"Siempre le gustaron los coros, la música vocal y religiosa….Los cánticos píos que ornamentaban el claustro de san Francisco lo transportaron.
Tenías catorce años de edad, Juan Manuel. Era un muchacho de tercero de secundaria" (40)
Concordantemente, en esta cita, es la tercera persona la que le da entrada a la segunda persona y al pasado, luego de un silencio que opera como puente entre una y otra instancia.
"…Miras el color plateado del martini…su aroma te transporta de inmediato, sin escalas, a Nueva York. A Nueva York y a Alejandra.
Te estaba esperando en esa suite maravillosa…" (112)
"…Si quieres quitarle la tanga, tienes que comprar tres boletos…
…Segunda llamada para Berenice…
-Para que se haga hombre –había dicho tu padre con gravedad testamentaria…" (145)
En estas citas es la segunda persona la que insinúa un traslado, que se opera luego de un silencio en la página, y que reaparece en el pasado de Juan Manuel.
Asimismo, se revela en la novela, el exterior de la ciudad mexicana de hoy, con un interior que pretendió ser ocultado por las conquistas que le sucedieron, pero que permanece allí, escondido en la mixtura, en las superposiciones de la reconstrucción. Un espejo de agua en sus tiempos originales, una sucesiva superposición de ladrillos embriagados en el sucesivo después.
Barrientos errabundea, acentuando su embriaguez en cada cantina, y el narrador construye en su itinerario una ciudad mexicana sufrida que padece una cruda tan incurable como la del profesor, su espejo; un hombre que tiene la sed insaciable del alcohol, a la manera que la ciudad tiene la sed reprimida de su agua, un agua que ya no puede beber, porque retembló en sus olas, la tierra, cuando el hambre de conquistas territoriales suplió la sed de la cultura consolidada. Barrientos se queda sin alcohol (pero lo lleva en la sangre), se queda sin saliva y "…cierras los ojos para que los párpados te los lubriquen, pero no pasa nada, se quedan secos, arenosos, desérticos…" (192). México lleva el agua en su sangre, también. Con la tierra solo pudo disfrazarse su esencia.
Desde su posición intelectual de hombre central, el personaje se inscribe en recorridos que lo ubican en su condición periférica, de mirada extrañada y descolocada, es un hombre que, al estilo del flaneur, errabundea solo por las calles de la ciudad, moviéndose en una zona intermedia, entre un adentro y un afuera, siguiendo un itinerario, a veces con desvíos, donde se producen discontinuidades en el tiempo y espacio de la ciudad y del propio personaje.
Una narración, en la que el cambio de voces narrativas, en gran cantidad de circunstancias, está señalando esta discontinuidad, como se insinuara en párrafos precedentes; el traslado del personaje a El otro cielo, en el que un pasaje está representado por el presente y un espacio determinado, generalmente una cantina, y, párrafo aparte, la marca del pasado, el otro pasaje, el otro firmamento de Cortázar. Se traslada el personaje, así, desde un día que lo encuentra solitario y deteriorado hacia un día que lo encuentra en sus primeras experiencias, en compañía de las personas que más quiso en su vida, esas que dejaron huellas indelebles en su memoria: su madre, su padre, su medio hermano, su primer amor, su amor adulto y clandestino, sus amigos.
Utilizando alguna instancia de la escenografía del párrafo anterior, se retoma y conduce al pasado por el párrafo entrante con tal sutileza que permite una continuidad en la lectura que no pasa inadvertida pero que, sin embargo, reconoce la delicadeza con la que se filtran elementos de los renglones precedentes, en los renglones sucesivos.
Un párrafo que, inesperadamente, toma los datos previos y los relaciona con los siguientes, pero que, a su vez, marca una discontinuidad de tiempos y espacios, instalando al personaje en recorridos pasados de su historia de vida: su parada en una cantina; la muerte de su padre; el choque de caballitos tequileros, a través de los espejos encontrados; su madre y la transformación paulatina de su cuerpo de adulto a adolescente; la ceremonial preparación del martini y Alejandra; el cabaret, y Chabela; la imagen de la Santisima Trinidad y su padre cuando lo sentaba en sus rodillas para hacerle caballito, entre otras discontinuidades.
