Descargar

El hedonismo individualista de Epicuro y el universalista de Stuart Mill

Enviado por fedeast


    1. Introducción 2. Similitudes en el punto de partida: el objeto de la ética y la definición del placer 3. Hedonismo egoísta de Epicuro 4. La diferencia entre el hedonismo egoísta y el universalista 5. El principio de Utilidad 6. El imperativo categórico kantiano como transición del hedonismo egoísta al universalista 7. Identificación de la felicidad social con la individual

    1. Introducción

    El objetivo de este estudio será establecer una comparación entre los sistemas éticos del epicureísmo y el utilitarismo (en la versión de John Stuart Mill). El plan que adoptaremos será el siguiente: en primer lugar, destacaremos las similitudes entre estos dos sistemas éticos y veremos que las semejanzas son patentes. Sin embargo, a partir del punto de partida común, el epicureísmo y el utilitarismo se separan hasta llegar a conclusiones diferentes: un hedonismo egoísta en el primer caso y un hedonismo universalista en el segundo. En tercer lugar, señalaré las diferencias entre estos dos tipos de hedonismo. Por último, explicaré por qué puede comprenderse que el hedonismo universalista de Mill surge de una combinación entre el individualista y la noción de "deber" de Kant.

    2. Similitudes en el punto de partida: el objeto de la ética y la definición del placer.

    La primera semejanza entre Epicuro y Stuart Mill la encontramos en lo más básico de sus sistemas éticos: en el objetivo de la ética. En efecto, según Epicuro, el objetivo de la ética consiste en alcanzar la felicidad y el modo de alcanzarla es buscar lo que produce placer y evitar lo que produce dolor. Este mismo enfoque es adoptado por Stuart Mill cuando sostiene: "el placer y la exención del dolor son las únicas cosas deseables como fines". Por lo tanto, de esta comparación podemos afirmar que las éticas de Epicuro y Stuart Mill se basan en un mismo concepto: la felicidad.

    Ahora bien, ya hemos establecido nuestro punto de partida. Sin embargo, no podemos darnos aún por satisfechos sin antes precisarlo claramente. En efecto, no resulta muy claro lo que se entiende por "placer". Justamente, la malinterpretación del placer que promueven estas filosofías ha conducido a críticas infundadas que sostienen que Epicuro y Stuart Mill asocian el placer de los hombres con el de las bestias: un placer puramente material, de satisfacción de apetitos salvajes. Sin embargo, estas objeciones se basan en una comprensión errónea del tipo de placer que conduce a la felicidad según estos dos sistemas.

    Epicuro afirma en la Carta a Meneceo: "ni los banquetes ni los festejos continuados, ni el gozar con jovencitas y mujeres (…) nos hacen la vida agradable". Aquí apreciamos que la concepción vulgar del placer no será la relevante en la ética epicúrea. Desde su postura, el placer máximo consiste en no sentir turbación en el alma. Una vida cargada de excesos proporciona placeres cinéticos (asociados a los sentidos) que no son despreciables en sí mismos. Sin embargo, el problema es que estos placeres siempre van acompañados de un dolor que proviene de una perturbación en el alma. Según Epicuro, la perturbación que producen en el alma es mayor que el placer físico que pudieran producir. Por lo tanto, el hombre sabio procurará apartarse de los excesos para mantener la serenidad de su alma y gozar del placer más elevado: el catastemático que se asocia con la ausencia de dolor. La forma de alcanzar este placer se basa en la contemplación y el cultivo de la filosofía. Estas actividades son las que permiten al hombre alcanzar la serenidad de espíritu. Vemos aquí cuán lejos se encuentra la posición original de Epicuro de aquella que le achacan sus críticos.

    La postura de Stuart Mill se asemeja a la de Epicuro en este aspecto. En efecto, un hombre con facultades superiores (un hombre educado) no desprecia el placer físico. Sin embargo, le genera mayor satisfacción el placer intelectual pues es más acorde con sus facultades. Entonces, para un hombre educado, los placeres del intelecto tienen un valor mucho más elevado en cuanto placeres que los de la pura sensación.

