La estructura bimembre del cosmos y sus componentes se hace muestra de que el mundo y sus cosas disponen de una existencia propia susceptible de aprehenderse sensorialmente. No obstante, la meditación mística da a entender que la contemplación de la realidad concreta se convierte en develamiento de expresiones divinas. Por eso todo verdadero conocimiento ha de instituirse a base de esta doble visión. Acceder al trasfondo de la expresión sideral es definitivamente trascender los sentidos primarios, erigidos como lógicos, para captar lo invisible. Es por esta razón que todo el pensamiento místico debe su rigor metódico a la dialéctica de lo palpable e inefable. Hay, entonces, en la experiencia cognitiva de los místicos una clara dialéctica donde la reconciliación de los contrarios se lleva acabo en términos de una iluminación final.
En su síntesis epistémica, el sufí derroca, la tesis del sentido primario, pero es de subrayar que nunca se procura en este sentido elevar su síntesis a una categoría de verdad única y absoluta. La cognición sufista no es extremista ni fanática; pues tiende hacia la complementariedad y la visión totalitaria. De ahí que el propósito místico no sea de índole excluyente. Nunca procura la descalificación del otro o de los otros a través de la inhabilitación de sus postulados. El sufismo es, en el fondo, una búsqueda de equilibrio y armonía. Es lógico entonces que todos las supuestos místicos no hayan procurado en este sentido implantar terceras construcciones inéditas que anulen la contradicción entre lo visible e invisible, lo inefable y lo decible. Se entiende a estas alturas por qué Ibn "Arabi, refiriéndose al posicionamiento sufi, acude a la imagen del "istmo" para dejar constancia de dicha reconciliación de contrarios 6.
El dilema de dualidad supuesta por la formulación de los versículos coránicos, o sea, la existencia en una estructura superficial y subyacente, no se remedia en el caso de los sufistas dando primacía a un plano en detrimento del otro. Esto se debe a que la problemática vas más allá de todo planteamiento dual entre lo explícito e implícito. Hay en los discurso místicos una convicción de que la verdad nunca es asequible en su totalidad, lo que hace que el "caer en la cuenta" sea siempre relativo7.
El recorrido en la noche mística se caracteriza obligatoriamente por una continua sed de conocimiento. La insatisfacción del yo extático, que en plana revelación se da cuenta de la relatividad de la irradiación relativa a los signos y símbolos existenciales, se ve muy pronto en un círculo vicioso de infinitas revelaciones. Ello se debe en gran parte a que las imágenes divinas con que se dialoga nunca son agotables. Los sentidos parecen permanentemente en fuga perpetuando así la búsqueda. Para evidenciar esta fugitividad del sentido se ha recurrido varias veces a la imagen de los círculos en espiral:
Cada perímetro de estos círculos interpuestos corresponde a una experiencia y por tanto a la descodificación de un signo ontológico. Cada misterio conduce a un sin fin de misterios aun más arcanos. Por esta razón, toda revelación supone el inicio de otro viaje místico. El punto que, desde lejos, se ve como centro de este laberinto circular no es más que puro espejismo, ya que, acercándose más, el sufí se descubre ante una infinidad de otros círculos interrelacionados que, a modo de las cajas chinas, se extienden hacia la infinitud. La verdad está en perpetuo disfrazamiento y, por tanto, resulta imposible captarla en su totalidad. El sufí no parece fiarse en las ciencias ciertas ni tampoco cree el hombre o la ciudad perfectos, pero profesa la vía del perfeccionamiento . El encabalgamiento eterno de la verdad hacia otras referencias da persistencia a la felicidad maqam experimentado en los momentos transitorios de una revelación a otra. Entre el ansioso anhelo de "caer en la cuenta" y la convicción de la imposibilidad de declararse categóricamente conocedor de la verdad nace la perplejidad o "hayra" un maqam indispensable en toda experiencia mística8.
Es de apuntar, no obstante, la mística árabe no apunta a disipar esta perplejidad. Esta se hace vivencia y requisito fundamental en el proceso de indagación. Es igualmente, metódicamente hablando, un arma contra la sensatez humana del yo que por su carácter presuntuoso puede caer en la pretensión de haber llegado a la verdad absoluta. El maqam o estado de perplejidad es debido al sentimiento de extrañamiento experimentado por todo místico frente a un absoluto permanentemente inasible. No sin razón afirma Albahjouri que "el saber y la perplejidad son indisociables"9.
Dicho en otras palabras, la noche mística ha de acabar siempre con un amanecer el que la luz del conocimiento pierde paulatinamente su resplandor ante el avance de un atardecer, un crepúsculo que anuncia el advenimiento del dolor de una nueva experiencia mistica:
Es de precisar, a estas alturas, que la experiencia espiritual transcurre en una quinta dimensión donde el tiempo no es conmensurado ni determinado por la lógica del tictac del reloj. Se trata de un tiempo sin tiempo donde todo va marcado por el avance del místico en las tinieblas del dolor extático y extremamente placentero y por la búsqueda de los eventuales preludios de un albor cognitivo. Otro tanto puede decirse del espacio, ya que la geografía metafísica es, en este sentido, la del propio misterio místico. Pues el sufismo implica una indagación que no se articula en función de un espacio físico y convencional. La trasmigración y la transfiguración sufrida por los elementos cósmicos, cuando dejan de concebirse sensorialmente, es muestra de que la materialidad de las cosas se relega a un segundo plano. La belleza de la naturaleza, por ejemplo, es contemplada como excelsitud física, o sea, perceptible sensorialmente. Pero en esta belleza el místico advierte otra más majestuosa que es la del mismo Dios.
El místico es un viajero que va ligero de equipaje. Ha de desocuparse de todo lo mundanal y lo previamente concebido. El anonadamiento como acto preliminar a cualquier experiencia es en este marco prueba de ello. El intento de desasimiento traduce el deseo de desatarse de todo lo que pueda dificultar el sondeo espiritual. La deconstrucción del logos cognitivo y la inhabilitación de todo conocimiento previo no se hace sólo con vistas a lograr que el yo se desate de todo tipo de determinismo, sino que se desligue de su propia mismidad. Pero este desasimiento no apunta, de ningún modo, a una masoquista postración de este yo. El vacío anhelado y soñado es sumamente funcional ya que configura una imperiosa premisa para la recepción de la luz del auténtico conocimiento. Este vacío es similar al que ocasiona la perplejidad tras cada develamiento, pero configura igualmente la coordenada que hace posible la fusión amorosa tanto anhelada. Este acaba siendo colmado por el amor. Estamos en una dimensión espacial fantástica donde al místico les es permitido abrazar la beatitud divina. Es un espacio de enamoramiento, de fusión y de vuelta al origen. Los versos siguientes de Ibn Rumi son muy significativos en este marco:
¡Que feliz el día en el que alzaré el vuelo,
Para ir al encuentro de mi Amor!
(…)
hazme beber del vino de Tu Amor
para que,, borracho de amor
deshaga mi celda de perennidad.
No vine aquí por decisión propia;
para que vuelva a solas;
El que me llevó ha de devolverme a mi patria10.
Todo nos lleva a colegir que el universo deja de ser un soporte de contemplación para convertirse en espacio donde el yo enajenado de sí mismo, dialoga con las formas cósmicas. El místico iluminado, enamorado y ebrio de la presencia divina, reflejada en sus obras, alimenta la nostalgia del mítico eterno retorno. La muerte, la nada, el vacío son vías del despego de lo mundano y, por tanto, suponen una depuración de las restricciones del yo para que deshaga los límites de su propia esencia mortal. La ilusión y la quimera de fundirse en un más allá, concebido como espacio de perfeccionamiento y de felicidad perenne, se viven como experiencia dolorosa y placentera al mismo tiempo. Por un lado, es dolorosa por la mortificación del alma y físicamente por las prácticas rituales que apuntan a domar el cuerpo: el ayuno, el alejamiento de todos los lujos de la vida, etc. Por otro lado, es placentera porque implica la felicidad de sentirse desasido de un más acá insensato, en que el yo se ve subyugado por la pesadez de un cuerpo subyugado por necesidades de índole material. La euforia proporcionada por el exilio voluntario o "mujahada" en contra de los penurias mundanales hace posible la fusión extática en un mundo espiritual donde el amor se establece como una nueva ley de gravedad. La doliente condición humana originada por lo efímero y terrenal se ve así compensada por una feliz migración hacia lo infinito e imperecedero , o sea, por un viaje que desemboca hacia la fusión amorosa con lo absoluto.
Autor:
Abderrahman Laaouina
Universidad Md. V Fac. de Letras
Rabat
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