Descargar

El regreso del hijo pródigo (página 2)


Partes: 1, 2

Rembrandt, cuando pinta la figura del padre, hace alusión a un concepto que está ganando adeptos en la actualidad en diferentes corrientes religiosas y espirituales. Se trata de la dualidad de Dios como padre y madre. Si observamos atentamente el cuadro, vemos como pinta las dos manos de forma muy diferente. Cuando el autor del libro hace referencia a las manos que pintó el genial artista, observa como la mano izquierda es fuerte y vigorosa, mientras que la derecha es delicada y sensible, lo que le hace llegar a la idea anteriormente mencionada, y superando los conceptos de las tradiciones Judeocristianas, que son ampliamente machistas, ofrece, desde el seno del propio catolicismo, una visión de Dios con esa dualidad.

Sin embargo aquí me gustaría dar una opinión.

La visión de Dios como padre y madre a la vez, puede perfectamente encuadrarse en la visión que ofrece el espiritismo sobre Dios, pero con ciertas consideraciones.

La primera de ellas es que no puede tomarse al pie de la letra. Cuando hablamos de Dios como padre lo hicimos bajo el concepto de no humanizarlo, teniendo en cuenta que él es el padre porque es el creador, y consideramos que se puede tener como padre desde el momento que ofrece su acción providencial ante sus hijos. Desde esta visión, Dios es padre y madre, es decir, su acción providencial tiene por finalidad, como dijimos, el amor infinito (madre) y la justicia que educa, (padre). Solo así es que podemos considerar esa dualidad.

Por otro lado, encasillar a Dios como padre y madre a la vez, atribuyendo el amor, la protección y la ternura a la madre, y la justicia, la educación y la rectitud al padre, sería mantenernos en los estereotipos clásicos que vinculan esos sentimientos a la mujer y al hombre, cuando en realidad podemos encontrar en el sentimiento femenino rectitud, justicia y educación, y en el sentimiento masculino amor, ternura y protección.

Desde mi modesta visión, y esto puede ser debatible, solo desde un punto de vista simbólico podemos hablar de Dios como padre y madre, y creo que solamente viéndolo de esa forma, – como un simbolismo para expresar ciertos atributos de Dios- estaremos acertados, pero siempre teniendo muy presente que Dios transciende de la masculinidad y la feminidad, que son características propias de los seres humanos en nuestro planeta, pero que no constituyen sino elementos transitorios del proceso de crecimiento espiritual del espíritu, que un día los superará para seguir su crecimiento hacia cotas de progreso hoy inimaginables para los seres humanos. Por eso, encasillar a Dios dentro de estas condiciones humanas es adaptarlo a nuestro pensamiento limitado, cuando él es, por definición, infinito en todas sus cualidades.

En la parábola, Jesús presenta a Dios como el padre que recibe al hijo después de una larga ausencia, pero que tiene en cuenta también al hijo que está en casa. Por eso sale a invitarlo para que participe de la fiesta.

Es un concepto realmente interesante, que nos lleva a pensar que las diferencias y las comparaciones las hacemos nosotros, pero que en realidad no hacen parte de las leyes de Dios.

Cada uno de nosotros hacemos parte de un proceso evolutivo propio, tenemos unas experiencias evolutivas y somos de una forma determinada. Esto hace que seamos distintos, pero esas diferencias en cuanto a las actitudes y aptitudes de cada uno de nosotros, son propias del grado de progreso al que hemos llegado. Esto es natural y no nos hace a unos mejores que a otros. Todos somos iguales en potencia, y aquel que llegó a un grado evolutivo empezó por abajo, y fue gracias a sus luchas, a sus aciertos y errores, a su caminar, que llegó donde hoy está, y que los que aún estamos en los primeros peldaños de la escalera, también subiremos. Con esto queremos llamar la atención a que Dios nos ama a todos por igual, y lo que es muy importante, no nos compara, no nos juzga, no crea preferencias entre unos y otros.

Cuando digo que Dios no nos juzga puedo estar entrando en conflicto con la idea de la justicia de Dios. Me gustaría realizar un apunte en este sentido con un ejemplo:

Físicamente existen unas leyes generales que regulan el universo. Una de esas leyes o fuerzas es la gravedad. Esta ley indica que dos cuerpos ejercen una atracción recíproca, que es proporcional a su masa. Supongamos, por ejemplo, que lanzamos un objeto pesado hacia arriba, lógicamente, por medio de la acción de la gravedad, ese cuerpo caerá. Si nosotros nos ponemos debajo de la trayectoria el objeto nos golpeará. De la misma forma que existen unas leyes físicas que hay que respetar, existen unas leyes morales hacia las cuales debemos tener el mismo respeto. Cualquier acto que entre en conflicto con alguna de esas leyes, genera una acción que tendrá una consecuencia. Por lo tanto, podemos establecer que Dios no nos castiga, y por extensión, tampoco nos juzga en el sentido humano de esa expresión. Somos nosotros mismos que incumpliendo con las leyes de la vida recibimos de acuerdo con nuestras acciones.

Una consideración que hace el autor al respecto de la parábola y del cuadro, y con esto termino, es la necesidad de convertirnos nosotros en padres. A lo largo del libro va haciendo un repaso de como somos espectadores, como somos el hijo menor, como el hijo mayor y al final, como nos convertimos en padres. No implica que todos nos convirtamos en Dios, sino que los atributos de Amor incondicional y sentido de la Justicia deben ser nuestros valores y metas. De esta forma, y gracias al conocimiento de la reencarnación que el espiritismo nos da, todos llegaremos a ese estado, cuando abandonemos los papeles de espectadores, superemos nuestra rebeldía, eduquemos nuestro interior y pasemos a vivir en el amor a los demás, que es la finalidad de nuestra existencia.

 

 

Autor:

Juan José Torres Fernández

edu.red

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente