡No! Esta vez lo haría ella sola. Sentía una verdadera necesidad y comenzaba a vislumbrar cuando podría ser la próxima ocasión.

En su mente bullían miles de pensamientos extraños. Se veía incluso entablando una conversación con aquel árbol. Sentía como él la comprendía y como la respondía. ¿Podría una persona conversar con un vegetal? A veces se veía absurda y con poca cordura, pero al instante siguiente sentía que podía ser posible. Ella lo había escuchado y nadie se lo podía negar.

El sábado por la mañana, sus padres le levantaron el castigo previa advertencia de que no volviera a repetir una cosa así.

– Raquel les prometió que no volvería a hacerlo, pero en su fuero interno, estaba convencida que no podría cumplir su promesa. Se sentía atraída por el bosque como si fuese un poderoso imán y aunque intentó quitárselo de la cabeza no pudo.

En el próximo mes, el instituto organizaba la excursión anual del curso. Raquel vio en ese hecho su nueva oportunidad. Nunca pensó que ella sería capaz de maquinar algo así, pero aquel pensamiento le rondaba constantemente por su cabeza: Escribiría con el ordenador, eso era hoy día muy frecuente, una nota para su tutora en la que sus padres le comunicaban la no asistencia a la excursión de su hija Raquel por encontrarse enferma. A sus padres les pediría el dinero de la excursión y saldría de casa ese día para asistir a la misma, así tendría todo el día por delante para recorrer todo el bosque si quería.

– ¿Sería capaz de una cosa así? ¿Engañaría a su familia de ese modo? La verdad es que no se lo merecían. Eso la hacía dudar muchas veces, pero la fecha se acercaba y ella tendría que tomar una decisión.

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La segunda excursión

Raquel subía por la empinada cuesta sudando copiosamente. Como la vez anterior decidió hacer un alto en el camino para reponer fuerzas. Se sentó en la misma piedra que la otra vez, sacó el bocadillo que llevaba en la mochila, abrió el envoltorio y comenzó a devorarlo más que a comerlo; era de salchichón y se lo había preparado ella misma. Abrió una lata de naranjada y bebió un trago. Al cabo de un rato, Raquel había dado buena cuenta del bocadillo y de la naranjada. Se tumbó también como la otra vez sobre su chubasquero y descasó por espacio de veinte minutos, tras los cuales decidió reemprender la marcha.

Cruzó la explanada y se internó en la espesura, llevando como guía el impresionante y descomunal Olmo que sobresalía por encima del resto y que parecía atraerla desde el principio. Nuevamente el olor a resina y las múltiples fragancias que desprendía el bosque llegaron a Raquel invadiendo todos sus sentidos. Aquellos olores parecían trasmitir algo, algo que la muchacha no terminaba de interpretar.

Al cabo de un rato, llegó al pie de aquel gigantesco árbol y por inercia alzó sus ojos al cielo y divisó como la vez anterior una enorme copa que se movía con gestos casi humanos de un lado para otro.

Raquel siguió observando y escuchando. Nuevamente pudo oír aquel silencio que parecía trasmitirle miles de sonidos ocultos: siseos, suspiros, murmullos.

Pero de repente, a Raquel le pareció escuchar una voz, una voz entre tantos sonidos misteriosos, una voz hueca que pronunciaba su nombre: ¡Raaaquel!

Un fuerte escalofrío le recorrió su Columna vertebral y su piel y su vello se erizó inmediatamente. Tuvo ganas de salir corriendo, pero se quedó quieta, estática como si estuviera sujeta al suelo por los pies. Se dijo una y mil veces a sí misma que aquello era producto de su imaginación. Continuó andando, dejando atrás a aquel olmo viejo y adentrándose más y más en la espesura del bosque, pero de repente, volvió a oír: ¡Raaaquel!

Aquello no podía ya ser producto de su imaginación; se volvió de repente y observó como aquel olmo centenario tenía vida; sí tenía una especie de vida humana. Su copa se había vuelto hacia ella y sus ramas formaban una mueca de tristeza que nadie podría discutir. Ahora Raquel, estaba ya segura. – Aquel árbol hablaba, y hablaba con ella sin lugar a dudas.

– No obstante, la muchacha se quedó paralizada a media distancia entre la espesura más distante del bosque y aquel árbol. Si ella hubiese contado aquello, la habrían tomado por loca. Ni ella misma se lo podía creer.

Al fin decidió regresar sobre sus pasos y regresar junto a aquel olmo leñoso y arcaico pero a la vez entrañable y lleno de vida.

Raquel decidió sentarse a contemplarlo. ¿Podría un árbol entablar una relación con un ser humano, parecido a la relación que mantienen los animales domésticos con las personas? Ella siempre había creído que sí, y además, en caso de ser posible, sería una relación bastante más desinteresada que con los animales. Los animales domésticos establecen una relación simbiótica de agradecimiento. El hombre les proporciona el alimento y el animal se lo agradece de múltiples maneras, por ejemplo el perro con su obediencia, nobleza y fidelidad. Pero las plantas silvestres nada tienen que agradecerle al hombre, éste no les da de comer.

Raquel pensó que aunque era una locura, si aquel árbol la había llamado por su nombre, ella también podría preguntarle por el suyo. Así que se decidió:

– ¿Cómo te llamas? – Le preguntó.

Un silencio total fue la respuesta, por lo que Raquel le volvió a preguntar.

– ¿Cuál es tu nombre?

Nuevo silencio.

– ¿Te has quedado mudo? Yo me llamo Raquel, – ¿Y tú?

Silencio

Raquel estaba a punto de levantarse al considerar que habían sido imaginaciones suyas. De repente, le pareció escuchar.

– Yo me llamo Herbacian, pero me puedes llamar "Herbi"

Naturalmente, aquellas voces sonaban de una manera distinta a las humanas, iban acompañadas del siseo de las hojas al moverse, algo así como: "Herrsbaciansss", "Herbiss".

– Raquel se volvió a sentar sobre la fresca hierba que rodeaba al árbol. Estaba impresionada. Durante largo tiempo se dedicó a contemplar a aquel gigante sin dar crédito a sus oídos. – ¿Podrían existir árboles domésticos? – Pensó

– ¿Quieressss serrsss mi amiga? – Preguntó aquel gigante en medio de los múltiples sonidos que le acompañaban.

– Yo, yo, yo, sí. – Tartamudeó Raquel

– Yo siempre estaré aquí, esperándote. – Dijo el árbol en su argot, a la sorprendida muchacha que no acertaba a articular palabra.

– Yo también vendré a verte Herbi, – Yo también deseo ser tu amiga.

Ante esa afirmación, Raquel notó una sonrisa en la expresión de Herbi y vio como dos de sus ramas descendía hasta alcanzar a la muchacha y tras rodearla con ellas el árbol le decía: – Soy muy feliz con tu amistad, Raquel.

– ¿Había escuchado bien? – A Raquel todo aquello le parecía alucinante, pero estaba sucediendo de verdad.

– Raquel miró el reloj y comprobó que el tiempo había pasado muy rápidamente, faltaba sólo una hora para que el autocar de la excursión regresara al instituto; – Debería llegar antes que el autocar, así que decidió que había llegado la hora de despedirse de aquel extraordinario amigo.

– Debo irme. – le dijo a "Herbi" o mis padres me descubrirán, pero te prometo que volveré a verte en cuanto pueda.

Raquel cogió su mochila, se levantó del suelo y se la echó al hombro.

– Yo te estaré esperando con ansiedad; eres la primera amiga humana que tengo y soy muy feliz.

– Yo también, – le respondió Raquel. – Yo también soy muy feliz de haberte conocido. Todos los días miraré al bosque y aunque no te vea, sabré que estás ahí.

– Sí me verás, yo me haré ver y tú desde tu ventana, sabrás que te estoy recordando. – le contestó el árbol en su argot particular.

– Raquel le lanzó un beso, se dio media vuelta y comenzó a descender la pendiente camino de su casa. – Mientras bajaba, una lágrima le recorrió la mejilla. No podía contener tanta emoción; ella era la primera persona que tenía a un árbol como su mejor amigo. No se lo contaría a nadie, además no la creerían, así que sería su secreto, su secreto mejor guardado.

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Aquella tarde de finales de agosto, Raquel se sentó en la terraza de su habitación. Ya había hecho sus tareas escolares y decidió como cada tarde sentarse en la terraza a contemplar el bosque, su bosque como ella lo consideraba, porque ella y sólo ella conocía los secretos de aquel bosque.

Para los demás era como una postal, una fotografía más en medio de un paisaje; no conocían su secreto, no conocían a aquel olmo gigantesco que hablaba, que pensaba, que se entristecía o se alegraba como ella. No, ellos no lo conocían.

Como cada tarde a la misma hora, llegó hasta ella aquella mezcla de olores, de fragancias indefinidas, pero también aquellos sonidos, aquellos murmullos, cuchicheos, siseos que había escuchado también en el corazón del bosque.

– Raquel se tendió en una tumbona, se relajo y se dispuso como todos los días a escuchar los mensajes, sí, los mensajes que recibía a través de los distintos aromas y de los sonidos que sólo podía escuchar ella. Sí su árbol la hablaba, la hablaba cada tarde desde la lejanía, desde lo más intrincado del bosque.

– Raaaquel! Raaaquel! Raaaquel! Se escuchó en forma casi imperceptible. Deseo verte de nuevo, parecían decirle de forma sibilante aquellos murmullos. Mis compañeros y yo te estamos esperando. Debes venir a vernos.

– ¿Mis compañeros y yo? ¿Había oído bien? Aquella tarde su árbol le había revelado otro secreto: Había otros árboles como él. Otros árboles domésticos que querían entablar una relación de amistad con ella porque era ella la única persona que los comprendía.

– ¿Hay más árboles como tú, Herbacian? – Raquel no tuvo que hablar para pronunciar esas palabras; lo hacía a través de la mente, a través de sus pensamientos y deseos y fluían de ella en forma también de siseos, de murmullos.

– Siiii, pudo escuchar Raquel. – Todos los árboles del bosque pueden comunicarse contigo y ser tus amigos si tú quieres. Pero sólo si tú quieres. – Le contestó Herbacian en su argot personal de árbol muy viejo.

– Raquel, aunque los árboles siempre estamos en el mismo sitio viajamos en el tiempo; somos los seres vivos que más duramos, hay algunos parientes míos que han vivido más de 5000 años. Quedan algunos que conocieron a tu primer antepasado.

– Raquel estaba entusiasmada, nunca hubiese podido imaginar que Herbacian le contara su historia, pero así era. – Él quería que Raquel conociese su vida y también la de sus compañeros. La muchacha se pasaba las horas muertas escuchando a su amigo.

Yo ya soy un árbol muy viejo y sé que mi fin se acerca, pero aún así todavía viviré unos cincuenta años más, así que podremos ser amigos durante bastante tiempo todavía.

– Hoy te contaré como fue mi nacimiento. Yo nací en la primavera del año 1433; sí así como lo oyes, hace más de 500 años. Entonces todo lo que ahora ven tus ojos, era un extensísimo bosque con todo tipo de árboles y arbustos. No sé quienes fueron mis padres. – Los árboles nunca sabemos eso, pues como seguramente sabes, la semilla que nos contiene la transporta el viento y a lo mejor viene desde muchos kilómetros de distancia. – El caso es que mi semilla cayó aquí, eso es cuestión de fortuna o de casualidad. Caí en este terreno fértil y húmedo que me acogió con amor y cubrió todas mis primeras necesidades: agua, luz, calor, humedad y compañerismo; sin esas cosas no hubiese podido subsistir. A la vez que yo, nacieron otros compañeros y otros ya existían antes que yo, a muchos los he visto morir y a otros los he visto nacer.

