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Poemas por Esperanza Cibils Balbis


  1. Al garete
  2. Creación
  3. Desamor
  4. Dolor
  5. Vidas ignoradas

Al garete

El tiempo, una enorme caja vacía.

la vida, un océano infinito

sobre cuyas aguas amorfas

navego a la deriva.

Las horas, que a veces son tan raudas

que apenas si se sienten,

son ahora una mole tan pesada

que sobre el asfalto blando las ideas hienden

y me arrastran inexorables

hacia no sé qué playa.

La existencia es una avenida

demasiado ancha y desierta.

Un traje sin medida

que me queda mal

porque me queda grande;

me sobra la sisa de las horas,

la manga de la energía me queda larga.

Se abrochan en el ocio los botones aburridos

en la soledad, castigo inmerecido.

Los ojos se abren desmesurados

ante el paisaje que la mente muestra

ante la imaginación explicadora de todo;

trabaja y trabaja como araña laboriosa.

Cada instante es un pequeño punto cromo

que se entreteje con millones

formando imágenes multitudinarias

y yo sigo sola conmigo.

Creación

Suspendidos en el hilo de un instante,

Atrapados en el hueco del presente

Tenemos el ahora instantáneo

Para quedar tejidos al recuerdo

Desamor

Negras baten, negras baten

las alas negras en la noche negra;

Negro el antifaz, negra la capa,

como pluma de cuervo, así de negros.

La luz de las pupilas apagan negros,

abanican el alma con su soplo helado

Y entumecen la sangre en el corazón.

El grito no sale de la garganta,

su eco resuena en el interior.

Alarido punzante estrangulado de negro

por hilo negro de desamor.

Dolor

Están gimiendo las bordonas,

suenan las notas más graves del teclado,

los acordes más roncos del bandoneón y del órgano,

tañen a luto las campanas

en el submundo de Hades;

vibra de escalofrío el universo.

Con una aguja de crochet

he tenido que entresacar

las ideas de la gelatina del cerebro

y acompasando los sollozos,

mi pluma ha escrito todo eso

que he llamado "sin título".

¡Qué importa si no tiene título!

Hay gente que dice

que vivo en el pasado;

no pude con el monstruo;

me enredó en su maraña viscosa

y destrozó lo más puro con su maldad.

Uno trata de veras

de mirar para adelante

y abrir horizontes de luz tras la borrasca,

pero el estómago sigue revuelto

y, de tanto en tanto,

entre la luz de un hallazgo

y la melodía de una canción

se presenta un vómito,

o del grano que crece en la sombra

brota un chorro de pus.

No todo es alegría, proporción y belleza.

Sobre todo cuando,

aunque se trate de andar dignamente,

tiran del cabello los recuerdos

cada vez mejor hilados

porque la mente trabaja

en varios planos simultáneos,

y no por hacer poesía o canto

deja de armar el puzzle

de esos fantasmas que se creían olvidados.

¿Cómo puede alguien cultivar los jardines del frente

si a la hora del almuerzo no hay hortalizas

ni frutales en el fondo

malogrados por sequía, inundaciones y plagas,

y esa tierra yerma le recuerda a cada instante

la devastación?

Acaso el poeta es alquimista

y su talento trasmuta

el horror en alegría,

o lo pútrido en fragantes prados

donde pacen sus rebaños de poemas.

Quizás este agricultor del alma

sepa manejar la paradoja,

los ciclos que rigen todas las cosas,

y con el polvo de la bosta haga pigmentos

y combine las tinieblas con lumínicos matices

y modele bellas formas

con excrementos nauseabundos.

Consista su labor

en trabajar con los despojos que han quedado,

con telarañas y remiendos,

o los añicos de un espejo,

e inventar con todo ello un espantajo

que cause admiración.

¿No es el volcán fulgúreo

de rugir abrupto, grosero

y que estremece,

con su candente vómito

que devasta y aniquila,

una imagen horrenda

de fantástico esplendor?

Yo voy por la vida ataviada de andrajos

ciñendo en mis sienes corona de espinas

los pies ampollados, las manos callosas,

pero quién no querría

pisando una púrpura alfombra

lucir figurines y joyas y pieles

con la gracia que ando

mi garbo y glamour?

Vidas ignoradas

Con tus ojos de acero de largo alcance y tu gallarda figura,

dejaste un rizo de oro en un poema

y un suspiro escapando de una boca adolescente.

Ajustaste la faja bordada por aquel amor puro

y partiste sin titubeos a juntarte a los rebeldes,

hacia el peligro inminente.

Dieciséis años, un nudo en la garganta

y el sepulcro de tu madre atrás, yacente.

