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Los frágiles cimientos del presente

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    La genealogía nietzscheana y la verdad de la historia

    I

    Nietzsche, el pensador intempestivo, que se concebía a sí mismo como «dinamita», como decisión «contra todo lo que hasta este momento se había creído, exigido, santificado», que recomendaba vivamente la lectura de «biografías en cuya portada tendría que estar inscrita esta leyenda: «Uno que luchó contra su época»», concibió la posición del auténtico pensador en relación a su tiempo de manera coherente con su autopercepción intelectual. Efectivamente, puede sostenerse que para Nietzsche una de las señales distintivas de los nuevos y necesarios filósofos es el antagonismo respecto a su época. Un antagonismo que en numerosos textos nietzscheanos está íntimamente emparentado con un abocamiento a un porvenir que debe alcanzar cumplimiento. Es cierto que en el joven Nietzsche la oposición a la propia época se sustentaba en las experiencias intempestivas generadas por la vivencia de la constelación que establecen la coyuntura histórica actual y la Grecia Clásica. El contraste de nuestro presente con lo realizado ya en la Antigüedad produce una especie de shock, una experiencia radicalmente extrañada respecto al presente en la que se disuelve la percepción petrificada y vinculante de éste. Curiosamente la mirada al pasado repercute en el presente con una fuerza que lo transciende hacia un futuro al fin posible: «sólo en cuanto pupilo de tiempos más antiguos, en particular de la Antigüedad griega, he llegado a tener experiencias tan intempestivas en tanto que soy hijo de la época actual. Este punto tengo, por lo menos, derecho a concedérmelo por mi profesión de filólogo clásico: pues no sé qué sentido podría tener la filología clásica en nuestra época, si no es el de obrar de una manera intempestiva –es decir, contraria al tiempo y, por esto mismo, sobre el tiempo y en favor, así lo espero, de un tiempo futuro.» El filósofo debe, desde la perspectiva de Nietzsche, expresar, difundir, propagar a manos llenas su «profundo conocimiento» de la degradación que es el presente, conocimiento al que accede en tanto que poseedor de esas experiencias intempestivas respecto a la propia época, reportadas por un contacto con lo realizado y perdido en la Antigüedad que la filología proporciona. Expresando tal íntimo conocimiento de la barbarie imperante, piensa Nietzsche, se generará la necesidad de combatirla, la cual bastará para provocar la praxis requerida. Pues, como sostiene Nietzsche, «de la fuerte necesidad surgirá un día la acción fuerte».

    El Nietzsche maduro en cambio considera que la condición de posibilidad de que el intelectual se distancie críticamente de lo vigente, de lo establecido como canónico, no es tanto el contacto productivo con lo excelente realizado en el pasado pero ahora perdido sino una determinada configuración de la propia subjetividad, una subjetividad marcada por la enfermedad. La enfermedad es para Nietzsche un auténtico medio de conocimiento y el gran dolor un maestro de la sospecha, condición de todo auténtico saber: «Sólo el gran dolor es el libertador último del espíritu, el pedagogo de la gran sospecha». La enfermedad y el dolor posibilitan un distanciamiento por parte del cognoscente del tipo de experiencia común ligada a la forma ordenada y racionalizada de vida para abrirlo a lo problemático, lo rechazado, lo reprimido, aquello que la cultura vigente elude: «estamos agradecidos a la necesidad y a la variable enfermedad, porque siempre nos desasieron de una regla cualquiera y de su «prejuicio»». Esto hace del hombre de conocimiento un ser situado al margen, en una experiencia privilegiada de lo problemático velado para la perspectiva común, lo abre a un «reino gigantesco, casi nuevo todavía, de conocimientos peligrosos: -¡y de hecho hay cien buenos motivos para que del mismo permanezca alejado todo el que pueda!». El distanciamiento de la perspectiva común posibilitado por la enfermedad está relacionado con la apertura de un nuevo reino de conocimientos peligrosos. La enfermedad es, así, un factor de disolución de lo estable y normalizado y, en consecuencia, un factor capaz de generar nuevos desarrollos, con poder para abrir nuevas posibilidades.

     

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