De cómo se construye la esperanza
Enviado por Ana Esther Ceceña
- El lugar del poder dentro del discurso zapatista
- Sobre la construcción de la utopía colectiva
Suponga usted que no es verdad eso de que no hay alternativa posible. Suponga usted que la impunidad y el agravio no son el único futuro. Suponga usted que es posible que no se adelgace cada vez más la raquítica frontera que separa a la guerra de la paz. Suponga usted que algunos locos y románticos piensan que es posible otro mundo y otra vida.
Subcomandante Insurgente Marcos
Los movimientos sociales grandes y pequeños que han conformado la historia del mundo, de la humanidad, presentan una variedad enorme de acuerdo con su historicidad y su ubicación geográfica o espacial. Delimitados o posibilitados en cada caso por los conflictos y las utopías de su tiempo, por su manera de enfrentar la materialidad de su reproducción, por la representación imaginaria de su vida y de su entorno, de su sentido y de sus límites, estos movimientos son resultado de una acumulación de luchas o resistencias, aunque, cabe decir, no todas reaparecen o se expresan políticamente en ellos. Su capacidad para encontrar y subvertir en sus condiciones inmediatas los elementos generales de opresión, y para dibujar los puentes de identificación colectiva correspondientes a la dimensión y carácter de esa opresión, determina su pertinencia y las condiciones reales de su acercamiento a la utopía. Es decir, su capacidad para simbolizar la alternativa y la esperanza, para ofrecer caminos de construcción libertaria de significación universal y para instaurar una nueva ética social y política, reconocida y respetada por los más.
Hace ya casi cuatro años que fuimos confrontados por la voz de los sin voz de las montañas del sureste mexicano, que nos expulsó de los nichos o de los escondites en que nos iban colocando la cibernética, las realidades virtuales, la competencia, la individualización de la supervivencia y todos los mecanismos y fuerzas fragmentadores de una sociedad que niega en cada uno de sus actos la posibilidad de socializar. De una sociedad que excluye las relaciones sociales directas a través de una compleja red de mediaciones que, como el rey Midas, va convirtiendo en objeto todo lo que toca.
La frescura de un movimiento como el zapatista, que busca restablecer los significados a la vez que construye la posibilidad de subvertirlos y trascenderlos, no fue sólo una especie de insubordinación de nuestra propia naturaleza y contenido sino un resquebrajamiento de la imagen de nosotros mismos que el posmodernismo nos había ayudado a armar paciente pero implacablemente.
Si bien el EZLN se propuso inicialmente declarar la guerra al mal gobierno para poder acceder al simple reconocimiento de las comunidades que lo conforman como parte de la nación -y, consecuentemente, como merecedores de los derechos reconocidos en la Constitución-, el zapatismo es muchísimo más que un ejército, que una organización campesina, que un grupo étnico o un pueblo indígena, que un conjunto de mexicanos (con toda la carga nacionalista que generalmente se le atribuye al término). Quizá su ubicación en el extremo de la polaridad histórica generada por el capitalismo, y que los hizo objeto de explotación, discriminación, opresión y desprecio, todo al mismo tiempo, les permitió, o los obligó, a mirar hacia dentro de sí mismos, hacia la tierra que les recordaba su origen, hacia los montes que les recordaban su temporalidad y su fortaleza interna y hacia los astros que les abrían posibilidades infinitas de liberación.
Quizá esa misma ubicación social les hizo percibir las múltiples facetas del poder porque todas, de una manera o de otra, les negaron el derecho al ser. Quizá lo inalcanzable de sus satisfactores más elementales los hizo solidarios en su miseria y conscientes de la posibilidad de relacionarse más allá de los objetos, más allá de lo expropiado y expropiable.
Se pueden levantar muchas hipótesis de interpretación acerca de las causas más profundas de este nuevo zapatismo y de su oportunidad o pertinencia histórica. Si se trata del último movimiento revolucionario del siglo XX o del primero del siglo XXI, si constituye un movimiento posmoderno o es la respuesta articuladora que reconoce y valora las diferencias pero rescata también la comunalidad y las significaciones de orden general, si es un movimiento democratizador en el sentido convencional del término o si es un movimiento revolucionario. Una manera de avanzar en esta difícil búsqueda y en una teorización libre de dogmatismos que intente entender la propuesta zapatista y las razones de la inconformidad que causa, no sólo en los actuales depositarios del poder sino en fracciones importantes de la izquierda, consiste en explorar algunos de sus fundamentos éticopolíticos.
1. El lugar del poder dentro del discurso zapatista
Tal vez la nueva moral política se construya en un nuevo espacio que no sea la toma o la retención del poder, sino servirle de contrapeso y oposición que lo contenga y obligue a, por ejemplo, "mandar obedeciendo".
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