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De feminae umbilico brevissimus tractatus

Enviado por germancardozo


    Exordium

    La curiosidad humana es mayor que la humanidad de los curiosos. Desde tiempos inmemoriales el hombre se hacía la bizantina y no menos bizarra pregunta (la mujer no, pues éste era aún un problema mascúleo): "Utrum Adam habuerit umbilicum necne?" o sea, acerca de si Adán tuvo o no ombligo… La duda recorrió por siglos los silentes claustros monacales, y se debatió en las justas escoláticas a punta de silogismos, y en ocasiones a leño partido.

    Santo Tomás, el de Aquino, terció, cambiando el "idem", y llevó la "summa quaestio" a otra no menos preocupante: "Curnam homo mammas habuerit?" o, como quien diría, pues entonces para qué las tetillas del hombre… Teológicamente, el Aquinate zanjó el asunto fallando que por estética…: "Imaginaos, hermanos, cosa más fea que un hombre sin esos pezoncillos que tan bien le van al triángulo que remeda la trinidad divina!…". Y así, sentenció en cuarteta libre pero sin ripios:

    Tres triángulos habemos en la corpórea natura,

    el de la faz que demarcan los dos ojos y el hocico,

    el del pecho por tetines y ombligo circunscrito

    y el que, en rizada entrepierna, oculta turbadora criatura.

    En rigurosa exégesis, se presume que el Aquino refirióse también aquí a la hembra quien cumple los dos primeros requisitos y de qué manera, "Laus Deo", el tercero !

    Pues, amados hermanos, la fémina nos ha deparado nuevas sorpresas al pasear y hacer pública noticia de aquel punto vórtice de la triangulación pectoral: el ombligo, centro del universo humano, nunca paseado como hoy tan al aire libre y retante al grito de ¡ombligos de todo el mundo, uníos!

    Allí están ellos, asomando como el ojo masónico del Constructor Universal entre los atractivos párpados de los orillos de un ceñido calzón que insinúa al bajo vientre y la flotante cotica que incita a tentar al más allá.

    Gracias a las veleidades de la moda, a quienes nos aguijonea permanentemente el acicate de la curiosidad se nos abrió nuevo acceso a la naturaleza de nuestras imprescindibles compañeras de viaje, y de esta providencia divina se anuncia en lo que a continuación me recreo.

    De diversis feminae umbilicis sive quomodo per umbilicum illas profunditer cognoscere possibile sit, que llevado a la lengua del vulgo se diría: "Sobre la variedad de ombligos en las hembras o la posibilidad de adentrarnos con más profundidad en su naturaleza"

    No resulta un bomboncito tal empresa pues trátase de la parte más inaprensible de la humanidad, esa que desde tiempo inmemorial hizo vida doméstica mientras la otra se ocupaba de procurar la manducatoria y hacer la vida imposible al vecino; qué de ratos para maquillar su verdadero natural, tejer estrategias maritales y concebir vengancillas; pero "deo iuvante" nos proponemos dar comienzo a tan plausible e imperioso designio que abrir ha las entendederas de muchos inadvertidos veedores que sucumben ante los hechizos de la novísima artimaña de convertir en emblema sensual al hasta ahora considerado inservible cachimbo, luciéndolo como señuelo ante cautos e incautos.

    Despertad, amadísimos consexuados, y convertid a la trampera en cazada, que ésta fue nuestra predestinación "ab initio temporum", y en ello les llevamos mil leguas de maña. Lo que ahora os enseño lo aprendí de un sabio egipcio, quien a su vez lo supo por confidencia, "coitu habente", de una celebérrima odalisca y movediza danzarina del vientre quien le confesó cómo la excitación causada por los meneíllos no residía en las contorsiones de la cadera sino en el sortilegio ejercido por el ombligo, eje y causa intrínseca de los mismos.

