- Objetivos
- Justificación
- Las virtudes
- El acto voluntario
- Conclusión sobre el pensamiento aristotélico
- Conclusión
- Bibliografía
Es preciso determinar que la virtud propiamente humana es sólo aquella en la que interviene la razón.
Según Aristóteles hay dos tipos de virtudes humanas, unas éticas o morales, y otras llamadas dianoéticas o intelectuales. Las virtudes éticas son, pues, hábitos adquiridos voluntariamente, por la repetición de actos, y consisten en un justo medio tal como lo determinarían la recta razón de un varón prudente. Existen diversas virtudes propias de la parte racional del alma humana. Las virtud propia de la razón práctica es la prudencia, mientras que aquella de la razón teórica es la sabiduría.
La ética del acto voluntario debe entenderse como un intento consciente de superar el intelectualismo de sus predecesores, y aunque no llegara a expresar con toda precisión una teoría de la voluntad, tal doctrina no está sin embargo ausente.
Finalmente podemos agregar que el influjo de la doctrina aristotélica ha tenido un alcance histórico único. La historia del pensamiento occidental dice que la filosofía de Aristóteles nunca ha dejado de estar presente en él.
– Comprender el significado de las virtudes éticas e intelectuales, el acto voluntario y las conclusiones finales que podemos tomar del pensamiento Aristotélico.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
- Definir las virtudes éticas para comprender nuestras tendencias e impulsos irracionales.
- Definir las virtudes intelectuales de modo que comprendamos la parte racional del alma humana.
- Diferenciar las virtudes éticas de las intelectuales con el fin de darnos cuenta de la manera en que se complementan hasta llegar a una actitud virtuosa.
- Comprender qué es el acto voluntario para saber la manera en la que influye en las decisiones del ser humano.
- Ser capaces de interpretar el pensamiento aristotélico para descubrir en qué sentido se incluye la voluntad dentro de ese pensamiento.
Sabiendo que las virtudes son parte del ser humano, realizamos este trabajo dada la necesidad de comprender de la mejor manera el significado filosófico de las virtudes a la luz del pensamiento aristotélico, de modo que sepamos el verdadero significado y valor que tiene para nuestras vidas el ser personas llenas de virtudes.
Ya que la felicidad ha sido definida como la actividad del alma según las virtudes, es preciso determinar ahora qué debe entenderse por virtud. Y como en el alma se distinguen tres «partes» vegetativa, sensitiva e intelectiva, cada una de ellas tendrá también su peculiar virtud o excelencia.
Sin embargo, la virtud propiamente humana es sólo aquella en la que interviene la razón. El alma vegetativa es común a todos los vivientes y no es específicamente humana. No ocurre lo mismo con el alma sensitiva, la cual, siendo de por sí irracional, participa de algún modo de la razón, en cuanto puede someterse a ella. Pero además, en los hombres, a diferencia de los animales, hay una parte del alma racional independiente del cuerpo.
Por lo tanto, para Aristóteles hay dos tipos de virtudes humanas, unas éticas o morales, que consisten en dominar las tendencias e impulsos irracionales, propios del alma sensitiva. Otras que corresponden a la parte racional, y que el Estagirita llama dianoéticas o intelectuales.
Las virtudes éticas
Aristóteles distingue dentro del alma sensitiva las pasiones, que son movimientos transitorios de la efectividad, las potencias, raíz activa de los actos humanos, y las disposiciones adquiridas o hábitos, cualidades estables que otorgan al sujeto una facilidad para realizar ciertos actos. Los hábitos buenos son las virtudes, y los malos los vicios; no son pasiones porque éstas, como vienen dadas por la naturaleza, no son ni buenas ni malas; en cambio, los hábitos pueden ser buenos o malos, pues son perfecciones o imperfecciones de las potencias, que se adquieren libremente con el ejercicio.
Según Aristóteles, las virtudes morales no son ni un efecto innato de la naturaleza, ni algo contrario a ella: el hombre está predispuesto a adquirirlas, al repetir muchas veces un mismo acto. La naturaleza nos da más bien inclinaciones y potencias que luego nosotros debemos actualizar: «practicando la justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, templados»’’.
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