- El dios más amado
- El Sueño de Balder
- La Profecía de la Vala
- Los Juegos de los Dioses
- La Muerte de Balder
- La Pira Funeraria
- La Misión de Hermod
- La Condición para la Liberación de Balder
- El Regreso de Hermod
- Vali el Vengador
- El Culto a Balder
El dios más amado
De Odín y Frigg, se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter y aspecto físico como era posible que lo fueran dos niños. Hodur, dios de la oscuridad, era sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado, la cual se suponía que simbolizaba; mientras que su hermano Balder, el bello, era venerado como el dios puro y radiante de la inocencia y la luz. De su frente blanca y cabellos dorados parecían irradiar rayos de Sol que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era igualmente amado.
El joven Balder alcanzó su mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido muy pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en el palacio de Breidablik, cuyo techo de plata descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada que fuese, vulgar o impuro se le permitía su presencia dentro de sus recintos, y allí vivía en perfecta armonía junto a su joven esposa Nanna (flor), la hija de Nip (brote), una bella y encantadora diosa.
El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de las runas, que estaban escritas en su lengua; él conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de las cuales, la camomila, era llamada "la frente de Balder", porque era tan inmaculadamente pura como esa parte de su rostro. La única cosa oculta ante los radiantes ojos de Balder era la percepción de su propio destino.
El Sueño de Balder
Ya que era tan natural que Balder el hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses comenzaron a darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad invadió su rostro y sus pasos se volvieron pesados y lentos. Odín y Frigg, percatándose del evidente abatimiento de su amado hijo, le rogaron con ternura que les revelara la causa de su tristeza.
Todos los Aesir vinieron
rápidamente al consejo,
también las Asynjur,
todos en cónclave,
todas las potencias meditaron
por qué Balder estaba
angustiado con sueños de mal agüero
Balder fue cediendo finalmente a sus anhelantes ruegos, confesó que sus sueños, en vez de ser tranquilos y reparadores como antaño, se habían visto extrañamente alterados por oscuras y opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía recordarlas cuando se despertaba, le perseguían constantemente con una vaga sensación de miedo.
Cuando Odín y Frigg oyeron esto, se sintieron muy desasosegados, aunque prometieron que nada dañaría a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que también ellos se habían visto asaltados por extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer que la vida de Balder estaba seriamente amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el peligro.
Frigg envió a sus sirvientes en todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales, piedras, de hecho, toda cosa animada o inanimada, que pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño alguno a Balder. Toda la creación hizo enseguida su juramento, ya que no existía nada sobre la tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron hasta Frigg, informándole que todos habían jurado debidamente, excepto el muérdago que crecía sobre el tronco del roble a las puertas del Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa tan inofensiva e insignificante que no había nada que temer. Frigg reanudó entonces su hilado con gran alegría, ya que estaba segura de que nada podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de todo.
La Profecía de la Vala
Odín, mientras tanto, había decidido consultar con una de las profetisas o valas muertas. Montado sobre su corcel de ocho patas Sleipnir, cabalgó a través del palpitante puente Bifrost y por el accidentado camino que conduce a Gjallar y la entrada de Niflheim, donde, tras dejar atrás a Helgate y el perro Garm, penetró en la oscura morada de Hel.
Para su sorpresa, Odín vio que un festín se estaba preparando en este oscuro reino y que los sillones habían sido cubiertos con tapices y anillos de oro, como si se esperara a algún importante invitado. Pero él siguió corriendo sin descanso, hasta que llegó hasta el lugar donde la vala había descansado sin ser perturbada durante muchos años. Entonces Odín comenzó a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que tenían el poder de revivir a los muertos.
La tumba se abrió súbitamente y su profetisa se incorporó lentamente, preguntando quién había osado interrumpir su sueño. Odín, que no deseaba que supiera que él era el poderoso padre de dioses y hombres, respondió que era Vegtam, hijo de Valtam, y que la había despertado para informarse sobre el personaje para el que Hel estaba sacando sus divanes y preparando un banquete festivo. Con voz sepulcral, la profetisa confirmó todos sus temores contándole que el invitado al que esperaban era Balder, que estaba destinado a ser muerto por Hodur, su hermano, el dios ciego de la oscuridad.
