Con el nombre de un santo, te hundes al lado del rio, por tus polvorientas calles acudes al llamado de un niño, a la inocencia de una juventud amante, escondida entre tus veredas y parques, con el sol secando las lagrimas de cualquier dolor acaecido, el dolor del recuerdo de los hijos perdidos, el dolor de los hijos que se te han ido, cual padre, sin madre nacido, lloras tu desgracia con lagrimas ajenas, lagrimas que por tus calles se han vertido, mi San Diego querido, antojo de los hombres por pedir lo que no es suyo al rio, nadan en el llanto de la agraviada serpiente que a cambio se lleva tu piel, tus sueños, tu futuro.
Mi San Diego querido, de polvorientas calles, recóndito escondrijo a la vista de todos, sin nadie que te quiera mas que yo, de flores azules que el rio se llevó, de calles hechas por los hijos tuyos que se fueron, hoy te consumes bajo el sol del olvido, bajo la luna llena que vio tu esplendor juvenil, aquella luna que me vio abrazarte en mis juegos de niño, aquella luna que algún día me vio partir; ahora en tus noches bohemias de alcohólicos sollozos, acudo a tu recuerdo, al aroma de la memoria cuando exaltada por la nostalgia, piso tus calles llenas de llagas, llenas de heridas mal cerradas, en la bruma de la decepción y la conformidad de la muerte pronta, en la que se consumen hoy tus nietos, San Diego querido, ya volverás a sonreír, pues la muerte te huye; el santo de tu nombre, soporta en el cielo tu extinción, repele las maldiciones de las ambiciones que por tu magia tienen a tu alrededor, rodeando tu nombre con su manto, escondiendo para ti un regalo, mi San Diego pobre.
Llegará el día en que termine tu olvido, en que termine tu dolor y los hijos curen tus heridas, los nietos rían en tus parques, los que se fueron siempre vuelvan, y los que vendrán, conozcan tu paz, tu calor, tu tierno anochecer y recuerden que del lodo te levantaste y sobre la serpiente de cristal triunfaste, para que sus lagrimas jamás te vuelvan a llover.
- Alvaro Neyra Castro.
- El amor en época de lluvia
Transcurre la vida entre trépidos saltos entre felicidad y amoríos juveniles que enrollan problemas tan grandes como la propia pasión que despierta, descubres los significados de lo que siempre creíste conocer, hasta que la ves sonreír, al final del parque, bajo el terrible sol, su sonrisa fresca en las tardes de libertad y calor, ella mucho menor, y yo, tan mayor como maduros quince pueden ser, surgió el amor, un amor tierno y volátil, peligroso y frágil, que al final sucumbió a mi curiosidad por conocer mas de aquel sentimiento que por primera vez acaricio mi corazón.
Difícil decidir entre la paz y la quietud que bajo el manto del santo nos daba el sol de verano, y la alocada vida que al final se apodero de mi, frente al parque, la plaza principal, el corazón de Diego, yo la veía llegar, cada día y yo detrás, sin comité de bienvenida, sin fiesta ni nada, como fue también mi partida, hacia los brazos de otro amor fugaz, y otro mas y otro mas, así la perdí varias veces, la encontré otras tantas, hasta que debí partir, lejos del santo y de mi hogar, de noche, como aquel que es desterrado de su país, me tuve que ir, dejándola donde la conocí, amándola hasta que se olvido de mi, recordándola siempre con la sonrisa que detrás de la iglesia por primera ves me hizo reír.
Hoy después de un cuarto de vida, con miles de historias tras de mi, recuerdo con ternura la inocencia del manto y de los lentes enormes que adornaban su sonrisa, y la agresiva forma de decirme te amo. Se fue con el verano, cuando llovía en mi corazón la curiosidad de despertar temprano, a conocer que diablos era el amor; ella se quedo, pero los niños que en las calles polvorientas jugaban a ser novios, se fueron con la lluvia, con esa lluvia que ahora hizo crecer en mi el mar.
Alvaro Neyra Castro.
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