    Así, pues, cuando alguna hembra atraviese a vuestro lado ventilando su vientre de diestra contorsionista no atendáis a las grupas sino que, luego de una desafiadora mirada a los ojos, descendedlos raudos al adminículo de sus trapacerías. Haced como si admiráseis esa diminuta y en apariencia inofensiva rendija, tal es su designio, pero en el entretanto atended a la variedad de formas que adopta, como se dice lo hacen las encantadoras de serpientes de un ojo. Para iniciaros en esta doblemente deleitosa y de provecho contemplación os revelo algunas de mis observaciones a modo de "vade mecum" que os pueda introducir en los arcanos de la naturaleza prístina de cada una de las porta – ombligos que os rodean o con las cuales convivís, pero con el compromiso de que lo enriqueceréis con el producto de vuestras personales indagaciones y experiencias.

    Tanto en términos de la "varietas speciarum" como de los atributos definitorios de cada una, vaya una propuesta de tipificación.

    El primero a destacarse, por el enigmático lugar que ocupa en los misterios de los orígenes de nuestra especie, sea el Ombligo cavernario: grande, profundo, sinuoso en sus pliegues y repliegues cuaternarios. Dícese que los portan las féminas que preservan celosamente los secretos ancestrales de la aparición del "homo erectus". Son extremadamente comprensivas pues recibieron el don de la sabiduría y ternura animal heredadas de los homínidos que brincaron retozando de las ramas al suelo, y allí se quedaron.

    Le sigue, o puede que le siga por sus dimensiones que no por su insondable profundidad, el Ombligo agujero negro. Ha de precaverse todo el que lo mira de no caer en su abismo y oscuridad astral. Se la distingue a su cargadora por su apariencia distante y sibilina, pero temible es; usa al antedicho a modo de imán para perder en sus entrañas al más astuto y despabilado, sin viaje de retorno.

    Felona como la anterior es la que exhibe el Ombligo ojo de gato: ensoñador otea, pero lo delata la hendedura vertical y ladina que nace en la mitad de su párpado inferior y se encumbra hasta el meridiano de la oquedad umbilical. Como bruja que es, conoce de los más ignotos filtros y nigromancias para seducir a su presa.

    No así hablarse puede de quienes fueran galardonadas con el Ombligo ojo de Horus. Desde los inicios de la civilización nos observa esta hermosa y perfilada mirada que sabe de los secretos arcanos de las dinastías faraónicas. Colocado fue en el centro del universo femenino y portador es del conocimiento del más allá y de acá. Sus portadoras son sacerdotisas de Isis y Osiris y nada se les oculta de la humana condición: no pueden ser engañadas ni confundidas pues tienen el don de adentrarse en las más oscuras satraperías.

    Es el Ombligo hoyuelo, el más agraciado y festivo, a semejanza de los que lucen los risueños rostros angelicales entre el rictus de la sonrisa y los mofletes. Es propio de féminas recatadas y púdicas al extremo; pero quien logre embelesarlo con suaves caricias en sus rebordes y llegue al pequeñísimo capullo que en su entraña encubre se verá envuelto por llamaradas de pasión jamás soñadas ni experimentadas.

    El Ombligo vaginal atención especial merece. Como su calificativo sugiere es a modo de prefiguración el más próximo indicador del femenino género. Luce en sus poseedoras turbadoramente llamativo por esa hendidura vertical que grita: "Ecce Femina", o como diría una maja andaluza, ¡aquí va una hembra! Él, a diferencia de las otras especies umbilicales referidas, no nos mira ni escruta; más bien nos mueve a poner nuestra atención en la portadora y a deslizar la mirada hacia el objeto terminal de los deseos masculinos.

    Sea el Ombligo pezoncete circunstancialmente propio de mujer en "estado interesante", y como tal máximo adorno del vientre materno y anuncio de vida; empero feo de toda fealdad en doncellas que no tienen el recato de ocultar semejante esperpento de inútil colgajo.

    Otras especies ocurren a la mente solazada en el recuento del infinito desfile de ombligos celestiales y bestiales que deambulan orondos por los senderos del diario existir. Mas hora es ya que repose quien esta invención escribe a la que sólo supera la realidad de lo contado. Volved a vuestros quehaceres, que hay mucho por hacer, pero no ceséis en la indagación de vuestro entorno pues muchas sorpresas os depara que enriquecer han estas modestas e inocentes apostillas.

    Fray Junípero de Úbeda, O. F. M.

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    German Cardozo

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