A pesar de la evidente reticencia de la vala para seguir hablando, Odín no quedó aún satisfecho y le exigió que le dijera quién vengaría al dios asesinado y daría cuenta de su asesino. La venganza y la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las razas nórdicas.
Entonces la profetisa le relató como Rossthiof había ya pronosticado que Rinda, la diosa tierra, tendría un hijo de Odín y que Vali, como se llamaría el niño, no se lavaría el rostro ni se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en Hodur la muerte de Balder.
Una vez hubo dicho esto la reacia vala, Odín preguntó: "¿Quién rehusará llorar la muerte de Balder?". Esta imprudente pregunta demostró un conocimiento del futuro que ningún mortal podía poseer, lo cual le reveló inmediatamente a la vala la indentidad de su visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra más, volvió a hundirse en el silencio de la tumba, declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla de nuevo hasta que llegara el fin del mundo.
Tras enterarse de los designios de Orlog (destino), que él sabía que no podían ser anulados, Odín volvió a montar en su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que su amado hijo dejara de ser visto en las moradas celestiales, y cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por siempre. Al entrar en Gladsheim, sin embargo, Odín se vio algo tranquilizado por las noticias, rápidamente comunicadas por Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el Sol habían prometido que no dañarían a Balder y, sintiéndose convencido de que si nada iba a matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando a los dioses y a los hombres con su presencia, dejó a un lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del festín.
Los Juegos de los Dioses
El campo de recreo de los dioses estaba situado en las verdes llanuras de Ida, y tenía el nombre de Idavold. Allí se trasladaban los dioses cuando estaban de buen humor y su juego favorito era el de lanzar sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad. Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado pasatiempo con entusiasmo redoblado desde que Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la nube que había oprimido sus espíritus. Sin embargo, cansados al final de este juego, pensaron en idear otro.
Habían averiguado que ningún proyectil podía dañar a Balder, por lo que se entretuvieron lanzándole toda clase de flechas, lanzas, espadas, hachas y piedras, con la certeza de que no importaba cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no dañarle, errarían su objeto o caerían cortos de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan fascinante que pronto todos los dioses se congregaron alrededor de Balder, recibiendo cada nuevo fallo en acertarle con prolongadas risas.
La Muerte de Balder
Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de Frigg, quien se encontraba hilvanando sentada en Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante de su morada, le pidió que se detuviera y que le contara qué estaban haciendo los dioses para provocar tanto barullo. La anciana no era otra que Loki disfrazado, quien respondió que los dioses estaban lanzando contra Balder piedras y otros proyectiles, embotados y afilados, mientras que éste permanecía entre ellos sonriente e ileso, retándoles a que le acertaran.
La diosa sonrió y reanudó su labor, diciendo que era bastante natural que nada pudiera dañar a Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del cual él era su símbolo, y habían jurado solemnemente no dañarle.
Loki, la personificación del fuego, se disgustó mucho al oír esto, ya que estaba celoso de Balder, el Sol, que le había eclipsado por completo y era amado por todos, mientras que a él se le temía y se le evitaba todo lo posible. Pero él ocultó astutamente su irritación y le preguntó a Frigg si estaba segura de que todos los objetos se habían unido al convenio.
Ella respondió orgullosa que había obtenido el solemne juramento de todas las cosas, excepto el de un pequeño e inofensivo parásito, el muérdago, que crecía en el roble cerca de las puertas del Valhalla y era demasiado pequeño e insignificante como para ser temido. Esta información era todo lo que Loki quería saber y, tras despedirse de Frigg, se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del alcance de su vista, recuperó su forma habitual y tomó el muérdago que Frigg había mencionado. Entonces, con sus artes mágicas le confirió al muérdago un tamaño y una dureza bastante fuera de lo común.
