- Mundo con madre es el mundo andino
- La madre biológica de César Vallejo
- Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
- El mundo con madre y sin madre
- El alquiler del mundo donde nos dejas
- Estoy plasmando tu fórmula de amor
- La madre es casa eterna
- Fuente
Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
1. Mundo con madre es el mundo andino
La cultura andina, pertenencia esencial de César Vallejo, a la cual da expresión, voz y palabra, está signada por el sentimiento, la emoción y el sentido de madre.
Todo en ella es madre, relación consustancial, afectiva y de filiación con el origen, la matriz y lo sagrado de la creación. Es, además, afinidad profundamente tierna y dulce; con mucho candor. Y César Vallejo tenía esas claves y anagramas incrustadas en el alma. Y la pena es que, salvo en su infancia, le tocó vivir después en un mundo ajeno a esas relaciones afables. Y he allí la clave del dolor que él encarna.
Madre, para la cultura andina es también la tierra que se respeta, reverencia y adora, con la cual no cabe desunión posible. La vida es inherente a la naturaleza, que es la madre tierra. Y madre es hogar, casa, rincón familiar. Y se puede ser todo lo humilde que se quiera pero sin aquellas ubicaciones de madre el mundo resulta miserable.
Aunque pobre la cultura andina construye casa. César Vallejo fue un exiliado de un mundo de amor y de solidaridad hacia otro hosco y desalmado, sin madre. De allí que anheló tanto y militó en la causa de erigir un orden nuevo, una casa solidaria y una mañana eterna en que desayunemos todos.
Quizá ningún personaje puede encarnar tanto a la cultura andina como la madre, honda, sublime, enigmática; representando el misterio de la vida, lo que está adentro, lo que se calla, con quien solo se puede establecer una relación de afecto y totalidad.
Lo opuesto a la madre es la nada. Su no existencia da lugar al abandono, la desolación y orfandad. Y madre es, además de un ser biológico, nuestra tierra, la casa, nuestro sitio en la mesa y en el fogón familiar a la hora del yantar. Mundo con madre es el universo andino. Y que es lo que nos hace regresar desde muy lejos a nuestros pueblos de origen y a la patria idolatrada de nuestra infancia.
Y esos contenidos son esenciales en la trayectoria vital de César Vallejo, que se reflejan en su obra, que como poeta instintivo lo supo sentir y expresar.
2. La madre biológica de César Vallejo
Hay imágenes de ella, extraídas de fotos de conjunto, de las cuales se ha recortado y separado su retrato.
Se la ve sencilla, honda y esencial, envuelta en un reboso raído, sin nada artificial que lo distinga, un arete, una cinta o un anillo. Se la siente arcilla, gleba, espiga; de rasgos muy andinos, telúricos y bondadosos, con ojos profundos, cabello lacio, pómulos salientes. Con mucha alma; servicial y entregada. Agua clara de manantial, mujer andina cabal.
Se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero, hija del sacerdote Baltazar Joaquín de Mendoza, quien fue natural de España. Su madre en cambio fue lugareña de Santiago de Chuco.
Nació en esta villa el 1 de noviembre de 1850. Se casó a los 17 años, el 22 de junio de 1867, con Francisco de Paula Vallejo Benites, también hijo de sacerdote, en la iglesia matriz del pueblo. Al casarse su madre y hermana le donaron la casa donde nació y nacerían luego sus doce hijos, siendo el último César Vallejo Mendoza, a quien dio a luz a los 42 años y en cuyo parto estuvo a punto de morir.
Murió el 8 de agosto de 1918, cuando César Vallejo se encontraba en Lima y aún no había publicado libro alguno. Los Heraldos negros, recién aparecería en julio del año 1919.
Doña María de los Santos falleció después de tener un proceso de fiebre alta que se declaró en el mes de julio, para complicarse después en una enfermedad dolorosa y mortal en su época: angina de pecho, que inflama los órganos de la deglución y la respiración.
Su sepultura está identificada en el cementerio general, en la colina que domina el pueblo de Santiago de Chuco.
3. Tahona estuosa de aquellos mis bizcochos
En múltiples poemas, así como en páginas sentidas de su prosa, César Vallejo evoca a su madre con amor entrañable. Hasta en su libro póstumo "Poemas Humanos" empieza diciendo:
Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande.
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