Los economistas que lo rodearan le aconsejarían cómo conducir los asuntos del estado sin, por lo que los resultados demuestran, calcular sus consecuencias posibles.
Deslumbrado por lo que escuchara, nuestro presidente los seguiría a pie juntillas.
Pero ¿qué hace un gobernante con un mandato que, aunque no fuera decisivo, gozara de la confianza incondicional de su pueblo?
El gobernante busca consejo en el pueblo.
¿Por qué fue que aquí sería diferente?
El origen atávico del líder nos lo explica de un modo convincente.
Nuestra necesidad para elegir líderes de entre los miembros de nuestras tribus, residió precisamente, en la magia que éstos proyectaban y en su infalibilidad ilusoria.
Cuando viviéramos en las simplezas del paleolítico, nuestros conocimientos eran exiguos, pero nuestro intelecto era incomparable en el reino animal.
Nosotros poseíamos el único órgano que reflexiona acerca de sí mismo: el cerebro.
Nosotros intuíamos que la muerte era irreversible. Pero, para desafiar nuestro sino intentaríamos prolongar la vida creyendo en la inmortalidad. Lo hicimos con la ayuda del hechicero erigiendo monumentos a nuestros muertos y enterrándolos de acuerdo a las fórmulas prescritas por nuestros sacerdotes y héroes.
Nuestras creencias también repercutirían en el orden social que entonces existiera. Para muchos líderes la idea de ser infalibles, omniscientes y seleccionados por las fuerzas del destino serían tentaciones irresistibles para anhelar que el poder les fuera posesión propia, exclusiva e imperecedera.
En la mitología griega, la tragedia de Prometeo, elocuentemente describe la rabia de los dioses cuando sus poderes se usurpan y luego se asumen.
Los líderes que pretenden ser eternos, amenazan la paz de los dioses del Olimpo.
En Tótem y Tabú, Freud describe el escenario probable que nos confrontara con el destino de nuestros líderes, cuando los jóvenes de la tribu conspiran exitosamente para librarse del yugo impuesto por un cabecilla caduco. (Véase mi ponencia acerca del canibalismo).
Porque los líderes humanos son falibles y mueren — de ello provienen sus ansiedades existenciales y de ello provienen sus errores y equivocaciones.
Momia egipcia
Nosotros, hoy, culpamos justamente, a los economistas y no a la economía por las aflicciones que padeciéramos durante los últimos once años.
Puede que esto sea, o que no sea la verdad, pero es sólo por medio de la ciencia donde podremos encontrar la respuesta cierta.
Respuesta que aún no se obtiene por la inercia de nuestros gobiernos en cuanto a la lucha contra la corrupción respecta.
Cuando una persona adquiere el privilegio de ostentar el poder, esa persona acepta su posición de acuerdo a su constitución y configuración psicológica.
Por ejemplo, los estilos de descargar sus responsabilidades de presidente contrastan en lo extremo, entre Hugo Chávez y Nelson Mandela.
Para uno, el poder es una invitación a regresiones sintomáticas a regiones donde conflictos psíquicos residen aún no resueltos. Para el otro, es una invitación a la adaptación y a la madurez emocional.
¿Cómo fue para Mejía y para los arquitectos de sus pólizas económicas?
Veremos.
Escuchemos a Lord Acton quien nos dijera: "El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Hombres grandes son casi siempre hombres malos… No existe peor herejía que la que mantiene que la posición santifica a quien la ocupa".
En el caso de nuestra república, no ha habido aún en nuestra historia un hombre probo que ocupara el poder.
Rasputín…
Pero, ¿cómo corrompe el poder?
El poder corrompe porque:
1. Da la ilusión de la inmortalidad. Una vez en el poder, algunos hombres se transforman en seres que creen que fueran predestinados a poseer derechos mágicos por encima de sus coetáneos — creyéndose ser infalibles e imperecederos.
2. Porque el efecto de ocurrencias fortuitas refuerzan esa misma impresión. En el caso de Mejía, las mentiras que, con frecuencia dijera, acopladas por unos cuantos actos de ardides políticos, los convencerían a él, a los del PPH, a los del TTH y a los economistas de su entorno que los esquemas que tramaran, a pesar de ser descabellados, serían aceptables en la mente del pueblo.
3. Porque se sentían incontestables y dignos de decidir la vida de todos los dominicanos como a ellos se les antojara.
Es aquí, desde donde los economistas oscuros que, gozando la seguridad relativa de sus sinecuras, desplegarían las pólizas monetarias que a tantos afectarían negativamente.
Para eso era necesario que el narcisismo típico del ser irresoluto se alimentara con el elogio profuso de sus lacayos.
Los economistas aseguraron al presidente, como oráculos modernos, que ellos sabían que los asuntos de la economía y del estado progresarían si él siguiera sus consejos.
Sin pensarlo, él los seguiría, porque en su forma de percibir la administración del poder, predominaba la creencia pueril de que él, como hombre predestinado, podía descifrar los sentimientos del dominicano.
Sentimientos que creyera que, esencialmente, serían:
· Que amamos el caudillo — algo que, se le advirtiera, no fuera así.
· Que admiramos una figura paterna que nos insulta, nos veja y nos disminuye — no sería para el ser maduro.
· Que aceptamos tanto la pobreza en nosotros, como admiramos la riqueza en nuestros líderes — sin anhelar mejoras.
· Que consideramos el nepotismo político y el enriquecimiento del anillo presidencial un derecho sacro del primer mandatario — algo que todos, en todas partes detestan.
· Que pensamos que las mentiras, si las dicen nuestros dirigentes, son verdades — No kidding?
· Que destetamos más la homosexualidad y la cacareada ingobernabilidad de algunos que la integridad de los candidatos que opusieran la corrupción — La homosexualidad a nadie le molesta, lo que molesta es el robo con el favoritismo conspicuo.
· Que los apagones, los precios incontenibles, la tasa incontrolable, la falta de educación y todos los males que nos afectan no nos importan — ¿Quién dice…?
· Y que nuestras memorias son tenues y exiguas — los viejos dominicanos aun recuerdan la Era de Trujillo día por día. Quizás será porque los actores principales de ese melodrama están vivos.
Hay cosas que fueron deleznables.
No es necesario que ningún candidato que va a ambicionar ser reelecto, proteste sus intenciones anti-reeleccionistas tantas veces, antes de forzarnos su candidatura.
No hay necesidad de lanzar una campaña política visitando poblados pobres con caravanas de vehículos de lujo para enfatizar el contraste.
Entonces, nos preguntamos
¿Por qué se dejan engatusar ciertos gobernantes por sus propios consejeros?
Porque es precisamente lo que desean para sí mismos.
Que los economistas traicionaron a Hipólito y al pueblo — y viceversa es la razón por la que estamos en el enredo penoso en que hoy estamos.
El hecho de que un solo economista, entre todos los que comparten el oprobio actual en que vivimos, ocupa el lugar de Rasputín y Montesinos; no nos aplaca, ya que él, nos debe muchas explicaciones y no excusas.
El tiempo nos dirá…
Bibliografía
Suministrada por solicitud.
Dr. Félix E. F. Larocca
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