Del tallo de madera así obtenido fabricó diestramente una flecha con la que regresó corriendo hasta Idavold, donde los dioses aún le estaban lanzando proyectiles a Balder, estando mientras tanto únicamente Hodur apoyado tristemente contra un árbol, sin participar en el juego. Loki se aproximó discretamente hasta el dios ciego y, fingiendo interés, le preguntó acerca de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le prevenían de participar en el juego.
En respuestas a estas afirmaciones, Hodur alegó que sólo su ceguera le impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando Loki puso la flecha de muérdago en su mano y lo guió hacia el centro del círculo, indicándole la dirección de la insólita diana, Hodur disparó su flecha enérgicamente. Pero para su consternación, en vez de las sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de horror atravesó sus oídos, pues Balder el hermoso había caído al suelo, atravesado por el fatal muérdago.
Con terrible preocupación se reunieron los dioses alrededor de su querido compañero, pero su vida había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir al dios Sol caído fueron inútiles. Desconsolados por su pérdida, se volvieron furiosos hacia Hodur, a quien hubieran matado allí mismo de no haber sido refrenados por la ley de los dioses, que impedía que ningún acto deliberado de violencia profanara sus lugares sagrados.
El sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez a las diosas hasta el terrible lugar, y cuando Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó vehementemente a los dioses que fueran hasta Niflheim para implorarle a Hel que liberara a su víctima, ya que la tierra no podría existir felizmente sin él.
Ya que el camino era extremadamente, fatigoso y accidentado, ninguno de los dioses se ofreció a ir al principio. Pero cuando Frigg prometió que ella y Odín recompensarían al mensajero amándole por encima de todos los Aesir, Hermod mostró su disposición a ejecutar la misión. A fin de capacitarle para ello, Odín le prestó a Sleipnir, y el noble caballo, que no solía dejar que nadie lo montara excepto Odín, partió sin demora hacia la oscura trayectoria que sus cascos ya habían cabalgado en dos ocasiones anteriormente.
Mientras tanto, Odín ordenó que el cuerpo de Balder fuera trasladado de Breidablik y envió a los dioses al bosque para que cortaran enormes pinos con los que construir una pira funeraria digna.
La Pira Funeraria
Mientras Hermod cabalgaba a través del sombrío camino que conducía al Niflheim, los dioses cortaron y acarrearon hasta la costa una gran cantidad de leña, la cual amontonaron sobre la cubierta del buque dragón de Balder, Ringhorn, construyendo una elaborada pira funeraria. Según la costumbre, ésta era decorada con tapices colgantes, coronas de flores, copas y armas de todas clases, anillos de oro e incontables objetos de valor, antes de que el inmaculado cadáver, ricamente ataviado, fuera traído y echado sobre ella.
Uno tras otro, los dioses se acercaron entonces a ofrecer un último adiós a su amado compañero y cuando Nanna se encorvó hacia él, su tierno corazón se rompió, cayendo sin vida a su lado. Tras ver esto, los dioses la situaron respetuosamente al lado de su esposo, para que pudiera acompañarle incluso en la muerte. Tras haber dado muerte a su caballo y a sus sabuesos, y haber rodeado la pira con espinas, los emblemas del sueño, Odín, el último de los dioses, se acercó,
Como muestra de afecto por el difunto, y de dolor por su pérdida, todos habían echado sus más preciadas posesiones sobre la pira y Odín, inclinándose, añadió entonces a las ofrendas su anillo mágico Draupnir. Los dioses congregados percibieron que estaba susurrándole algo al oído de su hijo muerto, pero ninguno estaba lo suficientemente cerca para escuchar lo que había dicho.
Tras haber concluido estos tristes preliminares, los dioses se dispusieron entonces a botar el barco, pero se encontraron con que la pesada carga de leña y joyas se resistía a sus esfuerzos combinados, por lo que no pudieron moverlo ni un centímetro. Los gigantes de las montañas, presenciando la escena desde lejos, y percatándose de su apuro, se acercaron y dijeron conocer a una giganta de nombre Hyrrokin, que vivía en Jotunheim y que era lo suficientemente fuerte como para botar la embarcación sin ninguna otra ayuda.
Consecuentemente, los dioses le pidieron a uno de los gigantes de la tormenta que se acercaran a buscar a Hyrrokin. Ella hizo acto de presencia con rapidez, montada sobre un lobo gigantesco, al cual ella guiaba con una rienda hecha de serpientes que se retorcían. Dirigiéndose hacia la costa, la giganta desmontó y mostró arrogantemente su disposición de proporcionar la ayuda requerida, si mientras tanto, los dioses se hacían cargo de su montura, Odín envió inmediatamente a cuatro berserks, sus más enloquecidas fieras, para que entretuvieran al lobo, pero, a pesar de su excepcional fuerza, no pudieron refrenar a la monstruosa criatura hasta que la giganta la hubo arrojado al suelo y atado a conciencia.
Hyrrokin, viendo que ahora serían capaces de manejar a su obstinada montura, se dirigió hasta donde, en lo alto del borde del agua, se erigía Ringhorn, el poderoso barco de Balder. Apoyando su hombro contra su popa, lo envió al agua con un supremo esfuerzo. Tal era el peso de la carga y la rapidez con la que fue arrojado al mar, que la tierra tembló como si se tratase de un terremoto, y los troncos sobre los que el barco se deslizó ardieron en llamas debido a la fricción.
El inesperado temblor, casi causó que los dioses perdieran el equilibrio, lo cual encolerizó tanto a Thor que alzó su martillo y estuvo a punto de matar a la giganta, si no le hubieran contenido sus compañeros. Fácilmente apaciguado, como era habitual, pues el temperamento de Thor, aunque fácilmente suscitado, era fugaz, subió en el barco de nuevo para consagrar la pira funeraria con su martillo sagrado Mjollnir. Mientras realizaba esta ceremonia, el enano Lit irrumpió de un modo irritante en su camino, después de lo cual, Thor que no había recuperado completamente su calma, le arrojó al fuego que había acabado de encender con una espina, y el enano ardió hasta quedar reducido a cenizas junto a los cuerpos de la divina pareja.
El impresionante barco se introdujo entonces en el mar y las llamas de la pira ofrecieron un espectáculo majestuoso que asumía una gloria mayor con cada momento que pasaba, hasta que, cuando el barco se aproximó al horizonte del Oeste, pareció que el mar y el cielo ardieran en llamas. Los dioses contemplaron tristes el resplandeciente barco y su preciosa carga, hasta que se sumergió súbitamente entre las olas y desapareció; no regresaron a Asgard hasta que la última chispa de luz se hubo desvanecido, y el mundo, como muestra de pesar por Balder el bondadoso, se envolvió en un manto de oscuridad.
La Misión de Hermod
Los dioses entraron en Asgard tristes, donde ningún sonido de alegría o festejos recibieron los oídos, pues todos los corazones estaban llenos de inquietante preocupación por el fin de todas las cosas, el cual se sentía inminente. Y, ciertamente, la idea del terrible invierno de Fimbulvetr, el cual sería el heraldo de sus muertes, bastaba para desasosegar a los dioses.
Sólo Frigg albergó esperanzas y esperó ansiosa el regreso de Hermod el veloz, el cual, mientras tanto, había atravesado el palpitante puente y el oscuro camino de Hel, hasta que, a la décima noche, había cruzado las rápidas corrientes del río Gjoll. Allí fue interrogado por Modgud, quien le preguntó por qué el puente Gjallar temblaba más bajo el cabalgar de su caballo que cuando pasaba todo un ejército, y le preguntó por qué él, un jinete vivo, pretendía entrar en los tenebrosos dominios de Hel.
Hermod le explicó a Modgud la razón de su visita y, tras averiguar que Balder y Nanna habían pasado por el puente antes que él, se apresuró a seguir su camino hasta que llegó a las puertas que se erigían imponentes ante él.
Sin desalentarse ante esta barrera, Hermod desmontó sobre el suave hielo y, ajusfando las correas de su silla, volvió a montar y, clavando sus espuelas en los brillantes costados de Sleipnir, le indujo a que diera un brinco prodigioso, aterrizando ileso al otro lado de la puerta de Hel.
