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Misterium y otros relatos increíbles (página 2)


Partes: 1, 2, 3, 4

Cuando el cartel de advertencia hubo desaparecido, la sala volvió a quedarse en silencio y a oscuras. Durante un rato, que les pareció a todos interminable, nada aparecía en la pantalla, pero de repente una voz ronca muy desagradable advirtió:

– Ustedes creen haber venido a este cine y a este patio de butacas para presenciar una película de terror, Misterium, pero se equivocan. – Sí es verdad que están dentro de este cine; en ese momento se iluminó la pantalla y aparecieron los exteriores del local con la gente que aún se encontraba a las puertas. – Y en este patio de butacas. – Siguió diciendo la voz, mientras en la pantalla se veían todas las localidades donde los espectadores estaban sentados. Muchas personas se reconocieron en ella y comenzaron a levantarse y a hacer señas con las manos para verse en la misma, incluidos John y su hija Nancy. – Ya no saben que hacer para impresionar al espectador. – susurró John a su hija, mientras seguían, ahora, haciendo la ola.

– La extraña voz continuó: Pero no van a ver una película, van a ver hechos reales. Todos ustedes están encerrados en esta sala de la que ya no podrán salir. Están incomunicados desde que se hizo la advertencia anterior.

Aunque el público acogió aquellas palabras con escepticismo, algunos empezaron a sentirse intranquilos. – ¿Qué se habría sacado de la manga, esta vez, el excéntrico director de cine de terror, Rolad Camús?

– Como digo, ustedes no verán ninguna película, verán verdaderos dramas que se producirán en esta misma sala, eso sí, acompañados por escenas cinematográficas, como es de suponer. Pero les aseguro que nunca habrán visto nada igual. Agárrense fuertemente a sus butacas, el terror va a comenzar. – Una música siniestra acompañó a esas últimas palabras.

– ¡Ah, una cosa muy importante que no deben olvidar! – Como en una película de terror, habrá víctimas, sí, muchas víctimas, y naturalmente mucha sangre, pero ustedes ya están acostumbrados. ¿No es así? ¿En qué película de terror no hay víctimas y sangre?

– Ustedes son amantes de este género: Michael Myers de halloween, Jason de Viernes trece, Freddy Krueger , El niño de la maldición, La niña del exorcista, Leatherface de la Masacre de Texas, El títere de Shaw, entre otros muchos. – dijo la voz con una carcajada estertórea, mientras subía el volumen de la inquietante música de misterio. – Por lo tanto no debe impresionarles, ¡no se me mueran de miedo, por favor! – Apostilló la voz con una irónica carcajada.

Tras lo cual se apagó la pantalla y todo volvió al silencio inicial.

De repente, apareció la primera escena: era una escena de indios atacando una caravana. Los indios daban vueltas y más vueltas alrededor de unos cuantos carros dispuestos en forma circular, disparando sus flechas sobre los ya diezmados colonos, que se defendían con uñas y dientes.

Cientos de flechas surcaban el aire en busca de su objetivo. De pronto, se oyó un grito en la sala, seguido de otros que chillaban: – ¡Está muerto! ¡Está muerto! – Le han matado con una flecha como las que están disparando los indios de esa película.

– ¡Que enciendan la luz! – ¿Qué está pasando aquí? – Gritaban desde el lugar del patio de butacas donde se había producido el grave incidente.

– ¡Llamen a la policía por favor, han matado a una persona! – ¡Se ha cometido un crimen! De nuevo, se oyó el silbido de otra nueva flecha y a continuación otro grito recorrió la sala. Nuevas voces de terror gritaban sin control: – ¡Nos están matando! ¡Nos están matando! Además de los gritos, muchos lloraban desesperadamente.

Alguien más sensato gritó: – Métanse debajo de las butacas, parapétense, hasta que podamos averiguar lo qué ocurre. Algunos habían llegado hasta las puertas de salida y de emergencia, pero estaban todas cerradas.

– Estamos atrapados, – como dijo ese hombre. – Gritó una voz masculina. La misma voz que se convirtió en grito, al recibir un flechazo en la espalda, cayendo al suelo con un grito de dolor.

Roland cogió a su hija fuertemente y ambos se escondieron tras sus butacas. De repente los indios asaltaron las caravanas y cortaron las cabelleras de los hombres, mujeres y niños que habían muerto en la batalla. Gritos similares se escucharon por toda la sala, como si los indios estuviesen allí mismo cortando las cabelleras de los pobres espectadores que habían sucumbido a los flechazos. Tras diez minutos de terror, se apagó la pantalla y se encendieron parte de las luces del cine, provocando una iluminación tenue en la sala.

La gente fue saliendo de sus escondrijos y lo que presenciaron fue espeluznante. Más de veinte personas aparecieron muertas en distintas posturas, con flechas clavadas en todo su cuerpo y el cuero cabelludo cortado de raíz.

La sangre les brotaba por todas sus heridas, y sus rostros mostraban gestos ridículos, al haber sido sorprendidos de improviso por la muerte.

Ante esta horrorosa visión, algunos espectadores salieron nuevamente de sus asientos despavoridos, corriendo de nuevo hacia las puertas, produciéndose nuevos heridos entre empujones, caídas y reyertas. Los gritos de histeria se oían por todas partes.

Las golpearon con todo lo que hallaron a su paso, pero éstas no cedieron ni un milímetro; parecían acorazadas.

La misma voz estertórea retumbó de nuevo: – No se esfuercen, no lo conseguirán; es mejor que cada uno vuelva a su localidad. – De esta manera alguno de ustedes sobrevivirá. – Únicamente tienen su butaca para protegerse. Fuera de ella, sólo pueden encontrar la muerte. – Ustedes deciden.

John, haciendo caso a lo que aquella voz decía, agarró a su hija y la llevó junto a él, escondiéndose ambos tras el respaldo de la butaca que tenían delante.

Nuevamente se apagó la luz, el terror se apoderó de los espectadores, los gritos de pánico se sucedieron unos tras otros. Al final todos se escondieron tras sus butacas. Silencio sepulcral. – Se podían oír los latidos de sus corazones.

La pantalla se iluminó y una nueva película apareció en la misma. En este caso era una persecución policial tras unos delincuentes, que se defendían de ellos. Los disparos de policías y mafiosos se entrecruzaban, produciendo, de vez en cuando, alguna víctima, bien entre los malhechores o entre los policías. Hasta aquí parecía una película de acción, como muchas que se veían en los cines y en la televisión.

De repente, aquellos vehículos atravesaron la pantalla y saltaron al patio de butacas, llevándose consigo varias filas de espectadores, atropellándolos violentamente.

Eso produjo más de una treintena de víctimas de distinta gravedad: entre ellas, varios muertos y unos quince heridos de distinta consideración.

A continuación los policías y los ladrones se dispararon mutuamente, provocando otras diez víctimas más entre los espectadores. Por último los coches regresaron a la pantalla de forma violenta, tal como habían venido, siguiendo con la persecución y los disparos, hasta que nuevamente la pantalla se apagó y la sala volvió a encenderse, cada vez con menos luz.

La macabra escena fue de nuevo mostrada a todos los espectadores. Nuevas escenas de pánico. Muchas personas trataron de salir por donde estaba situada la pantalla, pero comprobaron que era normal y que detrás de ella, no había nada. Decidieron destruirla y buscar por allí alguna puerta, pero no encontraron ninguna.

Ya al menos, no podrían proyectar ninguna película. Ya no había pantalla. – Se dijeron algunos

La voz resonó de nuevo. – Trabajo en balde, mis queridos amigos. – Nuestras películas no necesitan pantalla; se proyectan en el aire, como a continuación veréis.

– Tras estas palabras, se volvieron a apagar las luces de la sala y lo que apareció, como había dicho la voz, se proyectó sobre el aire con total nitidez.

Representaba una calle, una calle bastante oscura, que a los espectadores les recordó a otra película. Otra película de terror, en la que el protagonista era un tal Freddy Krueger. ¿Recuerdan? Sí, el de los dedos metálicos que aparecía en los sueños de los adolescentes y los mataba.

Y allí estaba él, plantado en medio de aquella calle, mirando a los espectadores de frente. ¿No tenéis sueño? – Les peguntó con su voz desagradable y su sonrisa burlona. – ¡Muy pronto lo tendréis y soñaréis conmigo!

Dicho y hecho. Una especie de humo verde, se esparció rápidamente por la sala, provocando grandes bostezos en muchos espectadores, que hacían verdaderos esfuerzos para no dormirse.

Al cabo de unos cinco minutos muchos de ellos, dormían profundamente; no así John, que con un pañuelo en la boca, luchaba con todas sus fuerzas para no dormirse. Sin embargo, su hija Nancy se había quedado profundamente dormida. John intentó despertarla. – ¡Despierta Nancy! ¡Despierta cariño, no te duermas! – Le gritaba mientras la zarandeaba fuertemente con escasos resultados.

Freddy Krueger, seguía parado en medio de la calle mirándolos fijamente mientras que sus largos dedos metálicos en forma de cuchillos se rozaban unos contra otros, produciendo ese sonido estridente tan característico de este personaje de ficción.

Al cabo de un rato, comenzó a andar hacia el patio de butacas, con pasos lentos, arrastrando los pies, con su camisa a rayas, su sombrero ladeado y su sonrisa irónica y malévola.

Los espectadores gritaron de terror.

Al entrar en el patio de butacas, desapareció y debió entrar en las mentes de los espectadores dormidos, los cuales comenzaron a moverse de forma incontrolada y frenética, como si dentro de sus cerebros se estuviese produciendo una terrible pesadilla. Muchos de ellos terminaron profiriendo un grito desgarrador, seguido de la exhalación de un último suspiro. Instantes después, estaban muertos, con la mirada perdida, mientras que por varios orificios de sus cuerpos manaban borbotones de sangre.

John vio como la espectadora que estaba sentada a su lado gritaba de terror, mientras que su cabeza se inclinaba sobre el hombro de John y de su pecho brotaban varios borbotones de sangre, manchando la chaqueta del hombre que estaba sentado junto a ella.

Ante esto, y viendo que su hija que estaba al otro lado, seguía dormida, John vació sobre su cabeza la botella de agua que habían comprado. Eso provocó una reacción desagradable en la muchacha que comenzó a despertase. John, la agito bruscamente mientras le gritaba: – ¡Despiértate Nancy! ¡Despiértate, por el amor de Dios! ¡Vamos mi niña! Poco a poco la chiquilla comenzó a despertarse, aunque se le seguían cerrando los ojos.