– ¿También mueren los árboles? – Preguntó Raquel con curiosidad.

– Naturalmente, mi niña, todos los seres vivos mueren y los árboles no podíamos ser diferentes, pero eso es muy triste porque los árboles y todas las plantas en general también sufrimos cuando un hermano muere. – Todos los árboles formamos una gran familia y sentimos la muerte de un ser querido, lo mismo que vosotros. – Pero eso te lo contaré otro día.

– Ahora está desapareciendo la luz del Sol y ya sabes que cuando nos falta la luz nosotros entramos en un letargo nocturno y nos dormimos hasta el amanecer, – ¡Uaah! -El árbol no pudo reprimir una especie de bostezo, tras el cual continuó: ¿Ves? – Ya no lo puedo resistir, mañana te seguiré contando, pero deseo tanto que vengas tú a verme.

– Iré muy pronto Herbacian, te lo prometo. – Debo encontrar una excusa para poder ir al bosque, pero en cuanto pueda iré. Hasta entonces no dejes tú de acudir a mí todas las tardes para contarme todas esas cosas de tu vida. – Le pidió encarecidamente la muchacha.

– El árbol volvió a bostezar: ¡Uaaah! Estoy que me caigo. – Sí, no te preocupes, no faltaré. ¡Hasta mañana! Uaaah. – Se alejó con el viento.

– ¡Hasta mañana amigo! – Dijo Raquel despidiéndose con la mano a la vez que con el pensamiento.

El viento dejó de soplar y con él, se apagaron los murmullos, los siseos, los cuchicheos, las múltiples fragancias. Todo volvía a la normalidad.

Raquel no dejaba de pensar en su particular aventura, en la curiosa amistad que había surgido entre una niña y un árbol.

Comenzó a sentir la necesidad de volverlo a ver, no sólo de escucharle. Su cerebro comenzó de nuevo a maquinar su próxima excursión al bosque; lo tenía muy difícil pero pensó que algo encontraría. Algo que fuera creíble y que no levantase sospechas.

En esta ocasión, la suerte fue su aliada principal. Pronto podría volver a ver a su amigo. A su amigo el olmo centenario. A su amigo Herbacian.

La profesora de Ciencias Naturales había programado una visita al bosque para recoger semillas, hojas de distintas plantas, tipos de frutos, etc, con el fin de que cada alumno o alumna confeccionase su propio herbario y poder estudiar al natural las diferentes características de las plantas.

Cuando Raquel oyó a la profesora anunciar esa visita al bosque tuvo que esforzarse para no exteriorizar su alegría, no cabía en sí de gozo. ¡Qué magnífica noticia!

Naturalmente, tendría que encontrar el pretexto para poder separarse del grupo y acercarse a las inmediaciones de su amigo sin levantar sospechas, pero ya encontraría la forma. – Pensó.

La visita sería el martes de la próxima semana y debía preparar todo, de la mejor manera posible. Los profesores solían dejar al final de la recogida de muestras, o cuando iban de excursión, un cierto tiempo libre para que los alumnos mayores como eran ellos, disfrutaran libremente de la visita o de la excursión, naturalmente en grupos y con unos ciertos controles.

Ella iría con sus amigas Inés y Susana, pero en un momento determinado les pondría una excusa para separarse de ellas. No podría ausentarse mucho tiempo, pero sí al menos el suficiente como para poder ver a su amigo y estar un ratito con él.

¡Cuánto se alegraría de verla! Pensaba darle una sorpresa, aunque a lo mejor., él ya lo sabría, ya lo habría adivinado. Había tanto misterio en un árbol como aquel que ella no sabía cuanto podía intuir aquel olmo arcaico y misterioso; seguramente sería capaz de leer sus pensamientos a través del viento.

No obstante ella lo intentaría, a lo mejor su amigo se dejaba sorprender.

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Tercera excursión

Allí estaba Herbacian, imponente como siempre, con sus más de cincuenta metros de altura y siete metros de circunferencia; era el gigante de aquel bosque poblado de árboles, algunos casi del tamaño de Hebacian.

Raquel se dio cuenta que su amigo ya la estaba esperando, pues la copa del árbol mostraba una sonrisa pícara que no pasó desapercibida para la muchacha.

– ¡Hebacian! – le dijo. Tengo poco tiempo, he podido hacer una escapada, pero debo volver de inmediato, sin embargo, no podía venir al bosque sin verte.

– Ya lo sé, le contestó el olmo con un murmullo hueco propio de la edad; Herbacian era ya un árbol anciano. Me alegra mucho verte también. – Siguió – Yo te echaba mucho de menos, porque nuestras voces no nos dejan vernos frente a frente. – Es como cuando los humanos sólo se hablan por teléfono, añoran poderse ver.

– Llevas razón, – contestó Raquel. – Yo también tenía ganas de verte y que me contaras personalmente aquello de que los demás árboles también podían ser mis amigos. ¿Es eso posible?

– Naturalmente, – contestó Herbacian. – Tú mi querida niña tienes un don que pocos humanos tienen. Tú siempre has creído en nosotros, nos has mirado como a otros seres vivos, siempre nos has llevado en tu corazón.

– Otros humanos, – siguió diciendo Herbacian. – No nos consideran en absoluto, incluso nos hacen daño casi sin saber que nos lo hacen, lo cual es más humillante todavía. – Algunos nos incendian provocándonos mucho sufrimiento, pero no intentan hacernos daño a nosotros, sino a otros seres humanos. Eso es menospreciarnos; es como si nosotros no contásemos para nada. – Otros nos cortan muchas veces en plena juventud y truncan nuestra vida causando un gran temor a todos los árboles de alrededor. Es muy triste.

