Hijos adoptados constituyen un concepto especial, característico de ciertos países, donde parejas heterosexuales infecundas, prohíjan niños, que fueran nacidos a padres no interesados en tenerlos. Lo hacen, para llenar la ausencia de los propios.
Hoy, asimismo, parejas gay han entrado el ámbito de las adopciones, lo que agrega un nuevo recoveco a este laberinto. (Véase mi ponencia: Hijos e hijas en las familias homoparentales: Un nuevo modelo de familia).
En esta lección hablaremos de todos los niños que fueran adoptados y del deber, que quienes los aman tienen, de revelarles sus orígenes y de la importancia de este singular proceso.
En ponencias anteriores hemos descrito las diferencias entre los varios sistemas de adopción practicados, como asimismo hemos entrevisto sus aspectos históricos y culturales. (Véase mi artículo: Adopción).
Para estudiar sus efectos, la representación más extensa, proviene de investigaciones conducidas en los Estados Unidos — lugar donde el mayor número de adopciones se completan en el mundo.
La situación será única para cada familia — ya que no hay fórmulas, para todos, aplicables.
Lo importante será, que los efectos que la historia produzca, cuando sea narrada, no sean adversos para el niño o para su familia inmediata. En tiempos pasados, la adopción era vista como una decisión con consecuencias misteriosas y oscuras, por eso era algo que debía ser ocultado o disimulado.
Eran aquellos los tiempos cuando mentirles a los niños gozaba de cierta validez — "total, no entienden"… "son jóvenes y no se dan cuenta"… "si no saben no sufren" — ¿Pero, para qué mentir? Por lo general, los adultos no mentimos para el bien del niño, sino porque tenemos dificultades para enfrentar temas que nos resultan difíciles de compartir — como la muerte — o dolorosos — o porque revelan aspectos nuestros que nos desagradan o que expresan nuestras debilidades o imperfecciones.
No poder procrear hijos es, para muchos, un desperfecto personal — o un castigo de Dios — Y en este reconocimiento hay una gran dosis de frustración, de dolor, de celos y de envidia a todos aquellos que, sin proponérselo, pueden tener hijos — como fueron los padres que abandonan al futuro niño adoptado.
En otra época, frente a la proximidad de una adopción, la pareja simulaba un embarazo o inventaba un largo viaje del cual volvía con un hermoso bebé en brazos.
La imposibilidad de dar a luz implicaba perder aquella condición que la sociedad determinaba como irrenunciable: madre y mujer eran casi sinónimos — y, para algunos, todavía lo es.
En tanto, para el hombre, implicaba perder su potencia y su hombría y, sobre todo, no perpetuar su, "ilustre", apellido. Hoy, ya no tenemos un modelo único de familia
En ciertas culturas, ser madre es el mandato máximo de ser mujer. Se la ubica en un espacio cerrado y en un dominio, el del hogar.
"Pies descalzos y preñada" Así se expresan los machos…
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