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Más grande que el techo del cielo (página 2)


Partes: 1, 2

Ella y siempre ella, ella con su cabello recién lavado, con su tierno rostro de niña jugando con mi ceño fruncido y sacándome la lengua. Ella contándome sus secretos y sus sueños. Recuerdo su cuerpo delgado de piel suave y sudor frío, cada centímetro de su espalda. Su peso y la medida exacta de cada estructura de su cuerpo. Era tan mía como yo de ella. He perdido la cuenta de los días que han pasado. He perdido la cuenta de las noches de insomnio. Sin ella he pasado a estar en escala de grises, así son los días y todos los momentos. La vida sin ella es simplemente existir, respiro más por naturaleza que por ganas. Y sin embargo aquí sigo, con este peso en la espalda. Ella significa todo lo que mis palabras no pueden decir pero lo que mis emociones y mis sensaciones siempre van a expresar. Hay días en los que trato de no decaer pero sin ella no tengo en quien apoyarme. Sin ella no está ese faro que me ayude a ver la luz en el camino. Sin ella no soy.

Pero me reencuentro sentado, otra vez sentado, frente a una pantalla, escribiendo las líneas de mis pensamiento, son interminables a veces las palabras que la mente nos lanza, por momentos junto mis manos, veo la nada, cierro los ojos y la miro, allí, tranquila, con su belleza eterna. Mientras tanto tarareo esas 10.000 batallas que Santiago Cruz escribió, que bella melodía, que grandes batallas, las mismas que libraría por pasear esta noche, bajo las luces de alguna calle, tomados de la mano. Pero me debo conformar con escribir porque a las letras no les tiembla la voz con su presencia ni se ponen nerviosas cuando la ven, ni las palabras se quedan sin palabras cuando desde cerca pueden sentir su respiración. Al botón de "Enter" no se le acelera el corazón, ni se sonroja la pantalla con el "te amo" de siempre. Pero, ¿Por qué no se sale de esa pantalla, acaso es muy difícil entender que al escribir "beso" no se siente el sabor, y que besar la pantalla sabe a polvo?

Hace unos días la pude ver, conversamos por un buen rato, hacía mucho que no nos veíamos, y me preguntó, al recomendarle un libro, que si el título no lo asocié con ella, le respondí enseguida que no solo el título, también la medalla, las flores y el trofeo; los taxis, el panorama y a Morfeo; el trigo, la miel, el teatro y el museo. Asocio cada paso, cada respiro, cada deseo; cada tormenta, cada sequía, cada mañana, cada voz, cada desvelo; cada silencio, cada grito, cada todo, cada dedo, cada risa, cada verso, cada sueño… cada todo.

No conozco el remedio para olvidar, pero tampoco lo quiero conocer. ¿Pero qué se hace cuando no tienes a tu lado a la mujer que amas con todas las fuerzas? Cuando sabes que se encuentra tan lejos de ti con su vida separada de la tuya. Se siente una enorme impotencia, se siente que pierdes una parte de ti, dicen los filósofos que la vida es para vivirla… ¿Cómo vivirla sin ella?

En esta ocasión, me es ingrato decir que ha pasado mucho tiempo, tiempo realmente valioso para mí, y que quizás solo quede recordar todo el tiempo en el que compartimos alegrías, canciones, momentos, películas, amor y muchas cosas más, todas esas cosas se quedarán grabadas para siempre en nuestros corazones. Muchas veces nos dijimos que iba a ser para siempre, pero la última vez que nos vimos me dijo que nunca volveríamos, y nunca también es para siempre. Dicen que si amas a alguien lo tienes que dejar ir, qué ridículo fue la persona que dijo que debes dejar ir a quien amas; por mi parte nunca la dejé ir, ella no se quiso quedar.

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Autor:

Marco Antonio Parra

Yaracuy, Venezuela. 2013

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