Entre el velo y el espejo: violencia popular y medios de comunicación en Chile
Enviado por Ernesto Guajardo
- Más de cien años después
- La obligatoriedad de la paz
- Una movilización, los discursos y los hechos
- Viejas y nuevas palabras
Hablar de la realidad sin aludir a las relaciones de poder
es como escribir "Hamlet", sin el Príncipe de Dinamarca.
Joaquín Estefanía
¿Arde Santiago?
Es claro, como cita a ¿Arde París?, la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre, es todo un exceso. No arde Santiago. Algunos días del año, quizás, arde como Buenos Aires, según lo cantan Los Fabulosos Cadillacs: «Arde de sirenas y de canas/ Buenos Aires/ arde de violencia ya se quema/ Buenos Aires».
Entonces, ¿a qué se debe la vehemencia ante cada hecho de violencia que protagonizan los sectores populares? Todo gobierno aspira a mantener el orden, esa obviedad queda clara en recientes declaraciones de la Presidenta de la República: «Vamos a usar todos los recursos que estén a nuestro alcance para aplicar mano firme contra la delincuencia y el vandalismo, porque este no es un país violento y no podemos permitir que unos pocos lo transformen en un país violento», señala[1]
Pero es más clara dicha voluntad, cuando se aprecia que ella ha sido una constante histórica.
Ya en el siglo XIX los medios de comunicación se hacían cargo de estos temas. Con motivo de la Comuna de París, en el año 1871, El Mercurio toma una clara postura: los communards son una «turba de bandidos sin ley, sin religión, sin patria que se apoderaron de París [y son responsables de] los atentados, los desastres y los crímenes que han acompañado»[2].
El 19 de mayo de 1871, el diario mencionaba a conocidos delincuentes de la época como posibles líderes de un levantamiento popular chilensis. En esa ficción, a ellos los seguirían «las muchedumbres del Arenal y del Matadero». Y estos no son pocos, que es otra manera de señalar que constituyen la mayoría: «por su masa habrían sido irresistibles. Acordémonos que las peonadas del canal de Maipú que varias veces intentaron saquear Santiago. Pues los carrilanos y los canaleros y los de allá no son sino los comunistas de esta parte del mundo con la única diferencia de la ojota a la blusa de mezclilla»[3].
El Mercurio propone dramáticas visiones del futuro: «Dadles cualquier día un fusil que se carga por la culata en lugar de la barreta o de la echona, y veréis si no levantan barricadas y si también no aprenden a gritar con todos sus pulmones: Libertad!, Igualdad!, Fraternidad! cuando anden a balazos por nuestras calles y las plazas públicas de nuestras sociedades»[4]. Desde entonces, la apelación al miedo como un mecanismo de cohesión social y política: «¿Pasará la Internacional los mares e irá a sentar sus reales entre las breñas del Santa Lucía o del Cerro de las Carretas?». Es la edición del 4 de agosto de 1871, y el diario se refiere a la Asociación Obrera Internacional –conocida como la primera Internacional–, fundada el 28 de septiembre de 1864.
Ante ello, El Mercurio, vigilante, se pronuncia: «Lo ocurrido ahora con el gremio de jornaleros no debe mirarse como un hecho aislado y que puede morir en su nacimiento: no, ello es síntoma de un trastorno social que puede acarrear las más funestas consecuencias aun para los mismos que los promueven, si no se le pone un atajo eficaz y que mate para siempre ese espíritu de comunismo que comienza a germinar en nuestro pueblo»[5].
Más de cien años después
Mucha violencia ha pasado bajo el puente de la historia desde entonces; y pareciera que nunca termina de pasar. Muchas páginas se escriben sobre ella[6]
Una de las formas de la violencia es aquella que surge en el contexto de la protesta social, esto es, en la intervención del espacio público realizada por un actor político-social, que se expresa de manera demandante o confrontacional al sistema vigente. Esta dimensión pública es su principal distinción; ella transforma la disidencia en resistencia, señala el punto de inflexión en el proceso de toma de conciencia.
Ahora bien, la utilización de formas de violencia en el desarrollo de protestas sociales ha sido sancionada negativamente por todos los poderes del Estado, así como por la Iglesia Católica y los medios de comunicación.
A nivel de sentido común, particularmente los medios de comunicación, han definido a quienes se manifiestan de manera violenta como interlocutores invalidados a priori: desadaptados, delincuentes, irracionales, infiltrados, son algunos de los términos con los cuales se les suele calificar.
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