La Cuestión de la Paz en el Nuevo Discurso Globalizado sobre la Pobreza
Enviado por Jorge Dávila
- El discurso moderno sobre la pobreza
- Sobre la individualidad
- Sobre la sociedad salarial
- Sobre la justicia social
Se somete a discusión si el discurso sobre la pobreza, compartido hoy día por las organizaciones mundiales más dominantes —Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Organización de Cooperación y Desarrollo Económico—, contribuye a aclarar la cuestión de la paz o si, más bien, contribuye a oscurecerla. Al efecto se propone una revisión de la manera de concebir la relación entre la cuestión de la paz (o de la guerra) y la cuestión de la pobreza. Esta revisión establece el contraste entre una relación paz-pobreza oriunda de los textos griegos clásicos y una relación paz-pobreza propia de la modernidad ligada al principio de la justicia social. El sentido del nuevo discurso sobre la pobreza aparece en correspondencia con la crisis del principio de justicia social y con la mutación que desde la década de los noventa sufre la justificación del capitalismo.
INTRODUCCIÓN
En la última década hemos sido testigos de la aparición de un nuevo discurso sobre la pobreza. El punto culminante, por ahora, de ese discurso lo representa un documento titulado "Un mundo mejor para todos"2 presentado a inicios de julio de 2000. Se trata de un discurso en que sus signatarios afirman: No podemos permitirnos perder la batalla contra la pobreza. ¿Quiénes son esos signatarios? Son: el Secretario General de las Naciones Unidas (ONU), el Secretario General de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), el Director Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Presidente del Grupo del Banco Mundial (BM). La batalla se fija siete objetivos; el fundamental de ellos: reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de personas que viven en la pobreza extrema. Eso significa, sacar del umbral de vivir (¿o de estar muriendo?) con menos de un dólar diario a la mitad de casi el 30% de la población mundial (hay regiones donde alcanza cerca del 50%). Los firmantes afirman cuáles son las condiciones del éxito de esa batalla: ante todo, unas voces más elocuentes que hablen a favor de los pobres, una estabilidad y un crecimiento económicos que beneficie a los pobres, unos servicios sociales básicos para todos, unos mercados abiertos para el comercio y la tecnología y unos recursos para el desarrollo suficientes y bien utilizados. ¿Qué clase de discurso sobre la pobreza es éste? ¿son los citados organismos las voces más elocuentes que hablan a favor de los pobres? ¿a que tipo de guerra pertenece esa batalla?
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1 Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia invitada para el Coloquio franco-andino La question philosophique de la guerre et de la paix celebrado en Lima, noviembre de 2000, organizado por el Departamento de Filosofía de la Universidad de París 8 con el auspicio de la Embajada Francesa en Perú.
Centro de Investigaciones en Sistemología Interpretativa, Universidad de Los Andes. Mérida – Venezuela
2 En www.paris21.org/betterworld
EL DISCURSO MODERNO SOBRE LA POBREZA
La modernidad no ha podido vivir sin un discurso sobre la pobreza. En ello la modernidad no es radicalmente diferente de otras épocas; cada una de ellas ha nombrado, de algún modo, la carencia y la privación e incluso ha hecho problema de esa condición humana.
Esta época moderna inauguró, sin embargo, una problematización de la pobreza que le es propia y que ha ido sufriendo transformaciones profundas en los dos últimos siglos. Que el modo de nombrar la pobreza y de problematizarla sea diferente en distintas épocas, puede ilustrarse con cierta facilidad si miramos, por ejemplo, la modalidad del discurso de la sociedad tradicional homérica o el modo como la comedia griega lleva al teatro público dicho tema o, también, el modo como queda inscrita en el inicio de la filosofía.
Cuando la mirada de Ulises se abre de nuevo en su tierra, su condición es el límite exacto de la privación y la carencia: un anciano andrajoso mendicante, irreconocible aun para sus más próximos. El apoyo que consigue en la condición humana de Eumeo, su porquerizo, refleja el modo como la sociedad homérica nombra la pobreza y, al nombrarla, realiza la acción de su acogida: Eumeo, cuya condición de vida es la del siervo ultrajado por la ausencia de su amo auténtico, invoca a Zeus hospitalario para declarar ante Ulises, sin reconocerlo y en ese momento confundido en la figura de un extranjero, esta sentencia: Extranjero, es mi costumbre honrar los huéspedes, incluso si su condición es más miserable que la tuya, pues son de Zeus todos los forasteros y todos los mendigos (XIV, 56-58). Es a la potencia divina a la que se debe, en la sociedad homérica, tanto la condición de privación y carencia como la salida de esa condición. Mas no debe entenderse tal dependencia humana de lo divino en la forma simplista según la cual lo humano sigue el riguroso cauce de un rígido destino definido por la divinidad.
Como bien lo ha mostrado J. P. Vernant3, los dioses están presentes en los asuntos humanos hasta en sus contradicciones y sus conflictos o, mejor aún, tal como aparece en Homero, la sociedad que forman las potencias del más allá prolonga la organización jerárquica de la sociedad humana.
Hay una suerte de tensión, entonces, entre un mundo armonioso y un mundo desgarrado en cada una de las sociedades, la humana y la divina, y en su propia interpenetración. La condición de carencia y privación humana tiene correlato en el mundo divino; la vivencia y liberación de la tensión de la carencia y la privación tiene rostro humano y rostro divino: Eumeo humaniza a Zeus hospitalario tanto como Zeus hospeda dioses desvalidos; Atenea empobrece su condición divina al envejecer a Ulises. En esa compleja relación, la pobreza, la condición de penuria y dificultad, se mueve oscilando entre una visión trágica y una visión optimista. El rasgo trágico se expresa en la peripecia del héroe devenido pobre; el optimismo en la recuperación de Eumeo de su auténtica condición. Ese optimismo es, por lo demás, como la apertura al prototipo de pobre ejemplificado en la figura del rústico, tal como nos lo describe Philippe Borgeaud4; rústico que aparece con la invención de la oposición ciudad–campo en el siglo V.
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