- Resumen
- La espacialidad simbólica
- La cartografía fundante
- Otro espacio, otra tradición regional
- Referencias Bibliográficas
Este artículo forma parte del Proyecto de Investigación H-938-06-06-B, financiado por el Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico (CDCHT) de la Universidad de Los Andes. Mérida, Venezuela.
Resumen
El sentido de cartografía como mapa legible, nos ayuda a comprender un espacio cultural –o lingüístico-, un territorio real o simbólico, amurallado en sus fronteras. Éste puede definirse por su complejidad ante los requerimientos de lo real. Culturalmente se encuentra marcado por un sentido de ruptura, que permite ser leído hacia el interior de sus tradiciones, estáticas y dinámicas, donde puedan asimilarse las identidades pero más aún las disonancias, las diferencias. La literatura posibilita la comprensión de esa espacialidad y promueve una forma alternativa de comprensión de las realidades delimitadas por los planos simbólicos que desde ella se construyen.
PLABRAS CLAVES: AMÉRICA LATINA, MAPAS, NARRATIVA, ESPACIALIDAD, SIMBOLOGÍA
La espacialidad simbólica
El concepto de espacialidad se haya impregnado de paradojas. Éstas corresponden a un amplio espectro polisémico. Es un concepto que denota concreción territorial, pero también temporalidad, desplazamiento, distancia; puede ser real o imaginario, pero en todo caso, desde su contenido cósmico o su variable tangible, es una necesidad para el desarrollo de las colectividades. Es también, desde el punto de vista literario, una categoría estructural que remite a lo dramático, a lo escénico, a lo lúdico o a lo lírico. Cada una de esas variables se reviste de un valor vital, con ello simbólico o alegórico.
El concepto de «región» como espacialidad, implica una serie de paradigmas que deben considerarse a la hora de establecer variables. Éstas abarcan no sólo geografías, sino también sustratos culturales, lenguas, usos y costumbres. Pensar en «regiones» desde América Latina supone un conocimiento detallado, menudo, de las diversas realidades enmarcadas en ese amplio diagnóstico que siempre está renovándose, enriqueciéndose y complejizándose.
Por supuesto que esta consideración va más allá de la noción de paisaje. Ésta se establece como una resignificación que va de lo objetivo hacia lo intuitivo, nutriéndose de una carga que es afectiva, sensorial, intelectiva. La misma se ubica en una dimensión que no es sólo espacio-temporal, sino simbólica o alegórica. El paisaje se sitúa en el punto de convergencia entre lo real y lo imaginario, en esa zanja indefinible donde es posible la duda, la sorpresa, la pregunta, el estremecimiento, en fin, el lugar donde se percibe, en el sentido más amplio del término, la belleza de la creación.
Los modos como la realidad espacial se construye pasan por el tamiz subjetivo de quien narra. La palabra hace posible la realidad, pero sólo cuando supera la sintaxis, y se convierte en relato. Así, cuando en la famosa crónica de 1568, La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Bernal Díaz del Castillo (1496-1584) se maravilla ante la presencia mágica del antiguo Tenochtitlan, nombra un paisaje, una geografía, una imagen que se organiza discursivamente como una posibilidad dentro de lo inexplicable. Y con ello construye también el sintagma perfecto que engloba una realidad nueva, compleja en su grandeza y por ello casi irreal. Allí también la palabra funda una geografía, un paisaje, nombrado de manera novedosa. Tal capacidad de síntesis, le serviría muchos años más tarde a otro observador atento a los matices de la representación, como Carlos Fuentes (1928), quien partiendo de una frase de Bernal da título a una de sus más sugerentes novelas La región más transparente (1958).
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