El Sepulcro
El emperador Constantino y su madre Helena anunciaron el año 325 DC el descubrimiento del Santo Sepulcro. La fosa está cubierta por un santuario de proporciones minúsculas, existiendo en una ciudad afectada por el calor, la pestilencia, la guerra y la depresión económica.
Desde que se erigiera, la capilla ha atraído cientos de miles de personas que vienen a visitarla. Algunos han aparecido como conquistadores, usando el Santo Sepulcro como excusa para lances militares. Otros vienen porque creen que serán redimidos por la peregrinación y por su cercanía al Dios que adoran. Los conquistadores creían que sólo poseyendo el santuario y matando a quienes les obstruyeran la marcha, podrían los cristianos del mundo tener acceso ilimitado al lugar más sagrado de su fe.
Pero, la realidad era diferente. Por casi doscientos años, después de que los musulmanes tomaran control de Jerusalén en 638 DC, los cristianos gozaron de acceso considerable y continuo al Sepulcro y a los Santos sitios que lo rodean. Otro período de acceso tranquilo fue durante los 400 años de control otomán. Los sultanes eran pacíficamente venales en cuanto a quienes permitirían administrar los sitios sagrados, prefiriendo a los griegos, porque les pagaban más.
El ritual del fuego sagrado
En el siglo XIX los visitantes anglosajones reportaron con horror el inicio de una práctica anual llamada el Ritual del Fuego Sacro. En esta ceremonia, una llama extraída de modo misterioso de la fosa del sepulcro, se usa para encender las velas de miles de creyentes entusiásticos que vienen de todas las esquinas de la cristiandad. Regularmente, una avalancha de almas se precipita indisciplinadamente a encender sus ofrendas luminosas. A veces, en la estampida que sigue, algunos mueren pisoteados.
Ritual del Fuego Sacro
Pero hay algo absurdo y prosaico, resonando como farsa en muchas de las cosas que se presencian en la vecindad del Sepulcro. Por ejemplo, el régimen bajo el cual esas comunidades cristianas dividen entre ellas la custodia del Sepulcro. Porque quienes lo hacen, co-existen en una atmósfera de intensa sospecha mutua, que a veces degenera en puñetazos. Todo, en nombre del Dios en que creen, por supuesto.
Michele encontró, durante su estadía en Jerusalén, muchas cosas tan humanas como reprochables. Monjas que fumaban y que bebían, entusiastas de la carne para dormir sin titubeos, con quien fuera que solicitara sus favores — muchas pernoctando con guías de turistas de alumnas del bachillerato, procedentes de los EE.UU. que arreglaban escapadas sexuales con las jóvenes cuyas custodia eran su responsabilidad. Y curas que, usando ropas seculares frecuentaban los burdeles.
De los monjes procedentes de Chipre, Michele se quejaba: "tienen las bocas podridas y emanan el aliento más fétido imaginable".
Nosotros también vivimos nuestras dosis generosas de efluvios pestilentes provenientes del sudor axilar de los sacerdotes ortodoxos, que parecen evitar el jabón y el agua del baño como se huye al demonio.
Muchos de los cristianos que visitan el Sepulcro lo hacen llenos de desdén por sus compañeros en fe. Los anglosajones detestan a todos quienes no sean anglosajones. Lo que hace que consideren la ceremonia del fuego sacro una barbaridad pagana sin sentido alguno.
Pero, ¿dónde se encuentra lo religioso y sublime?
Michele resume su experiencia, luego de haber visitado el Santo Sepulcro, por lo menos durante 30 Pascuas de Resurrección, de la manera siguiente: "Poniendo la frente en la losa fría de mármol, uno sabe sin dudas y sin sentimiento que lo opongan, que este santuario insignificante es el centro espiritual del universo, y que toda belleza, toda verdad religiosa y todo ser creado gira, en un eje interno dentro de este sol".
Conclusión
La Semana Santa para muchos es una ocasión donde se conmemora la muerte de uno de los filósofos y líderes religiosos más egregios que en este planeta han vivido. Celebrarla, para ellos, significa conmemorar la pasión y fallecimiento de quien se ofrendara a morir para otorgarnos, en su manera de pensar, una vida de eternidades felices.
Pero no es así. En Jerusalén, en Santo Domingo y en todas partes, la Semana Santa se celebra olvidando la muerte del Mesías.
Para quienes así piensan, este corto lapso es asunto tan utilitario como lo es la Pascua de Natividad. Otra ocasión más para servir lo mundano que en toda forma se alberga en nuestros sentidos.
Michele, nos dice que celebró la Semana haciendo el Vía Crucis acompañada por amigos y por sus padres, su cuñada y su hermano, que vinieran a Arizona con sus sobrinos.
También se reunieron en casa de muchos amigos donde compartieran compañerismo y comunión, esta vez, espiritual.
La Lamentación Rafael
Magnificat anima mea Dominum
No bibliografía
Dr. Félix E. F. Larocca
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