- Preámbulo
- El desarrollo estabilizador
- El desarrollo compartido
- La administración de la abundancia
- ¿Por qué se expropiaron?
- La banca estatizada
- Cambio de rumbo
- Conclusión
- Bibliografía
Acontecimiento paradigmático
Un campesino se presenta al guardián y le pide que le deje entrar. Pero el guardián contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde se lo permitirá.
—Es posible —contesta el guardián— pero ahora no.
La puerta de la ley está abierta, como de costumbre. Cuando el guardián se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardián lo ve, se ríe y le dice:
—Si tantas ganas tienes, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Yo sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros tantos guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo soportar su vista.
Franz Kafka,
El castillo
En la mañana del jueves 2 de septiembre de 1982 el sol lucía esplendoroso. Las fachadas de todas las oficinas bancarias ostentaban la bandera mexicana. Sus entradas se hallaban custodiadas por militares uniformados, quienes impidieron abrir los cerrojos. Empleados y clientes reaccionamos con sorpresa y confusión al encontrar las puertas cerradas. ¿Qué sucedía? ¡Era como estar en un sueño! Varios clientes refunfuñaron y se alejaron disgustados. Algunos, resignados, exclamaban: "¡Ni modo! ¡A ver si mañana!" y se iban. Otros preguntaban de qué se trataba. Al enterarse, lo mismo manifestaban aprobación, repudio o indiferencia.
El miércoles anterior se había escrito una de las páginas más controvertidas de la historia de México: el presidente José López Portillo anunció en su sexto informe a la nación que expropió los bancos de propiedad privada y pasaban a ser propiedad del Estado. Acusó a sus dueños de ser responsables de que en los pasados dos años el ahorro huyera del país y se agotara la reserva de dólares. Asimismo, declaró que se sindicalizaban sus empleados y se establecía control de cambios. La sorpresa fue mayúscula para los asistentes a la ceremonia, para quienes lo escuchamos por radio o televisión y aún más para el presidente electo Miguel de la Madrid, cuya expresión de asombro fue captada por las cámaras. La decisión recibió variados calificativos, que iban de hazaña patriótica a disparate descomunal.
En esas fechas me hallaba al frente de la sucursal del Banco ubicada en Polanco, una de las plazas más complejas de la ciudad de México, por localizarse allí importantes compañías internacionales; el hotel más distinguido del momento; una gran tienda de departamentos: sinfín de restaurantes y establecimientos comerciales y de servicios; despachos profesionales; el Consejo Nacional de Turismo; el Registro Público de la Propiedad; embajadas y consulados. También era zona residencial de clases alta y media. Al otro lado de la avenida Ejército Nacional se hallaba una zona industrial y numerosas colonias populares. Cubría vasta pluralidad de mercados.
Repetidas veces traté de comunicarme con la Dirección, para indagar qué sucedía y recibir instrucciones. Fue imposible, pues ningún director tuvo acceso a su despacho. Trascurrido un plazo prudente hice algunas diligencias pendientes y luego fui a casa a esperar noticias. En la noche se me citó para el viernes al auditorio de una empresa filial, donde se presentaría al nuevo director general del Banco, quien asumiría la administración por los siguientes tres meses, hasta el término del año, cuando se harían nombramientos definitivos. Algún bromista les llamó CETES, por tener vigencia de tres meses, plazo más solicitado de ese título.
Los bancos operarían hasta el lunes siguiente.
Llegó el ansiado día. Los empleados llegábamos entre 8.00 y 8.15 horas. Minutos antes de abrir reuní al personal para darles un mensaje; explicar el estado de la economía, en qué consistían las medidas anunciadas, qué repercusiones tendrían, cuál era la situación política y convencerles de que las cosas mejorarían. Era labor difícil, pues se trataba de defender lo indefendible, pero debería inculcar confianza y la trasmitieran al público.
Habían trascurrido cinco días sin servicios financieros. Se acumularon muchas necesidades. Desde temprano llegaron señores de traje y corbata, amas de casa, mensajeros, trabajadores. Todos, por su voluntad, sin indicación, disciplinados, formaron fila en la acera, en espera de que se corrieran las puertas, a las 9.00 horas en punto, y con calma esperaron a que se les atendiera.
Las actividades fueron de locura por varias jornadas. Había momentos en que los retiros de dinero amenazaban agotar la dotación de billetes, lo cual debía evitarse a como diera lugar, para evitar pánico. Cuando la provisión estaba muy baja se solicitaba a la oficina central o a alguna otra sucursal surtir efectivo de inmediato. En mi oficina siempre tuvimos capacidad para pagar los cheques presentados.
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