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Hacia la Isla más hermosa que ojos humanos hayan visto


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    (Breve panorama histórico sobre la emigración canaria a Cuba)

    Resumen

    Para la mayoría de los canarios Cuba representa su pasado, por lo que resulta inconcebible hablar de su historia sin que salgan a relucir las relaciones humanas y en consecuencia, socioeconómicas, que tienen lugar entre ambas riberas del Atlántico desde el momento de la conquista de estas Islas por los castellanos. Dichas relaciones, basadas en vínculos indisolubles de sangre, han unido a estos dos pueblos y han provocado que no exista acción, hecho o significación histórica en Cuba donde no figure la presencia de nativos canarios o sus descendientes directos.

    De esta manera, los isleños que emigraron al país desde épocas inmemorables, cimentaron y conservaron la cultura canaria con tal fidelidad y apego que han permitido que a lo largo de los siglos sus costumbres se hayan mantenido vigentes. En la presente investigación nos compete realizar un breve recorrido por las causas que propiciaron la emigración canaria a Cuba desde el propio siglo de ambas conquistas.

    Durante la Alta Edad Media varios habían sido los intentos por acercarse a ese mar oscuro que es el Atlántico, sin embargo, no es sino en el siglo XV cuando se despierta un gran interés por encontrar nuevas rutas marítimas hacia Las Indias. Este era el objetivo de Cristóbal Colón al descubrir inesperadamente, el 12 de octubre de 1492, el continente americano. Antes había recalado en las Islas Canarias, como lo hará después en sus siguientes viajes y siguiendo sus pasos otros tantos conquistadores y colonizadores, que convirtieron con ello a Las Afortunadas en el enclave que da la mano al Viejo Mundo Europeo y al Nuevo Mundo Americano.

    Desde los primeros momentos de relación con los castellanos, los canarios una vez conquistadas las Islas, no sólo atendieron a la guerra para su propia defensa ya integrados en órbita de Castilla, sino que, asociados con proyectos más amplios por quedar inmersos dentro de otra cultura, figuran como auxiliares en sus empresas tanto en África como aportando personal y recursos para poblar amplios territorios de América dependientes de la monarquía hispánica.

    Llegan a ser Las Siete Islas, como bien señalara Manuel Hernández González en Canarias: la emigración, « un laboratorio experimental siempre tenido en cuenta como punto de partida para la política española en un medio diferente y desconocido, la única referencia de la acción de la Corona sobre un pueblo en estadio cultural bien distante, que nunca había conocido la llama del Evangelio y sobre el que teólogos y expertos en derecho dictaminaban sobre la naturaleza humana de sus habitantes…» (1995: 8).

    Fueron, por lo tanto, Tenerife, Santa Cruz de La Palma, La Gomera, El Hierro, Lanzarote, Fuerteventura y Las Palmas de Gran Canarias, centros de difusión de tecnologías, cultivos, plantas y animales, así como también de un fenómeno migratorio que en unión con el componente aborigen, africano, europeo y asiático, dio lugar a la nacionalidad cubana.

    Naturales de esas tierras atesoran en sus baúles los recuerdos que sus antepasados indianos depositaron producto de la incesante odisea migratoria, dirigida principalmente a Cuba, que tuvo lugar en las pretéritas centurias.

    Aquellos que hablaban de los campos y gentes cubanas con tal naturalidad como si de otra isla más del Archipiélago se tratara, fueron los canarios que aquí, para diferenciarlos de los emigrantes de otras regiones españolas, se les denominó genérica y cariñosamente isleños o guajiros por su específica dedicación a las tareas del campo donde llegan a ser, en uso de su peculiar idiosincrasia, grandes y excelentes agricultores.

    Los primeros isleños que zarparon a Cuba durante la primera mitad del siglo XVI fueron en su mayoría marinos, soldados y aventureros, pero ya en la segunda mitad de este serán las familias campesinas las que arriben a la Isla en busca de tierras fértiles para su cultivo y dedicación. A partir de ese momento y a lo largo de las centurias XVII y XVIII, el trasiego migratorio de los habitantes de Canarias hacia nuestro continente y zonas del Caribe se dará en dos direcciones fundamentales:

    • La primera, forzada u obligatoria desde el mismo siglo XVI, impuesta por la necesidad de colonizar las extensas tierras americanas faltas de población, para lo que se utilizó todo tipo de disposiciones legales incluido el famoso tributo de sangre, hoy parcialmente desvirtuado en su concepto originario toda vez que no constituía una emigración forzada sino una especie de captación voluntaria entre aquellos grupos que mostraban mayor predisposición para ir a Cuba (o a otras posesiones españolas en América), para lo cual se les convencía previamente de lo conveniente que resultaba para ellos y para sus familias el poblamiento de aquellas tierras vírgenes.
    • Como segunda, "la voluntaria", por la que los canarios abandonan el Archipiélago para mejorar su crítica situación económica y social, o huyendo de los abusos laborales y de uso del caciquismo imperante en sus islas de origen. En este último sentido, variadas fueron las razones que obligaron a los canarios a embarcar a Cuba.
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