La fama de ese nuevo portento las cien ciudades quizás de Creta hubiese llenado, si los prodigios poco antes de Ifis mutada, más cercanos, no hubiese sufrido Creta. Próxima al reino gnosíaco, en efecto, en otro tiempo, la tierra de Festo engendró, de nombre desconocido, a Ligdo, hombre de la plebe libre, y no su hacienda en él mayor era que su nobleza, pero su vida -y su crédito– inculpada fue. El cual, a los oídos de su grávida esposa, con las palabras estas le advertía cuando ya cerca se hallaba el parto: 675"Lo que yo encomendaría dos cosas son: que con el mínimo dolor te alivies, y que un varón paras. Más onerosa la otra suerte es y fuerzas la fortuna le niega. Cosa que abomino, así pues, si ha de salir acaso una hembra de tu parto, -contra mi voluntad te lo encargo: piedad, perdónamelo- se la matará." Había dicho, y de lágrimas profusas su rostro bañaron tanto el que lo encargaba como a la que los encargos eran dados. Pero aun así incluso, Teletusa a su marido con las vanas súplicas inquieta de que no le ponga a ella su esperanza en esa angostura; cierta la decisión suya es, de Ligdo. Y ya de llevar apenas capaz era ella su vientre grave de su maduro peso, cuando en medio del espacio de la noche, bajo la imagen de un sueño la Ináquida ante su lecho, cortejada de la pompa de sus sacramentos, o estaba o lo parecía: puestos en su frente estaban sus cuernos lunares, con espigas rutilantes de nítido oro, y con su regio ornato; con ella el ladrador Anubis y la santa Bubastis, variegado de colores Apisa, y el que reprime la voz y con el dedo a los silencios persuade; y los sistros estaban, y nunca bastante buscado Osiris, y plena la serpiente extranjera de somníferos venenos.
Se alegró del nombre la madre porque común era y a nadie se engañaría con él. Desde ahí emprendidas las mentiras, en ese piadoso fraude quedaron ocultas: su tocado era el de un niño, su cara la que si a una niña, o si la dieras a un niño, fuera hermoso uno y la otra. El tercer año mientras tanto al décimo había sucedido, cuando tu padre, Ifis, te promete a la rubia Iante, entre las Festíadas, la que más alabada por la dote de su hermosura fue, la virgen, nacida del dicteo Telestes. Pareja la edad, pareja su hermosura era, y las primeras artes recibieron de unos maestros -los rudimentos de su edad- comunes; de aquí que el amor de ambas alcanzara su inexperto pecho, y una igual herida a las dos hizo, pero era su confianza dispar: el matrimonio y los tiempos de la pactada antorcha ansía, y la que hombre piensa que es, que su hombre será cree Iante; Ifis ama a una de quien poder gozar no espera, y aumenta por ello mismo sus llamas y arde por la virgen una virgen, y apenas conteniendo las lágrimas: "¿Qué salida me espera", dice, "de quien conocida por nadie, de quien el prodigioso pesar de una desconocida Venus se ha adueñado? Si los dioses me querían salvar, salvar me habían debido, si no, y perderme querían, un mal natural al menos y de costumbre me hubiesen dado. Y a la vaca no el de la vaca, y a las yeguas el amor de las yeguas no abrasa; abrasa a las ovejas el carnero, sigue su hembra al ciervo; así también se unen las aves, y, entre los seres vivos todos, hembra arrebatada por el deseo de una hembra ninguna hay. Quisiera que ninguna yo fuera. Para que no dejara Creta, aun así, de criar todos los portentos, a un toro amó la hija del Sol, hembra desde luego a un macho: es más furioso que aquel, si la verdad profeso, el amor mío; aun así, ella seguía una esperanza de esa Venus; aun así ella, con engaños y la imagen de una vaca, sintió al toro, y había, al que se engañara, un adúltero. Aquí, aunque de todo el orbe la destreza confluyera, aunque el mismo Dédalo revolara con sus enceradas alas, ¿qué había de hacer? ¿Acaso a mí muchacho, de