- Entre el porvenir y el devenir
- Futuro y utopía
- Los procesos de desinstitucionalización
- ¿Una escuela inaugurada por las tecnologías?
- ¿Una escuela desinstitucionalizada?
- La escuela que encarnamos y queremos
Hablar de la escuela y el futuro en un momento como el presente significa un desafío a la imaginación y casi un acto de valentía. La primera pregunta no es por la escuela, sino por el futuro. Habría que invertir los términos y plantear para la conferencia el título de esta manera: Futuro y escuela.
Eso haremos para ordenar nuestro discurso. La pregunta por el futuro es mucho más amplia que la pregunta por la escuela. Si nos aclaramos un tanto la primera parte de la expresión, tal vez podremos detenernos luego en nuestros establecimientos.
Toda la historia del ser humano ha sido el intento de proyectar futuro, de empujar el futuro hacia delante, de prever la existencia personal, familiar, grupal, de una organización, de un país incluso, para poder anticipar lo más posible lo que será de nosotros.
Doy algunos ejemplos para aclarar esto: cuando la guerra del Golfo Centroamérica tenía petróleo para tres días, en tanto que Estados Unidos contaba con reservas declaradas para tres meses.
Para el año próximo se anticipa la posibilidad de la muerte de diez a quince millones de personas en Etiopía, porque las lluvias no llegaron y los suelos ya no resisten la acción del ser humano.
El promedio de vida de un niño de la calle es de 10 a 15 años, más allá no hay nada y en todo caso si se sigue en la existencia, es casi como en calidad de sobreviviente.
Una de las sensaciones más terribles para cualquiera de nosotros es cuando el futuro se nos viene encima, cuando no podemos empujarlo más allá de unos pocos meses e incluso días. Lo tenemos literalmente pegado a nuestra existencia y no podemos proyectarlo. Pienso en quienes están peleando por la comida de mañana, con una enfermedad que llega cuando la miseria hace imposible toda defensa.
Proyectar futuro significa, en el plano familiar, poder criar dignamente a los hijos, poder asegurarles estudios por diez o quince años, poder asegurarse a uno mismo el retiro cuando la vejez.
Lo decimos también de esta manera: ¿de cuánto futuro dispones? Insisto en que la pregunta vale para una situación personal o familiar y para un país entero. En el mío, la Argentina, hemos pasado en pocos años de un 20% de pobreza a un 53%, el futuro se ha estrechado para la mitad de la población y continúa estrechándose.
Y vale esto para las instituciones. Podemos preguntarnos, para anticipar algunas reflexiones, ¿de cuánto futuro dispone la escuela? Más aún, ¿de cuánto futuro dispone esta escuela? ¿Cuánto pueden proyectar hacia delante sus educadores, sus estudiantes?
Entre el porvenir y el devenir
Hay dos miradas sobre la palabra futuro que marcan con fuerza el sentido que le reconocemos: porvenir y devenir.
La primera acentúa la pasividad: algo viene desde quién sabe dónde. Si el mañana llega a nosotros es que de alguna manera ya está prefijado. Por eso, el extremo de esta mirada se sintetiza en la palabra destino, que etimológicamente alude a atar, sujetar, fijar. Estamos ante una forma de pasividad ante el futuro.
La expresión devenir se liga más a la raíz griega de la palabra futuro: yo nazco, yo crezco. El devenir es el proceso por el cual alguien o algo llegan a ser. Se acentúa aquí la iniciativa ante el futuro. No hay destino, no hay lugar para los juegos de los astrólogos, no hay nada prefijado, sólo nos toca como individuos, como grupos, como organizaciones, como países, construir el futuro.
Estamos de acuerdo con esta última perspectiva. No tiene ningún sentido aceptar, para algo tan precioso como nuestras vidas, el inexorable camino que quién sabe qué dioses nos habrían fijado.
Pero, ¿y si de todas maneras nos fueran impuestos futuros? ¿Y si a pesar de etimologías, de rechazos a viejas tradiciones de corte magicista, de reacciones ante propuestas que pretenden negarnos la capacidad de llegar a ser, estuviéramos insertos en una trama en la cual se va decidiendo nuestro futuro?
La población argentina no eligió, en el caso de mi país, un incremento de la pobreza de más del 30% en un período de doce años. Los niños de la calle, los niños de la violencia, los niños del abandono, los niños de la exclusión, no optaron por sus condiciones cotidianas de existencia. El sistema de salud de mi país no tomó la decisión de autodestruirse, de avanzar a un estrechamiento terrible de las posibilidades de atención de los sectores mayoritarios de la población, a un desmantelamiento de los hospitales públicos, a una privatización que beneficia sólo a unos pocos.
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