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Fibra indomable: No es nombre de una película de Far West… (página 2)


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Para finalizar, el saurio, con más un giro, terminó por separar del hombro el brazo que mantenía entre sus dientes. La corajosa joven vio al enemigo alejarse lentamente, moviendo la boca así arriba, de manera que pudiese tragar, entero, en el sentido de lo largo, su inesperado "lunch" americano.

La víctima fue socorrida con urgencia.

Le hicieron un torniquete en el trozo dejado por la amputación. Llevada de helicóptero a un hospital, consiguió sobrevivir.

Bastante después, ya restablecida, los periodistas le preguntaron lo que le pasó por la cabeza cuando se dio cuenta de lo que la había atacado. Respondió rápidamente: la preocupación con la seguridad de los chicos y la idea de no conformarse con la idea de venir de tan lejos para morir en África, en el estómago de un cocodrilo. Lucharía hasta el fin.

En la revista aparece su foto: serena, no me recuerdo si sonriendo, usaba un pulóver en que se veía el vacio de un brazo. Y, más impresionante: ella prometió volver a África, para continuar lo que venía haciendo, y se dice fascinada con el conturbado y trágico continente. No hubo, obviamente, ningún mérito de ella – no lo eligió – ser alvo de un cocodrilo reconociendo los alrededores. Su mérito estuvo en la calma de no resistir a los giros del bronco y tenaz animal, en el intento de no perder el brazo, no obstante, al final haya ocurrido.

Otro caso de heroísmo en la lucha por la sobrevivencia ocurrió también con un americano – salvo falla de memoria también con sus veinte años -, que decidió explorar solito el Gran Canyon. En dado momento, se acercó al borde del abismo para mirar su profundidad.

Con miedo de caerse, se agarró a una piedra enorme, redondeada, que estaba en el borde, pero ella, imprevisiblemente, se dislocó de tal manera que atrapó su brazo. Después de horas, o días – lo cuento de memoria – intentando, sin éxito, librar el miembro, constató la necesidad de una dura opción: o, amputaría el brazo, sin anestesia, usando un cuchillo o moriría de sed y hambre, pues estaba muy distante de la civilización. Conociendo la región, no adelantaría nada gritar.

Después de mucho razonar con el mismo y sufriendo con el dolor, por dos o tres días, ya sin esperanza de un golpe de suerte – que se apareciera algún aventurero – constató que no podría esperar más. Sus fuerzas lo abandonaban. Ahí optó por sobrevivir, fuese cual fuese el precio. Inició la grotesca operación, cirujano improvisado de mano única.

El contó, después, que cortar la propia carne fue, claro, extremamente doloroso, pero nada comparable al dolor, infinitamente mayor, de cortar un gran nervio que pasa por el brazo. Cuando el cuchillo tuvo que cortar dicho nervio, el dolor que sintió no podría ser descrito por palabras. Sus gritos, presumo, deben haber aterrorizado hasta los endurecidos escorpiones del desierto. Pero el logró la hazaña. Dejó su brazo en la unión de las piedras y usó su cinturón para hacerse el torniquete en lo que quedó del brazo, caminando, con lo que le quedaba de sus fuerzas, hasta una distante carretera. Interesante es que, meses después, restablecido, dijo que seguiría a practicar su deporte predilecto.

Finalmente, cuento un caso, mucho más dramático, este ocurrido en Brasil, si me recuerdo bien en Goiás, relatado en vivo por la victima a un amigo mío que tiene una óptica en el interior del Estado de San Pablo. Este amigo, un día, en su tienda, fue abordado por un hombre con el rostro bastante raro, en la falta de un nombre más adecuado.

Ese extraño tipo de cara torcida le preguntó, en voz medio defectuosa, difícil de comprender, si lo reconocía. Mi amigo dijo que no.

Entonces el visitante le explicó que había sido su cliente algún tiempo atrás. Y le contó su drama, que ahora trasmito al lector apenas apoyado solamente en la historia contada por este mi amigo. No me fue posible localizar es ciudadano para recoger mayores detalles, que podría publicar en este artículo, pues el protagonista se mudó a otro estado, y se desconoce su dirección. Y no seria el caso de contratar a un detective solamente para enriquecer este texto con minucias.

Fue así: Manejando su coche, nuevo y caro, en una carretera, fue obligado a parar, para cargar combustible, o algún otro motivo cualquiera. Entonces fue dominado por marginales armados que, seguramente, estaban de ojo en su nuevo y bonito vehículo. Desecho de sus bienes e atado a un árbol, pensó que su pesadilla luego iría terminar con la partida de los bandidos, mismo llevándose su dinero e todo lo demás.

Cuando se estaban por ir del local, uno de los bandidos tuvo un duda:" Lo que vamos a hacer con este sujeto? El nos vio las caras… Nos va a denunciar…" Entonces uno de ellos, ciertamente un asesino nato, pronto solucionó el problema. Desató la victima del árbol, lo obligó a acostarse en el suelo, atándolo nuevamente y recostándole el caño de una carabina .12 en el rostro.

La victima, como es natural, se encogió e dobló la cara para el otro lado. En ese momento hubo el disparo.

De cierta manera, aún fue suerte de la víctima que el tiro haya sido disparado de tan cerca, porque así no hubo espacio para que los plomos del proyectil se desparramaran, lo que hubiese sido muerte segura.

La carga de pequeñas esferas prácticamente arrancó el maxilar del infeliz viajero, removió buena parte de sus dientes, destrozándole la lengua, le hizo un agujero en el paladar y todavía lo dejó sordo de un oído. No obstante, no se murió. Le tuvieron que hacer alrededor de treinta cirugías – no me recuerdo del número dicho.

Una particularidad trágica, pero algo cómica, era que cuando la victima bebía algo buena parte del líquido le salía por los oídos, no chorreaba, como en las fuentes de jardines, solamente escurría. Eso le duró mientras el paladar no fue tapado con una más, de las tantas, cirugías.

La explicación está en la anatomía de la cabeza, en la comunicación de los ductos que ligan nariz, boca y oídos. La lengua, por su vez, para ser recompuesta, precisó de un gran número de intervenciones, pero mismo así su habla ha quedado bastante silbante, dificultando el entendimiento de lo que dice.

Sigamos. Los bandidos se fueron, pensando que la víctima estaba muerta, tal el tamaño del destrozo hecho por la carabina. Esa deducción lo salvó. Después de algún tiempo un camionero que por allá pasaba, para el camión y entra en el bosque, para vaciar su vejiga.

En cuanto lo hacia, notó algo raro. Algo que gemía y se movía un poco. Curioso, se aproxima y ve la escena dantesca de la víctima con la cabeza hinchada, rostro destrozado y mucha sangre coagulada. Buscó por otras personas, la policía fue llamada y, verificados los documentos, su familia fue avisada y tomadas todas las providencias posibles.

Llevado, a lo que parece, de helicóptero a San Pablo, para ser operado en un hospital con inúmeros recursos, la víctima, todavía en la ambulancia, en la Avenida Paulista, se empieza a sofocar. Su cabeza, muy hinchada, y la sangre coagulada lo impedían de respirar. Sintiendo que moriría ahogado, y sin casi conseguir articular una única palabra, balbució algo cercano a "tapa de la Bic"… mientras apuntaba, angustiado, para un bolígrafo del enfermero, o para el médico, y que el veía en el bolsillo de la túnica.

El hacía eso, pues sabía que si no se hiciera una traqueotomía luego su muerte sería cierta, y el hospital aun estaba lejos. Y así lo hicieron: el enfermero usó la tapa del bolígrafo Bic para hacerle un agujero exactamente abajo de la nuez del pescuezo. Por lo que sé sin anestesia. Y el ciudadano pudo respirar.

Para mí, este ciudadano es un héroe anónimo. No lo sé, si yo tendría coraje de, mismo sofocado, pedir el uso improvisado y doloroso de una tapa de bolígrafo para agujerear mi tráquea. Y su fibra moral también se revela en la forma como, después de decenas de cirugías, enfrenta el mundo. Contó, en la óptica, que ya estaba tan bien que domaba caballos bravos, probablemente por deporte.

Estaba muy feliz en el casamiento, porque su fiel esposa no se importaba con el fuerte cambio de su apariencia, después de tantas cirugías. Soportó con bravura la desanimadora rutina de decenas de operaciones y, como se dice, "dio la vuelta por cima".

Este ciudadano debería de ser buscado por Fernando Morais, nuestro gran biógrafo. Su odisea – no buscada, pero bravamente suportada -, merecería un pequeño libro. Por lo menos como ejemplo de paciencia, insistencia en vivir y optimismo. Por lo que sé no se puso un hombre triste ni amargo. El comprobó que fibra y alegría pueden caminar juntas.

 

 

 

 

 

Autor:

Francisco César Pinheiro Rodrigues

16-7-08

Partes: 1, 2
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