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Las imágenes de la Muerte

Enviado por celta2001


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    1. Las Imágenes de la Muerte

    "La muerte! Siempre es ella sólo a la que debemos consultar mientras vivimos y a no sé qué futuro en el cual nosotros no existiremos.

    Ella es nuestro propio término y todo pasa en un intervalo entre ella y nosotros.

    No me venga a hablar de esas prolongaciones ilusorias que tienen sobre nosotros el prestigio del número; que no me vengan a hablar a mí, que moriré por completo, enteramente de sociedades y de pueblos. No hay más duración, no hay más realidad verdadera que la que existe entre una cuna y una tumba.

    Todo lo demás es exageración, espectáculo, óptica vana.

    Me llaman maestro porque no sé qué prestigio de mi palabra y de mis pensamientos, pero yo no soy más que como un niño perdido frente a la muerte"

    María Lenérú, "Los Amancipados". Acto III, escena IV.

    INTRODUCCIÓN

    Al abordar este corto ensayo, cada lector deberá, por unos momentos, ponerse en acuerdo con la idea de Marie Lenérú y desprenderse de todas las ideas preconcebidas sobre el Más allá, que albergue en su pensamiento consciente.

    Lejos estamos de pretender hacer un análisis claro y preciso de la realidad del Ser en un caso Post Morten, máxime cuando nuestro único interés es mirar a la muerte como momento inevitable de todo ser viviente.

    Las imágenes de la muerte no son las imágenes de los muertos y para eso debemos conocerla más de cerca.

    En el recorrido de este ensayo se fusionarán textos de diferentes escritores incluyendo el pensamiento del autor del trabajo, de una manera tal vez irrespetuosa, al no diferenciarlos, pero con la única intención de ser claros frente al ser de la muerte y no frente a las posiciones a cerca de ella.

    El autor

    Las Imágenes de la Muerte

    He ahí donde nos hallamos. En nuestra vida y en nuestro universo no hay más que un hecho importante: nuestra muerte.

    En ella se reúne y conspira contra nuestra felicidad todo aquello que escapa a nuestra vigilancia.

    Cuanto más pretendemos ignorarla, más se manifiesta; cuanto más le tememos, más se hace temer; con su inmensa sombra lo oscurece todo.

    Para sondear sus abismos esperamos los minutos más fugaces y los más sobresaltados de la vida, no pensamos en ella más que cuando ya no tenemos fuerza, no para pensar, sino para respirar.

    De esta manera, cuando viene el desenlace de la última hora que pesaba sobre nosotros y hacia la cual no osamos levantar nunca los ojos, todo nos falta a la vez.

    Los dos o tres pensamientos o ideas, inciertos, vagos, sobre los cuales creíamos apoyarnos, sin haberlos examinado, ceden el peso de los postreros instantes como si fueran débiles juncos.

    Entonces, buscamos vanamente un refugio entre diversas reflexiones que circundan alocadas o que nos son extrañas y que, desde luego, no saben llegar a nuestro corazón.

    Nadie nos espera en esta última orilla, donde nada está a punto y donde sólo el espanto ha quedado en pie.

    Cómo decía el poeta de la tumba, Bossuet, al hablarle a la muerte

    "No sé quién eres, pues de saberlo sería tu amo; pero en los días en que mis ojos veían más alto que hoy, pude saber lo que no eres; eso basta para que tu no te adueñes de mí.

    De este modo tendría grabada en la memoria una imagen sometida ya a prueba, experimentada, contra la cual no prevalecerían las últimas angustias y en las cuales irían a serenarse las miradas inquisitoriales de los fantasmas."

    Le tememos a la muerte porque no la conocemos, le huimos a todo aquello que nos signifique sorpresa a sabiendas de su carácter inmanejable.

    Para Bossuet conocer la muerte, identificar su imagen nos da poder sobre ella, consuelo a nuestra vida al enfrentarse a su enemigo.

    Muy de la mano con los judíos y el poder de conocer el nombre de Dios; yo te domino cuando sé tu nombre y te reconozco cuando pasas, así no sea tu intención mirarme.

    Aunque en la historia hay que figurarse lo desconocido e idearse formas iconográficas como referentes colectivos de un ente de razón o ser pensado, en el caso de la muerte, la representación ha sido en forma muy viva, pero también muy simple y directa, tosca y estridente.

    Muy arraigado al pensamiento de la Edad Media, nuestro personaje se encontraba siempre como observador en el Memento Mori de los individuos, para después del Fíat, darle su mano cadavérica y helada hacia el nuevo paso.

    También para la época, la figura de la muerte se había convertido en cotidiana compañera de pestes y guerras representada como Caballero apocalíptico galopando sobre un montón de hombres yacentes en el suelo. Figura bastante arraigada en pueblos y culturas nacidas en una religión amenazante y castigadora como fue el cristianismo para la época.

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