Uno de los problemas confrontado a todos los hombres, a medida que crecen, es la tarea de reconciliar el conflicto que existe en sus mentes donde lado a lado viven pulsiones contradichas u opuestas.
Aquí me refiero al miedo y al arrojo. Al huir o a pelear. Me refiero al deseo de ser exclusivo como objeto de amor para una mujer, de sentirse grande en algo de importancia, de ser fálico en el sentido que da el psicoanálisis a este concepto de tanto mal uso, y de temer que uno es insignificante. De ansiar que todos a uno lo respeten, todas a uno lo admiren y de ser el mejor toro de la sabana, como decía (de manera infinitamente más vulgar) un empleado que trabajara en mi casa cuando yo era niño. Mientras secretamente me instruyera, en lo que nadie entonces nos enseñara: "las cosas de la vida".
Yo dejé de creer, a los cinco años, en que "el niño Jesús" traía regalos de pascuas a los niños de Santiago. Esto sucedió cuando el "Guapo de la José Trujillo Valdez" — burlándose de mí — cuando lo explicara, me lo dijo. También fue él quien me diera un cursillo intensivo en todo lo relativo al sexo, ya que yo era el menor de dos hijos, la otra era hembra.
Siempre hubiera deseado tener hermanos varones mayores que yo — como el Guapo los tuviera — para que por mí pelearan, como hicieran los de él. Cuando a mí otros me metían miedos, temía confesarlos a mis padres, porque mi papá me decía: "sé hombre y pelea" — aunque quien me enfrentaría una vez tenía quince y yo nueve años. Por su parte mi mamá, que en todo lo mío se inmiscuía, les decía cosas feas a quienes conmigo peleaban — si es que ella lo averiguara — algo que yo solía evitar muy concienzudamente.
Cuando estudié la psiquiatría de niños y comencé a tratar los niños varones, muy pronto realicé que, lo que mi mamá sostuviera como verdad: que "Dios es mujer", puede que fuera cierto. Porque los varones tienen más problemas creciendo que las hembras.
Un estudio de los niños que son atendidos en las clínicas psiquiátricas de niños y adolescentes revela una desproporción inmensa entre los varones y las hembras — a favor de ellas — o si se prefiere — contra los varones.
En mi artículo, Hombre Emperador sin Atuendos… reproduzco las estadísticas que confirman que el nuestro, es el sexo más afligido de los dos, en casi todas las cosas negativas.
Muchachos bañándose por E. Munch
Puede que la razón sea la carencia de una pierna en el cromosoma sexual, o el baño de testosterona que nuestro cerebro recibe cuando nos diferenciamos sexualmente en el útero materno. Lo cierto es que, desde los comienzos de la vida los varones tienen más y peores dificultades que las hembras.
Desde el punto de vista social, los varones tienden a ser más ruidosos, más conscientes del tamaño de las varias protuberancias de su anatomía, a ser mentirosos, a la exploración furtiva, a jugar con el fuego, a apropiarse de lo ajeno, a molestar a las hembras, a torturar a los animales y a pelear entre ellos.
Sin mencionar a querer orinar más lejos, atisbar a las hembras en el baño, a explorar a los animales domésticos — o a las domésticas — cuando la edad y la circunstancia eran propiciatorias.
Como estudiantes, casi todas las dificultades que afectan a la niñez se acumulan en el varón.
Compiten entre ellos por todo. Todo, desde el poder del papá, hasta la distancia que viaja su expectoración. Porque todo lo que hacen debe exceder lo que los demás pueden lograr.
Las relaciones triangulares asimismo, les intimidan porque, a menudo, desconfían del buen sentido o de las buenas intenciones de un papá que, con frecuencia prefiere a las hembras por ser más maleables, sino más dóciles o, tal vez más diplomáticas.
Hombres bañándose por E. Munch
Para muchos el miedo de poder ser homosexuales les causa molestia distinta, algo de lo que algunos perversos mayores que ellos, se aprovechan para lograr confundirlos.