La muchacha tenía en su mano derecha una botella de Coca Cola bastante fría. John se la arrebató y se la echó también sobre su rostro, que al notar la frialdad del líquido, terminó por despabilarse. – ¿Qué haces papá, te has vuelto loco? – Le dijo la chica enfadada.

-Aunque te parezca mentira, hija, Freddy Krueger está aquí, y como sabes ataca a todo aquel que se duerme. – La chica intentó protestar, pero su padre la interrumpió. – Fíate de lo que te estoy diciendo. – Yo lo he visto, tú estabas dormida; ya ha matado a varias personas, así que no te vuelvas a dormir, le gritó – Debemos pensar algo para salir de aquí. – Hemos de encontrar una salida antes de que muramos todos. – No te duermas y no te separes de mí. Le ordenó su padre. La chiquilla no rechistó.

No había dicho estas últimas palabras, cuando el espectador situado tres butacas más allá de donde estaba sentada la chica, cayó desplomado con tres chorros de sangre en el abdomen, que salpicaron a sus compañeros de fila.

Nancy gritó con todas sus fuerzas ante lo que acababa de presenciar y comprendió rápidamente lo que su padre le había dicho.

Un instante después, Freddy Krueger salió de no se sabe donde, y regresó con paso cansino camino de la pantalla virtual donde se seguía proyectando la misma calle semioscura con que había comenzado la escena. El personaje, soltó su conocida carcajada, mientras volvía a hacer chirriar sus estilizados dedos en forma de estiletes.

Volviéndose hacia el público que gritaba aterrorizado, el asesino, les increpó:

– ¡No se duerman, no se duerman! – Si lo hacen, volveré a por ustedes y entonces. (Volvió a frotarse los dedos, mientras se perdía en la oscuridad de la calle con una carcajada estertórea).

La calle desapareció y la luz de la sala volvió a iluminarse. Un grito unánime de los supervivientes lo llenó todo. Los cadáveres esparcidos por toda la sala, parecían muñecos destripados, todos cubiertos de rojo. Freddy Krueger había hecho una verdadera carnicería. Casi todas sus víctimas tenían los intestinos fuera de su cuerpo y grandes charcos de sangre se esparcían alrededor de sus entrañas.

John contabilizó que apenas quedarían unas 300 personas con vida, y decidió convertirse en líder. – ¡Atiéndanme todos! – ¡Debemos buscar una solución, una salida! – No podemos permitir que nos aniquilen a todos. Esto, no puede ser real; detrás de esta carnicería, debe haber hombres de carne y hueso que son los verdaderos criminales.

– ¡Yo he visto a los indios! – Exclamó una voz desde el fondo – He notado el silbido de sus flechas; flechas que estos pobres desdichados tienen clavadas en sus cuerpos, y esto es real. – ¡No lo dudo! – Los cadáveres están ahí, son reales, pero – ¿fueron los indios de la película los que dispararon? – Yo no lo creo. – En la oscuridad de la sala una banda de criminales pudo haber hecho ese trabajo. – Propongo que nos unamos por grupos, no permanezcamos solos en nuestras butacas, así somos muy vulnerables.

– Formaremos grupos de unas diez personas, así podremos defendernos de un ataque real, porque yo insisto, que es real. – Todos los espectadores estuvieron de acuerdo.

– Otra cosa. Tenemos que hacernos con luces. – Usemos las cortinas y hagámoslos teas. – El patio de butacas no debe volver a quedar más tiempo a oscuras. – Todos aclamaron la iniciativa.

Pero de repente, la luz se volvió a apagar, sin que les diera tiempo a tomar acuerdos definitivos.

– La voz volvió a sonar escalofriante: – Todo lo que intentáis hacer no os valdrá para nada. – No podéis luchar contra los personajes de terror que vosotros mismos habéis creado con vuestra afición a este género cinematográfico. – Ellos son ficticios, de ciencia ficción, es cierto, pero vuestros cuerpos son reales y por lo tanto vulnerables.

– No lo creáis, ellos son tan vulnerables como nosotros, sólo que se esconden en la oscuridad. Gritó John en el silencio de la sala. – Intentad buscar palos, enrollarles telas de las mismas cortinas, los que tengan algún encendedor de gasolina, viértanla sobre la tela para que arda más rápidamente, y encendedlas, no debemos permitir que volvamos a quedarnos a oscuras.

Pero antes que la orden de John, se pudiera llevar a cabo, una nueva película se proyectó en la pantalla virtual. Esta vez, se trataba de un personaje real, sobre el que se habían escrito muchos libros y sobre el que se habían producido muchas películas: Era Jack, "El destripador", asesino de mujeres de dudosa moralidad.

Su imagen dentro de un prostíbulo y rodeado de otras tantas mujeres, observaba al público, con una sonrisa que helaba el cuerpo del que le mirase. Observaba, como digo el patio de butacas. Un grito espeluznante salió de las gargantas de todas las mujeres que aún quedaban vivas en la sala, al ver levantarse a ese terrible asesino.

– ¡Encended las antorchas! – ¡Vamos rápido! – ¡No hay tiempo que perder!

Jack, avanzaba lentamente hacia los asientos donde había alguna mujer joven, mientras sacaba un cuchillo de carnicero de su levita de finales de siglo. – ¡Proteged a las mujeres! – Gritaba John, todo lo fuerte que le permitían sus pulmones y al parecer su propio terror! – ¡Qué los hombres rodeen a las mujeres en el patio de butacas, mientras otros encendemos las antorchas! ¡Vamos rápido!

Jack seguía avanzando lentamente por el pasillo central en busca de una primera víctima, pero todas estaban protegidas por varios hombres a quienes con el mayor cinismo, el criminal saludaba, descubriéndose con su sombrero de copa.

De pronto un muchacho fornido que se encontraba en el extremo de la décima fila, movido por su juventud, e inexperiencia y a la vez por su propio terror, se abalanzó sobre Jack, cayendo al suelo estrepitosamente. Aquello parecía un fantasma. No había nadie allí. Varios espectadores, se acercaron para comprobarlo y a la vez para ayudar a levantarse al joven.

En ese preciso instante se oyó un grito espeluznante en la misma fila. Todos se volvieron al instante, para comprobar como tristemente una muchacha que se encontraba algunas butacas más allá, caía desangrándose hacia delante.

Los hombres que la protegían se habían olvidado de ella durante el instante en que habían ido a socorrer al intrépido muchacho, dejándola indefensa ante el verdadero ataque de Jack "El destripador" ¿Cómo no habían caído en eso? Tenía razón John, los personajes son de ficción, – ¿pero cuales son los reales?

Por fin varias antorchas fueron encendidas y los espectadores comprobaron con estupor que en la sala no había ningún personaje de sus películas favoritas, y lo que es más, ni siquiera se podía ver la pantalla virtual de la cual tanto había presumido la voz en off, que dirigía todo ese esperpento criminal.

Llevas razón. John, me llamo John. – Aclaró el aludido.

– Pues llevas razón John, tienes muy buenas ideas. – Debes dirigirnos para poder salir de aquí. – Tú, seguro que sabes como hacerlo. – De momento has desmontado los artilugios que emplea éste o estos asesinos. – ¡Cuidado! – contestó John. – No cantemos victoria antes de tiempo, aún no hemos salido se aquí y no sabemos que nuevas cartas piensan jugar estos criminales.

– De momento y rápidamente, formemos grupos cada cuatro o cinco filas. – Cada uno de estos grupos debe contar con al menos una antorcha. – Otro grupo, debe escudriñar la sala, comprobando todo tipo de rendija, resorte o abertura que pudiese significar una salida oculta al exterior. – Cada grupo debe contar con un jefe o dirigente que tenga el valor necesario para tomar decisiones rápidas y coordinar al grupo .

Una señora añadió: – ¿Y los móviles? No hemos pensado en los móviles. – Desde ellos podemos ponernos en contacto con personas del exterior y contarles lo que nos pasa.

– ¡Buena idea! – Contestó otro. – ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

John, cogió su móvil y comenzó a marcar el número de la policía. Una voz procedente del otro extremo de la fila, gritó: – No os molestéis, aquí no hay cobertura.

– Lo han estudiado todo muy bien los hijos de.Han aislado la sala con planchas de plomo de tal forma que es imposible comunicarse con el exterior. – Los móviles, no nos sirven aquí para nada.

Una vez más la estertórea voz hablo: – ¿No os gusta la película? ¿Entonces para que habéis pagado una localidad y habéis guardado una cola durante tantas horas? – ¿No esperabais ver una película de terror? – ¿Y no es verdadero terror el que estáis pasando? -¡Sois patéticos! ¡Me decepcionáis!

– ¡Bueno! Menos charla y continuemos con el film.

A continuación se volvieron a apagar las luces y sobre la pantalla apareció un personaje muy conocido, Hannibal Lecter, encarnado en el famoso actor Anthony Hopkinºs. La escena representaba el momento más cruel de toda la película: cuando "El Caníbal" se comía al carcelero.

Los espectadores dieron un grito, cuando Hannibal Lecter se incorporó después de asesinar al pobre policía y abriendo la puerta de la celda se dirigió hacia el patio de butacas con su rostro cubierto de sangre y demandando más víctimas. Los gritos fueron entonces atronadores. – ¡Permaneced en grupo! – ¡No os separéis! – ¡Encended las antorchas! – Cuando lo hicieron el personaje se difuminó como por ensalmo. Aunque dos mujeres habían sido ya atacadas y de sus heridas manaba sangre. No obstante no parecían de extrema gravedad. – Ponedles un trozo de cortina taponándole la herida, gritaron algunos.

– Hemos vencido en esta batalla, gritó John, – aunque no en la guerra. – Las imágenes son ficticias y ellas no son las que nos infringen los daños. – Por tanto hay que pensar en personajes reales que están escondidos entre nosotros y ellos son los que nos disparan, nos apuñalan o nos estrangulan.

– ¡Muy listo, John! ¡Muy listo! Bramó la voz con gran indignación. – Seguramente conocerás al siguiente personaje. Sobre la pantalla, los espectadores pudieron ver un patíbulo y sobre él la temida guillotina con la que se ajusticiaba a los reos en la corte francesa. Caminando hacia él, iba una mujer, parecía María Antonieta en el momento de su ejecución. Caminaba lentamente, escoltada por dos alabarderos y seguida de seis tamborileros, que con sus tambores marcaban el ritmo de su lento caminar, como indicaba el protocolo en dichos actos.