    Hasta este punto, vemos que nos hallamos frente a dos sistemas éticos con grandes semejanzas entre sí. En efecto, ambos equiparan la felicidad con el placer y el placer con la contemplación intelectual. Sería de esperarse que dos éticas con tantas similitudes en sus fundamentos, llevaran necesariamente a conclusiones similares. Sin embargo, ahora veremos cómo estos dos sistemas se disocian y acaban por dar consejos diferentes para la vida práctica. Así, a partir de un mismo tronco inicial, se abren dos ramas: el hedonismo egoísta de Epicuro y el universalista de Stuart Mill.

    3. Hedonismo egoísta de Epicuro.

    Según Epicuro, el hombre no es un animal político por naturaleza. La sociedad no tiene una razón natural de ser sino tan sólo un fundamento pragmático: los hombres viven en sociedad pues ello les permite a cada uno el defenderse contra una naturaleza violenta. De este modo, la asociación política no es un fin en sí mismo sino, tan sólo, un medio que le permite al individuo contar con la tranquilidad necesaria para recluirse en su jardín y dedicarse al cultivo de la filosofía que es, en definitiva, lo que garantiza la serenidad del alma y la felicidad. Por lo tanto, vemos que, desde la concepción de Epicuro, es la sociedad la que se encuentra al servicio del individuo y no a la inversa. Si la sociedad no existiera, el hombre se vería invadido por un miedo constante y no llegaría jamás a gozar de las posibilidades de practicar la filosofía y mantener un alma serena. Vemos aquí que Epicuro insiste en que la felicidad es individual, sólo el individuo puede ser feliz, no la sociedad. Entonces, para preservar la serenidad del alma, Epicuro aconseja al sabio que no se interese y no intervenga en los asuntos políticos.

    La gloria y los honores son falsos ídolos que nada tienen que ver con la felicidad. Justamente, la búsqueda de estos honores, le produce al individuo una turbación en el alma y le impide alcanzar la verdadera felicidad que sólo puede existir en la autarquía. Por lo tanto, de este carácter individualista de la felicidad, extraemos que la concepción de Epicuro consiste en un hedonismo egoísta. Justamente en este punto va a surgir la primera gran diferencia con el utilitarismo de Stuart Mill.

    4. La diferencia entre el hedonismo egoísta y el universalista.

    Para comprender correctamente esta diferencia, es necesario que nos remontemos a los fundamentos de lo que permite alcanzar la vida feliz en ambos autores. Ahora veremos que el punto de partida que parecía tan similar, no lo es tanto. En efecto, existe una pequeña diferencia que, a medida que avanza el desarrollo, alejará más y más a estos dos sistemas éticos.

    Ya hemos dicho que el epicureísmo y el utilitarismo coinciden en cuanto ambos identifican a la felicidad con una búsqueda del placer y una exención de dolor. De aquí, Epicuro infería que el placer máximo era la serenidad del alma y de ahí se sigue que el hombre no debe intervenir en la política. Ahora bien, Stuart Mill acepta la tranquilidad como condición para la vida feliz pero añade un segundo componente: la emoción. En efecto, Mill afirma que una vida en total serenidad es más aburrida que feliz. Entonces, la vida feliz surge de una combinación entre tranquilidad y emoción.

    La emoción es justamente lo que vincula al individuo con la sociedad. Entonces, según Stuart Mill, el hombre que pretende vivir aislado para evitar cualquier posible turbación en su alma, no será feliz pues no tendrá el segundo componente necesario para la felicidad: la emoción, el contacto con los otros. De este modo, llegamos al hedonismo universalista y al principio de la Utilidad o Mayor Felicidad.

    5. El principio de Utilidad.

    Recordemos que, para Stuart Mill, la vida feliz se basa en una maximización del placer y una minimización del dolor. Sin embargo, Mill no se refiere (como Epicuro), al placer y dolor del individuo sino al de la sociedad. De este modo, lo que para Epicuro era una "regla" que permite al agente alcanzar la felicidad, para Stuart Mill se transforma también en el criterio de moralidad que permite orientar las acciones en la sociedad y distinguir entre lo correcto e incorrecto.

    Por lo tanto, de acuerdo al principio de Utilidad, una acción correcta será aquella que permita un aumento de felicidad para la mayoría de los hombres (un aumento en la felicidad social). Una acción incorrecta será aquella que disminuya la felicidad social. Así, vemos cómo se desplaza el interés desde el individuo hacia la sociedad. Entonces, según Stuart Mill: "la moral utilitarista reconoce en los seres humanos la capacidad de sacrificar su propio mayor bien por el bien de los demás". Esto hubiera resultado inaceptable desde el enfoque epicúreo. En efecto, un sabio jamás hubiese consentido a sufrir una turbación del alma (un mayor dolor), para reducir el dolor de la sociedad. Y aquí hemos llegado, desde mi punto de vista, al meollo de la cuestión, aquello que divide entre el hedonismo egoísta y el universalista: la imparcialidad.