Muchos temen al sentimentalismo, porque "los hombres no lloran" (parece ser que las glándulas lacrimales de los varones, como el apéndice vermicular, cumplen funciones superfluas). Otros no lo hacen, por miedo a que se los califique de pájaros.
A algunos les atraen los uniformes militares porque se creen valientes, gozan los deportes de contacto, porque simulan las guerras y les gustan las armas, porque son expresiones fálicas del poder avasallador masculino. (Véanse mis ponencias al respecto en monografías.com).
Debido a esos "talentos" tan insensatos como equivocados, muchos niños cuando crecen, no aprenden a amar ni a conocer cómo hacer que a ellos los amen. Muchos mantienen relaciones extramaritales y procrean hijos por la calle, para afirmar su condición de ser macho.
Otros, en silencio, sufren de la impotencia genital, que, como hemos visto en otros de mis artículos, es una condición generalmente psicológica, pero que invita al consumo exagerado de sustancias afrodisíacas o al placer de la pornografía. (Véase mi artículo, La Pornografía y los Trastornos del Comer).
Crecer bajo la sombra de un papá exitoso, como Freud acertadamente describiera, es difícil, ya que el joven teme el reproche, o la falta de aprobación del padre por competir con él, superándolo en lo que hace.
Ese miedo es esencialmente un producto de la situación triangular del complejo de Edipo.
En uno de mis artículos introduzco una reproducción del lienzo que Rubens pintara de las Tres Gracias, preguntando al lector qué pensarían las gentes si en lugar de tres mujeres desnudas formando un círculo, hubieran sido tres hombres.
El Orrery por J. Wright (1734-1797)
Lo repito porque es que la relación entre mujeres es como pertenecer a un grupo o sociedad privada, donde no todos son admitidos y donde, por cierto, los hombres no tienen lugar.
Ya que hemos descrito, lo que intuitivamente sabemos: que el masculino es el sexo más débil, quisiera ayudar a las tantas mamás que padecen bajo la carga de criar un hijo varón por sí sola y sin el apoyo emocional del padre.
Comenzaré por enfatizar que el "Guapo" no es guapo, como tampoco es fuerte. Ser guapo es un antifaz de bravuconadas para ocultar los miedos que los guapos, defensivamente, esconden.
El ser humano no depende de sus músculos para defenderse o para medrar. El ser humano depende de su inteligencia, como ya veremos más adelante.
El macho, es tan macho como sus miedos de ser homosexual lo alientan. Recuerden que en uno de mis artículos, Pájaro, describo a los soldados de Tebas como un cuerpo de homosexuales que se distinguieran por su temeridad.
También recordaré a los muchos talentos que fueran perdidos, porque el hombre usurpó la labor de su acompañante femenino: Auguste Rodin, Dante Gabriel Rossetti y Diego Rivera entre tantos.
La pobre María Magdalena sufrió el desdén de la curia misógina que borraría su nombre de entre el de los apóstoles.
Me pregunto: ¿Qué pensará Cristo? — ¿Qué pensará María?
Para el niño joven, de inteligencia bien desarrollada y con un sentido de lo que el destino le ofrece. Ser guapo y andar a golpes con los fanfarrones que conocen en las aulas de todas las escuelas del mundo, no ofrece atracción especial. O para que el papá lo critique por ser cobarde, cuando lo que está de por medio es probar a otros que uno es fuerte.
Como decían los oponentes a la otra guerra vituperable — la de Vietnam — make love, no war…
Nosotros, los varones, no somos más machos, sólo somos menos mujeres biológicamente. Véanse mis artículos al respecto.
Como especie, lo que nos ha hecho invencibles es la inteligencia enorme de que gozamos, acoplada con sentimientos de ética, moralidad, honor y respeto por la mujer — representante universal de la mamá que nos tuviera.
Luchar por una causa moral o por la defensa de lo justo es una cosa.
Pero, pelear, simplemente porque otros nos provocan, y para que papá no nos recrimine es estúpido.
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca