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El vino como elixir sagrado y sacrificio expiatorio. Una investigación sobre los rituales universales de comunión con la divinidad

Partes: 1, 2

    1. La embriaguez dionisíaca: los posesos por el vino.
    2. El culto al vino: la alegría de vivir y la insoportable levedad del ser.
    3. Comed y bebed: la universalidad de la embriaguez y el sacrificio como formas solidarias de endiosamiento. El sacrificio homérico y el dionisíaco.

    El origen del presente escrito está en un breve artículo que se publicó en la Revista de Filosofía Anábasis (Año II, Núm.2, marzo-septiembre 1995) con el título de: In vino veritas. Desde entonces la investigación ha cobrado un cuerpo mayor, siendo corregida y aumentada, motivo de que sea el momento de presentarla nuevamente a la luz pública.

                1.La embriaguez dionisíaca: los posesos por el vino.

                Los orígenes del vino se confunden con el origen de nuestra civilización. Griegos y romanos difundieron a la par la filosofía y el cultivo de la vid. Pero el vino no fue inventado por los griegos sino que fue importado por primera vez en cántaros desde Creta. Su cultivo se extendió desde la costa meridional del Mar Negro al monte Nisa en Libia, y luego por Palestina hasta llegar a Creta de donde se llevaría a Grecia.

                Las pruebas arqueológicas remontan el culto a Dioniso hasta la isla de Creta, puesto que su nombre apareció en algunas tablillas micénicas al ser descifradas por Ventris y Chadwick en 1952. Pero puede conjeturarse que hasta allí viniese de Asia y que su aparición no fuese una creación minóico-micénica, sino un culto que, como tantos otros, se remontaría a remotísimas épocas, previas a las sociedades históricas de las que nos quedan fuentes de comprobación; a una prehistoria que sólo podemos plantear como hipótesis.

                La simbología mítica que el vino adoptó en la antigua Grecia quedará reflejada en la figura de Dioniso[ii], dios del racimo, en cuyas fábulas y ritos se funde un alto contenido: el de las vivencias y creencias del mundo griego.

                Según la mitología griega fue Dioniso el inventor del vino. Hijo de la mortal Semele y del divino Zeus, a través de sus conquistas militares habría extendido su cultivo y su culto por todo el mundo.

                Eurípides muestra al principio de su obra trágica Las Bacantes (vv. 12-22) la difusión del culto dionisíaco y su paso de Oriente a Occidente; desde las regiones del Asia Menor hasta la Hélade: "(Dioniso): He dejado los campos ricos de oro de los lidios y de los frigios, y he recorrido las mesetas ardientes de los persas, y los muros de Bactria y la tierra de los medos, de rígidos inviernos, y la Arabia feliz y toda el Asia que se extiende junto al salado mar con sus bien almenadas ciudades, llenas juntamente de griegos y de bárbaros mezclados; y ésta (Tebas) es la primera ciudad de los helenos donde llego, después de crear allá mil coros y establecer mis misterios, a fin de que los hombres me tengan por divinidad manifiesta". La espléndida tragedia euripídea refleja el dionisismo en plenitud, tal y como el poeta lo pudo contemplar en Macedonia durante su permanencia en la corte del rey Arquelao, donde debió de quedar sumamente impresionado por las orgías báquicas.

                El triunfo de Dioniso consistió en que el vino sustituyó en todas partes al resto de las bebidas alcohólicas como elixir sagrado. Así ocurrió en Tracia y en Frigia, donde el éxtasis orgiástico se alcanzaba con la cerveza hasta ser sustituida por el vino y el culto dionisíaco.

                La embriaguez dionisíaca tiene relación con el estado de inspiración poética, que también se ha llamado rapto o delirio. No en vano Orfeo fue sacerdote de Dioniso hasta instaurar sus propios misterios y con ellos la secta órfica. Parece como si las Musas sólo atendiesen a los ruegos de los poetas malditos y dieran sus favores a los que las convocasen desde el fondo de una  botella de vino. No hay que olvidar que el ditirambo (dithyrambos) invención mítica de Arión, se va transformando de rito colectivo frenético a espectáculo, convirtiéndose finalmente en genero literario.

                Los posesos por el vino llegan al entusiasmo y pecan de desmesura (hybris), retornan a un estado anterior a la promulgación de las leyes con que surgen las ciudades civilizadas. El estado en que se sitúan los oficiantes de ciertos ritos religiosos hace pensar en el empleo de ciertas drogas psicoactivas (enteógenos) que se habrían de disolver en vino, formando, la bebida sagrada denominada kykeion; como es el caso de los Misterios de Eleusis y del culto a Dioniso.

                Al llegar a Eleusis, bien entrada la noche, los devotos "bailaban en honor de las dos diosas (Démeter y Perséfone) y de su misterioso consorte Dioniso, el dios de los embriagantes… Se le llamaba misterio porque nadie, bajo pena de muerte, podía revelar lo que sucedía en el santuario"[iii], aunque poetas como Sófocles o Píndaro coincidirán en manifestar, sin narrar nada acerca de su desarrollo debido a la prohibición, haber tenido una experiencia única e inolvidable en la que se alcanzaba el éxtasis. "Para los griegos ekstasis significaba que el alma volaba fuera del cuerpo… que el alma misma es tomada y sacudida hasta el estremecimiento"[iv]. Una perfecta descripción de una persona que ha ingerido determinados estimulantes. Con lo cual, si bien vemos que la etnomicología puede arrojar luz sobre los misterios de la antigüedad, no suscribimos el enfoque reduccionista de R.Gordon Wasson, que pretende explicar todo el fenómeno mistérico a partir de la hipótesis del empleo de los enteógenos o sustancias psicoactivas.

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