Cuatro mitos sobre comunicación y política

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Resúmen

Hoy en día no hay campaña política de alcance nacional que pueda tener éxito si no pasa por el escenario electrónico. Candidatos y partidos, gobiernos e instituciones, buscan la atención mediática para dirigirse a la sociedad y en ese afán a menudo subordinan lo que quieren decir a los formatos que la televisión y la radio les imponen para que terminen expresando solamente lo que les dejan decir.

Esos medios han acaparado de tal manera la arena pública que su beneplácito pareciera ser indispensable para que prospere cualquier esfuerzo de propaganda y proselitismo.

Como es bien sabido las empresas de comunicación electrónica matizan, modulan e incluso llegan a determinar, de acuerdo con sus respectivos intereses, la agenda de los asuntos públicos.

Pero una cosa es que la televisión y la radio sean insustituibles en la formación de consensos en las sociedades contemporáneas y, otra, que tengan una omnipotencia tal que el resto de los poderes –estatales, políticos, jurídicos, formales– se les tenga que subordinar. El poder de los medios es muy importante pero a menudo se le magnifica por ignorancia, ofuscación o comodidad.

La mayor parte de los funcionarios estatales, dirigentes políticos y legisladores cree, por lo menos en México, que el de los medios es un poder ilimitado. Se olvidan de que los medios de comunicación, en sociedades como la nuestra, están o debieran estar acotados por marcos jurídicos, exigencias sociales y por la acción de las instituciones del Estado. Junto con ello, soslayan la existencia de otras fuentes de información y persuasión –el entorno social y familiar, el contexto y la experiencia, etcétera– a las cuales los ciudadanos atienden con tanto o, en ocasiones, mayor interés que a los medios.

Precisamente porque tienen un poder singular y habitualmente desmedido y porque disponen de una cotidiana e intensa capacidad de influencia sobre la sociedad, es pertinente que los medios de comunicación electrónica estén ubicados en un marco de competencia, pluralidad y exigencia constante lo mismo por parte del Estado que de la sociedad misma. Cuando eso no ocurre, como sucede en México, entonces los medios electrónicos se erigen como si fueran un poder superlativo.

 

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Enviado por Raúl Trejo Delarbre

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