En este espacio dedicado a la televisión vamos a hablar de los tan mentados reality shows. Pero si queremos hablar de "la vida misma" nos tenemos que trasladar hasta, por lo menos, el principio del principio de la vida humana en la Tierra. Un planeta que, todavía, no estaba globalizado, no sufría ataques de fanáticos terroristas, en el cual no se desplomaban gigantescas torres en grandes ciudades del mundo. Pero quiero que nos vayamos por un rato de viaje hacia esas eras tan lejanas. ¿Cómo se hubiesen sentido Adán y Eva con cámaras a todo su alrededor? Creo que no les hubiesen alcanzado las hojas de parra – que mágicamente sostenían sus partes íntimas – para tapar su vergüenza. Dudo de que se hubiesen sentido muy cómodos si algún ojo indiscreto los hubiera captado in fraganti corriendo por el bosque, tomando la manzana prohibida, pecando… o mejor dicho, creando el pecado original. Pero volvamos a lo central de este curioso fenómeno del reality show. Y digo fenómeno porque parece haberse expandido por el mundo y sus imágenes invaden la televisión de aire, el cable y la TV satelital. Todo el mundo habla de ello, convirtiéndolo en una tendencia, por lo cual, como toda tendencia o moda masiva, debe ser debidamente analizada e investigada. Primero, veamos cómo el hombre ha sido un "mirón" de la vida ajena durante toda su existencia y para esto enumeremos algunos ejemplos. Subamos nuevamente a la máquina del tiempo y bajemos justamente en el año 0 cuando Jesucristo murió en la cruz. Por supuesto, en ese entonces las cámaras no existía, pero desde luego que si hubiesen existido, un móvil de Crónica TV seguiría paso a paso el martirio del pobre hombre crucificado con un título, en su característica pantalla roja, más o menos como este: "DICE SER EL MESÍAS", "HOMBRE CRUCIFICADO VIVO EN PROTESTA CONTRA EL GOBIERNO". Por supuesto, en ese entonces, la corrupta administración de Poncio Pilatos. Obviamente, ni un solo detalle de su martirio hubiese sido desperdiciado por las cámaras. Los clavos en las manos, la sangre, el sudor, la tortura, las marcas de las sogas y el látigo.
Y siguiendo en este viaje insólito por el tiempo podemos trasladarnos a la Edad Media. La gente se juntaba en las plazas para ver a los herejes pendiendo de una soga. Y hay infinidad de ejemplos de este tipo. Miles de personas vivando a los gladiadores eliminándose entre sí en el Coliseo, o quemando rebeldes y revolucionarios como Juana de Arco, muchedumbres enteras mirando encantadas cómo cortaban cabezas las horcas y las guillotinas. ¿Exacerbación del morbo? ¿Espiar el tormento ajeno? El hombre siempre utilizó este efecto catártico. Y no sólo con el horror o el temor propios de la tragedia griega, sino también, con el placer ajeno, la vergüenza ajena, el escándalo ajeno, en fin, "la vida misma", ajena, claro. Hasta hace poco y de los mismos creadores del real life soap, fue el fenómeno de los talk shows. Personas y personajes que se presentaban en los programas de TV para contar sus historias o "testimoniar": mujeres golpeadas, jugadores compulsivos, bulimia y anorexia contra drogadependencia, enfermos de sida, adúlteros/as, gays, madres contra hijas, hijas contra madres, hermanas contra hermanas, padres abusadores, hombres de doble vida, adolescentes embarazadas, prostitutas, travestis, etc., etc., etc. Pero parece que esto no fue suficiente y hasta aparecieron desalmadas madres que decían no querer lo que se estaba formando en sus vientres y que deseaban dar a sus hijos en adopción. Verdad – Mentira. Realidad – Ficción. Pareciera ser que da lo mismo. Actores, extras, personas comunes de la vida real, de "la real life…". Nunca lo sabremos. Poco le importa a la vecina de al lado que se escandaliza con las escenas de sexo explícito de El Bar, o con las orgías de Confianza Ciega o "Blind Faith". Poco les importa a las adolescentes alienadas, principales consumidoras de los soft realitys, si a Gastón Trezegat, líder de Gran Hermano 1, le gustan o no las mujeres. ¿Por qué? Porque comienzan a formar parte de la farándula y deben ser adorados como Dioses efímeros por haber conseguido sus cinco minutos de fama o sus quince de gloria. Por haber entrado a ese círculo donde t-o-d-o-e-l-m-u-n-d-o quiere circular. Por formar parte del "ambiente", o algunos sólo del medio ambiente, y gracias. Pero decía que poco importa la hermosa mentira o la cruel verdad. No necesitamos ir tan lejos.
¿Qué pasa cuando observamos que una pareja discute acaloradamente en un restaurant? ¿O cuando dos personas están hablando de cualquier cosa interesante a nuestros oídos en el asiento de atrás del colectivo? ¿O cuando miramos de reojo al que tenemos al lado o nos molestamos si éste deja su asiento al lado nuestro para cambiarse a otro? ¿O cuando hay un choque en la esquina de casa y un montón de curiosos se acercan al lugar del hecho? ¿O simplemente cuando la vecina del primer piso del edificio de enfrente no nos pierde pisada y sabe muchísimo más de "nuestra vida misma" que de la de ella? Todos estamos en un especie de Gran Truman Show en dónde todos somos Truman, en dónde todos sufrimos como Truman la falta del "de adónde venimos y a dónde vamos". Pero eso es otra historia . Les decía que la respuesta a esos interrogantes es muy simple: el ser humano, de cualquier color , tamaño o edad, cualquier raza o religión es, básicamente, "chusma". Volviendo a las bases, sigamos hablando de por qué el fenómeno de los reality shows son hoy en la televisión internacional, y particularmente, en la nacional – cuatro reality shows están en el aire – contando con sólo cinco canales de aire y sin nombrar otros programas que sin tener formato de reality prometen llevar a la fama a humildes desconocidos. Porque ahora cualquiera es famoso, tiene su club de fans, seguidores y detractores de todo tipo, y hasta el público opina de sus vidas y sus pasados, lo cuáles están en todas las tapas de revistas y programas chimenteros. Algunos logran soportarlo, otros caen en la locura o el misticismo, otros engordan unos kilos y otros huyen despavoridos al grito de "¡y esto era la fama!". Sí, esto. El ser visto por miles de ojos curiosos, el estar en todos los programas de mayor ráting, el firmar autógrafos , el ser dioses por un rato de una fantasía, que sin algún talento o un poco de viveza no podrán solventar. Pero ustedes me preguntarán qué es el talento. O para qué sirve, si ahora cualquiera está pululando en la pantalla chica, conduciendo programas infantiles, actuando en alguna que otra tira, recibiéndose de opinólogos en cualquier programa de televisión… Sí, claro, antes había que poseer una trayectoria, un don, una carrera, algún que otro estudio de teatro … y bueno, ¿pero quién dice qué es lo correcto y qué lo incorrecto? ¿Acaso la televisión se creó para eso? ¿Entonces por qué, en sus comienzos, la llamaban "la caja boba"? No tengo la repuesta. Quizás estemos viendo nuevos estilos, ya que todo cambia, en los que Andrea del Boca no ingresa por estar de novia con el sodero de la esquina, y Mirtha Legrand con su reality almuerzo está perdiendo adeptos. Quizás el prestigio ya nos importa un bledo. Quizás esta sea la televisión de mañana o sólo una moda pasajera. Una moda que cada vez tiene menos prejuicios y a la que hasta los actores, esos, los de la trayectoria, también tuvieron que adaptarse. Lo único que puedo decirles al respecto, y como conclusión a este embrollo es que el reality show, la televisión interactiva y otras vedettes se parecen bastante a ese instinto primitivo y muy humano, a la realidad de una sociedad que está en picada a ser netamente individualista, capitalista y salvaje, en dónde la desocupación y la ocupación cumplen un rol fundamental, en dónde para sobrevivir hay que utilizar valores como la crítica destructiva, la eliminación de nuestros pares, las falsas opiniones y unas cuántas cosas más que para subsistir en Expedición Robinson. Esta fue mi humilde opinión, "mis valientes" lectores. Bienvenidos al mundo real.
Autor:
Luciana Verónica García