– Te comprendo. – Dijo Raquel. Nunca lo había mirado desde ese punto de vista, pero tienes razón. – Yo nunca haría daño a una planta por insignificante que fuese.

– Por eso, por eso, – manifestó el olmo – Por eso tú eres amiga de todos aunque sólo hayas hablado conmigo. Verás te presentaré. – Dijo entusiasmado herbacian.

– Mira Raquel éste de mi derecha es Palmerius, ¡Hola! – Saludó el aludido. – Aquel del fondo que es más joven que nosotros es Acaciam, – ¿Qué tal? – Dijo el árbol. – Éste de mi izquierda que tiene cara y ramas de gruñón es Pinacle, por nombrarte a los más cercanos, pero todos los árboles que ves, tienen un nombre y todos te conocen a ti por el tuyo.

– ¡Hola chicos! – Saludo entusiasmada Raquel. ¡Holaaaa! – Le contestaron todos los árboles del bosque en un profundo susurro semejante al sonido que forman las copas de los árboles en un día de viento.

Raquel, no podía dar crédito a sus oídos. Todos los árboles se comunicaban con ella. Todos eran sus amigos.

– Yo seré vuestra amiga para siempre. – Les dijo Raquel, con lágrimas en los ojos.

– De repente oyó en la lejanía como gritaban su nombre: ¡Raquel! ¡Raquel!

– Al principio creyó que eran algunos árboles a los que no había escuchado todavía, pero de pronto se dio cuenta que eran voces humanas, concretamente las voces de sus dos amigas, Inés y Susana.

– Me tengo que ir, les dijo la muchacha, me están llamando y no quiero que me descubran. – Os espero en mi casa. Adiós a todos.

– ¡Adiós! Le contestaron nuevamente en medio del silencio de la espesura del bosque.

– ¿Dónde te habías metido? – Le dijeron sus amigas.

– Me entraron ganas de. Bueno ya sabéis, – les dijo pícaramente Raquel, y me metí en lo más intrincado del bosque por si venía algún chico. Hay que tomar precauciones chicas, ¡Ya sabéis!

Las tres se echaron a reír. La "mentirijilla" de Raquel había dado resultado. Sus amigas lo habían comprendido perfectamente y además les había servido como anécdota de la excursión.

Subieron al autocar para regresar al instituto. Raquel se sentó junto a Inés y mientras recorrían el corto trayecto que los separaba del Instituto de Collado mediano, no dejaba de pensar en su nueva experiencia con los árboles del bosque: Palmerius, Acaciam, Pinacle.¡Qué nombres tan curiosos! – Pensó

Nunca había tenido un recibimiento tan multitudinario, ni cuando a los doce años había obtenido el primer premio de la Comunidad en aquel concurso de Matemáticas, donde se había enfrentado a chicos y chicas de más de treinta colegios.

Los profesores de su colegio, algunos compañeros y sus padres le habían dado un caluroso recibimiento, otros no tanto; los seres humanos no soportan los éxitos ajenos; pero este agasajo era desinteresado, sincero y multitudinario, sin excepciones.

¡Chica espabila! Que ya llegamos, le dijo Inés. Parece que estás en otro mundo. ¿Es que no has dormido esta noche? – Le dijo entre risotadas o es que has visto a David Bisbal?

– ¡Anda tonta! – le contestó Raquel con una gran sonrisa.

Ese día Raquel estaba deseando que llegara la tarde para acudir a su cita después de la excursión al bosque realizada en el día anterior. Deseaba conocer más cosas de sus amigos. Así que se apresuró en terminar de hacer su tarea y estudiar los temas de Filosofía para el examen del siguiente día. Debía esforzarse porque sus notas habían bajado; dedicaba mucho tiempo a su relación con sus amigos los árboles y sus padres comenzaban a sospechar.

A eso de las siete de la tarde como todos los días Raquel acudió a su cita obligada con sus amigos, se tumbo el la hamaca de la terraza y espero. No tuvo que hacerlo mucho tiempo, a los cinco minutos comenzó a soplar la brisa, una brisa suave, que como siempre traía una innumerable cantidad de murmullos, ecos lejanos, palabras inconexas que sólo Raquel podía entender y muy pronto reconoció la voz de su amigo Herbacian que en esa ocasión venía acompañado de otros muchos árboles; entre ellos Palmerius, Acaciam y Pinacle.

– ¡Hola chicos! – Les dijo Raquel.

– ¡Hola Raquel! – Contestaron todos los árboles.

Aunque el resto de los mortales no hubiese escuchado absolutamente nada, Raquel escuchó aquel día un verdadero estruendo, dado el número de árboles que la habían saludado. Estuvo a punto de mandarles callar pensando que les podían haber oído sus padres, pero rápidamente se dio cuenta de que eso era imposible. Sólo ella los podía oír.

– Herbacian, – dijo la niña. – El otro día me hablaste de tu nacimiento, sígueme contando cosas de tu vida y de la de tus amigos, por favor.

– Está bien, te complaceré, querida niña. – Le contestó su amigo.

Hace uno cuatrocientos años, yo era un árbol joven, lleno de savia por todos mis poros, mis hojas y mis ramas eran aún escasas pero ya empezaban a dar cobijo a los pájaros y a muchos insectos. No me saciaba de comer, a todas horas mis raíces estaban haciendo ejercicio. – Todos los demás árboles se rieron, pero la niña no entendió de momento esa palabra, dichas como ya sabéis, en el lenguaje sibilante de los árboles. -Sí querida, – continúo Herbacian. Nosotros comemos por nuestras raíces y aunque las mías eran aún escasas y endebles, ya absorbían una gran cantidad de alimentos.

¡Qué tiempos aquellos! – Me pasaba el día cantando y bailando.

– ¿Pero cómo? – Los árboles podéis cantar. – Preguntó Raquel con cara de incredulidad. – Pues Naturalmente y bailar también. – L e contestó su amigo coreado por el resto. La duda nos ofende.

