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Cómo informar en tiempos de globalización

Partes: 1, 2

    1. Nuevos tiempos, nuevos signos
    2. Comunicar en nuevas circunstancias
    3. ¿Verdad o verdades?
    4. ¿Lo universal vs. lo local?
    5. Nuevas voces, más democracia
    6. La ética y la responsabilidad
    7. Estética y mensaje
    8. Referencias bibliográficas
    9. Anexo

    Quienes hemos tenido la oportunidad de vivir este cierre-inicio de milenio, nos tropezamos con un mundo incierto, distinto, confuso, inédito. El quiebre de los sistemas y modelos, tanto teóricos como económicos, sociales y políticos, que dieron sustento a la naciones durante largos años, el fin de la sombra generosa que proporcionaban sistemas religiosos y políticos a los cuales estuvimos prendidos durante años, han determinado una suerte de desamparo espiritual, tal cual lo señala el Premio Nóbel Octavio Paz.

    Atrás quedó la tranquilidad que aportaba la certeza. Se esfumó la comodidad que otorgaba la facilidad de recurrir a las teorías totales, redondas e infalibles, para explicar o resolver cuanta interrogante o duda nos atacara. De buenas a primeras se diluyó la comodidad de echar mano a explicaciones blindadas ante las más disímiles circunstancias. Después de tener a nuestra disposición teorías, análisis, respuestas y explicaciones casi universales, nos hallamos a tientas en un mundo signado por la incertidumbre.

    Nuevos tiempos, nuevos signos

    Como consecuencia del desmoronamiento de las grandes doctrinas que al decir de Octavio Paz "a un tiempo nos oprimían y nos consolaban", hemos quedado a la intemperie, sin asidero cierto. La incertidumbre constituye uno de los grandes paradigmas que signan los tiempos que transcurren. Vivimos en realidades inciertas, plagadas de dudas, marcadas por certezas precarias y frágiles, a partir de las cuales nos vemos obligados a echar adelante. Pero, igualmente, la paradoja comparte puesto principal entre los signos de la época y junto con la incertidumbre marcan el devenir de los tiempos y las acciones de los seres.

    En medio de esta modificación paradigmática, se ha avanzado como nunca antes en lo que de unos años para acá se ha denominado la globalización, la cual constituye un proceso al que asistimos llevados de la mano por la revolución de las comunicaciones y los medios, que nos ha convertido, de buenas a primeras, en espectadores y testigos de eventos hasta hace algunos días impensables, distantes y extraños. La globalización ha acercado a nuestros países y sus gentes, pero, igualmente, ha universalizado los procesos económicos, ha superado las viejas concepciones de los estados nacionales, de las fronteras como meras delimitaciones espaciales y también ha generado un inédito intercambio cultural.

    Joaquín Estefanía expresa de manera muy directa y sencilla lo que significa la globalización:

    "Significa que todos somos más interdependientes, más cercanos, que nos parecemos más y actuamos de modo crecientemente semejante; que vivimos en el mismo mundo".

    No obstante lo novedoso e interesante que pueda resultar este proceso, han surgido críticas y reacciones que atisban en la base de él una propuesta de homogeneización cultural, un intento por la uniformización de los seres humanos, un deseo de occidentalización del mundo. Esta reacción ha producido no solo multitudinarias movilizaciones en diversas ciudades, sino la conformación de un movimiento con una fuerte corriente de opinión al que se ha denominado antiglobalización. Sin embargo, en lo hasta ahora andado, justo es decirlo, tal pretensión homogeneizante no ha significado, en modo alguno, la disolución de nuestras realidades cercanas, su desaparición en medio de lo universal. Antes bien, la entrada a la globalización, he aquí lo paradójico, ha marcado también el resurgimiento, con fuerza inusitada, de lo local, lo nuestro, lo cercano.

    La participación de las naciones en novísimos procesos de integración no ha significado su desconfiguración, ni la pérdida de su conformación singular por fuerza de su fundición en bloques pretendidamente homogéneos. En medio de la comparecencia universal, los pueblos, unos más que otros, han comenzado a reconocer y fortalecer sus identidades básicas, sus maneras de ser y de vivir, y ello, antes que conducir al descalabro de lo global, los ha enriquecido con el abanico de matices que representan las particularidades regionales y nacionales en el mosaico universal.

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