María Antonieta, ha envejecido en el tiempo que ha permanecido encarcelada y parece una verdadera anciana. La plebe la increpa, la escupe y le arroja todo tipo de inmundicias.

Detrás de ella va otro séquito que acompaña a su esposo, el depuesto rey de Francia, Luis XVI, acompañado también de sus alabarderos y tamborileros. Es requisito institucional, que para la ejecución de una familia real, se ejecuten en orden de importancia a sus miembros: primero las princesas y príncipes, después la reina consorte y por último el rey.

En la sala reinaba un silencio sepulcral. ¿Qué iba a suceder ahora? ¿Sería ajusticiado también algún espectador? John, volvió a gritar: – ¡Agrupaos! ¡Encended las antorchas! ¡Rápido!.

De repente, John, se fijo en el rostro de María Antonieta, que aunque envejecido, sus facciones le recordaron a alguien, a alguien muy cercano. ¡Esa cara, esa cara! Ese rostro, era. ¡Era su hija! ¡Su hija Nancy!

Inmediatamente, se volvió hacia la butaca contigua; no se había separado de ella ni un instante, pero ya no estaba allí, había desaparecido. Un profundo sollozo salió de su garganta, mientras gritaba: -¡Nancy! ¡Nancy!, ¿dónde estás? -¿Por favor, dónde te han llevado? – ¡No le hagáis nada, os lo suplico! Dicho esto, corrió hacia el lugar donde aparecía la pantalla virtual, comenzó a dar golpes al aire inútilmente, comprobando que allí no había ninguna persona física, sólo había imágenes. Instantes después, cayó al suelo sollozando desesperadamente, sintiéndose impotente.

John contemplaba con desesperación, como su hija, la Mª Antonieta de la película, subía lentamente los escalones que conducían al patíbulo.

María Antonieta volvió su rostro hacia John, como suplicándole que la salvara. Ya en ese momento John no albergaba ninguna duda. Era su hija e iba a ser ejecutada impunemente, ¿pero como evitarlo? – ¡Asesinos soltadla! – Gritaba con fuerza John.

El verdugo esperaba a su víctima con los brazos cruzados sobre su torso desnudo. Un capuchón negro cubría su rostro, ignorando el terror que en ese momento reflejaba la cara de la muchacha.

Durante unos instantes, María Antonieta estuvo a punto de desmayarse, pero los hercúleos brazos del verdugo la mantuvieron en pie, mientras se citaban los numerosos cargos por los que había sido condenada: ¡Alta traición contra el pueblo de Francia!

Cuando las alocuciones hubieron terminado, el juez dio la orden al verdugo:

– ¡Proceded!

El verdugo obligó a la muchacha a ponerse de rodillas y a introducir su cabeza por el hueco de la guillotina. Sus espeluznantes gritos de terror y sus sollozos, no conmovieron al verdugo que ya estaba acostumbrado a ellos. También el dantesco espectáculo se mostraba a la plebe, quien la increpaba y gritaba todo tipo de insultos e improperios.

De pronto, el verdugo accionó la palanca que hacía caer la cuchilla a gran velocidad y con gran contundencia. Sonó un golpe seco, ¡Clok! En ese preciso instante la cabeza se separó limpiamente del tronco. Durante breves segundos, la victima se convulsionó produciendo grandes chorros de sangre, por cada latido que daba su ya muy débil y moribundo corazón. La cabeza mientras tanto, fue recogida del canasto por el verdugo, quien alzándola, se la mostró al pueblo como si fuese un trofeo. Éste, profirió un fuerte griterío de satisfacción y festejo. ¿Fue por casualidad, que la cabeza sanguinolenta mostrara los ojos abiertos, como recriminándoles su conducta?

John, que ya había vuelto a su sitio, estaba en estado de shock, echado sobre su butaca, ya no impartía ninguna orden ni consejo; su hija había muerto de la forma más cruel que se podía morir.

Una muchacha de tan solo diecisiete años, que no había hecho daño a nadie. ¡En qué maldita hora habían venido al cine para asistir a estos crímenes! Él no había sido nunca un apasionado del cine de terror, siempre decía que eso era ir al cine para sufrir. A él le gustaban mucho más las comedias o todo lo más el cine de acción, pero no el de terror. – Debió pensar

Pero aquel día, había querido complacer a Nancy, su única hija, su ojito derecho y la había conducido a la muerte. No había forma de consolarle.

Una mujer de unos cincuenta años, se acercó a él y pasándole el brazo por los hombros, le susurró: – Yo he perdido también a mi hijo en el ataque de los indios; muchas otras personas de esta sala han perdido a seres queridos como usted, John.

– Por esa misma razón, no debemos rendirnos. – Usted mismo lo dijo: Son personas reales, vulgares asesinos; no podemos dejar que se salgan con las suyas. – Nuestros seres queridos, así nos lo demandan.

Ante estas palabras, John, pareció reaccionar. Se secó las lágrimas con la bocamanga de su camisa y dijo: -Lleva usted razón, nuestros seres queridos reclaman venganza. Esto no puede quedar así. – Eso es John, usted tiene cualidades innatas de mando y nos tiene que dirigir. – Lo estaba haciendo muy bien. Estos rufianes han sabido darle en su fibra sensible, precisamente para inutilizarlo, porque saben que para ellos, de todos nosotros, usted es el más peligroso. -Sí acaban con usted, nosotros estaremos a su merced. ¡No se rinda!

-¡No! ¡No lo haré! – Ahora menos que nunca. Aseguró John

John se volvió a levantar dirigiéndose al público. -Amigos, yo acabo de perder a mi hija, pero precisamente por eso debo vengarla y conseguir que todo el peso de la ley, caiga sobre estos asesinos. -Seguiremos con nuestro plan: no caigamos en sus trampas. -Cuando alguien está solo es a él a quien atacan. No vayan a socorrer a nadie que haya caído, es muy triste decirlo, pero si van a ayudar a alguien, morirá alguno más. -No se separen, permanezcan en grupo y no dejen que la sala se oscurezca. -Quemen todo lo que sea necesario: cortinas, butacas, cualquier cosa que pueda arder.

-De acuerdo, -gritaron todos al ver como John volvía a tomar decisiones. -El grupo que iba a investigar, ¿habéis encontrado algo? – No todavía no, pero seguimos buscando.

-Probad también por el suelo y por el techo. -A veces, estos locales tienen recovecos, donde uno menos se lo espera.

Las luces se apagaron de nuevo y apareció sobre la pantalla una escena medieval; concretamente un torneo delante de un castillo.

Los caballeros, montados sobre briosos corceles portaban sendas lanzas, mientras sus escuderos, les preparaban el resto de las armas para el combate: hachas, espadas.

Los dos caballeros se dirigieron hacia la tribuna, donde estaban sentados todos los miembros de la corte encabezados por el Conde de Momblant, su esposa y la hija de ambos, quien depositó en la punta de la lanza de su valido, un pañuelo de seda.

El caballero que había recibido el galardón, lo cogió, lo besó y lo ató fuertemente en su lanza.

A renglón seguido y tras el saludo protocolario, los dos caballeros se retiraron hacia los extremos de la empalizada que los separaría en el torneo. Estos torneos, solían ser a vida o muerte, y el vencedor solicitaría la mano de la princesa a la que ambos pretendían.

Esta liza, había despertado mucha expectación, porque iban a combatir los dos mejores caballeros de toda Inglaterra: Sir Camelot y el Duque de Anglés.

A una señal del Conde de Momblant, ambos jinetes espolearon a sus respectivos caballos, lanzas en ristre en sentidos opuestas hasta que se encontraron más o menos a la mitad de la empalizada. El choque fue brutal y los dos caballeros rodaron por el suelo. Las lanzas se partieron en varios trozos y quedaron inservibles. Las armaduras y los escudos, mostraban las abolladuras propias del terrible choque. Los caballos huyeron despavoridos.

Inmediatamente fueron hacia sus esquinas en busca de nuevas armas. Sir Camelot, recogió una espada y otro escudo de manos de su escudero, mientras que el Duque de Anglés, recogió también su espada y su escudo, del suyo.

Uno y otro se lanzaron desaforadamente hacia su contrario con espadazos contundentes que produjeron profundas abolladuras en sus escudos. Tras media hora de durísimo combate, ambos contendientes ya estaban exhaustos. Sus golpes eran cada vez más inofensivos, pero entonces ocurrió algo inesperado, Sir Camelot, se lanzó hacia la espada de su oponente sin oponer ninguna resistencia y se ensartó en ella. Aquello había sido un suicidio en toda regla, pero ¿por qué?

Mientras Sir Camelot, se desangraba en el suelo, el Duque de Anglés, lo miraba estupefacto, sin comprender porque lo había hecho.

Al parecer ambos contendientes eran hermanos de padre, sin que el Conde de Momblant lo supiera, no así Sir Camelot que lo sabía desde hacía mucho tiempo. Lo había mantenido en secreto, sin suponer que un día se tendrían que enfrentar y fue por eso que tomo aquella drástica decisión.

Cuando el Duque de Anglés, supo aquello, se arrodilló ante su hermano y lo abrazó al tiempo que le decía: -¡Perdóname! -¡Hermano perdóname!

El publico de la sala estaba tan absorto en aquella historia que había sido la única tranquila y sin víctimas que no oyó como los jinetes del Conde de Momblant entraban por el fondo del patio de butacas y ensartaban con sus lanzas a todos los espectadores que se encontraban en zonas, nada o muy poco iluminadas. La distracción les había costado la vida. Esos mismos jinetes dieron también muerte al Duque de Anglés, que caía muerto junto a su hermano. Todo un drama.

La luz de la sala se iluminó y dio paso a nuevas escenas de terror. Algunos cuerpos permanecían de pie, sujetos por una lanza que los atravesaba de parte a parte, mientras su boca no dejaba de manar sangre.

-¡Otra treta! ¡Otra treta! -Nos han distraído con una nueva historia para que no estuviésemos alertas, circunstancia que han aprovechado para cometer nuevos asesinatos. -No debemos permitirnos ni una distracción más. -Debemos permanecer agrupados, en torno a una luz y en alerta extrema.

Hagamos un recuento de las personas que aún quedamos vivas, entre hombres y mujeres. Debemos repartirnos equitativamente. Contad por filas para ser más exactos. Unos que vayan nombrando y yo iré contando.

-¡De acuerdo! Fila uno, tres hombres y cuatro mujeres, -dijo el primero.

-Fila dos: Cinco hombres y cuatro mujeres.

-Fila tres: Seis hombres y dos mujeres.

-Fila cuatro.

Al final del recuento, en la sala quedaban ciento veinte hombres y ciento veinticinco mujeres. Habían muerto más de la mitad de las personas que formaban el aforo.

La voz volvió a sonar de nuevo:

-¿Les está gustando mi película? -¿Verdad que jamás han visto otra película de terror como ésta?

Los insultos e improperios no se hicieron esperar. Todos reclamaban la presencia de la policía y pedían justicia para aquel asesino o asesinos, sobre los que recaían las sospechas de esa masacre.

-Una sonora carcajada invadió la sala. Y ustedes ¿qué se merecen? Disfrutan viendo morir a la gente en la ficción, lo que no descarta que también disfrutarían si fuese real y ustedes no lo supieran, porque, claro si saben que es real, sus conciencias no se lo permite; entra en juego, lo que ustedes llaman su moral. Repito, no obstante, disfrutan cuando un personaje descuartiza a gente inocente en una película. Son todos unos hipócritas. Aquí se ha proyectado una película real, donde las víctimas son reales y entonces eso ha herido sus corazoncitos. Pero si yo les dijera que tales víctimas, sólo están en sus pensamientos y que nada de lo que aquí ha ocurrido es real, entonces suspirarían y se encontrarían muy bien. ¿No es así?

-Pero.No puedo complacerles, mis películas son reales, no me gusta engañar a la gente. -Verán la siguiente escena es más reciente.

-¡Agrúpense! ¡Agrúpense! -¡Iluminen la sala! -¡No se distraigan, que no nos coja desprevenidos! Seguía gritando John desde su butaca -Todos encendieron sus antorchas, además de las hogueras que ya estaban encendidas. Las luces de la sala se apagaron y en la pantalla apareció un personaje archiconocido: Robocop.

Robocop, peleó con todos los secuaces que le salían al paso, destrozándolos con su poderosa fuerza. Sus ojos brillaban en la semioscuridad. De repente proyectó un haz de luz violeta sobre un grupo de personas que estaban algo alejada de algún punto de luz, antorchas, hogueras.

Cuando quisieron reaccionar era ya demasiado tarde. El haz de luz los fulminó, como si fuera un rayo. Cuatro personas cayeron desplomadas.

-¡Iluminaos, iluminaos, por favor! -La oscuridad juega a su favor. -La luz de la sala se volvió a encender y la nueva escena fue mostrada a los espectadores que aún quedaban vivos.

-¡Qué más nos queda por ver! -¿Cómo puede ser tan cruel? ¿Qué clase de psicópata es capaz de una cosa así? ¿Es posible que Roland Camús o William Bronson, dirijan todo esto?

-No, no me lo puedo creer. -Él es un gran director de cine y William Bronson, un afamado escritor. -Tienen ambos una exitosa trayectoria cinematográfica y literaria, que no tirarían por la borda para convertirse en unos vulgares asesinos. – Les dijo John.

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Capítulo II

La crítica cinematográfica sobre la película fue magnífica. Todos los críticos coincidían en catalogarla de excepcional. – Lo nunca visto, decía el New York Times. -La película que no se deben perder, anunciaba el titular del Washington Post y comentaba: Los espectadores salían impresionados; nunca habían visto nada igual.

-Esta nueva película de Roland Camús, ganará varios Oscar en la edición de este año, comentaban.

En la Fox se entrevistó a varios de los espectadores que habían acudido al estreno. Todos coincidían Lo mismo: el final de esta película no se puede ni se debe revelar, ya que es lo más asombroso, lo más impredecible, como jamás se hubiese imaginado

La película llevaba quince días en cartel y ya no había localidades para ninguno de esos días, por lo que era muy probable que se tuviese que prorrogar al menos una semana más en la cartelera.

Después de siete sesiones, los comentarios de los espectadores de una misma sesión, no se parecían en absoluto a los comentarios de los espectadores de otra. Parecía como si hubiesen presenciado películas diferentes. Únicamente coincidían en que la película estaba dividida en varias secuencias distintas, pero las versiones diferían unas de otras. Del final no querían hablar tampoco.

-¿Cuál era el misterio? -¿Qué ocurría dentro de la sala que la gente no quería o no sabía explicar?

Aunque Roland Camús no era muy proclive a conceder entrevistas y menos aún a asistir a un plató, por fin la TV norteamericana, logró que el director-productor de Misterium, accediera a concederles una entrevista con la presentadora más prestigiosa de la cadena, Oprah Winfrey, cariñosamente, Oprah, en su famoso programa El talk Show de Oprah Winfrey. Ésta se llevaría a cabo el viernes 25 de mayo, a las 20,00 h. La hora de máxima audiencia.

Entrevista que traducimos al español para todos ustedes.

Entrevistadora: – Señor Camús, en primer lugar, mis más sinceras felicitaciones por el éxito de su película. – Muchas gracias. – contestó el cineasta.

Entrevistadora: – ¿Qué tiene para usted el cine de terror, que no tienen otros géneros?

Cineasta: – Bueno, muchas cosas. En primer lugar emoción, pero además descarga las tensiones cotidianas del espectador, saca sus emociones más recónditas, Los buenos filmes, mantienen a la gente pegada a su butaca hasta que aparece la palabra fin. Es un género que nunca pasará. – manifestó el productor.

Entrevistadora: Dicen, quienes han visto Misterium, que esta película, supera a todas las demás, que es lo nunca visto.

Cineasta: No, como toda película de terror, provoca el miedo en la gente, pero tal vez lo haga de una forma más original. El público busca continuas novedades y yo procuro dárselas.

Entrevistadora: Dicen que el día del estreno, varias personas sufrieron algunos ataques de pánico. ¿Es eso cierto?

Cineasta: Sí, siempre pasa en mis películas; tal vez me paso un poco en las escenas de terror, por eso avisamos antes a las personas hipersensibles, o muy impresionables que se abstengan de presenciarlas. –Dijo sonriendo el director.

Entrevistadora: No le voy a preguntar, Señor Camús por el final de su película naturalmente, pero permítame preguntarle si el final es más inesperado que de costumbre, en este tipo de filmes.

Cineasta: Por supuesto, mucho más inesperado y original.

Entrevistadora: Seños Camús, ¿qué porcentaje del éxito de la película correspondería a los actores y cuál le correspondería a usted, como productor y director, teniendo en cuenta que los actores no son para nada conocidos ni famosos?

Cineasta: Yo le daría al menos un 90% a estos actores, sin cuya colaboración, mi película no se hubiese podido llevar a la pantalla.

Entrevistadora: ¿No está siendo usted, Señor Camús, demasiado humilde, demasiado modesto?

Cineasta: De ninguna manera, incluso, es posible que ellos merezcan un porcentaje mayor en la consecución del éxito de la película, pero eso lo decidirán los espectadores que son los verdaderos jueces. Yo no puedo ser totalmente objetivo.

Entrevistadora: Roland Camús, el director de la película de más éxito en estos momentos. Volvió a repetir Oprah Winfrey, dirigiéndose a su público. Muchas gracias por habernos concedido esta entrevista en exclusiva para nuestro programa de televisión El talk Show de Oprah Winfrey. Muchas gracias, señor Camús.

Cineasta: Muchas gracias a ustedes. – Se despidió el director de Misterium.

La entrevista había sido seguida por millones de espectadores, registrando picos de máxima audiencia.

A los ocho días de que la película estuviese en cartel, se produjo un hecho insólito: la película fue denunciada por dos personas, quienes alegaron que los espectadores que entraban al cine en cada sesión, no eran los mismos que los que salían. Los denunciantes, que por cierto no habían visto la película por no conseguir entradas, aseguraban tener un vídeo y varias fotografías que demostraban su denuncia.

Aseguraban también que los espectadores que habían entrado no habían vuelto a salir por ninguna de las puertas del cine, por lo que concluían que los habían hecho desaparecer. No podían demostrar cómo.

Ante tan drásticas acusaciones, el juez de guardia Peter Turner, mandó iniciar una investigación en profundidad. Lo primero que hizo fue solicitar la entrega del vídeo y de la colección de fotografías. A continuación ordenó a la policía judicial una exhaustiva investigación sobre los espectadores que habían acudido cada uno de los siete días a ver la proyección de la película. Si habían desaparecido, esa investigación lo demostraría.

Después de varios días, el juez Turner procedió a analizar el vídeo en profundidad. Un comité de expertos lo estudio secuencia a secuencia, comprobando que efectivamente en la primera sesión, no coincidían las caras de los espectadores que entraron con los que salieron, pero esa primera impresión podía llevar a error, dado que el vídeo podía estar manipulado. Los peritos compararon también los trajes y vestidos, e incluso el calzado de unos y otros. Si no coincidían las caras, al menos debería coincidir la ropa. Contabilizaron los modelos y colores de cada clase de zapatos entrantes y salientes. Lo mismo hicieron con pantalones y chaquetas en los hombres y faldas y blusas en mujeres. Igualmente con el resto de la ropa.

¡Y sorpresa! Excepto un error admitido de un 1%, toda la ropa que había entrado, coincidía con la que había salido. ¿Habría habido una confabulación en la que los espectadores salientes se hubiesen vestido con la misma ropa de las personas que habían entrado y que habían desaparecido? Parecía una posibilidad muy remota y excesivamente rocambolesca.

Por otro lado, la policía estaba intentando localizar a alguno de los espectadores que asistieron a la primera representación, para entrevistar a algunos que pudiesen dar alguna explicación. Para ello interrogaron al personal del cine, a algunas personas que estuvieron ese día en la cola sin lograr entrar. Utilizaron los resguardos de las localidades y también las fotos que habían obtenido los dos denunciantes ese día.

Tras larga y ardua investigación policial, los agentes Antonio Regueiro y Philippe Carter dieron con el paradero de dos de ellos: John y Nancy Thomson.

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Capítulo III

(El desenlace)

Ocúltense tras sus butacas, seguía gritando John a voz en grito cuando la sala se volvió a oscurecer. -Sólo la pobre luz de las antorchas aportaba una tenue iluminación a la misma.

Quedaba ya poco con que iluminarla; los cortinajes ya habían sido utilizados. Ya sólo podrían usar la madera de las butacas, pero eso no resultó aconsejable debido al barniz y a la tapicería, lo que provocaría un humo negro irrespirable, facilitando aún más si cabe, la total impunidad del asesino debido a la invisibilidad provocada por ese humo tóxico.

La nueva escena representaba una expedición submarina, donde los protagonistas, vestidos con su traje de buzo se adentraban en una profunda cueva muy colorista, repleta de plantas de diferentes formas y colores entre las cuales pululaban multitud de animales submarinos: desde pequeños peces multicolores a animales de gran envergadura, incluidos los tiburones y las morenas.

La comitiva avanzaba despacio y con precaución. En la mano llevaban un fusil arponero como medio de defensa, pero aún así la expedición era altamente peligrosa.

De repente, en el fondo de la gruta, los espectadores pudieron ver brillar con gran nitidez los ojos de un pulpo gigante que, agazapado, esperaba y observaba el avance de los cinco buzos que formaban la expedición.

Cuando estos llegaron a su altura, el pulpo lanzó sus tentáculos, como una catapulta sobre ellos, aprisionando a tres buzos con sus ventosas y atenazándoles de tal manera que no podían utilizar sus fusiles. Los espectadores, lanzaron entonces, un grito de terror. ¿Qué les ocurriría a ellos ahora?

La opresión era ya tan fuerte que apenas podían respirar. Los tres buzos luchaban tenazmente por escapar del mortal abrazo del gigantesco pulpo, pero cuanto más se debatían, más rápidamente se quedaban sin aire y se agotaban sus energías.

Al mismo tiempo, los espectadores más cercanos a la pantalla comenzaron a notar también la escasez de oxígeno; se llevaron instintivamente las manos a sus gargantas y abrieron la boca, tratando de captar la máxima cantidad de aire posible.

Los cascos de los tres buzos atrapados, cayeron hacia delante, al romperse la escafandra y sus dueños, exhalaron su última bocanada de aire, formando un gran número de burbujas.. Mientras tanto, sus dos compañeros supervivientes lograban atinar con sus fusiles en medio de los ojos del cefalópodo que soltó inmediatamente una nube de tinta y aflojó su presión sobre los tres desafortunados buzos, pero ya era demasiado tarde.

También fue demasiado tarde para los diez espectadores que se vieron afectados por la carencia de oxígeno durante la proyección.

Cuando se encendieron las luces, sus compañeros más cercanos, pudieron ver a sus compañeros de fila con sus rostros amoratados y desvanecidos sobre el suelo o en sus propias butacas. Todos habían ya dejado de existir.

Los doscientos doce espectadores que aún quedaban en la sala llegaron al máximo del histerismo: golpearon todo lo que encontraban a su paso, golpeaban butacas, rompían altavoces y gritaban; gritaban como seguramente, nunca lo habían hecho antes en su vida. Hasta John perdió las composturas y la serenidad que hasta ese momento había tenido.

-¡Criminales! Gritaba. – ¡Dad la cara! – ¡Asesinos! Y golpeaba con todas sus fuerzas, sobre todo lo que tenía a su alrededor.

La voz volvió a sonar fuerte y con toda claridad, a pesar de que todos los bafles habían sido ya destruidos por los espectadores. -¿Por dónde saldría la voz? – Se preguntaban unos a otros.

-Tranquilizaos, tranquilizaos. -¿No queríais terror? -¿No sois todas y todos unos apasionados de este género? – Pues no hay más terror que el que se vive realmente.

-¿Habéis pensado cómo se siente una persona en el momento de su muerte? Aunque sea una muerte natural, esa persona está sola ante ella. Nadie la puede ayudar. -¿Os imagináis su terror aunque esté rodeada de toda su familia entre las blancas sábanas de la cama de un hospital? -¿Os imagináis lo que sienten las personas que veis en la televisión y que son víctimas de un terremoto, cuando ven que su casa tiembla y que todo se les cae encima? – ¿Lo habéis pensado? -¿Y un tsunami? -¿Podéis imaginar lo que se siente, segundos antes de que millones de litros de agua caigan sobre una persona? -No, creo que no lo sabéis. -¿Intuís siquiera lo que pudieron sentir las miles de personas, un segundo antes de la explosión de la bomba atómica, en la ciudad de Hiroshima cuando empezaron a notar como todo se convertía en una gigantesca bola de fuego, y el aire subía a miles de grados de temperatura? -¿Sabéis, por último, lo que siente un niño agredido por un psicópata o un pederasta? -No, tampoco lo sabéis. -Eso es el verdadero terror, y eso es lo que os gusta ver, por eso os lo he mostrado todo, lo más realmente posible; para que lo notéis en vuestras carnes, en vuestro aliento, en vuestro propio ser.

Todos los espectadores enmudecieron.

-Ahora vais a ver el final de esta película. Las luces se volvieron a apagar. Los espectadores volvieron a esconderse tras sus butacas. – ¿Qué nueva tétrica sorpresa les esperaba aún? ¿Morirían todos? Los gritos se multiplicaron por mil.

Habían visto morir a muchos de sus compañeros de butaca, incluidos familiares muy queridos como en el caso de Nancy. – ¿Moriría alguien más todavía? -¿Hasta dónde era capaz de llegar ese monstruo invisible que había organizado todo esta masacre?

Durante un tiempo, que a todos les pareció infinito, la sala permaneció a oscuras. Silencio sepulcral. No se oía ni la respiración de los supervivientes. La pantalla no se iluminaba.

Durante este tiempo, las preguntas que se hacían los espectadores, eran de todo tipo: – ¿Qué estaba pasando? ¿Habría más víctimas? ¿Me tocaría ahora a mí? ¿Tal vez esto era una venganza? – Pero todos tenían una misma idea en sus mentes, si salían de ésta, jamás volverían a ver una película de terror y esperaban que al autor de esta ignominia, lo metieran en la cárcel para toda su vida, aunque la mayoría reconocía, que las palabras que acababan de escuchar les habían impresionado.

De pronto bajó del techo una gran pantalla que cubrió todo el escenario. De momento nada apareció en ella; una música de misterio, como la que es habitual en este tipo de películas, se oyó con gran intensidad en toda la sala.

De repente apareció con grandes letras la palabra MISTERIUM, sombreada con gotas de sangre que se escurrían por toda la pantalla. Nuevamente lo espectadores gritaron de miedo.

A continuación, volvieron a aparecer la escena de los jinetes indios, pero esta vez en sentido retrospectivo, es decir hacia atrás. Los colonos que habían muerto se incorporaban, a la vez que las flechas que tenían clavadas desaparecían de sus cuerpos como por arte de magia.

Una vez desaparecido de la pantalla este film, volvió a aparecer en la pantalla la palabra MISTERIUM y tras un tiempo relativamente corto, se proyecto el segundo film, la persecución policial; también en sentido inverso, como si los coches recularan desde el patio de butacas hacia la pantalla. El efecto fue el mismo, los heridos y los muertos en el tiroteo volvieron a incorporarse a la película como si tal cosa.

Los espectadores no daban crédito a lo que estaban viendo.

Las escenas se sucedieron unas tras otras: Freddy Crugger, Jack el Destripador, Aníbal Lecter, María Antonieta, Robocop, El torneo medieval. En fin todas y cada una de las películas que habían sido proyectadas y todas en sentido opuesto.¿Por qué?

Tras lo cual, la palabra MISTERIUM, y su goteo de sangre siguió apareciendo en la gran pantalla, provocando el terror en los espectadores que seguían cobijados tras las butacas.

Por último, aparecieron los créditos, con una sucesión de nombres desconocidos para la mayoría y en un número que superaba con creces a los que aparecían normalmente en cualquier superproducción. -¿Qué es esto? – Se preguntaban unos. -No puede ser real. – se decían otros. -Si no ha habido película,

-¿Cómo es que aparecen tantos actores, y todos desconocidos? – Se preguntaban algunos.

Mientras tanto, nombres y más nombres, surgían de abajo hacia arriba hasta llegar a los nombres del director y productor y los sellos que reflejan la propiedad intelectual de la empresa cinematográfica.

También, había llamado mucho la atención de los espectadores, la cantidad enorme de nombres que formaban parte de la realización, maquillaje y efectos especiales, más de ochocientos.

¿Cómo podían haber intervenido tantas personas en la realización de una película inexistente? Y lo que es más grave ¿Cómo podían haber intervenido en aquella masacre? Si era así, todos ellos eran también culpables de los asesinatos.

Una vez que todos los créditos fueron expuestos, apareció en la pantalla una nota que decía:

Señores espectadores, confiamos en que cuando se enciendan las luces de la sala, comprendan perfectamente el argumento de la misma y el porque de todas sus secuencias, y que aunque hayan sufrido espectacularmente el terror en sus carnes, lleguen a comprendernos y a disculparnos. Por eso confiamos en que ninguno de ustedes, revele a nadie el argumento de la misma, lo cual haría que este film no haya tenido razón de ser.

Nuevamente apareció la palabra MISTERIUM, acompañada del mismo fondo musical de misterio. Después desapareció y la sala quedó nuevamente a oscuras pero con la música de fondo, lo que propició que los espectadores se volvieran a ocultar tras sus butacas, temerosos todavía de que sucediera algo imprevisto.

Por fin, las luces de la sala se fueron encendiendo lentamente, una tras otra. Los espectadores se fueron incorporando aún con el miedo en el cuerpo, cada uno a su localidad y lo que vieron los dejó estupefactos.

Poco a poco las víctimas habidas a lo largo de la película, o más bien de las películas se fueron incorporando: unos con sus flechas aparentemente clavadas en sus cuerpos, otros saliendo de las filas de butacas que se recolocaron automáticamente, los que habían sucumbido a los disparos se levantaban llevando todavía sobre sus ropas las marcas rojas de lo que al parecer había sido sangre. Freddy Crugger había hecho verdaderos destrozos en los cuerpos de algunas de sus víctimas y Jack el Destripador había abierto el abdomen de las suyas, que se incorporaban como si tal cosa arrancándose o más bien despegándose unos intestinos de plástico adheridos a su cuerpo. Nancy apareció sentada en la butaca al lado de su padre, quien la miró sonriente felicitándola por su trabajo y caracterización.

Todos habían sido trucos y efectos especiales y los actores que habían aparecido en los créditos no eran ni más ni menos que las personas que habían actuado de víctimas en la sala del cine, perfectamente caracterizados

Al final el patio de butacas se llenó con el conjunto de todos los espectadores que habían entrado en la sala y quitando algunos desperfectos que pronto serían reparados por el equipo de realización, todo volvía a estar como antes.

Los sollozos de algunos, se mezclaban con las risas histéricas de otros. Algunos permanecían callados en sus butacas con rostros de estupor como si estuviesen en trance.

La voz que les había hablado durante la película les dijo:

-Tenemos que agradecer a todos nuestros extras y colaboradores, que han actuado maravillosamente, su aportación a la realización de esta película, pues cualquier fallo, hubiera dado al traste con ella. -Del mismo modo es justo agradecer, a la dirección de maquillaje y efectos especiales, el fabuloso trabajo de caracterización que han realizado en tan poco tiempo, enseñando a nuestros actores, las técnicas de auto caracterización rápida. Muchas gracias chicos; habéis hecho un trabajo excelente.

-También deseo darles las gracias, muy especialmente, al Doctor John Thomson y a su hija, la señorita Nancy, por su capacidad para influir en grupos sociales cuya especialidad domina a la perfección. No en balde, el señor Thomson es doctor en Psicología aplicada y Sociología.

-También agradecemos especialmente a nuestros cámaras y equipo de iluminación, el trabajo realizado con las cámaras ocultas y rayos láser que han sabido proyectar a la perfección las imágenes virtuales que con efectos especiales, hacían parecer como reales, las imágenes y personajes que entraban en la sala. Todo era ficticio.

-¡Fenomenal trabajo!

Los espectadores no sabían qué hacer, unos empezaron a gritar contra la película y su director, pero al final la gran mayoría comenzó a aplaudir aquella genialidad. En verdad, Roland Camús les había sorprendido. Había demostrado ser el David Coperfield del cine.

La pantalla se subió de nuevo, y detrás de ella comenzaron a salir otras trescientas personas, que vestían ropas similares a las de los espectadores. Un equipo de fotógrafos, debidamente camuflados habían fotografiado a los espectadores entrantes, y un ejército de mujeres, pertenecientes al equipo de la película, había confeccionado una ropa similar para sus dobles.

Estos no daban crédito a sus ojos; cada minuto que pasaba, era una nueva sorpresa.

A continuación, la voz en off se dirigió al público en estos términos:

Señoras y señores, se ruega encarecidamente a todos ustedes que para que la película MISTERIUM pueda seguir proyectándose en esta sala en días sucesivos, es necesario que la identidad de todos y cada uno de ustedes no sea revelada, y para ello el equipo de realización ha previsto una salida a través de un pasadizo que comunica con el exterior, a través del metro. Ustedes deberán ir saliendo poco a poco para no despertar la curiosidad de los usuarios de este medio de transporte. Estas personas que ustedes ven en el escenario ocuparán su lugar saliendo del cine. Muchas gracias por su colaboración.

Inmediatamente los dobles comenzaron a cruzarse con los espectadores que los miraban con curiosidad. Aquellos que habían actuado como víctimas pasarían antes por una sala, donde se lavarían, quitarían el maquillaje, se pondrían una nueva ropa y volverían a su realidad cotidiana.

Los dobles, mientras tanto iban saliendo lentamente, como si de la salida de una sesión de cine normal se tratase.

Los transeúntes que miraban la cartelera los miraban con cara de envidia por haber conseguido entradas para la primera función, mientras que algunos se atrevían a preguntar: -¿Qué tal es? -A lo que les respondían: como todas las Roland Camús, muy buena. -Pero no me preguntes el final, que no te lo voy a decir, je, je.

La policía mientras tanto alargó las investigaciones hasta que se proyectó por última vez la película, momento en que se llamó a los dos denunciantes para devolverles el vídeo y decirles que no podían basar una acusación tan grave, en un vídeo y unas fotografías tomadas sin la autorización de los diferentes sujetos que aparecían en ellas, y que además podían haber sido manipulado.

Tras el consiguiente susto inicial, al final fueron informados de la realidad y se les notificó que la policía estaba al tanto del argumento de la película, para la cual la productora había pedido la correspondiente autorización judicial.

La investigación policial, en el fondo había sido, como la película pura ciencia ficción.

FIN

La nube

El comienzo de todo

Como cada tarde, Daniel Portoalegre bajaba al río a pescar o más bien a relajarse un poco, siempre decía que la pesca le serenaba. Aquel día había sido un día de mucho calor, un día agobiante que sólo suavizaba un poco la exuberante vegetación que crecía de forma irregular en los márgenes del río y el agua fresca que discurría siguiendo su curso.

Allí se respiraba calma y tranquilidad que invitaban a una buena siesta lejos del mundanal ruido. Daniel era transportista y se pasaba doce horas en el camión aguantando el stress crónico de las carreteras, por eso cuando llegaba el fin de semana se marchaba a su remanso de paz. No en vano tenía ya cerca de sesenta y cinco años.

Daniel, desplegó una pequeña silla de tijera de las que usan los pescadores, la colocó en el lugar donde la ponía siempre, en una pequeña playita que formaba el río en uno de sus recodos, bajo los chopos, álamos, sauces, y tamarindos donde la sombra aliviaba del calor del estío.

Sacó de la bolsa los aparejos de pesca, desplegó la caña telescópica y abrió la caja de cebos, principalmente pastas, muy condimentadas con sustancias dulces y olorosas, como vainillina, pasta de maní, orégano, canela, etc.

Daniel, era muy meticuloso, cada especie necesitaba su cebo, la carpa que era la más abundante en ese río necesitaba, cebos muy dulces; incluso turrón les echaban algunos pescadores para cebarlas.

Daniel tiró la caña, lanzando el hilo a larga distancia, desde donde podía ver perfectamente la boya y se sentó a esperar. Sacó también de la bolsa una bota de vino y una tartera que contenía un buen pedazo de tortilla y media butifarra.

Cuando alzó la cabeza para echar un buen trago, la vio. El Sol lucía en todo su esplendor y el cielo estaba totalmente raso, de un azul deslumbrante que dañaba la vista; pero en medio de esa vasta inmensidad etérea, estaba situada aquella nube; justo en su cénit.

– Aquella nube no debía estar ahí, – pensó. Algo no cuadraba. Aquella nube estaba totalmente inmóvil; la verdad es que no hacía nada de viento, pero aún así, por poco que soplase, siempre debería moverse algo. De alguna manera aquella maldita nube tendría que cambiar de posición aunque fuese lentamente, pero no. Daniel estuvo observando a aquella curiosa nube con tanto interés que más de una vez los peces le comieron el cebo sin que se diese cuenta.

Cuando enrollaba el carrete y recogía el anzuelo, otra vez había desaparecido el cebo. A él que era un pescador experimentado aquello le enfurecía y se sentía ridículo. Nunca en sus muchos años de pescador había consentido que nada le distrajese por eso se venía solo a pescar, pero aquel día.

No podía explicar lo que le sucedía, se sentía atraído por aquella solitaria nube, ¡maldita sea!

Cuanto más la miraba más hipnotizado se quedaba. De repente le pareció observar como la nube cambiaba de color sin motivo aparente, pasando de ser muy blanca y algodonosa a plomiza y pesada.

Daniel apartó por un momento la vista de la nube e intentó concentrarse en la pesca que era para lo que había ido allí. Comprobó una vez más que los peces se habían comido su cebo y ya era la quinta vez. – ¿Qué le estaba pasando, que perdía de vista la boya y no se daba cuenta en qué momento mordían los peces? Una de las veces le habían arrancado hasta el anzuelo con cebo y todo. No podía ser, aquello nunca le había sucedido a él.

Volvió a mirar a la nube y lo que vio le dejó paralizado; dentro de la nube, ahora de color rojizo, se estaba desarrollando una tormenta eléctrica. Rayos de color azulado se producía en el interior de la nube. ¿Cómo era eso posible, si el cielo estaba despejado y sólo había una nube en todo lo que alcanzaba la vista?

A Daniel no le gustó para nada el cariz que tomaban los acontecimientos. Aquello no era normal. De repente, la nube comenzó a descender rápidamente y a Daniel no le dio tiempo nada más que a esconderse entre la vegetación.

De repente la nube lo cubrió todo, se extendió a gran velocidad por toda la superficie del río y mientras lo hacía, cientos de peces afloraban muertos a la superficie, flotando panza arriba y siguiendo su corriente.

A Daniel se le erizó el cabello, mejor dicho, el poco cabello que le quedaba, dejó abandonado todos los aparejos, incluida la caña y echó a correr, pero cuanto más corría más rápidamente se extendía aquella especie de bruma, de niebla pesada que se adhería a la vegetación como hebras deshilachadas, entre ellas.

Pronto alcanzó a Daniel, al que el corazón se le salía por la boca; Tuvo una gran sequedad de garganta, mientras comprobaba como su cuerpo se deshacía en largos jirones que se confundían con la niebla.

Aquella sensación no le produjo ningún dolor; simplemente sintió que su cuerpo iba desapareciendo sin dejar rastro. Al cabo de un rato no sintió nada; había dejado de existir.

Poco a poco los jirones de niebla que se había subdividido y subdividido en miles y miles de larguísimas hebras de bruma espesa y pesada se volvieron a reagrupar y ascendiendo volvieron a formar la nube; la nube que había contemplado Daniel aquella tarde de sábado cuando se disponía a practicar su afición favorita: la pesca.

Al cabo de un rato la nube, aquella nube solitaria y veraniega, había desaparecido. Todo volvía a estar en calma; sólo unos cuantos peces muertos, una silla de pescador, unos aparejos y una caña telescópica. Todo esparcido en unos cincuenta metros a la redonda.

El sol brillaba en toda su intensidad y un cielo límpido y azul cubría todo lo que cualquiera ser humano hubiese podido observar.

oooOOOooo Una semana más tarde

Altea Alicante

6,35 AM

Juanjo Menéndez repartidor de pan de la Panificadora Sol Oriente, se quedó clavado frente a la playa, toda la orilla estaba negra como el tizón; en un primer momento pensó que eran algas o tal vez alquitrán. De vez en cuando algunos capitanes de barcos desaprensivos, limpiaban sus bodegas en alta mar sin pensar en el deterioro medioambiental que eso producía entre los animales y plantas y como no, en la hermosísima playa de su pueblo, pensó.

Decidió dejar el carrillo en el paseo marítimo y bajar hasta la orilla del mar para divisar más de cerca cual era la causa.

En parte le extrañaba mucho, porque el día anterior había sido extraordinario para ir a la playa y nadie se había quejado de que estuviera sucia, por lo que decidió investigar. A las 6,35 de la mañana todavía no había acudido nadie a la playa, sólo él, Juanjo Menéndez, el repartidor del pan.

Según avanzaba por la extensa playa hacia la orilla, Juanjo la vio. ¿Qué hacía aquella solitaria nube en medio de un día azul y con sol? No lo podía entender.

Cuando llegó a la orilla, se quedó horrorizado. Aquella línea negra que bordeaba todo el litoral de la playa no eran algas como había creído en un principio, ni tampoco era alquitrán, sino miles y miles de peces muertos y ennegrecidos, como si hubiesen sido electrocutados. Durante un rato Juanjo se quedó paralizado, sin saber que hacer. De pronto decidió que aquello debía ponerlo en conocimiento de las autoridades. Podía deberse a un vertido ilegal de algunas de las fábricas que poblaban el litoral mediterráneo y que vertían sus residuos al mar. Aquellos vertidos, podían estar contaminados.

Cuando, Juanjo se disponía a marcharse comprobó que la nube se había oscurecido y había bajado de nivel; concretamente estaba encima de él. Aquello pasaba de castaño a oscuro; notó que le temblaban las piernas y decidió salir corriendo pero las piernas no le respondieron. Sentía como si llevara plomo en los pies. Por más esfuerzos que hacía más se hundía en la arena, a la vez que sentía como un hormigueo en las piernas y éstas le desaparecían del resto de su cuerpo. Comenzó a gritar y gritar hasta que la arena de la playa, se lo fue tragando del todo, lo fue absorbiendo como cuando los niños tiraban un cubo de agua sobre ella, y una marca negra en forma de redondel quedó grabada sobre la arena y contribuyó a que se extendiera aún más la mancha negra que Juanjo había contemplado desde el paseo marítimo.

Varios transeúntes reconocieron el carrito de Juanjo que era muy conocido en Altea y pensaron que se había bajado a la playa para darse un baño. Algunos otearon el horizonte, pero no divisaron nada. La playa estaba como siempre, azul, y muy limpia; el Sol brillaba en todo su esplendor y algunos bañistas se disponían a tomar su primer baño del día.

La mancha negra había desaparecido por completo al igual que aquella inoportuna nube que había visto Juanjo y que ahora había desaparecido del horizonte.

Al cabo de un rato la playa se llenó de bañistas: unos con tumbonas, otros con pelotas para jugar, otros con flotadores. Niñas, niños, mujeres y hombres descansaban tranquilamente en las playas de ese bonito pueblo alicantino, Altea.

Curiosamente el carrito del panadero permaneció varios días allí, sin que nadie le diese importancia hasta que un día desapareció.

Algún amigo de lo ajeno debió pensar que para estar allí sin ser usado, él le daría alguna utilidad y el carrito, lo mismo que Juanjo Menéndez, desaparecieron para siempre, pero nadie lo notó.

En la panificadora, tampoco lo echaron de menos. Juanjo era un poco "cabeza loca", cambiaba de empleo como de calzado y era muy informal para el trabajo.

Seguro que había encontrado otro trabajo en algún otro pueblo de los alrededores o se había ido a Madrid. Esa idea le bullía en la cabeza en las últimas semanas, según sus compañeros, aunque pensaban que estaba muy mal que no se hubiese despedido y entregado su carro en la panificadora.

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Portonovo (Galicia)

Tres de la madrugada

La marea está subiendo y por tanto cubriendo la arena que forma la playa. Normalmente suele subir hasta la mitad de la playa pero esa noche, mientras todos los vecinos de Portonovo están durmiendo, el agua del mar ha saltado ya el dique que separa la playa del paseo marítimo.

En lo alto del estrellado cielo figuran dos elementos muy importantes, uno era la luna llena y el otro una nube rojiza que iluminaba todo con su color. Cualquier viandante que pasara en ese momento por allí descubriría que esa nube estaba de más. No debía estar allí, pero estaba.

Poco a poco la nube fue descendiendo hasta situarse a ras del suelo y poco a poco se fue extendiendo por la playa hasta formar una neblina que se fue deshilachando en jirones y extendiéndose más allá de la playa ascendiendo por las primeras casas del paseo marítimo.

La extensa nube o mejor dicho la bruma en que se había convertido se colaba por rendijas, resquicios, ventanas, puertas y todos los recovecos que había en casas y comercios, desapareciendo en su interior. Cada vez se hacía más extensa y los jirones que entraban por un sitio volvían a salir por otro de tal manera que la mitad del pueblo se vio invadida al cabo de una hora por aquella misteriosa bruma, impropia del mes de agosto.

De repente los jirones, retazos, y fragmentos de la niebla comenzaron a retirarse y a reunirse formando de nuevo la nube, una nube oscura de color gris plomizo que pronto comenzó a ascender cambiando su color a blanco en forma algodonosa que después de ascender se fue desplazando hasta desaparecer hacia el interior del mar.

Al cabo de un buen rato todo volvió a la normalidad. La luna llena iluminaba la noche estrellada como una gran antorcha llameante en medio del pueblo. Varios perros ladraron en la lejanía mientras que una brisa suave soplaba de poniente.

Ningún rastro de aquella nube quedaba ya en el cielo que se mantendría despejado y brillante hasta el amanecer.

Cándida llamó por enésima vez a la puerta, dando fuertes golpes con el aldabón en forma de puño. Aquello era muy extraño, eran las nueve de la mañana y su hermana solía estar ya preparada para ir con ella a la lonja; no solía quedarse dormida. Aquello era ya preocupante.

También le extraño no oír murmullos, voces, llantos de niños entre la vecindad. Allí reinaba un silencio sepulcral, como si todos los vecinos de la casa estuviesen todavía durmiendo. También le sorprendió aquel extraño olor a putrefacción, a cosa descompuesta.

Cándida decidió volver a su casa y llamar desde allí a su hermana por teléfono; no cabía duda que se había quedado dormida. Aunque vivía en la otra parte del pueblo, no tardó en llegar, subió a su casa, abrió la puerta y se dirigió directamente al teléfono.

No había nadie en la casa, su marido se había ido a las cinco de la mañana hacia el puerto para embarcarse en el pequeño barco de pesca de su propiedad, el "Estrella del Mar". Él era el patrón pero le acompañaban cuatro tripulantes más, todos ellos familia de Antonio, su marido.

El pitido intermitente del teléfono, sonó una y otra vez hasta que Cándida comprendió que nadie se lo cogería, por lo que decidió llevarse las llaves que tenía de la casa de su hermana y regresar de nuevo.

Aquello ya la empezaba a preocupar; bajó a toda velocidad y se plantó en la casa en un santiamén.

Introdujo la llave en la cerradura y abrió. No se oía nada. Cándida la llamó varias veces: _ ¡Isabel! ¡Isabel! Pero fue inútil, nadie la respondió, así que optó por recorrer todas las habitaciones.

Era una casa grande con cinco habitaciones y dos cuartos de baño, un cuarto trasteo y una plaza de garaje. Cándida fue pasando de unas habitaciones a otras hasta llegar al dormitorio, donde vio la cama deshecha y la ropa colgada del vestidor como si no se hubiese llegado a vestir. Aquello la extrañó mucho, a no ser que hubiese decidido ponerse otra ropa y hubiera salido a resolver algún asunto inesperado.

Toda la casa estaba impregnada de aquel olor raro, putrefacto que no podía definir. Intentó buscar alguna nota o algo que le indicase adónde podía haberse marchado.

No se oían voces por los patios ni por las terrazas, es como si todo el mundo estuviese durmiendo o hubiesen enmudecido. De pronto oyó golpes en otras puertas y murmullos de gente en la calle.

Cándida se asomó y contempló varios corrillos de gente que con gestos muy elocuentes parecían estar como ella, asombradas y extrañadas sobre sucesos parecidos en sus propios edificios y en sus propias familias.

Cándida salió rápidamente y bajó a la calle; se cruzó con varias personas que aporreaban las puertas como antes había hecho ella. Todos se conocían, como ocurría en la mayoría de los pueblos y pronto se congregó en la calle un grupo bastante numeroso de personas.

– Mis padres tampoco están. – Decía una señora de unos cuarenta años. – Y ellos son ya muy mayores como para salir solos. Esto es muy extraño. – Comentaba.

– Tampoco hay nadie en casa de mi cuñada. – No me dijo que hoy fuera a ir a ningún sitio y además no suele irse sin avisar.

– Hoy hay mercadillo de Sanxenxo, puede que se hayan ido allí. –Comentó un señor mayor. – No, no lo harían sin avisar. – respondió una de las señoras.

– ¿Has visto a tu hermana, Cándida? – Le preguntó una muchacha del grupo. – No, mi hermana tampoco está y es muy extraño. – ¿Habéis notado ese olor tan desagradable que hay por todas partes?, les preguntó a todos. – Sí, es verdad, yo lo llevo notando hace ya un buen rato.

– La verdad es que no pueden haber desaparecido tantas personas de repente. Yo creo que debemos dar parte a la Guardia Civil. – Dijo Cándida.

– Estoy de acuerdo, añadió un muchacho joven que tampoco había encontrado ni a sus padres ni a sus hermanos más pequeños. – Yo he venido esta mañana de Pontevedra y cuando he entrado en mi casa he descubierto que no había nadie; han desaparecido mis padres y mis hermanos y eso es muy extraño. – ¡Venga! Vamos todos al puesto de la Guardia Civil. – dijo aquel muchacho tomando la iniciativa.

– ¡Vamos corearon todos los demás! Y se dirigieron con paso rápido hacia el puesto de la Benemérita.

– ¿Nadie ha notado nada extraño? Preguntó Felipe, mientras se encaminaban hacia el cuartel.

– Ahora que lo dices cuando yo venía por la carretera observé una gran nube blanca que se retiraba a gran velocidad cuando no soplaba ni pizca de viento; era muy extraño, una única nube en el cielo. Una nube que estaba de más. Pero yo en ese momento no le di importancia.

– ¿Pero eso qué tiene que ver con la desaparición de todas estas personas? _ comentó Serafín, un hombre de unos cincuenta y cinco años. No, aparentemente nada, – comentó Luis, y yo en ese momento, como digo, no le di importancia, pero ahora no sé que pensar. Esa nube no debería estar allí. – Es lo único que digo.

Cuando llegaron al cuartel de la Guardia civil, los recibió el Comandante de puesto y tras escucharles pacientemente y rogarles que se calmaran, les prometió que enviaría a un coche patrulla para investigar el asunto. – No puedo prometerles nada más. Es todavía muy pronto para dar a esas personas por desaparecidas. – dijo.

Varias voces se levantaron en señal de protesta. Nuevamente el Guardia Civil, les pidió calma prometiéndoles una investigación en profundidad.

A continuación, les recomendó que regresaran a sus respectivas casas y esperaran con paciencia el devenir de los acontecimientos. Era muy probable que se estuviesen precipitando. Posiblemente sus familiares aparecieran cuando menos se lo imaginasen y todos ellos tendrían seguramente una explicación convincente.