– ¿Y cómo lo hacéis? – Volvió a preguntar Raquel.

– Pues aprovechamos la fuerza del viento, y nos movemos al compás de la música que transporta.

– ¿Qué el viento contiene música? – Por supuesto mi niña, el viento transporta notas musicales. La música más encantadora y bonita que se puede escuchar; la inventó el mismísimo Dios, querida. – Lo que ocurre es que los hombres no saben escuchar ni al viento, ni a los pájaros, ni a los insectos ni siquiera a los animales peligrosos. El hombre no sabe escuchar nada; está acostumbrado a sus sonidos incoherentes, repulsivos, estruendosos y ha perdido a través de los siglos el maravilloso sentido de la audición de que fue dotado. Su capacidad de para oír, era mil veces mayor cuando fue creado, pero con el paso de los siglos se le ha atrofiado y en la actualidad apenas oye, o ejor dicho escucha, que no es lo mismo, aunque su vanidad le hace creer que sí.

Raquel esta estupefacta, no podía creer lo que estaba oyendo.

– Verás. – Le dijo el árbol. – Tú cierra los ojos y concéntrate; intenta escuchar los murmullos que te trae el viento y luego me dices lo que has escuchado.

Así lo hizo Raquel y al cabo de un rato comenzó a oír todo tipo de sonidos maravillosos; escuchó en la lejanía el cristalino sonido del agua, formando una música armoniosa con el repiqueteo de las gotas al caer. Algo más tarde comenzó a escuchar entre el zumbido de lo que le parecieron abejas una conversación en toda regla, donde una de ellas daba órdenes sin cesar: ¡Vosotras limpiar las celdas 12, 20 y 33! La segunda escuadrilla de exploradoras salid hacia la zona de la bancada y traedme información y vosotras no os quedéis ahí mirando y terminad de ordeñar a los pulgones. Nuestra Reina necesita alimentación sana. – Raquel estaba alucinada.

– Poco después, le muchacha escuchó con claridad el trino de multitud de pájaros y entre ellos la conversación de un gorrión macho a su amada. Nítidamente, Raquel escuchó su declaración de amor. Todos aquellos sonidos formaban una armoniosa melodía que habría firmado el mismísimo Beethoven.

– ¡Cómo podía estar escuchando todo aquello a más de diez kilómetros de distancia! – Siguió prestando oído y oyó la vibración chirriante de algo parecido a una olla Express. ¿Qué es ese sonido Herbacian? – Preguntó.

– Ese sonido es muy curioso, le respondió el árbol. Ese sonido es una sentencia de muerte.

– ¿Una sentencia de muerte? – Volvió a preguntar asombrada Raquel.

– Sí, ese sonido que escuchas es un aviso, el aviso de la víbora a otros animales para que estén prevenidos y no se acerquen a ella; es como si les dijese: ¡Huid! ¡Huid de mí, soy peligrosa! ¿Qué criminal o atracador avisaría a sus víctimas de lo que es capaz de hacer? – Eso demuestra la nobleza de los animales. – Aunque algunas veces nos parezcan crueles, el ser humano, es el más cruel de todos, se matan entre los de su misma especie con una crueldad sin límites, los animales y las plantas jamás hacen eso.

– Llevas razón, yo he estudiado en Historia las guerras en Europa, la de los treinta años o todavía peor, la guerra de los cien años. ¿Cómo pueden los hombres estarse matando durante cien años.

– Efectivamente, mi niña, yo he vivido algunas guerras también aquí en España y mis compañeros de más allá de los Pirineos me hicieron llegar noticias sobre las masacres que se producían en el centro de Europa. Debió ser espantoso, Pero no hablemos de sonidos tristes; lo mejor es escuchar las melodías de los hechos maravillosos que se producen en la Naturaleza.

– Raquel estaba encantada con las explicaciones que le daban sus amigos. De repente se puso seria y preguntó: – Pero si vosotros vivís muchos años y lleváis una vida sana, ¿cómo es que os morís?

– Es ley de vida, mi niña, como ya te dije, todos los seres vivos tienen que morir. -¿Pero por qué? – Volvió a preguntar Raquel.

– No lo sé, eso es un misterio para todos; completamos un ciclo: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. En eso nos parecemos todos.

– Hay seres vivos que cumplen ese ciclo muy rápidamente entre tres y cuatro días, otros lo cumplen después de catorce a diecisiete años como los perros y los gatos y otros duran ochenta, noventa y hasta cien años como vosotros los Seres Humanos y luego estamos nosotros entre los que se encuentran especies de muy corta duración pero hay otras que viven quinientos, ochocientos o incluso mil años.

– ¡Qué curioso! – Exclamó Raquel

– ¿Pero que es lo que os hace morir? Vosotros no tenéis enfermedades mortales como nosotros. – Vosotros no podéis tener cáncer, sida, enfermedades cardiacas.

– Sí querida. – Le cortó Herbacian. – Nosotros no tenemos esas enfermedades pero tenemos muchas otras igualmente mortíferas, la mayoría causadas por la crueldad del hombre: plagas, insecticidas, deforestación masiva y la peor de todos los incendios.

– Cientos de hermanos mueren cada año de la muerte más cruel que puede existir: quemados vivos. – La gente que no es como tú, creen que los árboles no tienen sentimientos, que no padecen, que no sufren. – ¡Tenían que escuchar los alaridos que dan nuestros hermanos, cuando sus ramas se retuercen ante el tremendo dolor a la vez que se asfixian por el sofocante humo que produce el incendio y simplemente para qué, para divertirse, o por simples descuidos en la mayoría de los casos!

– Raquel no pudo contener una lágrima ante la terrible descripción de Herbacian.

– Y luego está eso. – ¿Qué? – Preguntó la muchacha.

– Pues cuando vienen a hacer limpieza.

– ¿Limpieza?