Comienza su día enfrentado a un error que descolocó su perfección y disciplina, en un articulo publicado en la revista del instituto donde ejercía sin saber que él mismo partía de su casa con el error del día de la cita, que lo conduciría por un camino donde la errancia lo desplazaría en la narración, de manera que en un recorrido instantáneo de sus ojos "…transcurrieron tres siglos de historia" (105). Asimismo, en la escritura plasmada en la novela, de un párrafo a otro la mirada del lector, se retrotae a instancias significantes del pasado del personaje.
Los recorridos que realiza el personaje se desplazan en simultáneo con los movimientos de la escritura. La caminata del personaje reemplaza, lo que ese día no escribió, porque, recordemos que, a pesar de imponerse como disciplina la escritura diaria, "…Aquella mañana el doctor Juan Manuel Barrientos no escribió una sola palabra…"(15) porque se impuso la extrañedad del silencio y los pasos de aquél viernes, "¿no eran la caligrafía tartamuda –o ebria- que alguien iba escribiendo sin que el tuviera que ver nada en el asunto?" (82). Lo cierto es que ese día la caligrafía determinaba su camino; ese día, diversamente a otros, en que "la escritura hablaba de sí misma"(127), la escritura hablaba de Juan Manuel; recorría, en simultáneo sus pasos.
A su vez, la escritura, pudo hacer aquello para lo que el hombre halla una imposibilidad temporal; juega, así, en la novela, un papel insoslayable, al convertirse en arquitecta de los espacios que Juan Manuel destruye, en sus alucinaciones. Así es como la escritura construye la Catedral, destruida en la agonía del personaje, para la visión de Jimena y Fernando que, tomando el camino de su profesor el día posterior, hallaron la Catedral reconstruida.
El personaje emprende un camino en solitario, sin saber, o intuyendo, quizás, que no está tan solo, porque la escritura lo acompaña.
Amuleto
Roberto Bolaño
El lavabo de mujeres de la cuarta planta de la Facultad de Filosofía y Letras: el espacio. Septiembre de 1968: el tiempo. Estas dos instancias han de ser la escenografía espacial y temporal a las que nos conduce reiteradamente la novela y las andanzas y relatos de su principal protagonista, Auxilio Lacouture, una mujer sin domicilio ni pertenencias, que se vincula estrechamente con artistas, preponderantemente, con jóvenes poetas mexicanos que "…iban creciendo en la intemperie mexicana, en la intemperie latinoamericana…la más escindida y la más desesperada…", en un intento de encontrarse incluida en la narración una presencia alucinada de aquella juventud hecha ausencia con la perpetración de un crimen en masa. Auxilio misma se hace cómplice de esa desesperanza y su mirada "…rielaba como la luna por aquella intemperie…." (43)
El autor construye un personaje que coloca, permanentemente, en la frontera entre la cordura y locura, una línea divisoria en la que preponderan sueños, alucinaciones, recorridos en el espejo y adentramientos en un cuadro que reproduce el sueño soñado, a través de los cuales, la narradora, haciendo operar su memoria, realiza múltiples desplazamientos temporales desde un espacio único que no ha de ser aquél en el que se encuentra físicamente en el presente de la narración. La misma Auxilio Lacouture lo admite: "…yo tenía los sentidos enganchados con alfileres en el espacio y no en el tiempo…" (98).
Es que el mes de septiembre de 1968 la encontró en el lavabo de mujeres de la cuarta planta de la Facultad y, desde entonces, el Auxilio de su nombre fue gritado una y otra vez por las jóvenes voces mexicanas, censuradas sin más con su muerte en la matanza de Tlatelolco, el espanto de una historia que esconde la sociedad mexicana y que el monólogo del personaje señala sin discreción, como un terrorífico crimen de estado. Gritos de ¡Auxilio!, ¡Auxilio!, ¡Auxilio!, ninguna respuesta salvadora. Una desesperada clama de ayuda que el autor retoma del esbozo que realizara en la biografía ínfima de la protagonista, en la novela que lleva como título el calificativo que la narradora atribuye implícitamente a los interventores de la Universidad, a los represores y asesinos de la juventud: Los detectives salvajes.
El autor toma sus diez páginas y realiza un procedimiento de reescritura en Amuleto, una operación llevada a cabo, aunque sin reescribir nada concretamente, por el reescritor de El Quijote, contada desde las narraciones de Ficciones, de Jorge Luis Borges.
En Amuleto se mantienen los parámetros de la narración de su fuente (una narradora, un tanto psicótica, en primera persona, que utiliza, en algunas ocasiones el vocativo "amiguitos") pero expandiendo el desarrollo de las vivencias y videncias que la protagonista descubre desde un único punto constante: el lavabo de mujeres, el día que intervinieron la universidad y sus sucesivos. Así, Amuleto comienza con la prolongación sine die de un grito de auxilio, que se lee desde un epígrafe revelador: "…pero no había nadie para venir en nuestra ayuda"(9), hasta la imagen soñada y alucinada por la protagonista al final de la novela: el canto de una multitud de jóvenes que caminan hacia el abismo de la muerte, el canto que nadie escucha, y que ella sí, aunque sumida en la impotencia de brindar "Auxilio". Un canto que ha de ser el amuleto que permitirá mantener viva la memoria, haciendo que el mes de septiembre de 1968, sea siempre, todos los tiempos. Así, el autor desarrolla una nueva textualidad, a partir del texto anterior, destapando nuevas experiencias ancladas en la memoria de Auxilio Lacouture, que nos conduce a una lectura diversa de la biografía de la protagonista en Los detectives salvajes.
La protagonista, solo poseedora de su memoria y sus recuerdos, los indaga y esfuerza. Estira el tiempo como si se tratara de "…la piel de una mujer desvanecida en el quirófano de un cirujano plástico" (12), e, inevitablemente el tiempo comienza a correr hacia todos lados, aunque clavado el almanaque en el año 1968.
El pasado, el presente, el futuro hallan su punto de encuentro en el lavabo de mujeres en el que el auxilio de su nombre encontró respuesta en los versos de Pedro Garfias. Allí está El Aleph, el punto del espacio que contiene todos los puntos, desde allí, en las mismas circunstancias de encierro e incomodidad que en el cuento de Borges, Auxilio Lacouture, hace una fractura al tiempo. Su memoria se halla estancada en el fluir de sus días de refugio, el lavabo es una nave de calendarios, y ella una pasajera que allí encuentra el preámbulo de lo que va a suceder, su pasado y su presente, y es desde allí que el tiempo se pliega y se despliega como un sueño.
Es un tiempo sin conjugación, como si "…corriera en varias direcciones a la vez, un tiempo puro…" (33) Y aunque la historia de terror llegó a su fin, la memoria de Auxilio tiene su centro en aquél lavabo desde donde recorre todas las instancias de su vida, porque la narradora "…necesitaba respirar y vagabundear…" (46) Así, en una suerte de identificación, la respiración de aquellos días de encierro, hace las veces de camino trasuntado, recorridos venideros, errabundeos presentes.
Sus movimientos diversos se desarrollan en dos instancias marcadas asiduamente en la narración, el día y la noche, la mujer que frecuenta el ambiente universitario, a veces, sin tareas fijas asignadas, y el murciélago vagabundo, a la noche, haciendo de la bohemia un modo de vida.
En sus recorridos la narradora, de origen uruguayo, exiliada en la ciudad mexicana (situación en la que se encontró el autor chileno, aunque residiendo ahora en España) construye la ciudad mexicana trasuntada, no ya sus ámbitos centrales prestigiosos, como en Y retiemble en sus centros la Tierra, sino sus ámbitos más periféricos, donde su soledad es aplacada por la complicidad de los artistas con los que se encuentra la protagonista a lo largo de la novela, algunos con los cuales comparte su situación de extrañamiento ante el exilio. Especialmente característica es la figura de Alberto Belano, personaje, también transeúnte, cuyo recorrido se inicia en Estrella distante y se confirma en Los detectives salvajes.
A pesar de la compañía que frecuenta a la narradora, está siempre en un mismo sitio, sola con la luna que vagabundea en la extensión del espejo, dando cuenta de su irreversible soledad. A su vez, la cartografía construida del D. F mexicano, da cuenta de una ciudad habitada que en la nocturnidad, paradójicamente también está muy sola. Una herida profunda en la memoria de México, convoca a los personajes, y en particular a Auxilio, no tanto para cicatrizarla, sino para recordar su profundidad, para refundar, a su partir, la ciudad mexicana de hoy.
Por
Gisela Mancuso
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