La Condición para la Liberación de Balder
En vano le informó Hermod a su hermano que había venido para rescatarlo. Balder negó triste con la cabeza, diciendo que sabía que debía permanecer en su lúgubre morada hasta la llegada del Ultimo Día, pero le imploró a Hermod que se llevara con él a Nanna, pues el hogar de las sombras no era lugar para una criatura tan bella y brillante. Pero cuando Nanna escuchó esta petición, se aferró más al lado de su esposo, jurando que nada lograría separarla de él y que permanecería por siempre a su lado, incluso en Niflheim.
La noche se agotó con la conversación, antes de que Hermod buscara a Hel para implorarle que liberara a Balder. La hosca diosa escuchó en silencio su petición, declarando finalmente que permitiría a su víctima marcharse a condición de que todas las cosas animadas e inanimadas mostraran su pesar por su pérdida derramando lágrimas.
Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la Naturaleza lamentaba la pérdida de Balder y seguramente no había nada en toda la creación que fuera a negar el tributo de una lágrima. Por tanto, Hermod salió feliz del oscuro reino de Hel, llevándose con él el anillo Draupnir, que Balder le devolvía a su padre, una alfombra bordada de Nanna para Frigg y un anillo para Fulla.
El Regreso de Hermod
Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente alrededor de Hermod cuando éste regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los regalos, los Aesir enviaron heraldos a todas las partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e inanimadas que lloraran la muerte de Balder.
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los heraldos y a su paso caían las lágrimas de todos los animales, las plantas y los árboles, por lo que el suelo se vio saturado de humedad; y los metales y piedras, a pesar de sus duros corazones, lloraron también.
De camino de vuelta finalmente hacia Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una oscura cueva a un giganta de nombre Thokk, que algunos mitólogos supusieron que era Loki disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una lágrima, se burló de los heraldos e, introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva, declaró que ninguna lágrima caería de sus ojos y que a ella poco le importaba que Hel retuviera a su presa por siempre.
Lágrimas secas son las que
Se desprenderán de Thokk
en la pira funeraria de Balder.
Vivo o muerto, jamás
el hijo de Odín me ha servido,
dejemos que Hel
retenga lo que es suyo.
Tan pronto como los mensajeros llegaron a Asgard, los dioses se congregaron a su alrededor para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros, iluminados con la alegría de la anticipación, se oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una criatura había rehusado al tributo de las lágrimas, por lo que no podrían tener nunca más a Balder en Asgard,
Vali el Vengador
Los decretos del destino aún no habían sido del todo consumados, y el acto final de la tragedia será brevemente resumido.
Vali el Vengador, como fue llamado, hijo de Odín y de Rinda, entró en Asgard el día de su nacimiento y aquel mismo día dio muerte a Hodur con una flecha de un haz que al parecer había acarreado para ese propósito. Así, el asesino de Balder, a pesar de que había sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con su sangre, según el código de los verdaderos nórdicos.
En las moradas occidentales,
Vali, nacerá de Rinda.
Cuando tenga edad de una noche,
vengará al hijo de Odín.
No se lavará las manos,
No se peinará el cabello,
hasta que el asesino de Balder
sea quemado en la pira
El Culto a Balder
Uno de los más importantes festivales se celebraba en el solsticio de verano, o día de San Juan, en honor a Balder el bondadoso, ya que era considerado el aniversario de su muerte y de su descendencia al inframundo. En ese día, el más largo del año, la gente se congregaba en el exterior, hacía grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las latitudes nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes de volver a elevarse en un nuevo amanecer. Desde el solsticio, los días se iban haciendo gradualmente más cortos y los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el solsticio de invierno, que se conocía como la "noche Madre", ya ¿fue era la noche más larga del año. El solsticio de verano, una vez celebrado en honor a Balder, se llama ahora día de San Juan, tras haber suplantado aquel santo de la tradición cristiana a Balder.
Autor:
Allan Alvarado Aguayo, MSc