– Sí. Ellos deciden limpiar el bosque cortando un árbol sí y otro no. Eso es una lotería; – cuando vemos aparecer el camión forestal nos echamos a temblar, todas nuestras hojas se cimbrean ante el espanto y nuestras raíces se desviven por encontrar un lugar bajo la tierra donde esconderse para poder sobrevivir. – ¡Es horrible! – Es como estar en el corredor de la muerte del que habláis vosotros.

– Primero nos marcan con una pintura blanca, nos hacen una especie de cruz. Al que le hacen la cruz, ya sabe que está condenado y que por tanto le quedan pocas horas de vida. Al día siguiente comienza la tala. Primero llegan los leñadores con sus motosierras y comienzan a cortar varios árboles a la vez. Entre el estruendo que forman esos artefactos y los alaridos de nuestros hermanos, el día de la tala se convierte en un día espantoso para todos nosotros.

– Por último llegan los pesado camiones que se llevan a nuestros hermanos muertos no se sabe adonde entre los sollozos de sus compañeros, que naturalmente, aquellos hombres malvados nunca llegan a escuchar.

– Raquel no podía contener sus lágrimas ante lo que Herbacian le contaba porque se imaginaba la escena con toda su crueldad.

Dentro de poco volverá a llegar ese fatídico día, lo suelen hacer cada cinco o seis años, así que ya falta poco para que vuelvan a venir. Es muy posible que esta vez me toque a mí. Soy el más viejo del lugar y mi tronco es muy grueso. Ellos buscan árboles muy altos y muy gruesos y yo reúno esas dos condiciones; así que esta vez ya me toca.

– He visto como la suerte me libraba una y otra vez y no me marcaban pero esta vez será distinto, lo sé. – Bueno, la verdad es que una vez me pintaron por error y me pasé toda la noche sin dormir y llorando desconsoladamente. – Dijo Herbacian intentando sonreír. – Luego todo fue una equivocación; borraron mi marca y continué vivo.

– No llores Raquel. Tú me has pedido que te lo contase y yo te lo he contado pero no quiero hacerte sufrir.

– Yo lo impediré, no consentiré que te maten, ni a vosotros tampoco. Antes me tendrán que matar a mí. – Dijo Raquel con vehemencia. – Os lo prometo.

– Pero chiquilla, – ¿qué podrías hacer tú contra un ejército de hombres cargados de máquinas y camiones? – Tú debes mantenerte al margen. Aunque me talen yo siempre estaré en tu corazón y mis hermanos se seguirán comunicando contigo. Nuestra amistad jamás será talada. – Dijo la voz de Herbacian con un tono distinto al que tenía habitualmente. Su siseo era ahora un lamento, un sollozo silencioso. Los árboles también lloran. Mientras hablaba en la lejanía con Raquel, dos grandes surcos de resina corrían tallo abajo hasta el suelo, empapando la hierba que de forma irregular rodeaba la base del tallo del viejo árbol.

– Últimamente nada le hacía llorar, estaba ya muy viejo para eso, pero aquella niña, aquella niña tenía algo especial para él. Aquella niña sí le había hecho llorar.

– Lucharé con todas mis fuerzas, – decía la niña mientras tanto. No dejaré que te corten, me ataré a ti y tendrán que cortarnos a los dos.

– No puedes hacerlo. Darías un gran disgusto a tus padres, pensarían que te habías vuelto loca y luego para nada, porque te desatarían y al final me talarían igualmente. – No debes hacer locuras, Raquel.

– El ocaso llegaba desde el horizonte convirtiendo el paisaje en un conjunto de luces que recorrían todo es espectro de tonalidades en torno al color amarillo intenso mezclado con el ocre, el naranja y toda la gama multicolor alrededor de estos tonos.

– Los árboles comenzaron a bostezar; se aproximaba la hora de su letargo. Los murmullos arbóreos comenzaron a disiparse y poco a poco todo se quedó en silencio en medio del crepúsculo. Todo silencio, todo menos unos tenues sollozos incontrolados que provenían de aquella muchacha amiga de los árboles, mientras sendos lagrimones le recorrían sus mejillas.

– No podía pensar que su amigo Herbacian y los demás árboles pudieran llegar a sufrir algún daño.

– ¿Qué habían hecho ellos para merecer eso? – No, ella no lo podía consentir, ya se buscaría las mañas, pero no lo permitiría, no señor.

Recordó unas palabras de Jesús que le habían enseñado en la catequesis: Nadie es mejor amigo que el que entrega su propia vida por ellos. Aquella noche soñó con esa frase.

oooOOOooo

Diez días más tarde, Raquel se levantó de la cama y lo primero que hizo fue asomarse a su ventana para ver su bosque. Era sábado y por consiguiente no tenía que acudir al instituto. Lo que vio la dejó anonadada, una fila de camiones serpenteaba el camino forestal que se adentra en el bosque saliendo de la carretera principal.

Abrió la puerta de corredera que comunicaba con la terraza de su habitación y salió para asomarse a ella y poder ver mejor lo que estaba ocurriendo. Una nube de polvo acompañaba en la lejanía a la caravana de camiones que ascendía monte arriba.

Raquel con lágrimas en los ojos regresó a su habitación y se echó sobre la cama llorando desconsoladamente. Había llegado el maldito día; el día de la sentencia de muerte. Herbacian y los demás árboles tenían las horas contadas.

Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos. ¡Toc, toc! – Raquel baja a desayunar, te estamos esperando.

¡Ya voy mamá! – Contestó la muchacha disimulando sus sollozos.

Tenía que pensar algo rápidamente. No había tiempo que perder, debía salvar la vida de su amigo. Mientras se vestía pensaba aceleradamente qué podía hacer.

Raquel se sentó en la silla reservada para ella y comenzó a beberse su Cola Cao de manera compulsiva. ¡Buenos días, hija! – Le dijo su padre con doble intención. ¿Te ocurre algo? – No papá, perdona, es que tengo prisa. He quedado con Isabel a las diez y ya son las diez menos cuarto y llego tarde.