    En la ética de Epicuro, el sabio no es imparcial: no acepta reducir su felicidad para aumentar la de la sociedad pues, en realidad, la sociedad es algo ajeno a él, es algo en lo que prefiere no inmiscuirse. Sin embargo, la ética de Mill sí sostiene que el individuo debe ser imparcial en sus decisiones. Para expresarlo en términos de economía neoclásica, diremos que el agente debe ser indiferente entre un aumento de una unidad en su felicidad individual y un aumento de una unidad en la felicidad social. Si una acción le causara a él una pérdida de una unidad de felicidad, pero le hiciera ganar diez unidades de felicidad a la sociedad, ésa sería la acción correcta según el principio de Utilidad. Entonces, aquí vemos que lo que determina qué acción es correcta y cuál no, es su efecto sobre la felicidad de la sociedad. Así, se comprende que Stuart Mill sostenga que el utilitarismo puede resumirse en la máxima "ama a tu prójimo como a ti mismo".

    6. El imperativo categórico kantiano como transición del hedonismo egoísta al universalista.

    Ahora que hemos llegado a este punto, se presenta un problema. Recordemos que habíamos partido de la concepción epicúrea de un hedonismo egoísta, donde el individuo actúa siempre de acuerdo a su propia felicidad. Luego hemos presentado la postura utilitarista donde el hombre actúa de acuerdo a la felicidad social. Aquí, pienso que debe existir algún motivo por el que el individuo acepte cumplir con el principio de la Utilidad. ¿Por qué estaría dispuesto a sacrificar su propia felicidad para aumentar la felicidad social? Pienso que la respuesta puede encontrarse por el lado del deber. En efecto, pareciera que, en cierta forma, el individuo estaría actuando por algún sentido del deber cuando es imparcial.

    Desde mi punto de vista, este giro universalista que toma el hedonismo, puede interpretarse como el resultado de una influencia kantiana sobre el hedonismo egoísta. Sostengo que el utilitarismo de Mill puede comprenderse como una suerte de conciliación entre el hedonismo egoísta de Epicuro y la moralidad basada en el deber de Kant.

    En la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant formula el imperativo categórico de la forma: "obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal". Kant llega a este imperativo a través de un razonamiento a priori y resultaría incorrecto sostener que hubiera allí una intención pragmática. Sin embargo, concédaseme por un momento que este imperativo categórico existe con el objetivo de garantizar la sociabilidad. Si se me concede este punto, se verá por qué sostengo que el principio de Utilidad puede asociarse al imperativo categórico de Kant. Para ilustrarlo, utilizaré un ejemplo planteado por Stuart Mill.

    Supongamos por un momento que un individuo se encuentra en una situación de la que sólo puede escapar diciendo una mentira. El agente tiene dos alternativas: si no miente, recaería sobre él, una pena que reduciría su felicidad (sentiría algún dolor físico o turbación del alma). Si miente, saldría indemne de la situación sin perder felicidad. Una vez planteado el caso, veamos los consejos que darían un epicúreo y un utilitarista.

    Podemos imaginar que las palabras de Epicuro fueran las siguientes: "Debes mentir pues eso te permitirá salir de esa incómoda situación en que te ha puesto el azar. Puede ocurrir que la mentira te produzca una cierta perturbación en el alma pero, de todos modos, ésta será menor a la que te espera si decides decir la verdad. Entonces, miente y vuelve a recluirte en tu jardín donde puedes ser feliz". Ésta sería la solución del hedonismo egoísta. El individuo privilegia su propia felicidad por sobre todas las cosas. Lo que ocurre con la sociedad ni siquiera entra en consideración.

    Sin embargo, desde el enfoque de Mill, el consejo sería otro: "Está bien, puedes mentir y escapar de esta situación sin perder felicidad individual. Sin embargo, piensa por un momento qué ocurriría si todos mintieran para salvaguardar su propia felicidad. A la larga, habría una pérdida de confianza y se reduciría la felicidad social. Dado que el principio de Utilidad se aplica para el conjunto de la sociedad, lo correcto sería que dijeras la verdad".

    En mi opinión, de este ejemplo puede extraerse la influencia del imperativo categórico kantiano en la filosofía de Mill. El individuo nunca puede desear que la mentira se convierta en regla de acción pues eso acabaría por reducir el bienestar social. Según Kant, el obedecer al imperativo categórico consiste actuar de acuerdo al deber, principalmente cuando éste indica una acción contraria las inclinaciones del individuo. Pero en el caso de Stuart Mill, actuar de acuerdo al "imperativo" de la Mayor Felicidad, es actuar de acuerdo a la mayor felicidad social. Es como si el deber fuera asegurar la máxima felicidad de la sociedad aún cuando ésto implicara una menor felicidad para el individuo que ejecuta la acción. Por lo tanto, en este sentido, puede interpretarse el principio de Utilidad como el imperativo utilitarista.

    Desde mi punto de vista, en esta interpretación, podemos ver que Stuart Mill toma una concepción de la felicidad similar a la de Epicuro: la felicidad consiste en una maximización del placer y una minimización del dolor. Pero Epicuro sólo considera ésto para el individuo. Lo que hace Mill es extender esa noción de felicidad individual a toda la sociedad a través de la noción de "deber" de Kant. Entonces, el principio de Utilidad funciona como regla de moralidad del utilitarismo del mismo modo en que el imperativo categórico es la ley moral para Kant. De este modo, puede conciliarse la noción de deber de la moralidad kantiana con la de felicidad de Epicuro. Así, se obtiene la filosofía utilitarista de Stuart Mill.

    Ahora bien, en este punto podría darme por satisfecho pues ya he demostrado lo que me proponía en un principio. Sin embargo, intentaré dar un paso más, un paso que nos permitirá extraer algunas conclusiones interesantes.

    7. Identificación de la felicidad social con la individual.

    Según Stuart Mill, un individuo educado comprenderá que su propia felicidad no es independiente de la felicidad social. Gracias a la educación, se genera una identificación entre los objetivos individuales y los sociales. Cuando actúa de acuerdo al principio de Utilidad, el agente actúa de acuerdo a la mayor felicidad social. Sin embargo, ahora estamos hablando de hombres educados, éstos comprenden que la felicidad social se identifica con la individual. Entonces, cuando el hombre obedece al principio de la Utilidad, sus acciones tienden a aumentar su propia felicidad. Si retomamos ahora lo que hemos dicho sobre Kant, llegaremos a una conclusión algo paradójica.

    Ya hemos demostrado que actuar por deber es actuar de acuerdo a la felicidad social. Ahora bien, también hemos dicho que, cuando el agente es educado, la felicidad social se identifica con la felicidad individual. Entonces, por un sencillo razonamiento lógico, llegamos a la conclusión de que actuar por deber es actuar de acuerdo con la felicidad individual. Entonces, si los agentes actúan de acuerdo a esta especie de imperativo categórico que es el principio de Utilidad, sus acciones tenderán a aumentar su propia felicidad.

    8. Conclusión.

    Para concluir, recapitularemos brevemente el camino recorrido. En primer lugar, presentamos las similitudes existentes entre las éticas de Epicuro y de Stuart Mill. Luego, hemos señalado sus diferencias y hemos visto cómo Epicuro plantea un hedonismo egoísta y Mill, uno universalista. En tercer lugar, he explicado por qué el principio de Utilidad se transforma en regla moral para Stuart Mill. Luego, he mostrado por qué interpreto que este principio de Utilidad surge como una combinación entre la idea que tiene Epicuro de la felicidad (minimización del dolor) y la noción de deber de Kant. En efecto, puede llegarse desde la felicidad individual planteada por Epicuro hasta el principio de Utilidad a través de una aplicación del imperativo categórico. Justamente, el imperativo de Kant es lo que se asocia con la noción de imparcialidad de Stuart Mill, el hombre no debe ceder a sus inclinaciones. Por último, he mostrado a qué curiosa paradoja llegamos cuando suponemos un mundo de hombres educados. Al final, el hedonismo universalista de Mill acaba por parecerse al individualista de Epicuro cuando los hombres son educados. En efecto, actuando por el interés social, acaban por favorecer el interés individual de cada uno.

     

     

    Autor:

    Federico Ast,

    Estudiante de Economía y Filosofía.