- Capítulo Il
- Capítulo III
- Capítulo lV
- Capítulo V
- Capítulo VI
- Capítulo VII
- Capítulo VIII
- Capítulo IX
- Epílogo
Capítulo I
El trote del alazán, apenas si balancea el jinete de mirada inmutable y lejana.
La ropa gaucha con señales de caminos cenicientos, no desmejora su estampa varonil, de tez curtida y amarronada por soles tórridos y pólvora de batallas.
No es un soldado más. El quepis, y algunas insignias que luce en su corralera, hablan por lo menos de un comandante.
Lo sigue una columna de hombres desarrapados; montados, a pie; otros en carretas, mordiendo lamentos, suspirando finales entre jirones sangrantes y esperanzas escasas de llegar a sus ranchos.
Final de otra contienda. Llegada.la mujer, los gurises crecidos, o la tapera que se disculpa por que ha pasado el tiempo, ¡y ni hablar de la miseria ladina que siempre hace estragos!
La senda se ensancha, y en el recodo, aparece el caserío, de adobe y paja; la frescura de los algarrobos, el pozo de agua, pollos y gallinas criados en el entre patio, y perros, ¡muchos perros! que salen al encuentro anticipándose a la gente.y a las preguntas.
-¿Y el Ramón.viene el Ramón? Y los silencios que no dejan conforme ni consuelan pero señalan el paso para el llanto, o para buscar el pañuelo negro (dejado a la mano), que cubrirá por un tiempo el duelo amargo que hasta parece injusto pero que se resigna por "esa causa" que no entienden las mujeres, y enorgullece al hombre.
No hay más preguntas ¿Para qué.? Las palabras sobran, o suenan como alguna vez lo hicieron en un aula de la lejana Salamanca, y por ese misterio insondable de la herencia, retoman el ayer suspendido indefinidamente del horcón más fuerte que sostiene el rancho. Se ensilla el mate y se calman zozobras en miradas silentes, besos que lastiman y el desenfreno momentáneo de pasiones contenidas. Afuera, los gurises malician un "entrevero", y con el cuento de la cigüeña, la traza de otro hermanito para lidiar con su crianza y compartir la pobreza.
El lienzo, demasiado suave, incomoda al Comandante. ¡Cuantas noches a cielo abierto han cobijado su sueño!
Dormitará. Por un rato nada más (no es cuestión de acostumbrarse) En cuanto aclare, después de unos amargos, leerá la correspondencia y arreglará algunos entuertos producto de su ausencia, que descuenta su viejo administrador de hacienda y otras yerbas, los tiene archivados en la punta de la lengua.
El sol se demora porque es otoño. Cuando se sienta, la enramada que hace de galería, se afana por ser la resolana de un día ventoso y frío.
A pocos metros, en el patio sembrado de hojas mustias, un grupo de mujeres pobremente vestidas, pero limpias, apretando contra sus faldas una decena de caritas desenfadadas por la inocencia, lo observan cabizbajas.
-¡Arrimensé! –dice sacando una voz bronca que pocos conocen – Bueno.no es mucho lo que tengo que agregar a lo que ya saben. ¡Murieron como valientes, luchando sin dar cuartel al enemigo! ¡Vivando por la patria! ¡Esta patria!
Ninguna anima, siquiera un gemido. Dan vuelta, e inician un regreso hacia donde ni ellas saben las llevará el destino. ¡Este destino nuevo que les trajo la muerte pero las dejó con vida!
-¡Esperen! – agrega, y cambia el tono – Pasen por lo del Turco.les dará unas varas de percal para el luto, y otros presentes para los gurises. ¡Y vos, Zoila, decíle al Froilán que te enlace la lechera!
Queda solo, rumiando rabias que nadie escucha ni atreve -¡La pobre, se quedó con un montón de guachitos!
Con el correr de las horas se ha ido calentando la mañana y el Comandante se deja estar en esa reparadora holgazanería.
El pago sigue igual – piensa – nada revela el menor progreso. ¡Tiempos difíciles! Pero.¿cuándo fueron distintos? – Que él recuerde.
¡Cuna de soldados! Soldados sin paga, sin tabaco, sin ropa, sin carne.
Desde que sucedió a Contreras en la comandancia, allá por el veinte y pico, esa y sola esa ha sido la realidad conocida.
¡Cuna de soldados! .y de matreros y desertores; resaca de tantas guerras civiles entre federales y de los otros.
Si no fuera que sigue siendo un lugar estratégico para los mandantes de turno, el pueblo ni existiría. ¡Y hasta peligra quedarse sin su pedazo de historia!
Página siguiente |