- Introducción: La singularidad como fractura
- Las referencias del yo y del "otro" en el mercado global contemporáneo
- De cómo el imaginario del otro, nos permite beneficiar al yo sin remordimientos
- Conclusiones y Resultados
- Bibliografía
Introducción: La singularidad como fractura
La globalización como proceso humano, está facilitando sociedades interconectadas, con flujos de información en tiempos casi reales. Paradójicamente, la conectividad informacional con otras personas, no implica su reconocimiento integral como igual y semejante. A pesar de las múltiples declaraciones de Derechos Humanos, Igualdades y Equidades, la humanidad se comporta de manera diferencial y asimétrica ante todo ser denominado "otro" sin considerar contigüidad ontológica y por consiguiente, valores y derechos. He allí, la singularidad e individualidad del yo, exaltada hasta la fractura humana y social.
La distinción y la igualdad son experiencias básicas de la vida comunitaria. Podemos decir con validez, que el ser humano se distingue y diferencia de otros por su nacimiento; que todo ser nace igual y se distingue solo por su estatus social. La igualdad es una experiencia política, para diferenciarla de la igualdad ante Dios (Arendt, H 2007).
El mito y ritual del otro en la sociedad contemporánea parte de un análisis basado en conceptos y paradigmas sociales que están estructurados en el mito, el ritual y la definición de identidad humana. Estos aspectos abordan elementos cognitivos, culturales, históricos, epistemológicos, de lenguaje, religiosos, psicológicos y filosóficos.
La existencia de lo que denominamos "el otro", nos permite identificarnos, de manera separada como "yo". Somos capaces de auto justificarnos muchos actos, siempre y cuando sean dirigidos hacia el otro. Actitudes que no tendríamos con nosotros mismos, los realizamos con ese otro; concebido en nuestros imaginarios como extraño, externo y extranjero. Hemos creado el otro separado y ajeno; peyorado y lejano, que nos consciente el usufructo o el daño, sin remordimientos; estimulado por el estatus social de nacimiento. Anita Fabos, ofrece un rico retrato de las dificultades que los individuos enfrentan ante ciudadanía e identidad, cuando estas son estigmatizadas, en el caso de los Árabes musulmanes del Sudan del norte en el Cairo (Grandi, F 2008). El extranjero asume el prurito de "otro" en estos casos.
El mito de la identidad, nos justifica ante el extraño. Realizamos innumerables rituales para auto identificarnos y descalificar al otro. Así la nacionalidad, el regionalismo, la membrecía económica. A pesar de los humanismos, tanto el secular como el religioso que propugnan la igualdad solidaria de los seres humanos, el individualismo y separatismo predominan, permitiendo transformar al otro en cliente, competidor, rival o asociado; pero siempre percibido como el otro. Si bien, la relación del grupo por objetivos comunes refuerza la sociedad (Geertz, C 2009), igualmente separan a los miembros del grupo de los otros individuos de la sociedad y más aun fuera de ella.
Desde la biología, la diferenciación entre los seres vivos contrasta con la paradoja de un origen común. Las células procarioticas, estructuras simples unicelulares sin núcleo, agrupándose en simbiosis estarían al inicio de las células eucarioticas nucleadas que conformarían los reinos vegetales, y animales posteriormente (Margulis, L 2006). El mundo procariotico, que significa "antes del núcleo" existió desde hace 3.4 millones de años, cuando el oxigeno no existiría aun, ni las mitocondrias o citoplastos en el interior celular. Si la vida posee un origen común, la diferenciación a ultranza, no puede ser argumento definitivo para concebir en nuestro imaginario el "otro", como totalmente extraño, opuesto y extranjero a nuestro yo. Concibo la complementariedad de la vida, una visión más prudente que el individualismo radical, mito de identidad que engendra el ritual de la guerra y el conflicto permanente. Nuestra individualidad debería promocionarse en la potencialidad de la vida que aportamos a través de nuestra creación personal. Con humildad procariotica, por nuestros orígenes comunes. El valor de nuestra identidad, estaría en la calidad del aporte a la vida de todos los seres, que podemos desarrollar en nuestra existencia, paradigma mutualista.
El mercado global existe, gracias a la idea del otro, que justifica muchas veces inmensos testamentos de ley para evitar el perjuicio "natural" que existe entre competidores. Y según la lógica comercial, solo la competencia permite crear un mejor servicio o producto. El bien en sí mismo, no contaría mucho, en todo caso estaría sujeto a la obtención de utilidades. Los productos no se justifican por su aporte al bienestar, más bien por su capacidad a generar utilidad económica. El cliente es la forma apacible y eufemística de identificar al otro, como semejante, sin embargo no vincula equitativamente en tanto ser humano en equidad de derechos. Es una relación basada en interés y por consiguiente puramente cosmética.
El individualismo nos permite identificar al otro como diferente, por consiguiente no con los mismos derechos según nuestra propia auto percepción. En la historia humana, el deseo de dominar la naturaleza se ha extendido al otro, el extraño, el vecino, el extranjero.
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