doncella, con sus doctas artes me volviera? ¿Acaso a ti te mutaría, Iante? Por qué no afirmas tu ánimo y tú misma te recompones, Ifis, y carentes de consejo y estúpidos rechazas unos fuegos. Qué hayas nacido, ve, si no es que a ti misma también te engañas, y busca lo que lícito es y ama lo que mujer debes. La esperanza es quien lo capta, la esperanza es quien alimenta al amor: de ella a ti la realidad te priva: no te aparta una custodia del querido abrazo, ni de un cauto marido el cuidado, no de un padre la aspereza, no al tú rogarla ella misma a sí se niega, y no, aun así, has de poseerla tú, y no, aunque todo ocurriera, puedes ser feliz, aunque dioses y hombres se afanen. hora incluso, de mis votos, ninguna parte hay vana y los dioses a mí propicios cuanto pudieron me han dado. Lo que yo quiere mi padre, quiere ella misma, y mi suegro futuro; mas no quiere la naturaleza, más potente que todo esto, la que sola a mí me hace mal. He aquí que llega un deseable tiempo y la luz conyugal se acerca, y ya mía se hará Iante… Y no me alcanzará: tendremos sed en medio de las ondas. ¿Por qué, Prónuba Juno, por qué, Himeneo, venís a estos sacrificios, en los que quien nos lleve falta, donde somos novias ambas?"
Calló tras esto su voz. Y no más lene la otra virgen se abrasa, y que rápido llegues, Himeneo, suplica. Lo que pide, a ello temiendo Teletusa, ya difiere los tiempos, ahora con fingida postración la demora alarga, augurios muchas veces y visiones pretexta; pero ya había consumido toda materia de mentira y, dilatados, los tiempos de la antorcha apremiaban, y un solo día restaba: mas ella la venda del pelo a su hija y a sí misma de la cabeza detrae y sueltos, al ara abrazada, los cabellos: "Isis, el paretonio y los mareóticos campos y Faros, tú, que honras, y distribuidos en siete cuernos el Nilo, presta, te suplico", dice, "tu ayuda y remedia nuestro temor. A ti, diosa, a ti misma hace tiempo, y tuyas estas enseñas, vi, y todo lo he reconocido, el sonido y el séquito de bronce… De los sistros y en mi memorativo corazón tus mandatos inscribí. El que ella vea esta luz, el que yo no sufra castigo, he aquí que consejo y regalo tuyo es. Compadécete de las dos, y con tu auxilio nos ayuda." Lágrimas siguieron a esas palabras. Pareció la diosa que movió -y había movido- sus aras, y del templo temblaron las puertas, y que remedan a la luna, fulgieron sus cuernos, y crepitó el sonable sistro. No tranquila, ciertamente, pero del fausto augurio contenta, la madre sale del templo; la sigue su acompañante, Ifis, al ella marchar, de lo acostumbrado con paso más grande, y no su labor en su rostro permanece, y sus fuerzas se acrecen, y más acre su mismo rostro es, y más breve la medida de sus no acicalados cabellos, y más vigor le asiste que tuvo de mujer. Pues la que mujer poco antes eras, un muchacho eres. Dad ofrendas a los templos, y no con tímida confianza alegraos. Dan ofrendas a los templos, añaden también un título; el título una breve canción tenía: "Estos · dones · de · muchacho · umplió · que · de · mujer · votó · Ifis". La posterior luz con sus rayos había revelado el ancho orbe, cuando Venus y Juno e Himeneo a los sociales fuegos concurren, y posee, de muchacho, Ifis a su Iante.
Bibliografía
El estudio de la metamorfosis, de Ovidio, es un resumen tomado del escrito en la página web: http://www.imperivm.org/ (La mejor pagina de la historia del Imperio Romano).
Petit, Eugene: Tratado Elemental de Derecho Romano, Editora Dalis, 1998
Autor:
Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.
"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®
Santiago de los Caballeros,
República Dominicana,
2015.
"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR SIEMPRE"®
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