- Introducción
- Postura I: monopolio estatal de la administración de Justicia
- Acceso a la Justicia como Derecho Humano
- Crisis del Poder Judicial
- Medios alternativos de resolución de conflictos como medio de privatización de la Justicia
- Postura II: medios alternativos como factor necesario para superar la crisis del Poder Judicial
- Acceso a la Justicia y medios alternativos
- Dificultades usuales para favorecer el acceso a la Justicia
- Medios adecuados y proporcionados a cada tipo de caso
- Ventajas de los medios de solución alternativa de conflictos
- Conclusión
- Bibliografía
INTRODUCCIÓN
Es una realidad palpable el aumento del número de procesos judiciales en casi todos los países. Esto tiene diversas causas; empíricamente podemos señalar el crecimiento de la población, las crisis económicas, la complejidad cada vez mayor de la vida social, etc.
La crisis por la que atraviesa el sistema estatal de la administración de justicia son datos objetivos de la realidad, de los que no conviene apartarse si se pretende enfocar la problemática con seriedad y sentido de perdurabilidad.
Los tiempos para eufemismos se han agotado; es necesario encarar el tema en toda su crudeza.
El sistema que el Estado provee para dirimir los conflictos está en un estado de virtual paralización, producto de la morosidad en la resolución de las causas([1]). Es preciso señalar en relación a los efectos de la dilación que, cuando el orden jurídico se altera, es preciso restablecerlo inmediatamente. La demora excesiva hace ilusoria la protección jurisdiccional, y por ende el acceso a la justicia.
Debemos entonces, comenzar definiendo al acceso a la justicia como "un acceso de todos a los beneficios de la justicia y del asesoramiento legal y judicial, en forma adecuada a la importancia de cada tema o asunto, sin costos o con costos accesible, por parte de todas las personas físicas o jurídicas, sin discriminación alguna por sexo, raza o religión"([2]).
En este sentido es importante tener presente lo vertido en el Mensaje del Papa Pablo VI en el que reflexiona sobre la paz: Es difícil, pero es también indispensable, formarse el concepto auténtico de la paz. Difícil para quien cierra los ojos a esa primera intuición que nos dice que la paz es una cosa profundamente humana. Este es el mejor camino para llegar al descubrimiento genuino de la paz: si nos ponemos a buscar dónde nace verdaderamente, nos damos cuenta de que ella hunde sus raíces en el auténtico sentido del hombre. Una paz que no sea resultado del verdadero respeto del hombre no es verdadera paz. Y, ¿como llamamos a este sentido verdadero del hombre? Lo llamamos justicia.
Y la justicia, ¿no es ella misma una diosa inmóvil? Sí, lo es en sus expresiones, que llamamos derechos y deberes y que codificamos en nuestros nobles códigos, es decir, en las leyes y en los pactos, que producen esta estabilidad de relaciones sociales, culturales, económicas, que no es lícito quebrantar: es el orden, es la paz. Pero si la justicia, es decir, todo lo que es y lo que debe ser, hiciese germinar otras expresiones mejores que las vigentes, ¿qué ocurriría?
Antes de responder, preguntémonos si esta hipótesis, a saber, la de un desarrollo de la conciencia de la justicia, es admisible, es probable, es deseable.
Este es el hecho que caracteriza el mundo moderno y lo distingue del antiguo. Hoy va progresando la conciencia de la justicia. Nadie, así lo creemos, contesta este fenómeno. No podemos detenernos ahora en hacer un análisis de él; pero sabemos todos que hoy, gracias a la difusión de la cultura, el hombre, todo hombre tiene una conciencia nueva de sí mismo.
Todo hombre sabe hoy que es persona y se siente persona: es decir, un ser inviolable, igual a sus semejantes, libre y responsable; digámoslo también, un ser sagrado.
Y así, un conocimiento diverso y mejor, es decir, más pleno y exigente, de la sístole y de la diástole de su personalidad, esto es, de su doble movimiento moral de derecho y deber, llena la conciencia del hombre, y una justicia no ya estática, sino dinámica, le brota del corazón. No es este un fenómeno colectivo, universal, los países "en vías de desarrollo" lo gritan en alta voz; es voz de pueblos, voz de la humanidad; ella está reclamando una nueva expresión de la justicia, un nuevo fundamento para la paz.[3]
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