Era mejor la muerte que aquel duelo,

perderse en el fragor de la batalla,

descargar las pasiones revueltas

y emprender esa especie de epopeya

de las gestas patrias con tu primo Orestes;

connotación trágica de la remota Grecia

que agorera la mano del destino

haría realidad: echada estaba la suerte.

Se opuso la hebilla a la bala

y luego de días de tormentos fantasmales

a la grupa del caballo y ardiendo en fiebre

volviste al campamento y a la vida

y se abrieron tus ojos, los ojos de un valiente.

Más tarde sabrías que por salvarte,

había sucumbido Orestes;

Una bala cobarde por la espalda al socorrerte

lo había subido al corcel negro de la muerte.

Y tu, de inexperto jovenzuelo

saliste de la guerra alférez.

Pero ¡qué importaba eso!

Solo y sin guía, tu paso te llevó

por las calles ciudadanas,

empedrado que despertaba al 900.

Y seguiste estudios y más estudios

Pero la mente volaba con otros sueños

quizás buscando refugio o consuelo,

siempre anclada a los amargos recuerdos.

Solo muy solo, con un padre lejano y frío,

un hermano menor que huyó sin norte fijo,

un primo en el combate muerto.

Te metías en esas clases que eran tu refugio,

y un día en Buenos Aires y otro en Montevideo,

periodista de turno y a exámenes abierto

fuiste haciendo tu camino,

un camino involuntario hacia el Derecho.

Coqueteaste con las letras y hasta fuiste experto

en la prosa castellana, el teatro y el verso.

Dictaste clases y como sin querer queriendo

terminaste notariado y sin esfuerzo

seguiste lidiando con las leyes,

con sus vueltas, doctrina, jurisprudencia

con el francés como segunda lengua,

defendiste pleitos perdidos y ganaste los pleitos y fama,

forjando huestes de amigos y alternando

en ambientes selectos; vitalicio en el Jockey Club

noches de carolina, póker y comilonas

placeres mundanos para olvidar las penas

que como eran tan grandes te llevaron a excesos.

Ya te habías casado, lo harías dos veces,

tres serían con mi madre, pero el elegir mujer

no era tu fuerte,

ni el hogar, ni los hijos,

ausencias prolongadas cumpliendo otros deberes

que te exigían las carreras, la fama, la suerte.

Sin olvidar el violín que sabías de niño en la estancia

fuiste hilvanando notas hasta llegar a estrenar

en el teatro una opereta, exquisita invitación antigua

que encontré en una caja jugando de niña.

La ternura esquiva por la madre ausente

Te empujó a buscar romances en amores breves

quizá no más profundos que los de tus mujeres.

Fue con la universidad tu unión perenne;

Dos veces hiciste votos con ella,

y resultó ser la madre que me abrazó a mi también

en mi mala suerte; éramos dos refugiados

en la magna casa de estudios.

Ella fue la fuente de mis más altos anhelos

y un oasis para los tormentos

de los que tu no eras conciente.

En conflicto con el mundo, sola con mis teorías

aburrida de los bailes donde sonaban los Beatles

que me encantaban, los demás sólo bailaban

pero el tema era aburrido y yo huía de afanosas manos

que buscaban otra cosa.

El estudio fue el refugio de mis penas,

de mi soledad, del mundo indiferente,

autoritario y machista

contra el que mi yo mujer se rebelaba

elaborando teorías que resultaban novedosas

y hasta parecía inteligente.

Así fueron cayendo los ídolos de barro,

todas las mentiras con las que siempre me engañaron.

Y gracias a la salud de los conocimientos universitarios

fui descubriendo un universo de sólidas bases

para construir mis sueños.

Cancelé mi matrimonio y aprendí lo que es el amor,

aprendí a disfrutar de mi cuerpo,

y llegando a ser mujer, lentamente

fui comprendiendo lo que era ser madre.

He escrito tanto

que ya las hojas de mis primeras teorías

se perdieron en la vorágine de las mareas de la vida.

Hoy, en mi pequeño recinto me he construido un mundo

internándome en el ciberespacio

investigando, buscando, encontrando y armando temas

en formato DVD

o escribiendo como hago ahora

estos versos que deslizan mis creencias y mi fe.

Quizás cuando me haya ido

alguien mire, lea, piense

que existió una mujer que fue contra la corriente,

que sabía que nació libre aunque no se lo permitieran

y que para seguirlo siendo dejó jirones de sí por el camino

porque los que más quiso no la comprendieron

porque los que dijeron quererla no la supieron querer

porque fue la ilustre desconocida de sus seres más allegados.

En esas amarguras se le fue el tiempo

y llegó tarde para enseñar lo que aprendió

de la vida, de la cultura, del amor

pero nunca claudicó, y a su modo silencioso

practicó sin alardes sus convicciones.

 

 

Autor:

Esperanza Cibils Balbis

Diciembre 2012