– ¿Con Isabel? – Le preguntó su madre, – pero si hoy es sábado y no tenéis instituto.

– Ya lo sé mamá, pero es que me dejé ayer el libro de Ciencias en el patio sobre un banco y me lo recogió ella. – El lunes tenemos un examen y lo necesito. – Isabel se va hoy con sus padres y con sus primos a las diez y media y me dijo que me pasara pronto por su casa porque luego no estaría. – Mintió Raquel.

– Está bien hija, pero no te atragantes.

– ¿Cómo cometes esos despistes hija? – Tú has sido siempre una chica ordenada y cuidadosa con tus cosas. -Es verdad papá, pero alguna vez tenía que ser la primera.

Raquel terminó de desayunar, se puso sus cascos para disimular y salió como si tal cosa. Nada más volver la esquina de su casa echó a correr como alma que lleva el diablo. Corría por la calle que llevaba hasta la carretera principal para una vez allí hacer auto stop y coger un coche a pesar del peligro que encerraba eso para una adolescente como ella.

Se cruzó al otro lado de la calzada señalando en dirección al bosque y toda nerviosa puso el dedo como hacen los autostopista.

Pasó un largo periodo de tiempo. Nadie paraba. – ¿Adónde iría aquella mocosa? – Pensarían. Al cabo de un rato paró precisamente uno de los camiones que se dirigían al bosque. – ¿Para dónde quieres ir muchacha? – Le preguntó el camionero.

– Señor, – mintió Raquel. Debo ir al bosquecillo, porque ayer fuimos allí de excursión con mi instituto y para que no se me rompieran jugando, dejé en una bolsa mis gafas y mi reloj entre unos matorrales y les he dicho a mis padres que me lo dejé en casa de una amiga. – Si no lo recupero mis padres se enfadarán y me castigarán. – Es al principio del bosque, yo sé donde están. Tengo que recuperarlo, por favor señor.

La mentira de la chica surtió el efecto deseado. – Bueno has tenido suerte chiquilla, yo voy hacia allí, pero no deberías hacer auto stop tú sola, es muy peligroso. – Es preferible el castigo de tus padres a lo que pudiera ocurrirte.

– Anda sube. – Le dijo el conductor del camión.

– Raquel no se hizo esperar. De un salto trepó hasta la cabina del camión. – ¡Muchas gracias, señor! – Yo no suelo hacer auto stop, pero esto es una emergencia y usted tiene cara de buena persona. – Le dijo haciéndole la "rosca".

Durante el trayecto, Raquel le fue preguntando cuál era el motivo de tanto ajetreo de camiones hacia el bosque, aunque ella ya lo suponía.

– Hoy talamos más de doscientos árboles y los llevamos a la serrería; hay que limpiar el bosque, hacer cortafuegos para evitar posibles incendios como el que se produjo hace diez años en esta misma zona.

– ¿Y por qué no los transplantan a otros sitios en vez de cortarlos? – Preguntó la chica ingenuamente.

– Resultaría mucho más costoso, criatura. – Le respondió el hombre. Además me limito a transportarlos, no soy el que planifica estas cosas. – ¿Por qué? – ¿Te da pena que los corten? – Con ellos se fabrican muchas cosas, la madera es muy necesaria como sabes. La chica guardó silencio, no quería levantar sospechas.

– ¿En qué parte del bosque quieres que te deje? – Le preguntó el camionero.

– Déjeme al comienzo que es donde estuvimos merendando. – Le contestó la muchacha.

– ¿Y cómo piensas regresar? – Ya me las apañaré y en el peor de los casos, cuando ya tenga la alegría de haberlo encontrado puedo regresar sin prisas andando hasta mi casa. Yo no vivo lejos; vivo en aquella urbanización de chalet que se ve allí. Raquel le señaló el lugar al camionero. – La urbanización Guadarrama.

¡Ah sí! La conozco, una tía mía vive allí. – Bueno que tengas suerte y aparezca todo donde lo dejaste. – Gracias, muchas gracias. – Le contestó la muchacha a modo de despedida.

El camión arrancó de nuevo y enfiló el camino que serpenteando ascendía hasta la parte alta del bosque. Raquel le vio alejarse y en cuanto lo vio doblar el camino y perderse de vista, la muchacha echó a correr por el sendero que ella conocía y que recortaba muchísimo terreno, lo que le permitiría llegar arriba en menos tiempo que el camión.

Subía jadeando por la empinada cuesta y mientras lo hacía no dejaba de oír el ronroneo de los camiones. Todavía no había visto bajar a ninguno, lo que significaba que aún no habían comenzado a talar los árboles. Sin embargo sí pudo apreciar la marca blanquecina en alguno de los árboles que salpicaban el caminillo.

La fatiga obligó a Raquel a realizar una parada para recobrar el resuello y mientras descansaba comenzó a oír aquel murmullo desenfrenado. Miles de voces apagadas resonaban desde lo más intrincado del bosque. Una pedían auxilio, otras gritaban criminales y algunas iban dirigidas a ella: ¡Sálvanos!

Pero una entre todas parecía decirle: – ¡No vengas Raquel, no vengas!

Raquel reconoció la voz de Herbacian. Parecía advertirle sobre el horror que presenciaría y que no podría evitar.

Aquella voz la motivó aún más para incorporarse y reanudar la marcha. De pronto oyó un ronroneo distinto al de los camiones. Se habían puesto en marcha las sierras eléctricas. Iba a comenzar la tala. El macabro sonido se mezcló de repente con un aullido de dolor parecido al que Raquel había oído en algunas "pelis" de terror cuando el asesino atacaba a su víctima.

La muchacha corría y corría llorando con desconsuelo, mientras gritaba: – ¡Herbacian, Herbacian! ¡No, por Dios! ¡A Herbacian, no!