Todos los vecinos se fueron marchando a regañadientes, no muy convencidos de las últimas palabras del comandante.

A la semana siguiente, nada se había descubierto; aquello era un misterio que ni la Guardia Civil había podido resolver. Vinieron varios equipos de investigación de Madrid y Barcelona; agentes expertos y muy meticulosos que no dejaron ningún rincón sin escudriñar. No había rastros de violencia, ni huellas que no fuesen de los propios habitantes de los dueños de las casas, etc.

La Guardia Civil y los equipos de investigación comunicaron el suceso al CSIC para recibir nuevas instrucciones y nuevos equipos. Aquello pasó en una semana al ámbito militar

Ruth

Ruth era vecina de Cadaqués una localidad turística de Gerona, último refugio del famoso pintor, Salvador Dalí. Situado en plena Costa Brava, el pueblo es de una belleza extraordinaria con grandes acantilados que se mezclan con pequeñas calas en las que desembocan las estrechas callejuelas del intrincado laberinto que forman entre sí las calles y rincones de este pueblo pintoresco.

Aquella mañana decidió bajar al pueblo bien temprano para ser una de las primeras, a la puerta de la lonja; Lugo había mucha aglomeración debido al número de turistas que la abarrotaban.

Debía tener cuidado con las empinadas escaleras que se intercalaban entre los distintos callejones, ya que Cadaqués estaba situado en la falda de la montaña que bajaba hasta el mar, en plena Costa Brava.

Hacía un día espléndido, un día de playa. Ruth miró al cielo resplandeciente por el Sol que ya apuntaba en el horizonte. La única nota discordante en el azul del cielo, era aquella nube. Una nube blanquecina que se iba alejando rápidamente en el horizonte a pesar de no correr ni pizca de viento.

Aquella nube no debía estar allí, no pegaba. – Pensó

Bajar era coser y cantar, pero cuando tenía que subir, sudaba la gota gorda, monos mal que Ruth, estaba ya acostumbrada y no cambiaría su pueblo por nada del Mundo.

Ruth, estaba casada con Jaume y tenía dos hijos preciosos, Vincent y Mariola de quince y trece años. Jaume era arquitecto, lo que les permitía tener una posición holgada económicamente y Ruth era una mujer feliz y muy sencilla. Trataba con toda la gente de Cadaqués desde los más humildes hasta los más ricos y todos la apreciaban también a ella.

Aquella mañana, después de casi media hora de un largo descenso hasta la parte más baja del pueblo, donde estaba la lonja, Ruth pudo comprobar que estaba vacía. – ¿Cómo era posible que todavía no hubiese llegado nadie?, era incomprensible.

Al poco rato sólo habían llegado unos doce o catorce vecinos que esperaban igual que Ruth, la apertura de la Lonja. Todos cuchicheaban entre sí, mostrando su extrañeza.

Ruth participó de inmediato en la conversación. Todos mostraban mucho interés en la conversación.

Arnau comentó: -Es muy extraño, además de la Lonja, todos los comercios de la plaza están cerrados y cuando yo he llegado aquí no había ni un alma, aparte de Ruth naturalmente. Cosa extraña porque esta plaza siempre está repleta de personas a cualquier hora del día o de la noche. Como sabéis los muchachos se suelen reunir aquí la noche de los viernes para alternar hasta altas horas de la madrugada y no había nadie, ni vecinos del pueblo ni siquiera turistas que suelen ser muy madrugadores. No lo puedo entender.

Más y más gente se fue congregando hasta las once de la mañana sin que hubiese signo de vida en comercios, bares, mercados, etc.

La lonja permanecía cerrada a cal y canto y los barcos que habían ido a faenar, se encontraban con la mercancía llenando sus bodegas y sin poderlos descargar. Si aquello duraba mucho tiempo el pescado se estropearía. – Comentaban los marineros.

Dos coches de la Guardia Civil, hicieron acto de presencia. – ¿Qué ocurre aquí? Preguntó el sargento a varios de los contertulios. – No sabemos qué ha pasado, sargento. – Mírelo usted mismo. Todos los comercios están vacíos, abandonados. – Como si a sus dueños se los hubiese tragado la tierra. Algunos vecinos ya han ido a sus domicilios a comprobar si estaban y sus casas o están desiertas o sus familiares no saben nada; es más algunos han bajado a toda prisa a la plaza para saber de sus familiares. Mire sargento, allí están algunos de ellos – Les dijeron señalando a uno de los grupos.

El sargento y dos números se acercaron a un corrillo de personas que eran todas familiares de los desaparecidos.

No señor, no sé nada, mi marido bajó esta mañana a las ocho como de costumbre para preparar la tienda y desde entonces no he vuelto a saber nada de él.

Yo tampoco sé nada ni de mi marido ni de mi hijo; tenían que haber abierto el bar a las nueve de la mañana y no lo han abierto, no hay rastro de ellos y yo he entrado en él y está tal y como lo dejamos anoche; tan sólo huele distinto. Huele como a algo putrefacto. Efectivamente, dijeron a coro todos los demás.

Algunos entre sollozos describieron escenas parecidas, tan solo las tiendas que abrían más tarde como la farmacia, los ultramarinos, etc., se encontraban en perfecto estado y sus dueños no habían desaparecido aunque sus comercios tenían también ese olor característico.

La Guardia Civil realizó un registro a fondo, pero no pudo encontrar ninguna pista que mostrase algún indicio de lo que allí había sucedido.

El sargento notificó el suceso a la comandancia de la Guardia Civil y se llevó una sorpresa cuando recibió aquella noticia. Le ordenaron que no comunicase absolutamente nada a la población. Había que evitar a toda costa que cundiese el pánico entre sus habitantes.

A esa misma hora, varios helicópteros y varios F18 de la base aérea de Torrejón en Madrid, despegaban en distintas direcciones, surcando el espacio aéreo español para intentar descubrir algo que fuera causante de aquel fenómeno. Iban buscando una nube. Lo que parecía una aguja en un pajar.

A las tres de la tarde de aquel lunes veraniego de 2011, ya se habían notificado más de veinte casos parecidos en la CENTRAL DE INTELIGENCIA españoles.

En todos ellos se habían apreciado las mismas coincidencias: gente desaparecida, casas y comercios abandonados, olor nauseabundo, pero sobre todo, – la nube.

Sí una nube que estaba de más en esos lugares. Una nube extraña, blanca decían unos, plomiza decían otros, incluso rojiza en algunos casos. En algunos lugares, después de aparecer la nube, habían aparecido peces muertos y plantas destrozadas; parecía como si aquella nube sembrase la muerte a su alrededor.

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Veneno

Dos meses más tarde.

El avión 747 de las fuerzas aéreas española que trasportaba al Jefe del Estado mayor y a otros altos oficiales entre generales, tenientes generales, coroneles, etc., tomó tierra con un fuerte chirriar de las ruedas al entrar en contacto con el asfalto de la pista número tres del aeropuerto militar de San Javier en Murcia.

El motivo de su visita era secreto militar, solo se sabía que su misión en Murcia era para tratar en una cumbre bilateral entre España y Francia, asuntos que tenían que ver con la Seguridad Nacional.

Ambas delegaciones habían elegido la ciudad de Murcia para mantener dicho contacto a dos bandas por ser un sitio discreto que no despertara sospechas a nivel internacional.

Un séquito muy reducido, formado por varios militares y el Gobernador Militar formaba el comité de recepción que los llevaría a su destino, destino que se mantenía en secreto para que no trascendiese a la prensa.

Una vez que el aparato se hubo detenido y se colocó la escalerilla adosada a la puerta del 747, los militares comenzaron a descender del avión siendo despedidos con un riguroso saludo militar por los tripulantes del aparato.

Una vez en tierra y tras saludar a las personalidades que formaban el comité de recepción, subieron en sus respectivos automóviles, llevando tan solo dos motoristas delante y dos detrás. Los vehículos no portaban ninguna bandera ni señal identificativa de quienes eran sus ocupantes.

La comitiva salió del aeropuerto y enfiló a gran velocidad la carretera de Cartagena camino del hotel Alfonso XIII, lugar elegido para la reunión.

Hasta última hora no se había decidido el sitio exacto de la misma, dudando entre éste y el hotel Arco de San Juan; finalmente se había optado por el primero por razones de seguridad.

Cada legación acudiría por separado y en distinto día y hora. Cuando los españoles llegaron al hotel, los franceses ya estaban alojados allí desde el día anterior.

El Gobierno había reservado toda una planta para las dos delegaciones con altas medidas de seguridad; también se habían reservado las salas de reunión para toda esa semana. Se recomendaba a todos los miembros tanto españoles como franceses que no saliesen del hotel y si lo hacían debían salir de incógnito, seguidos de miembros de la seguridad del estado.

– ¿Qué era lo que se iba a tratar allí? – ¿Qué misteriosa reunión era ésa? – Nadie podía contestar de momento a esa pregunta.

La prensa había sido desviada hacia otros lugares totalmente opuestos del territorio español, a pesar de los intensos rumores que circulaban entre la prensa seria de este país.

Algo grave estaba sucediendo en España y Francia. Antes que interviniesen los militares, ya lo habían hecho las Fuerzas de Seguridad del Estado, Policía y Guardia Civil por un lado y la Gendarmería Francesa por otro. Sus informes no habían visto la luz pública, pero debían ser muy graves cuando las competencias habían pasado ya al estamento militar.

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Primera reunión

La sala era rectangular y muy espaciosa, con tres grandes ventanales que daban a los jardines del hotel. En el centro había una gran mesa ovalada de caoba que había sido diseñada para la ocasión. En las paredes lucían varios cuadros de distintos autores modernos Picasso, Mar Chagall, Van Gogh, Antoni Tâpies, Paúl Gauguin, etc.

Las paredes tapizadas en color azul claro resaltaban aún más la elegancia del recinto. Dos lámparas de cristal de Bohemia colgaban de ambos lados de la sala. La cristalería fina ocupaba el centro de los dos aparadores situados a ambos lados del ventanal central de la habitación. Sendos candelabros de plata ornamentaban también los dos aparadores y la espléndida biblioteca, contribuía a aumentar más si cabe, la suntuosidad del recinto.

En el fondo, un enorme mueble bar contenía todo tipo de bebidas y sobre una mesa en un rincón de la sala se encontraba un mueble frigorífico que hacía juego con el resto del mobiliario y que guardaba en su interior las bebidas frías; junto a él una mesa con varias bandejas contenían todo tipo de aperitivos.

Partes: 1, 2, 3, 4
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