Cuando llegó a la altiplanicie, lo vio; destacaba como siempre por encima de los demás. Aún no lo había tocado. Siguió subiendo hasta toparse con una cuerda que cortaba el paso, se agachó y siguió su camino sin hacer caso a esa señal.

Raquel se fue escondiendo hasta llegar al pie del árbol para que no la descubrieran y entonces la vio. Herbacian tenía una enorme cruz blanca en su tronco. Estaba marcado. Estaba sentenciado a muerte.

– ¿Qué haces aquí? Le preguntó su amigo entre el estridente sonido de las motosierras. – ¡Vete! – ¡Vete inmediatamente! – ¡No debes presenciar esta masacre y tú no puedes hacer nada! – Le dijo su amigo, mientras grandes gotas de resina le recorrían su descomunal tronco. El viejo árbol, lloraba desconsoladamente.

– No lo permitiré. – Cógeme con tus ramas y súbeme a tu copa. Conmigo arriba no se atreverán. – ¡Venga Herbacian! No hay tiempo que perder.

Una voz chillona se oyó desde el otro extremo de la explanada: – ¡Niña, por Dios! – ¡Quítate de ahí! – ¿Cómo has logrado pasar? – Está prohibido, no has visto la cuerda.

– ¡Vamos Herbacian! – ¡Cógeme!

– ¡No puedo, no puedo permitírtelo! – Corres un gran riesgo y no lo podrás evitar. – ¡Márchate a tu casa! Me recordarás igual.

– ¡No! No te recordaré igual. – Recordaré como perdí a mi mejor amigo por no arriesgarme y eso me hará infeliz toda mi vida. – Así que no intentes convencerme. Si tú no me coges, me ataré a tu tronco.

Mientras tanto una cuadrilla de obreros corría hacia allí, haciendo gestos y gritando para advertirle a la chica que se largara de ese lugar; todos ellos con malos modos.

– ¡Cómo te cojamos te vamos a dar una zurra, niña! – Decían algunos.

– ¡Herbacian! ¡Cógeme, rápido! – ¡No hay tiempo que perder! – Si no me coges yo sufriré las consecuencias y luego te matarán a ti.

– Por fin Herbacian bajó sus descomunales ramas, cogió a la niña y la subió a lo más alto de su copa. Después entrelazo una multitud de ramas, formando una especie de jaula con Raquel en su interior para proteger a la muchacha.

– Los operarios, que en ese momento llegaban al pie del árbol, no daban crédito a sus ojos. – ¿Cómo había podido subir esa mocosa hasta allí? – Se preguntaban algunos.

– La ha cogido es árbol con sus ramas y la ha subido. – Decían los que lo habían visto, – ¡es increíble!

Enseguida se entabló entre ellos una discusión entre los que opinaban que el árbol la había subido y aquellos otros incrédulos que opinaban que eso era imposible.

– La voz de Raquel, sonó de repente en la espesura del bosque. – Nadie cortará a ningún árbol de este lugar; los árboles son mis amigos y no consentiré que los matéis. – Si lo hacéis, tendréis que matarme a mí primero.

– ¿Te has vuelto loca, niña? – Le gritó el capataz de la obra. Vamos a derribar este árbol, quieras tú o no quieras. No sabemos como has subido hasta allí, pero ya se encargarán los bomberos de bajarte, – le gritó.

– ¡Qué no lo intenten! – Gritó Raquel, si lo hacen, me arrojaré al vacío y ustedes serán los responsables de mi muerte. – Así que no lo intenten. – Dijo con firmeza la muchacha.

– De repente, Raquel reconoció al camionero que la había traído. Estaba hablando con el capataz; seguramente contándole toda la peripecia desde que la había cogido, las excusas que ella le había dado y seguro también estaba informándole del sitio dónde vivía. El capataz estaba muy alterado y seguramente le estaba echando una buena bronca al pobre camionero por haberla llevado hasta allí.

– ¡Ya sabemos dónde vives! Un par de compañeros van en este momento camino de tu casa; traeremos a tus padres y se llevarán el disgusto del siglo, además de tener que pagar una fuerte sanción por tu culpa al ser menor de edad. Así que fíjate bien la que vas a armar.

– Todavía estás a tiempo; podemos no avisar a tus padres, si nos prometes que vas a bajar inmediatamente. Evitarás muchos problemas te lo aseguro. – La conminó el capataz.

– ¡Bájate, Raquel! – Le dijo susurrando Herbacian. – ¡Bájate por favor! – Hazlo por mí.

– De ninguna manera. ¿Qué amiga sería yo si hiciera eso? Lo que sea de mí, será de ti. – Dijo Raquel con lágrimas en los ojos. – También Herbacian lloraba. Varias gotas de resina se derramaban por todo su tronco. Apretó con sus ramas a su amiga en un fuerte abrazo. – ¡Cuánto quería a esa niña!

– ¡No! ¡He dicho que de aquí no me muevo! – Y no me importa que vengan mis padres. Es más importante salvar la vida de mi amigo que el disgusto de mis padres, aunque también lo siento mucho por ellos, pero nada puedo hacer. Depende de ustedes.

– ¡Está bien! Niña cabezota. Tú lo has querido. – ¡Que vengan los bomberos ! – Ordenó tajantemente. Avisad a sus padres y traedlos aquí. Llamad también a la policía y a los servicios sanitarios por si ocurre algún accidente, que no me extrañaría.

– ¡Fíjate la que has armado!

– Raquel decidió no responder y mantenerse en silencio agarrada a las ramas de Herbacian.

La noticia corrió como la pólvora y muy pronto aquel lugar se convirtió en un hervidero de personas. Los primeros en llegar fueron los bomberos y la policía, al momento otro coche da la policía traía a los padres de Raquel y después fueron llegando coches de todo tipo: particulares. Unidades de TV, vehículos con periodistas de todos los diarios, etc.

Partes: 1, 2, 3, 4
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